José Lara Ruiz
Tratado sobre el ser liberado
La no-dualidad del conocedor y lo conocido
Por José Lara Ruiz, 12 de Diciembre de 2025Capítulo VII – Yo y mi Cuerpo: El Organismo Transparente
1. El cuerpo como fenómeno percibido
El cuerpo es quizá la identificación más profunda y persistente de todas. Desde temprana edad se nos enseña: «este cuerpo eres tú». Pero cuando se examina con claridad, el cuerpo no es más que un conjunto de sensaciones, imágenes mentales, memorias y percepciones que aparecen en la Consciencia, igual que cualquier otro fenómeno.
Lo que llamas «mi cuerpo» se manifiesta como presión, temperatura, textura, movimiento; como una imagen visual cuando te miras al espejo; como una idea cuando piensas en él. Todas estas apariciones surgen en el mismo espacio consciente donde aparecen los sonidos, el cielo o una emoción.
El cuerpo es percibido. Y si algo es percibido, no puede ser el que percibe. El cuerpo, entonces, no es el sujeto de la experiencia, sino parte de la experiencia misma.
2. La ilusión de propiedad: «mi» cuerpo
La palabra «mi» introduce la creencia en un propietario. Pero ¿dónde está el dueño del cuerpo? ¿Puede encontrarse un «yo» independiente que posea estas sensaciones? Cuando investigas, solo encuentras más sensaciones, pensamientos, emociones. No encuentras un poseedor aparte del flujo.
El sentido de propiedad es una construcción conceptual, un hábito de pensamiento. El mismo mecanismo que dice «mi coche, mi casa» dice también «mi cuerpo». Pero ninguno de estos objetos posee realmente un dueño inherente. El dueño es una suposición, no un hallazgo.
El cuerpo actúa, respira, late, reacciona, se adapta. Todo esto sucede espontáneamente, sin necesitar un propietario. La propiedad es una historia añadida, no un hecho ontológico.
3. Sensaciones sin dueño
Si observas atentamente cualquier sensación corporal ―una pulsación, un cosquilleo, una presión― verás que aparece por sí misma. No la produces, no la controlas, no la eliges. Incluso cuando intentas manipular la sensación, descubres que la intención misma surge espontáneamente.
La sensación aparece, se sostiene un instante y desaparece. No requiere un «yo» que la reciba. Simplemente surge en la Consciencia, igual que un sonido o un pensamiento.
Y al mirar más profundamente, no se encuentra un centro desde el cual las sensaciones se experimenten. Solo hay sensación en la Consciencia, sin alguien dentro del cuerpo que las viva.
En lugar de un cuerpo adentro y un mundo afuera, solo hay apariciones flotando en un mismo campo ilimitado.
4. Vida sin identificación
Cuando la identificación con el cuerpo se debilita, no surge indiferencia ni desapego frío. Más bien aparece una ligereza profunda. El cuerpo es visto como lo que siempre ha sido: un instrumento espontáneo y transitorio dentro de la experiencia, no una cárcel ni una identidad.
La vida continúa: el cuerpo habla, se mueve, trabaja, descansa. Pero ya no hay nadie adentro reclamando autoría. Esto no inhibe la vitalidad; al contrario, la libera.
El cuerpo actúa con mayor naturalidad, libre de tensión psicológica. Ya no es un objeto que defender ni una imagen que preservar.
En la ausencia de identificación, el cuerpo se convierte en un organismo transparente: pleno en su funcionalidad, vacío de yoidad. Como una ola que se percibe a sí misma como el mar, reconoce que su forma es pasajera y que su esencia es ilimitada.
Capítulo VIII – Yo y mi Psique: La Fantasía Interior
1. Pensamientos como eventos sin pensador
La vida psicológica parece surgir desde un centro interno: «mis» pensamientos, «mis» emociones, «mis» deseos. Sin embargo, cuando se mira cuidadosamente la experiencia, los pensamientos aparecen por sí solos. No hay un aviso previo, ni un origen localizable. Simplemente emergen, como burbujas en la superficie de un lago.
