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Extractos - Iñaki Preciado

Introducción a las Enseñanzas de Lao Zi

Por Iñaki Preciado
Las Enseñanzas de Lao Zi

En la civilización china el lugar ocupado por la filosofía se podría comparar, en cierto modo, con el que en nuestra civilización ha venido ocupando la religión hasta época reciente. Sin ir más lejos, a los niños chinos, en las escuelas, se les enseñaba a leer, en primer y principal lugar, los denominados Cuatro Libros (si shu), pilar del pensamiento confuciano; y para aprender los caracteres chinos era de uso común el llamado Sanzijing (Clásico en tres caracteres), un texto confuciano en frases muy cortas, de tres caracteres chinos de escritura, fáciles de quedar en la memoria. Una suerte de catecismo, con la sola salvedad de que en él no se hacía ninguna mención a un dios creador, ni aparecía la idea de pecado, ni se inculcaba la existencia de un cielo y de un infierno.

En líneas generales, cabría decir que la religión es un fenómeno extraño a la idiosincrasia del hombre chino. Cierto que el maniqueísmo, el nestorianismo, el islam, el catolicismo, y aun otras religiones, ganaron en diferentes épocas cierto número de adeptos, pero siempre fueron una exigua minoría, salvo el islam en las provincias del noroeste. La religión que arraigó de forma más amplia y profunda fue, sin duda, el budismo. Ahora bien, el budismo no es una religión en el sentido estricto del término, y de ahí quizás y precisamente el por qué de su éxito en el mundo chino.

El lugar de la religión lo ocupará en China la moral, manifestada en diferentes sistemas éticos, sustentados a su vez por unos principios filosóficos determinados. Y será justamente este peso específico y determinante de la moral en los sistemas filosóficos chinos lo que va a constituir una de las características que los distingue de los sistemas filosóficos de Occidente. De suerte que a veces se siente la tentación de afirmar que los chinos no fueron religiosos porque fueron filósofos. Su filosofía no pretende prioritariamente aumentar el saber positivo, sino perfeccionar al individuo, perfeccionar su mente, su espíritu, o incluso, en algunos casos, elevarlo por encima de la relatividad de los fenómenos.

De ahí que el ideal del sabio esté presente en todas las escuelas de pensamiento. Por sabio entienden a quien ha alcanzado la perfección espiritual, aunque el papel del sabio y su actitud con respecto a la sociedad, varía ―e incluso se contrapone― de una escuela a otra, como luego veremos.

Conviene, pues, comenzar por una somera reflexión acerca de las características más acusadas de la filosofía china. Insistiendo, como es natural, en aquellas que más pueden sorprender, y aun resultar poco inteligibles y hasta inaceptables, para nuestras mentes occidentales, talladas a lo largo de los siglos por el escoplo de unos esquemas mentales raramente cuestionados.

Y así, en primer lugar, nos encontramos con que, en la filosofía china, la razón "metafísica" (no la dialéctica), o sea el racionalismo fundamental de la filosofía occidental anclada en los primeros principios lógicos (de identidad, de no contradicción), no es la herramienta del quehacer filosófico. Dichos principios, o bien se ignoran, o bien se trascienden en una suerte de suprarracionalismo. Un suprarracionalismo superador de la dicotomía radical del ser/no ser, del si/no, del verdadero/falso, evidente sobre todo en las corrientes de pensamiento con mayor carga ontológica, es decir, en el taoísmo y en el budismo.

Una segunda característica de la filosofía china es, como ya hemos dicho, el predominante contenido ético y humanista (observable de modo muy especial en el confucianismo). De hecho, todas las escuelas se preocupan e interesan directa o indirectamente por la ética, tanto por la individual como por la ética social, incluido el arte de gobernar (o de no gobernar). Cierto que también los grandes filósofos de Occidente, casi sin excepción, trataron estos problemas. Pero salvo casos contados, la fundamentación de la moral fue en realidad el pretexto que utilizaron para elaborar los sistemas metafísicos o las doctrinas gnoseológicas que los hicieron entrar en la Historia. En este sentido, la ética de Spinoza puede muy bien servir de paradigma. No es así en la filosofía china, donde ontología, gnoseología y moral se hallan tan íntimamente imbricadas, que, trátese del autor que se trate, se superponen y hasta llega a producirse una especie de ósmosis entre ellas a través de ―y merced a― una lengua tan característica como la china.

