José Lara Ruiz

Tratado sobre el ser liberado
La no-dualidad del conocedor y lo conocido
Por José Lara Ruiz, 12 de diciembre de 2025Tabla de contenidos
Prólogo - El Silencio como Origen del Texto
Capítulo I – El Ser Perfecto y la Ausencia de Atributos
- El Ser como realidad autosuficiente
- La inexistencia intrínseca de cualidades
- El surgimiento ilusorio de la mente
- El brillo del Ser sin relación ni opuesto
Capítulo II – La Disolución del Conocedor y lo Conocido
- La raíz de la dualidad: el acto de conocer
- Cuando no hay actividad mental: ¿quién conoce?
- El espejismo del objeto y el sujeto
- Vacuidad o plenitud: la paradoja aparente
Capítulo III – Perceptor y Percibido: La Única Presencia
- Los sentidos como movimientos dentro de la Consciencia
- La percepción sin perceptor
- La transparencia del mundo: aparecer sin ser
- El centro que nunca existió
Capítulo IV – El Hacedor y lo Hecho: Desactivación del Yo Operante
- Acción sin actor
- La función automática del cuerpo-mente
- La caída de la responsabilidad personal como identidad
- Libertad más allá de la acción
Capítulo V – Yo y los Otros: El Fin de la Separación
- El nacimiento del «otro» en la imaginación
- La unidad como único hecho
- Relaciones sin alguien que se relacione
- Compasión sin dualidad
Capítulo VI – Yo y el Mundo: La Gran Proyección
- El mundo como experiencia, no como entidad
- La desaparición del espacio y del tiempo en el Ser
- Mundo sin mundo: aparición espontánea
- La quietud que lo sostiene todo
Capítulo VII – Yo y mi Cuerpo: El Organismo Transparente
- El cuerpo como fenómeno percibido
- La ilusión de propiedad: «mi» cuerpo
- Sensaciones sin dueño
- Vida sin identificación
Capítulo VIII – Yo y mi Psique: La Fantasía Interior
- Pensamientos como eventos sin pensador
- El teatro del yo psicológico
- Emociones sin sujeto emocional
- El colapso del narrador interno
Capítulo IX – Más Allá de la Indagación: El Ser que Siempre Ha Sido
- Nada que alcanzar, nada que perder
- El reconocimiento del estado natural
- El fin de la búsqueda espiritual
- La simplicidad suprema
Epílogo – El Silencio como Única Verdad
Prólogo
El Silencio como Origen del Texto
Este tratado nace de un lugar donde nada se mueve, donde no hay pensamiento que iniciar ni palabra que sostener. Surge, paradójicamente, desde un silencio que no conoce autor, desde una claridad que no requiere esfuerzo. Lo que aquí se expresa no es doctrina, ni creencia, ni filosofía; es apenas un intento de apuntar hacia aquello que ya eres, antes de que aparezca cualquier idea de ti mismo.
La indagación sobre el Ser no puede ser comprendida por la mente, porque la mente es precisamente el fenómeno que se disuelve cuando el Ser se reconoce a sí mismo. Sin embargo, mientras la mente continúe apareciendo, puede servir como una herramienta provisional, una especie de reflejo en movimiento que señala lo inmóvil. Las palabras en este libro son de ese tipo: reflejos que no pretenden contener la luz, sino indicar su presencia.
Cuando se dice: «En mi Ser perfecto nada existe», surge la intuición de una verdad profunda: la realidad última es sin forma, sin dualidad, sin separación. Esta intuición no destruye el mundo, pero revela su naturaleza ilusoria; no niega la experiencia, pero muestra su raíz en la Consciencia misma. Todo aquello que consideramos opuestos ―conocedor y conocido, perceptor y percibido, hacedor y hecho― aparece únicamente cuando la actividad mental divide lo indivisible.
Este tratado explora esa división aparente, no para establecer teorías, sino para desactivar la suposición básica que sostiene la ilusión del yo. No se propone convencer, sino recordar. No busca describir la verdad, sino despejar lo que impide verla.
Aquí, cada capítulo es un regreso al mismo punto: la evidencia inmediata del Ser, libre de atributos, ilimitado, siempre presente. Si algo de lo expresado resonara en tu interior, que no sea por su lógica, sino porque señala hacia un reconocimiento directo y silencioso. El verdadero propósito de estas páginas no es impartir conocimiento, sino apuntar hacia el fin del conocedor.
Todo texto místico es, en el fondo, un gesto: un intento de señalar lo que no puede ser dicho. Cuando el gesto se entiende, ya no hace falta la mano que señala. Lo que queda es solo el Ser, sin lector, sin escritor, sin mundo. Un silencio que no es ausencia, sino plenitud sin forma.
Este prólogo, como el resto del tratado, se ofrece para desvanecerse. Lo único que no puede desvanecerse es aquello que eres.