No puedes decidir cuál será tu próximo pensamiento. No puedes elegir no pensar. Incluso la intención de controlar la mente es, ella misma, un pensamiento espontáneo.
El pensamiento ocurre. Y el pensamiento que dice «yo pienso» no es diferente de cualquier otro; es solo una frase que surge, sin dueño real detrás.
Cuando esto se ve claramente, la psique pierde su aparente peso. Los pensamientos ya no son comandos, sino fenómenos pasajeros.
2. El teatro del yo psicológico
La psique humana es un teatro en el que se representan historias de identidad: el héroe, la víctima, el culpable, el sabio, el buscador. Cada pensamiento sobre quien crees ser es un personaje momentáneo. Y sin embargo, todos estos personajes surgen y desaparecen en la misma Consciencia que los observa.
El ego psicológico ―ese narrador interno que comenta, juzga, compara y evalúa― no es una entidad continua, sino una secuencia de fragmentos narrativos que aparecen uno tras otro.
Lo que le da la apariencia de continuidad es la memoria, que une escenas aisladas y construye una historia coherente.
Pero cuando se examina la experiencia directa, no hay una historia continua ocurriendo. Hay solo este instante, y en este instante aparece un pensamiento, luego otro, luego otro. No hay personaje estable en ese flujo.
3. Emociones sin sujeto emocional
Las emociones suelen sentirse más personales que los pensamientos. Se experimentan con intensidad y parecen colorear toda la existencia. Pero incluso aquí, la identificación es un añadido mental.
La emoción aparece como una energía en el cuerpo: calor en el pecho, vibración en el estómago, tensión en los músculos. La idea «yo estoy triste» llega después. Lo primero es solo sensación. Lo segundo es interpretación.
El dolor, la alegría, la ira, la ternura: todas son expresiones de la vida surgiendo. Ninguna de ellas pertenece a un «yo». Aparecen en la Consciencia igual que las nubes aparecen en el cielo: sin permiso, sin control, sin dueño.
Cuando se permite que las emociones fluyan sin narrador, pierden rigidez. Se vuelven más ligeras, más sinceras, más transparentes. Ya no son una carga personal, sino movimientos naturales de la vida dentro de ti.
4. El colapso del narrador interno
A medida que se reconoce que ni los pensamientos ni las emociones tienen un dueño, el narrador interno pierde autoridad. Sus comentarios dejan de ser órdenes y se convierten en sonidos mentales sin peso.
El narrador decía: «Esto no debería ser así», «Yo necesito aquello», «Ella me hizo esto», «Mañana debo ser mejor».
Pero al verse que estas frases son solo pensamientos espontáneos sin autor, pierden su capacidad de definir la experiencia.
El colapso del narrador no produce confusión; produce silencio. No un silencio de ausencia, sino un silencio vivido, palpable, que permite que la experiencia sea tal como es, sin la constante interferencia de un yo ficticio.
En ese silencio, la psique deja de ser un laberinto y se convierte en un juego de sombras: apariciones momentáneas que ya no reclaman identidad. Lo que queda es la claridad natural del Ser, libre de historias, libre de conflicto, libre de un centro imaginario.
Capítulo IX – Más Allá de la Indagación: El Ser que Siempre Ha Sido
1. Nada que alcanzar, nada que perder
Toda búsqueda espiritual parte de la idea de que falta algo, de que el Ser está oculto o incompleto. Sin embargo, cuando se reconoce la verdad de la existencia, surge una claridad radical: no hay nada que alcanzar, porque lo que eres ya está completo, perfecto y pleno.
La sensación de carencia surge solo en el pensamiento, que divide el mundo en antes y después, dentro y fuera, yo y algo más. En el nivel del Ser, no hay distancia ni necesidad. Todo lo que alguna vez fue buscado ya es evidente, ahora, aquí.
No hay victoria ni derrota, no hay progreso ni retroceso, porque todo tiempo es simplemente un flujo dentro de la presencia inmutable que siempre ha sido.