En cuanto al hombre, y sobre todo en el taoísmo, se le considera como un elemento más de la Naturaleza, en armonía con ella, integrado en ella, y no enfrentado a ella, ni pretendiendo dominarla o someterla.

Nada mejor que esos paisajes montañosos de la pintura china para reflejar esta visión del hombre. Figuras diminutas en el sendero, o junto a la choza que apenas se vislumbra en medio del bosquecillo de bambúes; dominadas, abrumadas por los imponentes picachos adornados por los luminosos jirones de la niebla matinal. Simple pincelada humana en el inmenso marco de la todopoderosa Naturaleza: el hombre identificado con la Gran Madre.

Por otro lado, y junto a la dimensión natural, no hay que olvidar la dimensión social del hombre: el individuo sólo tiene sentido dentro de la colectividad. Frente al individualismo occidental de los últimos siglos, al que se pretendió justificar y embellecer, sin éxito, con el lema de la "fraternidad", ¿sorprende acaso que, de la triple consigna revolucionaria, fuera ésta la más pronto olvidada? En China este individualismo no encaja bien con su tradición milenaria; y sí, en cambio, cuajaron las teorías marxistas, al menos durante un tiempo, debido sin duda a esa sintonía que las hacía familiares al sentir de los intelectuales chinos de principios del siglo XX.

Por último, y en el aspecto formal, lo que llama la atención cuando se lee una obra filosófica china es la aparente incoherencia, o inconexión, de lo que en ella se dice. Nada de discursos elaborados ni de argumentación minuciosa, sino una sucesión de párrafos cortos, que a menudo poco tienen que ver unos con otros (Analectas, Lao zi).

La razón de todo esto es que tales obras no son obras filosóficas formales, por cuanto tampoco sus supuestos autores fueron filósofos de oficio. Se trata de recopilaciones más o menos felices, de sus dichos, de sus cartas a discípulos o amigos, escritas en diferentes épocas, y además a menudo redactadas por diferentes personas.

Aparte del uso bastante generalizado, por parte de los filósofos chinos, de aforismos (Lao zi, que en cierta medida nos recuerda a Heráclito), alusiones, alegorías, apólogías, etc. (Zhuang zi). Incluso obras con cierta sistematización, como las de Mencio o Xun zi, también están plagadas de ejemplos y aforismos.

Pues bien, esa falta de articulación viene compensada por lo sugestivo y sugerente de la expresión literaria. Son como pinceladas o golpes de luz que nos iluminan un territorio desconocido, y no ese encadenamiento silogístico que nos arrastra inermes en una dirección dada. Es decir se leen con mayor libertad creativa, se deja de ser esclavo de las palabras. En el Zhuang zi se dice:

La nasa sirve para coger peces; cogido el pez, olvídate de la nasa. La trampa sirve para cazar conejos; cazado el conejo, olvídate de la trampa.

La palabra sirve para expresar la idea; comprendida la idea, olvídate de la palabra.

¿Cómo podría yo encontrar a un hombre que haya olvidado las palabras, para poder hablar con él.

Semejante negación del discurso lingüístico, o si se quiere afirmación de su vanidad, alcanza su máxima expresión cuando, como más adelante veremos, el Lao zi, al hablar del dao, empieza diciendo que es inefable. En términos parecidos, aunque su sentido último sea algo diferente, se manifestaba el Buda Shakyamuni, cuando comparaba su enseñanza con la balsa que necesitamos usar para cruzar el río, y que abandonamos una vez lo hemos cruzado.

Y luego está, y no es poco, el problema de la traducción, en la que se pierde esa fuerza sugestiva del original, y donde caben a menudo diversas e incluso enfrentadas interpretaciones, sobre todo en ciertos aforismos y fragmentos poco precisos. Hasta tal punto es esto cierto, que los mismos eruditos chinos, a lo largo de los siglos no han cesado de polemizar, presentando lecturas a menudo contradictorias de importantes pasajes de los antiguos clásicos. Bien es verdad que la lengua china clásica se presta a tales polémicas. Aunque, por el mismo juego de la dialéctica, semejante "defecto" ha propiciado al mismo tiempo una rica floración de ideas y ha abierto nuevos caminos al pensamiento.