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Artículos - Rupert Spira

Fra Angelico
Fra Angelico - La Anunciación (c. 1437-46)

El nacimiento de la Palabra

Sobre Meister Eckhart y el camino interior hacia la presencia divina

Por Rupert Spira7 de agosto de 2025

María recibe la Palabra no a través del esfuerzo o la imagen, sino en silencio, en la quietud interior. El fresco de Fra Angelico es un eco visual de la enseñanza de Eckhart: lo divino nace en el fondo del alma cuando esta se vuelve pura, receptiva y completamente quieta.


¿Qué significa que Dios nazca en el alma? Para Meister Eckhart, esto no es una metáfora ni una floritura mística, sino el corazón del camino espiritual: un acontecimiento silencioso e interior que tiene lugar más allá del pensamiento, la imagen o el esfuerzo. En su primer sermón, tal y como aparece en Las obras místicas completas de Meister Eckhart (trad. Maurice O'C. Walshe), Eckhart nos invita a apartarnos de las formas externas y a dirigirnos hacia el «centro silencioso» del alma, donde la Palabra eterna se pronuncia en la quietud. Este ensayo explora las profundas implicaciones de esa enseñanza, no como doctrina, sino como una posibilidad viva en lo más profundo de nuestro ser.


¿Qué importa que la luz del sol brille sobre cada colina y cada valle, si mantenemos cerradas las persianas de nuestro corazón? ¿De qué sirve hablar de la verdad o leer sobre lo divino si permanece para siempre fuera de nosotros, algo que se oye pero nunca se conoce, que se admira pero nunca se vive?

Este es el reto que Meister Eckhart nos plantea en su primer sermón: no conformarnos con nobles conceptos de Dios, ni con ecos de la verdad en las Escrituras o la tradición, sino volvernos hacia el interior, hacia el fondo mismo del alma, donde la presencia viva de lo divino siempre está esperando nacer.

La afirmación radical de Eckhart es que el nacimiento eterno del Verbo―lo que el cristianismo llama el Hijo, el Logos divino―no es un acontecimiento pasado en la historia, ni siquiera simbólico, sino una realidad siempre presente que se desarrolla en las profundidades tranquilas y silenciosas de nuestro propio ser. «¿De qué me sirve», pregunta, «que este nacimiento esté ocurriendo siempre, si no ocurre en mí?». (1)

Esto, dice, es lo que importa.

Escuchar tal afirmación es ser llamado hacia el interior, no como un acto de retirada del mundo, sino como un retorno a la fuente de la que surgen tanto el mundo como el yo. No es un alejamiento de la vida, sino un retorno a su corazón. Quien responde a esta llamada no busca simplemente conocer a Dios o imitar la bondad, sino convertirse en el lugar en el que Dios nace de nuevo.

El centro silencioso

Y, sin embargo, este nacimiento no puede ser deseado. No puede lograrse mediante el esfuerzo ni invocarse con el pensamiento. No ocurre en los poderes del alma―sus pensamientos, sentimientos, voluntad o imaginación―sino en la esencia del alma, su fondo más íntimo, que Eckhart describe como un «centro silencioso», ajeno a las imágenes y a las criaturas. «Nadie puede tocar el fondo del alma», dice, «excepto Dios».

Lo que él dice aquí no es exclusivo de la tradición cristiana.

En el lenguaje del Vedanta Advaita, es el atman, el núcleo silencioso y sin forma del yo, desconocido para la mente, pero conocido solo por sí mismo. En el sufismo, es el Sirr, el corazón secreto del alma en el que solo Dios habita. La mente no puede entrar allí; solo Dios conoce a Dios en ese lugar sin lugar, el corazón de tu corazón. Como dice Balyani: «Nadie lo ve excepto Él mismo, nadie lo alcanza excepto Él mismo y nadie lo conoce excepto Él mismo. Se conoce a sí mismo a través de sí mismo y se ve a sí mismo por medio de sí mismo. Nadie más que Él lo ve». (2)

En el budismo, es la mente no nacida, vacía de contenido pero luminosa por naturaleza. En el lenguaje moderno de la no-dualidad, podríamos hablar de ella como conciencia pura―silenciosa, presente, abierta, sin forma ni límite.

Es aquí, en este espacio sin palabras, donde lo divino habla, no con sonido, sino con presencia. No con ideas, sino con el ser. Y lo que se dice no es información, sino transformación: el alma se convierte en lo que la Palabra es. «En medio del silencio», dice Eckhart, «se pronunció dentro de mí una palabra secreta». Y en otra parte: «Él viene como un ladrón, con la intención de robar todas las cosas del alma»―toda imagen de sí mismo, todo esfuerzo, toda resistencia―para que solo quede lo divino.