2. El reconocimiento del estado natural
El Ser no se gana ni se pierde; simplemente se reconoce. Esta realización no es un logro, sino un retiro de lo que nunca fue. No se añade nada, no se transforma nada; simplemente se ve que nunca ha existido un hacedor ni un obstáculo, ni un yo que deba completarse.
El estado natural del Ser es silencioso, ilimitado, libre de dualidades. Todo pensamiento, emoción o percepción aparece y desaparece en él sin afectarlo. Esta evidencia directa no depende de creencias, prácticas ni disciplina: es inmediata, presente en cada instante.
El reconocimiento del estado natural disuelve la ilusión de esfuerzo. Todo intento de «hacer algo para ser» se revela innecesario, incluso absurdo, frente a la simplicidad de lo que ya eres.
3. El fin de la búsqueda espiritual
La búsqueda espiritual tiene sentido mientras creemos que somos separados, mientras pensamos que falta algo que alcanzar. Cuando esta separación se comprende como ilusión, la búsqueda termina sin que sea necesario «lograr» nada.
No es un abandono ni un fracaso; es el descanso definitivo en aquello que nunca ha estado ausente. Todo camino, todo maestro, todo libro, todo método, se vuelve innecesario para la comprensión esencial. Lo que queda es la evidencia directa del Ser, más allá de sistemas y doctrinas.
El fin de la búsqueda no significa inactividad ni indiferencia; significa vivir desde la totalidad que siempre ha sido, con la espontaneidad de quien nunca ha estado limitado.
4. La simplicidad suprema
El Ser no necesita adornos, nombres, prácticas ni logros. Su naturaleza es completa, silenciosa, clara y sencilla. Esta simplicidad es la raíz de todo lo que aparece, la base de toda experiencia, y la sustancia de lo que nunca aparece.
Desde esta perspectiva, toda complejidad se reconoce como juego de formas temporales. La mente puede seguir moviéndose, la vida puede continuar con su flujo, pero ya no hay división, conflicto ni aspiración.
Lo que eres no ha cambiado, nunca cambiará, y siempre ha sido suficiente. Esta evidencia es silenciosa, inmediata, innegable, y más allá de toda explicación. Aquí concluye la indagación, pero no como cierre, sino como revelación: el Ser que siempre ha sido, que siempre es, y que siempre será.
Epílogo
El Silencio como Única Verdad
Cuando todas las divisiones se disuelven ―conocedor y conocido, hacedor y hecho, yo y otro, yo y mundo, yo y cuerpo, yo y psique― lo que permanece es un silencio absoluto y luminoso. No es vacío, ni ausencia, ni falta. Es plenitud sin forma, presencia sin sujeto, claridad sin objeto.
Las palabras de este tratado, al igual que los pensamientos y emociones que surgen y desaparecen, son solo apariciones en ese campo infinito. No poseen sustancia propia. Pueden servir de guía temporal, pero su finalidad es disolverse. Cuando se cumplen, no dejan rastro.
Lo que queda es la evidencia directa de lo que siempre ha sido: la consciencia pura, ilimitada, completa. No hay nada que añadir, nada que comprender, nada que alcanzar. No hay un yo que lea ni un yo que comprenda. Solo hay presencia, testigo y testimoniado al mismo tiempo, inseparable e inmutable.
El silencio aquí no es ausencia de sonido, sino la revelación de la realidad última. Todo lo que alguna vez apareció ―el mundo, el cuerpo, la mente, las emociones― surge y se desvanece dentro de él, igual que las olas surgen en el océano sin alterar su esencia.
Este silencio es la verdad que no se puede enseñar ni aprender, solo reconocer. Es la libertad que no depende de nada ni de nadie. Es la plenitud que siempre ha sido, que siempre es, que siempre será.
Todo lo demás es solo apariencia. Todo lo demás es solo un juego de formas.
Permanece, entonces, en la claridad de tu propia naturaleza. No hay camino, no hay buscador, no hay meta. Solo hay Ser. Solo hay silencio. Solo hay plenitud.