Extractos - José Manuel Martínez Sánchez

La vacuidad de la mente
Por José Manuel Martínez SánchezLa naturaleza de la meditación se puede comparar a un río que fluye y que nosotros observamos sin tratar de interrumpir su curso, solamente con la atención puesta en ese fluir incesante. Así es la mente, un fluir constante que no ha de ser obstruido. Al iniciar la meditación probablemente sea necesario el esfuerzo de aquietar la mente, como señala Ramana Mahasrhi: «La meditación es iniciada por un esfuerzo consciente de la mente. Cuando tal esfuerzo se apacigua enteramente, se llama samadhi». Quizá, llegar a este punto sea lo más difícil de alcanzar, pero hemos de tener en cuenta que el esfuerzo se disipa por sí solo.
Gendun Rinpoche lo expresa muy bien: «Dejad simplemente que todo el juego ocurra por sí mismo [...] y observad que todo se desvanece y reaparece mágicamente, una y otra vez, eternamente». Así, nos hacemos conscientes de la impermanencia y reconocemos que no somos dueños ―nuestra mente― de ese ir y venir. Tomamos, por así decirlo, una prudente distancia. Como sugiere Mahasrhi: «El esfuerzo es necesario hasta el estado de Realización [...], hasta ese estado de espontaneidad [samadhi], deberá haber esfuerzo en una forma u otra». Para llegar a ese estado, como digo, lo importante es tomar conciencia de que nada podemos hacer, ya que con la meditación aprendemos el cese de todo lo que altera la mente, esto es, el Yo. El Yo, que es quien trata de controlar, se disuelve por completo, la conciencia, una vez liberada, llega a la vacuidad [consciencia]. Kalu Rinpoche dice que «la budeidad es la comprensión de la vacuidad de la propia mente de uno». Pero esta vacuidad no hemos de percibirla en un sentido nihilista, ni mucho menos, esta vacuidad «no está vacía de todas las cosas, es vacuidad en la que todo es conocido con perfecta claridad». Si buscásemos una vacuidad nihilista estaríamos huyendo del Ser, y la meditación es tomar consciencia del Ser, tomar consciencia del sufrimiento, y al tomar consciencia de ello deja de ser ignorancia y se convierte en liberación. Recordemos las palabras sabias del yogui y maestro tántrico de finales del siglo VIII, Saraha: «los necios procuran evitar su sufrimiento, el sabio asume su dolor».
Ramana Mahasrhi recomienda la indagación en el Yo para librarnos de él, afirma que «ignorancia es obstrucción, así que liberarse de la obstrucción es liberarse del Yo». Recomienda que cuando surjan pensamientos hay que hacerse la pregunta: «A quién surgen estos pensamientos?» Y la respuesta es evidente: «A mí». De este modo, Mahasrhi deduce que si a continuación uno se pregunta: «¿Quién soy yo?», «la mente se remonta a su origen y el pensamiento que surgió se aquietará». Este «¿quién soy yo?» nos devuelve al silencio, a la no identificación con nada que nos hable del Yo. Puesto que los pensamientos surgen del Yo, cuando el Yo es interrogado por su identidad una o dos veces ―o las que sean necesarias―, éste queda liberado, puesto que reconocemos que ningún pensamiento nos da la respuesta al «¿quién soy yo?» y así descubrimos que todo pensamiento es obstrucción del Yo, falsa identidad del Ser.
Gendun Rinpoche expone lo siguiente: «Deseando aferrar lo inaferrable, te agotas en vano. En el instante en que abres y relajas ese apretado puño del aferramiento [pensamientos], ahí está el espacio infinito, abierto, seductor y confortable». Es, pues, un estado de la mente que reposa en la vacuidad, atenta y receptiva, que comprende sin intentar comprender, que se libera espontáneamente, cuando comprende que ella misma, la mente, era su propia carcelera. No hay cárcel en la mente sino toda la espaciosidad de su naturaleza. «Nada hay que hacer o deshacer», nos dice Gendun Rinpoche, «nada que forzar, nada que desear, nada falta, [...] todo sucede por sí mismo».
Esa es la llave que nos abre la puerta del dharma, comprender que no somos agentes del fenómeno, sino que el fenómeno surge o se marcha, va y viene, y no se puede forzar sin fluir. De esta manera tomamos conciencia del Ser, sin que el “yo” inquiera y anhele su participación. Porque, como ha escrito Saraha: «Cuando la agitación mental aumenta, el puro despertar disminuye; cuando la agitación mental aumenta, el sufrimiento también crece».
En la meditación no existe itinerario concreto fijado, se llega a ella, incluso, afirma Maharshi, «sin tener la idea de que se está meditando». Como explica este maestro, con la meditación la mente llega sin esfuerzo a «su estado natural de libertad conceptual», donde deja de existir el concepto de “yo” o “mío”.
En todo este proceso mental que es la meditación aprendemos que es no-proceso, no-tiempo, no-dualidad, no-ilusiones, no-ignorancia. Es un estado de apertura no condicionado por nada, es claridad y vacuidad, no aferramiento. Saraha lo expresa también en su formulación negativa: «Lo verdadero está libre de construcciones intelectuales, y la mente verdadera, quieta o activa, es no-mente, y esto es lo supremo, lo más alto entre lo alto, inmaculado.» Como advertimos, la mente alcanza un estado de plena libertad situándose en la esencia de su pureza. Reconocer la vacuidad es no identificarse con la mente, con los apegos, deseos, formas, ilusiones... Saraha nos advierte: «La forma del suceso es vacuidad.» Saraha, pues, nos conduce a la visión de la naturaleza de la mente: su libertad: «¿Qué puede manchar nuestra mente nacarada? Nada puede contaminarla jamás, y jamás podremos ser confinados».
No hay nada que nos sujete a la ilusión de las formas, libres del deseo, en pura armonía con el silencio, no participamos de esta ilusión, sino que la observamos desde la comprensión real de su vacuidad. Esta compresión es directa, libre, no conceptualizada, no motivada, instantánea, natural.
Escuchemos las sabias palabras de Gendun Rinpoche: «Sírvete de esta espaciosidad, de esta libertad y tranquilidad natural. No busques más».