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Extractos - Rupert Spira

La experiencia de ser consciente

Por Rupert Spira
Rupert Spira

Imagínate que le preguntásemos a un inglés, un chino, un ganés y un aborigen australiano, a una persona rica y a otra que vive en la calle, a una sana y a otra enferma, ninguna de las cuales ha oído hablar nunca de la no-dualidad: «¿Eres consciente?». Si entienden la pregunta, todos responderán que sí. Si cualquiera de los siete mil millones de seres humanos que hay en el planeta escuchase la pregunta «¿Eres consciente?», todos ellos se referirían a la misma experiencia, a la experiencia de simplemente ser consciente, y por lo tanto, todos responderían que sí.

La conciencia, o la experiencia de simplemente ser consciente, no le pertenece en exclusiva a un inglés, a un chino, un ganés, un aborigen australiano, a alguien sin hogar o a alguien rico, a alguien sano o a alguien enfermo. No importa cuál pueda ser nuestra nacionalidad, edad, estado de salud, género, riqueza, educación, inteligencia, etc.; la experiencia de simplemente ser consciente es la misma en todos los casos. De hecho, si un perro, una gallina, un pez o una hormiga pudieran entender la pregunta «¿Eres consciente?», también ellos se referirían exactamente a la misma experiencia a la que cada uno de nosotros se refiere al contestar dicha cuestión.

No es únicamente que todos los seres compartamos la misma experiencia de ser conscientes, sino que además cada persona se refiere a la misma experiencia en diferentes momentos de su vida. La experiencia real de ser consciente es siempre la misma cuando tenemos cinco años, diez, veinte, cuarenta o sesenta. La experiencia de ser consciente o la conciencia misma, no está condicionada o determinada por la edad. Además, para cada persona, la experiencia de ser consciente sigue siendo la misma independientemente de qué pensamientos, sentimientos, sensaciones o percepciones estén presentes en cada momento.

Cuando alguien, sea cual sea el estado de su mente o la condición en la que se encuentre su cuerpo, escucha la pregunta «¿Eres consciente?», esta persona hace una pausa. En esa pausa, todos nos referimos directamente a la idéntica experiencia de ser conscientes. La atención de la conciencia es retirada del objeto en el que previamente estaba enfocada y se orienta hacia sí misma, es decir, hacia la experiencia de simplemente ser consciente. Y al hacerlo, todos nos referimos exactamente a la misma experiencia.

Aquí es importante dejar clara la distinción que existe entre similar e igual o lo mismo. En un primer momento, al referirnos a la experiencia de simplemente ser conscientes puede resultar tentador creer que todos nos referimos a una experiencia similar. Ese punto de vista daría a entender que existen conciencias múltiples y similares, una para cada persona o animal. Sin embargo, si hubiese más de una conciencia, cada una de esas conciencias debería tener unas ciertas cualidades objetivas que la distinguiese de todas las demás, cuando lo cierto es que en nuestra experiencia real no encontramos ninguna cualidad objetiva.

El pensamiento cree que la conciencia posee cualidades limitantes, pero tales cualidades jamás se encuentran realmente en la experiencia. Es decir, en la propia experiencia que la conciencia tiene de sí misma, nunca hay ninguna limitación, ninguna frontera, del mismo modo que si el espacio fuese capaz de verse a sí mismo no encontraría ningún límite o frontera en su propio seno.

Cuando los siete mil millones de personas del planeta nos referimos a la experiencia de ser conscientes, todos nos referimos a la misma experiencia. Esto es algo difícil de imaginar si creemos que la conciencia está ubicada dentro del cerebro. Sin embargo, ya hemos visto que la experiencia de ser consciente no posee ninguna de las limitaciones que pertenecen a la mente o al cuerpo. Por lo tanto, en la propia experiencia que la conciencia tiene de sí misma, es ilimitada o infinita, y al ser infinita no puede encontrarse en el tiempo o en el espacio. De hecho, al conocer simplemente la experiencia de ser conscientes, sin darnos cuenta, nos salimos de la mente y el cuerpo, y por lo tanto, salimos también del tiempo y el espacio.

Cuando alguien dirige su atención a la experiencia de simplemente ser consciente y, como resultado, experimenta realmente la experiencia de ser consciente, dicha persona «se dirige hacia» o «entra en contacto con» ese elemento de la experiencia que todos compartimos, o que todos tenemos en común. En ese momento atemporal (atemporal porque no se encuentra en la mente) permanece como uno en la mismísima esencia de la humanidad. Esa es precisamente la experiencia del amor; la experiencia de nuestro ser común.

 

El conocimiento primario y fundamental de la conciencia es el conocimiento de su propio ser, la conciencia de su propia existencia. Se conoce a sí misma antes de conocer cualquier otra cosa. De hecho, la conciencia no puede no ser consciente de sí misma, aunque dicha conciencia de sí misma a veces quede oscurecida u oculta cuando se tiñe o se colorea a sí misma al adoptar la forma de la mente y, como tal, parece conocer algo distinto de su propio ser. Todas las mentes surgen y son una auto-coloración de la misma luz eterna e infinita del puro conocer. El «yo» que está presente en cada uno de nosotros es el mismo «yo», modulándose a sí mismo en y como todas las mentes aparentemente separadas, pero siempre siendo esencialmente el mismo ser indivisible y autoconsciente.

El conocimiento «yo soy» que resplandece en la mente de cada uno de nosotros y que permanece presente en toda la experiencia es la misma luz del puro conocer, refractada en una aparente multiplicidad y diversidad de mentes. Del mismo modo que el espacio presente en todos los edificios es siempre el mismo espacio ilimitado, solo que parece estar dividido en una multiplicidad y diversidad de espacios de diferentes formas y tamaños, así el conocer que resplandece en la mente de cada uno de nosotros es el mismo conocer, solo que parece estar dividido en una multiplicidad y diversidad de mentes al reflejarse en muchos cuerpos distintos.

Cuando pasamos por alto nuestro ser ilimitado y, como resultado, creemos y sentimos ser una conciencia temporal y finita, entonces el amor (el conocimiento de nuestra unidad con todos los seres) queda oculto o velado. Es por esta razón que lo que más deseamos y anhelamos todos los seres aparentemente separados por encima de cualquier otra cosa es el amor. Nuestro deseo de amor proviene de la intuición de nuestro ser común. Es el anhelo que reside en los corazones de todos los seres aparentemente separados de verse despojados de su separación y ser devueltos a su totalidad o unidad original. El amor es la experiencia de esa unidad del ser. Como tal, el amor es la presencia de Dios en el corazón. Es por eso que la mayoría de la gente reconoce que el amor es el significado y el propósito más elevado de la vida.

La mente de cada uno de nosotros tiene acceso a su propia realidad infinita a través de la simple experiencia de ser consciente, del conocimiento «yo soy». La experiencia de ser consciente o el conocimiento «yo soy» es la huella de Dios en la mente. Por lo tanto, ser consciente de ser consciente es al mismo tiempo el portal, el medio y la meta de la búsqueda de la verdad absoluta.

Así, la experiencia de ser consciente (la esencia de la mente) o la sensación «yo soy» (la presencia de Dios en nuestro corazón) no es solo la base o el fundamento de la felicidad o de la plenitud en los individuos, sino que es también la fuente última de paz entre las comunidades y las naciones. De este modo, en la Vía Directa, las dos vías del conocimiento y la devoción encuentran su resolución final: se funden en una y se vuelven indistinguibles.