Esperanza Galindo Ocaña

Poesía mística de Juan Ramón Jiménez
El misticismo no-dual en la poesía tardía de Juan Ramón Jiménez:
Una exploración de Animal de fondo y Dios deseado y deseante
Por Esperanza Galindo Ocaña 19 de septiembre de 2025
Durante años me han acompañado algunos poemas de Animal de fondo y Dios deseado y deseante de Juan Ramón Jiménez (1881-1958). Este poeta, Premio Nobel de Literatura en 1956, representa una de las cumbres de la poesía española moderna. Su obra, marcada por una evolución desde el modernismo sensorial hasta una introspección metafísica, culmina en libros como las dos obras citadas (1948-1953), donde el poeta andaluz plasma una búsqueda espiritual profunda. Estos poemas, inspirados en una experiencia mística durante un viaje por mar en 1948, revelan un sentimiento espiritual que trasciende las formas religiosas ortodoxas, fusionando lo poético con lo divino. Trataré de acercarme un poco al sentimiento y la experiencia del poeta, para responder a dos interrogantes: ¿podemos considerar a Juan Ramón un místico de la no-dualidad? Y ¿es su dios equiparable al de las filosofías y espiritualidades no-duales?
El Sentimiento y la Fe en la Poesía de Jiménez: una expresión de su vivencia de unidad y conciencia
El sentimiento que impregna Animal de fondo y Dios deseado y deseante es el de una fe vital, dinámica y gozosa, alejada de dogmas rígidos. Jiménez canta a Dios no como una entidad remota o punitiva, sino como una presencia inmanente, una «conciencia de lo hermoso» que se entrelaza con el yo poético.
En el poema «La trasparencia, Dios, la trasparencia», el poeta afirma:
«Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia
y la de otro, la de todos,
con forma suma de conciencia».
Quizá coincida su idea con la Supraesencia de otro gran místico, el Pseudodionisio Areopagita o con la noción de Supraconciencia de un divulgador actual, el Dr. Sanz Segarra.
Aquí, la fe se manifiesta como un amor cósmico, un «fuego con su aire», donde Dios y el ser humano se funden como en una «lucha hermosa de amor». No hay necesidad de purificación ni redención tradicional; el poeta declara: «Yo nada tengo que purgar», enfatizando una fe afirmativa que celebra la plenitud del presente frente a una religión de sacrificios expiatorios.
En «Soy Animal de fondo», Jiménez se autodefine como un «Animal de fondo de aire», un ser inmerso en un pozo sagrado donde la presencia de Dios se fundía con elementos naturales (flor, golondrina, toro, agua). Este fondo es el «centro de la tierra y de su vida», un espacio de «sensualidad hermosa» que trasciende mediante la «conciencia amadora». La fe no es creer, ni oscuridad, sino sensorial y consciente, es visión, un gozar pleno que eleva lo cotidiano a lo eterno, sin apelar a eternidades abstractas más allá del «ahora yo».
Por su parte, en Dios deseado y deseante, el sentimiento se intensifica en un despertar maravilloso: «¡Estar despierto yo! ¡qué maravilla!». Dios es el «venir», un oasis eterno interno que se revela en espejismos del ocaso, en coronas planetarias de días y noches; pero, ante todo es el venir, el hacerse presente, el ahora. El poema «De un oasis eterno de lo interno» evoca un viaje de occidentes que separan vidrios para revelar la «entera desnudez de forma viva», donde Dios está «de mil maneras». La fe es un «gozar de un sueño conseguido», una verdad que se renueva cada mañana.
En «Como tú, mi amor, miras», el poeta busca con total sinceridad de corazón, por lo que Dios no se puede sentir ofendido, como pretenden los adalides de la ortodoxia. Tiene derecho a pensar de «la mejor manera que» puede, pues «Dios se deja encontrar de los que le buscan con sincero corazón», como dice el Salmo. Dando gracias a la «belleza inmensa» que es Dios, proponiendo una comunicación no verbal:
«Si sólo nos pudiéramos mirar
como miras tú, dios, y tú, belleza, miras,
lo sabríamos todo».
Esto es sabiduría que hace sentirse agradecido; pues él busca a Dios porque éste lo buscó primero (deseante).