Silencio y rendición

Esto puede parecer abstracto, incluso austero. Pero para aquellos que han experimentado este silencio, no hay nada frío ni distante en él. Al contrario, es el lugar de la intimidad más profunda, del verdadero regreso a casa. Es el punto en el que el anhelo del alma y la naturaleza de Dios se revelan como uno y lo mismo. «Hay en él más que en todo el conocimiento y la comprensión», escribe Eckhart. «Aunque pueda llamarse nesciencia, desconocimiento, hay en él más que en todo el conocimiento».

Lo que quiere decir es que el conocimiento más elevado no es la acumulación de hechos o teología, sino el abandono de todo lo que nos separa de lo Real. El alma debe vaciarse para llenarse. Debe callarse para escuchar. Debe convertirse en nada para convertirse en todo.

Este proceso no es de adquisición, sino de desprendimiento. No es alcanzar algo nuevo, sino rendirse a lo que siempre ha sido. «Si tan solo pudieras dejar de ser consciente de todas las cosas», escribe Eckhart, «entonces podrías pasar al olvido de todas las cosas y de ti mismo». Este olvido no es aniquilación, sino revelación―el desvanecimiento de la ilusión, de modo que lo único que queda es lo verdadero. Como dice Rumi: «Sé como la nieve que se derrite; lávate de ti mismo». (3)

Para que el alma reciba el nacimiento de la Palabra, debe estar en silencio. No es el silencio de la pasividad o la inercia, sino el de una apertura radical, libre de imágenes, ideas y agendas. Cuanto más se olvida, más se acerca uno. Cuanto más se rinde uno, más recibe. «El logro más noble en esta vida», dice Eckhart, «es estar en silencio y dejar que Dios trabaje y hable en tu interior».

El nacimiento de la palabra

Esta enseñanza contrasta radicalmente con el espíritu moderno del esfuerzo, la superación personal y el dominio conceptual. Incluso la idea de alcanzar la iluminación es un malentendido. Desde este punto de vista, la iluminación no es algo que se adquiere, sino lo que queda cuando todo lo demás desaparece.

En un mundo que valora la actividad y el control, Eckhart nos invita a un silencio que no es vacío, sino pleno; no es inerte, sino vivo. Es un silencio en el que los límites del yo se disuelven y lo divino ya no está en otra parte, sino aquí, dentro, como lo que somos.

Para Eckhart, lo divino no es algo que se añade al alma, como si se tratara de la unión de dos cosas. Como dice Balyani, es «unión sin unión, cercanía sin cercanía y distancia sin distancia» (4). Es el reconocimiento de que la esencia del alma y la naturaleza de Dios no son dos cosas distintas.

El nacimiento de la Palabra no es una unión, sino una revelación, un levantamiento del velo, el descubrimiento de lo que siempre ha sido verdad.

Hay en esto una profunda humildad y una profunda liberación. No hay nada que alcanzar, porque todo está ya presente. No hay nada que buscar, porque el buscador y lo buscado son uno. Y, sin embargo, todo depende de nuestra voluntad de aquietarnos interiormente, de salir del ruido del pensamiento y entrar en el terreno sin fundamento del que surgen tanto el pensamiento como el mundo.

No se trata de un viaje en el tiempo, sino de un giro de la atención desde lo exterior hacia lo interior, desde la mente hacia el corazón, desde lo conocido hacia lo desconocido en lo que todo es conocido. No es la acumulación de experiencias espirituales lo que prepara al alma para este nacimiento, sino su rendición.

No es lo que hacemos, sino lo que permitimos.

Y lo que permitimos es esto: que Dios no está en otro lugar; que la luz que buscamos no está en algún cielo lejano o en un logro futuro, sino que ya está presente en el centro silencioso de nuestro ser, brillando tranquila pero intensamente como nuestro propio ser.

Deja que pronuncie la Palabra en ti. Deja que nazca donde no queda nada más.

Deja que se cuele silenciosamente, como un ladrón, y te quite todo lo que no eres, hasta que solo quede la verdad. Hasta que la Palabra ya no sea algo que oyes, sino algo que eres.

El sol sigue brillando. Nosotros decidimos si abrimos las persianas.

Notas:
  1. Todas las citas de Meister Eckhart que aparecen en este artículo proceden de The Complete Mystical Works of Meister Eckhart, traducido por Maurice O’C Walshe (Herder & Herder, 2009).
  2. Awhad al-din Balyani, Know Yourself: An Explanation of the Oneness of Being, trad. Cecilia Twinch (Beshara Publications, 2011).
  3. Jalal al-Din Muhammad Rumi, trad. Coleman Barks, «Be Melting Snow», en The Essential Rumi (Nueva York: HarperCollins, 2004). Nota: Esta cita se atribuye ampliamente a Rumi, aunque la redacción exacta puede variar según las traducciones.
  4. Balyani, Know Yourself, trad. Twinch.