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José Lara Ruiz

Tratado sobre el ser liberado

La no-dualidad del conocedor y lo conocido

Por José Lara Ruiz, 12 de Diciembre de 2025

Capítulo I – El Ser Perfecto y la Ausencia de Atributos

1. El Ser como realidad autosuficiente

Antes de toda experiencia, antes de todo pensamiento, antes incluso de la sensación de existir como un «yo», hay un trasfondo silencioso que no cambia. Ese trasfondo es el Ser. No es algo que se pueda encontrar como se encuentra un objeto, porque no es un objeto; tampoco puede ser conceptualizado, porque todo concepto aparece dentro de Él. El Ser es lo que permanece cuando todo lo demás fluctúa. Es la base no reconocida de cada instante de la experiencia, aquello que no necesita ser sostenido por nada porque es autosuficiente, completo en sí mismo.

La mente busca definirlo, pero cualquier intento de hacerlo lo convierte en algo distinto de lo que es. No es energía, no es luz, no es vacío, aunque todas estas palabras intenten rozarlo. No es «algo», pero tampoco es «nada». Es la realidad que subyace tanto a la presencia como a la ausencia, lo que permite que el aparecer y desaparecer de todo sea posible.

2. La inexistencia intrínseca de cualidades

Decir que el Ser es perfecto no implica una perfección comparativa, no lo convierte en un ideal frente a imperfecciones. Su perfección radica en la ausencia total de atributos. No puede ser concebido como «grande» o «pequeño», «bueno» o «malo», «pleno» o «vacío». Cualquier cualidad pertenece únicamente al mundo de la percepción, que es relativo y transitorio.

Cuando se afirma que «en mi Ser perfecto nada existe», no se está hablando de una negación literal, sino de la constatación de que en el nivel más profundo no hay cosas separadas, no hay entidades con límites. El Ser no posee características porque las características existen sólo cuando hay multiplicidad, y en el Ser no hay dos.

El Ser, por tanto, no es algo que se pueda mejorar o disminuir. No cambia, no evoluciona, no se deteriora. No tiene historia. Todo cambio pertenece únicamente a la apariencia, a la superficie de la experiencia. En lo profundo, el Ser permanece igual.

3. El surgimiento ilusorio de la mente

La mente aparece como una función dentro de la Consciencia, como un movimiento tan natural como las olas en el mar. No tiene entidad propia, aunque parezca tenerla cuando uno se identifica con sus contenidos. La mente no puede existir sin el Ser, pero el Ser puede y de hecho existe sin la mente.

El surgimiento del pensamiento crea la sensación de un «yo» que observa, decide y conoce. Ese «yo» es una construcción momentánea, una especie de reflejo que toma la posición de protagonista en el escenario de la experiencia. Sin embargo, incluso cuando ese «yo» aparece, su existencia depende completamente del Ser.

Cuando no hay actividad mental ―como en el sueño profundo, en ciertos instantes de silencio, o en la absorción total en la presencia― la dualidad desaparece. No hay conocedor ni conocido, porque la mente que los separa está inactiva. Lo que queda es el Ser, sin forma, sin fronteras, sin división.

4. El brillo del Ser sin relación ni opuesto

Todo lo que la mente conoce depende de relaciones: alto y bajo, luz y sombra, sujeto y objeto. El Ser, en cambio, no está en relación con nada, porque no tiene opuesto. No es lo contrario de la nada, ni lo contrario del mundo. No es una cosa que pueda compararse con otras. Su presencia no es un fenómeno que aparezca en algún lugar o momento.

El Ser no tiene necesidad de manifestarse; simplemente es. Y aun así, por razones que están más allá de cualquier comprensión conceptual, desde ese Ser sin atributos surge espontáneamente la apariencia del mundo, del cuerpo, de la mente y de la experiencia. Esta manifestación no altera al Ser, así como las imágenes en la pantalla no afectan la pantalla misma.

Por eso, cuando la indagación se profundiza, se descubre que la realidad no se encuentra en los objetos de la percepción, sino en aquello que permite su aparición. Ese «permiso» fundamental es el Ser, que permanece igual antes, durante y después de cualquier experiencia.

Capítulo II – La Disolución del Conocedor y lo Conocido

1. La raíz de la dualidad: el acto de conocer

La dualidad no nace del mundo, sino del acto mismo de conocer. En el instante en que surge la cognición ―la impresión «yo conozco esto»― aparece la ilusión de dos polos: un sujeto que conoce y un objeto conocido. Pero antes del surgimiento de este acto, no hay tal división.

En realidad, la separación no es un hecho sino una interpretación. Todo lo que aparece es una única experiencia, indivisa, íntima, inmediata. La mente, al dividirla en observador y observado, crea un escenario donde el yo parece existir como centro.

Sin embargo, ese centro nunca puede ser encontrado. Cuando uno se pregunta con honestidad «¿qué es exactamente el conocedor?», la respuesta no aparece. Sólo se encuentran pensamientos, sensaciones, impulsos; nunca un sujeto separado observándolos.

2. Cuando no hay actividad mental: ¿quién conoce?

En el sueño profundo, en los momentos de absorción o en la presencia silenciosa sin pensamiento, no hay distinción entre conocedor y conocido. Algo es, sin forma, sin límites. Y aunque más tarde la mente diga «yo no estaba», es evidente que la existencia continuaba.