Filólogos como Guillermo Díaz-Plaja han destacado esta «emoción religiosa» en «Animal de fondo», describiéndolo como un texto «transido de emoción religiosa» que culmina una aventura mística. Ricardo Gullón, por su parte, ve en Jiménez una «aventura mística» que trasciende lo humano en busca de lo eterno. Concha Zardoya, en su análisis, subraya que esta fe es una «religión inmanente sin credo absoluto», evolucionando desde una conexión sensorial hasta una conciencia de belleza y unidad. ¿Un Místico de la no-dualidad”?
Coincido con Antonio Gutiérrez-Pozo (1) en su artículo «Dios en mi conciencia La idea de Dios en Juan Ramón Jiménez» en «el profundo carácter religioso de lo poético en tanto que no hay poesía que no suponga la confrontación con lo último del mundo, con las realidades postreras que rozan el límite de lo trascendente».
Influencias y Paralelismos
Sí, podemos afirmar que Juan Ramón Jiménez es un místico de la no-dualidad, aunque con matices propios de su contexto cultural español y poético. Su misticismo no sigue el camino ascético de los místicos cristianos como San Juan de la Cruz o Santa Teresa, caracterizado por la «noche oscura» del alma y la renuncia. En cambio, Juan Ramón opta por una «mañana oscura» iluminada por la luz divina, enfatizando la plenitud y la creación en lugar de la purificación y el desasimiento. Su proceso es psicológico e intelectual, centrado en la belleza como vía a lo divino, resolviéndose en un ascetismo poético que no alcanza la unión sobrenatural plena, sino una compenetración basada en el amor y la conciencia.
Críticos han señalado influencias orientales en esta visión. Jiménez tradujo las obras de Rabindranath Tagore junto a su esposa Zenobia Camprubí, absorbiendo ideas hindúes que elevan su espiritualidad. En análisis como el de Hinduism in Animal de fondo de C. Steffen, se compara la «conciencia» de Juan Ramón con el Brahman hindú, la realidad omnipresente que abarca todo, desde lo humano hasta lo inanimado. El aparente politeísmo en sus poemas evoca himnos védicos que deifican elementos naturales y sociales, mientras que el dharma (ley sagrada) se refleja en su celebración del rol poético como deber moral. Esta asimilación de tradiciones relativistas-pluralistas prioriza la experiencia personal sobre el dogma, afirmando gozosamente una realidad religiosa en la conciencia propia.
Filósofos como Aristóteles (con su Motor Inmóvil) y Santo Tomás de Aquino se invocan para contrastar: Jiménez ve a Dios como presente en todo, en una «pleamar y pleacielo», sugiriendo un panteísmo que roza la no-dualidad, donde lo divino y lo natural son uno. Zardoya destaca el «centro rayeante», un punto de amor infinito donde poeta y Dios coexisten sin separación, logrando una unidad dinámica. Esta no-dualidad se evidencia en frases como «tú eras yo» o «yo era tú», eco de la identidad Atman-Brahman en el Vedanta Advaita.
El Dios de Juan Ramón: ¿Equivalente al de las Espiritualidades no-duales?
El dios de Jiménez es, en esencia, el mismo que en las filosofías no-duales: una conciencia unificada, inmanente y sin forma fija. No es un dios trascendente ni antropomórfico, sino una «esencia» que es «forma suprema conseguible», presente en el yo como «mi forma». Dinámico y mutuo —deseado y deseante—, este dios necesita al hombre para completarse, convirtiéndose en el hombre mismo, como señala un análisis: «Dios deseante que necesita del hombre y llega a ser el hombre». Esto resuena con el Brahman, que no es separado del mundo, sino su sustancia última, experimentado en la iluminación no-dual. Influencias hindúes, vía Tagore, refuerzan esta visión: el dios de Juan Ramón es una «conciencia amadora» que unifica lo grande y lo pequeño, infinito hacia un «pozo sagrado de mí mismo».
Críticos como Díaz-Plaja comparan su uso del mar como símbolo de eternidad con Paul Valéry, pero en clave mística no-dual. Sin embargo, matices occidentales —como el panteísmo español— lo distinguen: su dios es poético, creado por la palabra, no puro vacío nirvánico.
Juan Ramón que se tiene a sí mismo como poeta, como un ser insatisfecho con lo superficial, que presiente lo misterioso e inalcanzable que trasciende lo visible, como un ser impulsado por un «hambre interior», busca en lo invisible, porque se siente inserto en «el tronco del árbol de lo eterno», porque lo infinito está dentro.
