José Lara Ruiz
Tratado sobre el ser liberado
La no-dualidad del conocedor y lo conocido
Por José Lara Ruiz, 12 de Diciembre de 2025Capítulo IV – El Hacedor y lo Hecho: Desactivación del Yo Operante
1. Acción sin actor
En la vida cotidiana parece indiscutible que existe un «yo» que actúa: un yo que decide, que mueve el cuerpo, que elige palabras, que inicia y termina acciones. Pero cuando se examina el proceso con claridad, se descubre que las acciones ocurren antes de que aparezca la idea de un hacedor. El brazo se mueve, la palabra surge, la decisión emerge, y sólo después aparece el pensamiento «yo lo hice».
El pensamiento del hacedor es un comentario tardío, no una causa. Es como un narrador que se atribuye el mérito de una obra que no escribió. La acción ocurre desde un nivel más profundo, impersonal, espontáneo. El cuerpo y la mente funcionan como un conjunto natural de procesos, igual que un río fluye o un árbol crece.
La sensación de «yo actúo» es solo un hábito mental, no un hecho. La acción no necesita actor para suceder. Sucede porque ese es su modo natural.
2. La función automática del cuerpo-mente
El organismo humano es extraordinariamente complejo y autónomo. Respira sin que nadie lo ordene, digiere sin pedir permiso, piensa sin ser solicitado. La mayoría de las acciones ―la inmensa mayoría― surgen sin intervención consciente. Incluso aquello que creemos elegir deliberadamente suele emerger desde impulsos, condicionamientos, memoria y contextos que no controlamos.
Hasta la más sutil intención aparece espontáneamente. ¿Qué hace surgir un pensamiento? ¿Qué hace surgir un deseo? ¿Qué hace surgir una duda? Ninguna de estas preguntas puede responderlas un «yo», porque el yo mismo es un contenido que aparece dentro del flujo.
Cuando se observa de cerca, lo que llamamos «voluntad personal» es más bien la interpretación de un movimiento natural, no la fuente de él.
3. La caída de la responsabilidad personal como identidad
Comprender la ausencia del hacedor no implica irresponsabilidad en el sentido moral o social. Significa que la identidad basada en el control se disuelve. El peso de ser el gerente permanente de la existencia desaparece. Lo que queda no es pasividad, sino libertad.
La responsabilidad personal como carga ―como obligación de sostener el mundo, de corregirlo, de arreglarse, de justificar cada acción― se evapora. En su lugar surge una responsabilidad natural: la respuesta espontánea de la vida a las circunstancias, sin un yo que se apropie de ella.
La acción adecuada brota sin deliberación forzada, igual que la mano se aparta del fuego sin necesidad de un debate interno. La vida responde a la vida.
4. Libertad más allá de la acción
La verdadera libertad no está en poder elegir entre opciones, sino en descubrir que no hay un yo que elija. Cuando se reconoce esto, el conflicto interno desaparece. La tensión de decidir, la preocupación por acertar, el miedo a equivocarse, todo cae por sí solo.
La libertad no es «yo hago lo que quiero», sino la comprensión profunda de que no hay un yo aparte de la acción misma. La vida se mueve y tú eres ese movimiento, no un agente separado que intenta dirigirlo.
Esta comprensión no destruye el mundo funcional; al contrario, lo vuelve más natural. Las acciones continúan, pero sin el ruido del ego reclamando autoría. El hacer sigue, pero sin hacedor. La vida continúa, pero sin un centro imaginario controlándola.
Y entonces se comprende algo esencial: así como el conocedor y lo conocido se disuelven, el hacedor y lo hecho también se evaporan en la claridad del Ser. Solo queda la acción en su pureza, el movimiento espontáneo de la Consciencia manifestándose a sí misma.
Capítulo V – Yo y los Otros: El Fin de la Separación
1. El nacimiento del «otro» en la imaginación
La noción de «otro» parece tan evidente que rara vez se cuestiona. Desde la infancia, se nos enseña a distinguir entre «yo» y «los demás», como si se tratara de entidades autónomas y claramente separadas. Sin embargo, esta división no surge de la experiencia directa, sino del pensamiento.
La realidad inmediata ―lo que aparece antes de que intervenga la interpretación― es simplemente una unidad de percepción en la que surgen formas, sonidos, rostros, voces. No hay todavía «otros» allí, solo manifestaciones dentro de la Consciencia.
Es el pensamiento el que dice: «ese no soy yo», «ese es otro», «mi interior está aquí, su interior está allá». Con esta simple operación conceptual, la unidad se convierte en multiplicidad.
Pero si se atiende de cerca, el «otro» es tan solo una figura en la experiencia, igual que cualquier sensación interna. Es apariencia en la Consciencia, no una entidad separada de ella.
2. La unidad como único hecho
Si se deja de lado la interpretación mental, lo que queda es una única Presencia donde todo aparece: el cuerpo propio, el cuerpo ajeno, el paisaje, las emociones, las ideas. No hay fronteras ontológicas entre uno y otro fenómeno. La distinción de «uno mismo» es simplemente un patrón recurrente de sensaciones y pensamientos, no un núcleo independiente.