¿Quién conoce en ese estado? Nadie. ¿Qué es conocido? Nada en particular. Y sin embargo, hay Ser. Esto revela una verdad esencial: el acto de conocer no pertenece a un individuo, sino que es un movimiento que surge espontáneamente en la Consciencia misma.

Sin actividad mental, la dualidad se desploma. No desaparece el mundo, sino la interpretación que lo divide.

3. El espejismo del objeto y el sujeto

Cuando un objeto aparece en la percepción, la mente inmediatamente lo convierte en «algo que yo veo». Sin este pensamiento, lo percibido simplemente aparece, sin pertenencia y sin separación. La percepción ocurre por sí sola.

Del mismo modo, lo que llamamos «yo» es también un objeto en la experiencia: sensaciones corporales, imágenes internas, pensamientos de identidad. Todo ello aparece en la misma pantalla de consciencia que el resto del mundo. Nada en esa aparición tiene más «yo-idad» que un árbol, un sonido o una nube.

Así como el espejismo del oasis no convierte la arena en agua, la apariencia del yo no convierte a un fenómeno en un sujeto real. La dualidad es sólo un reflejo que se toma a sí mismo por sustancial.

4. Vacuidad o plenitud: la paradoja aparente

Cuando la mente intenta describir la disolución de la dualidad, suele recurrir a palabras como «vacuidad», «nada», «silencio». Pero estas palabras, aunque útiles, no capturan la plenitud de lo que se señala. Pues lo que se revela cuando el conocedor y lo conocido se desvanecen no es una nada vacía, sino la presencia pura, sin límites, autosuficiente.

Desde la perspectiva del yo, esto puede parecer un vacío. Desde la perspectiva del Ser ―que no es una perspectiva― es una plenitud que no depende de objetos, una totalidad que no requiere contenido.

La ausencia de dualidad no conduce a la inexistencia sino a la realidad más simple y evidente: la presencia que es anterior a toda división.


Capítulo III – Perceptor y Percibido: La Única Presencia

1. Los sentidos como movimientos dentro de la Consciencia

Comúnmente creemos que vemos con los ojos, escuchamos con los oídos y tocamos con la piel. Sin embargo, una investigación profunda revela que los sentidos no son más que patrones de aparición dentro de la misma Consciencia que los percibe. Antes de cualquier interpretación sensorial, solo hay un flujo directo e inmediato de experiencia, sin dueño.

La idea de que «yo percibo» es un añadido posterior. Los colores, sonidos y sensaciones aparecen por sí mismos, espontáneamente y sin un sujeto separado que los reciba. Así como el viento se mueve sin que haya un «viento hacedor», así también la percepción ocurre sin un «perceptor» real detrás.

El cuerpo sensorial es un proceso dentro de la Consciencia, no su marco ni su límite. Todo ocurre allí, en ese campo no localizado donde no hay dentro ni fuera.

2. La percepción sin perceptor

Cuando la mente está en silencio, la percepción continúa. Los sonidos siguen sonando, la luz continúa brillando, las sensaciones corporales permanecen vivas. Esto revela que la percepción no depende de un yo, sino que el yo depende de la percepción para reclamar autoría.

El pensamiento «yo percibo esto» llega siempre después de la percepción misma. Primero aparece el sonido, luego el pensamiento que dice «lo escucho». Este intervalo revela que el pensamiento del yo es un intruso, un narrador que se apropia de lo que no le pertenece.

Sin el narrador, la percepción es pura: un surgir y desaparecer sin historia, sin un centro controlador, sin la tensión de tener que interpretar. Hay ver sin un que ve, escuchar sin un que escucha. La vida fluye sin intermediarios.

3. La transparencia del mundo: aparecer sin ser

El mundo entero aparece como un conjunto de formas, sensaciones y pensamientos que surgen en el espacio ilimitado del Ser. Pero nada de lo que aparece tiene una existencia separada o sólida. Todas las formas son transparentes: no porque carezcan de vivacidad, sino porque no tienen sustancia propia.

La dualidad entre perceptor y percibido depende de la creencia en la solidez de los objetos. Pero cuando se examinan con atención, cada objeto se revela como un instante en transición, una fluctuación sin núcleo, tan efímera como un reflejo en el agua.

Las apariencias tienen validez relativa, pero no realidad independiente. Son como nubes en el cielo: visibles, cambiantes, pero incapaces de afectar al cielo mismo. El Ser es ese cielo: vasto, inalterable, siempre presente.

4. El centro que nunca existió

Si se busca el centro del perceptor ―ese punto donde supuestamente reside el «yo» que percibe― no se encuentra nada. No hay un agente detrás de los ojos, ni una entidad que controle las sensaciones. Lo que se halla es un espacio abierto, un silencio consciente sin forma ni frontera.

Este descubrimiento no es meramente conceptual; es una realización directa que trastoca toda la estructura de la experiencia. Lo que antes parecía un sujeto sólido se revela como una construcción mental sostenida por hábitos de pensamiento.

Nunca hubo un centro. Nunca hubo un observador separado. Solo hay la presencia que es consciente de sí misma sin necesidad de dividirse en perceptor y percibido.

La percepción es la expresión activa de esa presencia; las apariciones, su juego; la ausencia de centro, su libertad.

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© 2025, José Lara Ruiz, biólogo.
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