Conclusión: Una mística poética hacia la Unidad
Juan Ramón Jiménez emerge como un místico de la no-dualidad en un sentido poético y personal, donde la fe es un gozo consciente de la belleza y la unidad. Su dios, inmanente y recíproco, se alinea con el de espiritualidades no-duales como el hinduismo advaita, priorizando la experiencia interna sobre los dogmas. Críticos y filósofos confirman esta interpretación, viendo en su obra una evolución hacia una supremacía de la conciencia que fusiona el yo y lo divino. Así, estos poemas no solo capturan lo profundo del alma jimeneziana, sino que invitan a una mirada no-dual al mundo: si miramos «como tú, dios, miras, lo sabremos todo».
Seguidamente te traigo los poemas, y también puedes consultar:
― un recitado en el podcast de Ivoox
― y en un vídeo de Youtube.
Poemas seleccionados
Poema 1
“La Trasparencia Dios La Trasparencia” - de Animal de fondo
Dios del venir, te siento entre mis manos,
aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa
de amor, lo mismo
que un fuego con su aire.No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,
ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;
eres igual y uno, eres distinto y todo;
eres dios de lo hermoso conseguido,
conciencia mía de lo hermoso.Yo nada tengo que purgar.
Toda mi impedimenta
no es sino fundación para este hoy
en que, al fin, te deseo;
porque estás ya a mi lado
en mi eléctrica zona,
como está en el amor el amor lleno.Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia
y la de otros, la de todos
con la forma suma de conciencia;
que la esencia es lo sumo,
es la forma suprema conseguible,
y tu esencia está en mí, como mi forma.Todos mis moldes, llenos
estuvieron de ti; pero tú, ahora,
no tienes molde, estás sin molde; eres la gracia
que no admite sostén,
que no admite corona,
que corona y sostiene siendo ingrave.Eres la gracia libre,
la gloria del gustar, la eterna simpatía,
el gozo del temblor, la luminaria
del clariver, el fondo del amor,
el horizonte que no quita nada;
la transparencia, dios la transparencia,
el uno al fin, dios ahora sólito en el uno mío,
en el mundo que yo por ti y para ti he creado.
Poema 2
«Soy Animal de fondo» - de Animal de fondo
Juan Ramón se define como un ser inmerso en un «pozo sagrado» de sí mismo, compartido con la naturaleza y Dios. Este poema celebra la belleza sensible como vía a la trascendencia, una virtud que nos eleva mediante la «conciencia amadora». Es no-dualidad en acción: Dios está en lo grande y lo pequeño, en la aurora y el poniente.
Soy Animal de fondo
«En fondo de aire» (dije) «estoy»,
(dije) «Soy Animal de fondo de aire» (sobre tierra),
ahora sobre mar; pasado, como el aire, por un sol
que es carbón allá arriba, mi fuera, y me ilumina
con su carbón el ámbito segundo destinado.Pero tú, dios, también estás en este fondo
y a esta luz ves, venida de otro astro;
tú estás y eres
lo grande y lo pequeño que yo soy,
en una proporción que es ésta mía,
infinita hacia un fondo
que es el pozo sagrado de mí mismo.Y en este pozo estabas antes tú
con la flor, con la golondrina, el toro
y el agua; con la aurora
en un llegar carmín de vida renovada;
con el poniente, en un huir de oro de gloria.En este pozo diario estabas tú conmigo,
conmigo niño, joven, mayor, y yo me ahogaba
sin saberte, me ahogaba sin pensar en ti.
Este pozo que era, sólo y nada más ni menos,
que el centro de la tierra y de su vida.Y tú eras en el pozo mágico el destino
de todos los destinos de la sensualidad hermosa
que sabe que el gozar en plenitud
de conciencia amadora,
es la virtud mayor que nos trasciende.Lo eras para hacerme pensar que tú eras tú,
para hacerme sentir que yo era tú,
para hacerme gozar que tú eras yo,
para hacerme gritar que yo era yo
en el fondo de aire en donde estoy,
donde Soy Animal de fondo de aire,
con alas que no vuelan en el aire,
que vuelan en la luz de la conciencia
mayor que todo el sueño
de eternidades e infinitos
que están después, sin más que ahora yo, del aire.