Así como el océano es uno aunque sus olas sean innumerables, la Consciencia es una aunque las apariencias sean diversas. No es que «todos seamos uno» en sentido metafórico; es que la separación nunca ocurrió. La experiencia directa no contiene muros, solo la mente los levanta.
Ver esto no requiere una creencia, sino una observación silenciosa: todo lo que conoces de «otro» es también una aparición en ti. No puedes salir de la Consciencia para verificar que existe una entidad independiente al margen de ella.
3. Relaciones sin alguien que se relacione
Cuando desaparece la ilusión del yo separado, las relaciones humanas se transforman. Ya no son choques de identidades que defienden posiciones, ni intercambios de necesidades, ni juegos de poder. Se convierten en encuentros espontáneos dentro de la única presencia que se expresa a través de formas diferentes.
No hay un «yo» que se relacione con un «tú», sino un único campo manifestándose en dos apariencias complementarias. Las palabras fluyen sin ansiedad, las acciones surgen sin cálculo, el contacto ocurre sin miedo. El amor deja de ser un sentimiento dirigido hacia alguien y se convierte en el reconocimiento íntimo de la unidad.
En este contexto, la empatía no es un esfuerzo, sino la consecuencia natural de saber que lo que aparece como «otro» no es distinto de lo que aparece como «yo».
4. Compasión sin dualidad
La compasión auténtica no nace del sacrificio ni de la obligación moral, sino de la comprensión profunda de que no hay verdadera separación. Cuando el sufrimiento aparece en lo que antes llamabas «otro», se reconoce como un movimiento dentro de la misma Consciencia. No hay distancia emocional que mantener, ni barrera que proteger.
Sin embargo, esta compasión no es sentimentalismo ni fusión emocional. No es una identificación personal, sino un ver claro: «esto también soy yo», no como persona, sino como Ser. Este reconocimiento elimina la indiferencia tanto como la posesividad.
La compasión brota sin «alguien» que sea compasivo.
En la ausencia del yo y del otro, queda solo la presencia viva, respondiendo con naturalidad. Es ahí donde el fin de la separación se revela no como un concepto espiritual, sino como la estructura íntima de la realidad.
Capítulo VI – Yo y el Mundo: La Gran Proyección
1. El mundo como experiencia, no como entidad
El mundo que creemos habitar aparece lleno de objetos, paisajes, personas, sucesos. Parece externo, firme, independiente. Pero si observamos con precisión, descubrimos que este «mundo» solo existe como experiencia inmediata: colores, sonidos, texturas, olores, pensamientos acerca de ellos. Todo lo que llamamos «mundo» está hecho de percepción.
No tenemos acceso a un mundo fuera de la experiencia. Nunca hemos tocado un «mundo real» independiente; solo hemos conocido apariciones en la Consciencia. La mente interpreta estas apariciones como un espacio tridimensional poblado de cosas sólidas, pero esta solidez pertenece únicamente al pensamiento, no a la percepción pura.
El mundo es una imagen viva proyectada en el vasto e invisible campo del Ser.
2. La desaparición del espacio y del tiempo en el Ser
El espacio y el tiempo son las coordenadas que la mente utiliza para organizar la experiencia. Pero no son características del Ser. En la experiencia directa, el ahora es lo único que aparece; el pasado es memoria, el futuro imaginación. El espacio, por su parte, es una construcción mental generada a partir de sensaciones y movimientos.
Cuando la atención se establece en el Ser, el tiempo no tiene continuidad, solo instantes que aparecen y desaparecen. Y el espacio se percibe como una extensión sin dirección, sin distancia real, más semejante a la extensión de un sueño que a la estructura de un universo físico.
En esta claridad, el mundo no desaparece; simplemente pierde su apariencia de realidad independiente y se reconoce como una función dentro del Ser, no como algo ajeno a él.
3. Mundo sin mundo: aparición espontánea
Incluso cuando se comprende que el mundo es una aparición, las apariencias continúan. Las formas surgen, las estaciones cambian, los cuerpos se mueven. Pero ya no se interpretan como entidades separadas, sino como movimientos dentro de la misma presencia luminosa.
Así como un sueño nocturno se despliega en la mente sin que exista un escenario físico, también este «mundo» aparece en la Consciencia sin requerir un soporte externo. No se trata de negar la funcionalidad del universo, sino de ver que su realidad última es experiencial, no material.
La Consciencia no está dentro del mundo; el mundo está dentro de la Consciencia.
4. La quietud que lo sostiene todo
Detrás del flujo constante de impresiones hay una quietud absoluta que nunca cambia. Esta quietud no es inactividad, sino la base silenciosa sobre la cual ocurre toda actividad. No está en un lugar, ni en un momento: es la naturaleza misma del Ser.
Cuando se reconoce esta quietud, se descubre que todo movimiento ―las nubes, los pensamientos, las emociones, los eventos del día― ocurre sin perturbarla. De hecho, el movimiento resalta la quietud, así como las olas revelan la inmensidad del mar.
El mundo, con toda su diversidad y dinamismo, está sostenido por una Presencia inamovible que no necesita esfuerzo para sostenerlo. Esa Presencia eres tú, no como persona, sino como la Consciencia misma en la que todo aparece.