Poema 3
«De un oasis eterno de lo interno» - de Dios deseado y deseante
Este poema captura el maravilloso despertar del poeta, un «venir» constante de Dios como oasis interno. Es un viaje de occidentes que revela desnudez viva, con Dios en mil formas — un sueño fabricado de gloria diaria. La fe aquí es gozo de un sueño conseguido, renovado cada mañana. Influencias hindúes resuenan en esta sucesión de coronas centradas en un «ojo ver», eco de la identidad yo-divino.
De un oasis eterno de lo interno
(Estar despierto yo. ¡Qué maravilla!
ANTES)
El venir es un dios, mi Dios, y yo le cojo
las formas más humanas a su esencia,
en una ansia de amor que es vivir mío.Me está llamando siempre
en los hermosos espejismos
que el ocaso nos abre en tierra o mar,
fondo tras fondo del oriente eterno;
y en ese juego, en ese fuego
de fondos superpuestos
que siguen en las noches para mí,
está la maravilla de mi despertar.
¡Estar despierto yo! ¡qué maravilla!La maravilla de mi despertar es esa,
un llegar de un viaje de viajes,
un pasar de occidentes como vidrios
que se van separando eternamente
para que yo les vea
su entera desnudez de forma viva.Y en todos está dios de mil maneras,
en todos está el sueño de este dios
que yo fabrico de la gloria de mis noches,
coronas planetarias de mis días,
coronas de mis días de mis días.Sucesión de coronas es mi dios,
coronas que coronan sólo un centro
que es un ojo, es un ver,
un sí mismos tan yo, maravilloso yo,
que mi aurora no es más que mi sonrisa
de haberme dado a luz yo mismo
de mi sueño, mi sueño.Mi amor de cada noche,
mi sol de cada día,
mi venir, mi venir, venir, venir mi Dios,
mi porvenir constante en que mi día todo
es un gozar de un sueño conseguido,
de un oasis eterno de lo interno,
este gozar de ver ¡con qué descanso lleno!
la verdad,
que será más verdad cada mañana.
Poema 4
«Como tú, mi amor, miras» - de Dios deseado y deseante
La poesía es pensamiento claro, visionario; el poeta ve, no especula con su inteligencia; es intuitivo y amasa su pensar con su experiencia. Dice «yo sé que te pienso de la mejor manera que yo puedo y quiero, en verdad de belleza...» Es un pensar con el corazón, es una búsqueda siempre. Es mirar con los ojos De Dios, como decía Ibn Arabí, sólo podemos mirar a Dios con sus ojos. Es una crítica a la lengua limitada: si mirásemos como Dios, lo sabríamos todo. Esta no-dualidad culmina en una comunicación pura, más allá de palabras. Críticos ven aquí la esencia de su misticismo: pensar a Dios en «verdad de belleza».
Como tú, mi amor, miras
Buscándote como te estoy buscando,
yo no puedo ofenderte, dios, el que tú seas;
ni tú podrías ser ente de ofensa.Si yo te puedo, y yo lo sé que yo te puedo oír
todo el misterio que tú eres,
y tú no me lo dices como te lo pregunto,
yo no estoy ofendiéndote.Y yo sé que te pienso
de la mejor manera que yo puedo y quiero,
en verdad de belleza,
belleza de verdad que es mi carrera.
Y si te pienso así,
yo no puedo ofenderte.Gracias, te las doy siempre. ¿A quién las doy?
A la belleza inmensa se las doy,
que yo soy bien capaz de conseguir;que tú has tocado, que eres tú.
Si la belleza inmensa me responde o no,
yo sé que no te ofendo ni la ofendo.(Acaso la mentira, la duda de este mundo
está en la pobre lengua nuestra.
Si sólo nos pudiéramos mirar
como miras tú, dios, y tú, belleza, miras,
como tú, mi amor, miras,
lo sabríamos todo).
- «Dios en mi conciencia La idea de Dios en Juan Ramón Jiménez»
Antonio Gutiérrez-Pozo en Co-herencia Vol. 20, nº 38, enero - junio de 2023, pp. 249-271. (ISSN 17945887 / e-ISSN 2539-1208). https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/9011795.pdf
Y Gutiérrez Pozo, A. (2023). «La poesía de Juan Ramón Jiménez como ontología simbólica». Revista Filosofía UIS, 22(1), 117-146.
https://revistas.uis.edu.co/index.php/revistafilosofiauis/article/view/13118