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Extractos - P. Raymond Stewart

La verdadera humildad

Por P. Raymond Stewart

No soy yo el importante,
sino el Espíritu único que habita en mí.

Es un gran error creer que yo podría ser mejor que tú. En verdad, esto es absolutamente imposible. Esencialmente, espiritualmente, todos somos iguales. Por esta razón, todos los seres auto-realizados son muy humildes. Si te sientes en algún sentido superior a otro, es una clara señal de que no estás viendo las cosas correctamente. No estás viendo con los ojos del Alma.

 
Tú eres Dios

El orgullo es la marca registrada del ego. La verdadera humildad es la marca registrada del maestro espiritual. En cuanto persona separada, no podemos pretender poseer nada ni reivindicar ningún logro, ya que todo viene de la omnisciencia y la omnipotencia del único Ser. Esto es lo que el maestro ha comprendido y la razón por la cual es tan humilde. Por lo tanto, hazlo todo con humildad. Porque la humildad derrota al ego. La humildad disuelve todos los límites. La simple pasividad y modestia no sirven. Tiene que ser una verdadera humildad, una humildad en la que te liberas de todos esos pensamientos que te separan de los demás y que te dicen que eres mejor, más fuerte o más poderoso que otra persona.

La verdadera humildad se produce cuando te desprendes psicológicamente de todo lo que pensabas que era tuyo: ideas, posesiones, deseos, temores...; todos los apegos se disuelven ante la irradiación infinita del único Ser. Reconoces que todo está incluido en el único Ser, la Presencia del "Yo Soy" que es Todo lo que existe. Liberarte del orgullo implica comprender que tu identidad personal no es más que una fachada y que en esencia eres una Presencia Divina. Por este motivo, no hay nada a qué aferrarse ni nada a lo que aspirar. Tú ya eres e incluyes Todas las cosas. En la conciencia de Dios no hay aislamientos ni comparaciones. Todo se comparte; nada está oculto, ya que no hay nada que necesite ser protegido mediante imposturas.

Para experimentar rápidamente la humildad, podrías hacer algo que la mente considere típicamente bochornoso y, en lugar de sentirte inferior, reírte de la incapacidad de este hecho para afectar a tu verdadero ser. Después, anda y haz algo grandioso o generoso ―cualquier cosa que te haga sentir mejor que los demás o que te permita sobresalir en algo―. Entonces recuérdate a ti mismo que todos tus esfuerzos por ser moralmente superior, más fuerte, o mejor que los demás también son en vano. Lo que pienses de ti mismo o lo que cualquiera piense de ti jamás aumentará o disminuirá tu verdadero valor.

 

¿Qué podrían hacer los demás para ser más que tú? ¿Qué podrías hacer tú para ser un poco mejor que los demás? Con nuestros esfuerzos por ser mejores de lo que ya somos y mejores que los demás, sólo probamos hasta qué punto hemos olvidado algo muy importante. No podemos ir más allá que nadie. Lo único que podemos hacer es ir más allá de nuestra identificación exclusiva con el cuerpo. Ésta es la creencia que debemos trascender. La identificación exclusiva con nuestro cuerpo nos lleva a creer que somos seres separados. Cuando nos desprendamos de todos esos condicionamientos que nos hablan de separación ―de todo aquello que necesitamos para sobrevivir, para tener éxito, para ser felices, para ser amados― el yo podrá por fin reunirse con la realidad primordial. Esta realidad básica a la que volvemos cuando nos desprendemos del ego y sus mañas es la realidad en la que somos Dios.

No un dios.
El Dios.
Hay un solo Dios, y es el único Ser.
El único Ser que vive en cada uno de nosotros.

No somos todas esas cosas que parecen diferenciarnos o separarnos de los demás. Esa capa superficial de yo ―el ego― es lo que nos impide experimentar nuestra verdadera naturaleza. Creemos necesitar una mayor conciencia y una mayor espiritualidad para alcanzar la divinidad, pero esto sólo sirve para reforzar nuestra creencia de que estamos separados de Dios. Lo único que tenemos que hacer para experimentar la única Presencia es disolver la imagen de nosotros mismos que ha sido creada por el ego. Es en la quietud donde tomamos conciencia de nuestra presencia interior, una presencia que puede ser experimentada como personal pero que es universal. Juan no es el Único Dios; sin embargo, el Único Dios está en Juan. Porque "Yo Soy el camino" y no "tú eres el camino".

 

La persona que crees ser y tus esfuerzos por mantener y realzar esa identidad son exactamente lo que te impiden experimentar lo que en realidad eres ―algo que ya es perfecto y completo―. Éste ha sido un mensaje difícil de difundir. Como los humildes ―en el caso de que decidan hablar― no hablan a gritos, muchas veces no se los escucha.

En verdad, si una mano que surge de las nubes nos pudiese mostrar el mejor camino a seguir o si una persona que materialice objetos de la nada nos sirviese realmente para evocar la autorrealización, eso sería lo que el único Ser usaría para guiarnos. Sin embargo, nada de esto serviría. Sólo reforzaría nuestra sensación de separación. Si un hombre vestido de blanco bajase directamente del cielo para hablarnos de la santidad interior, es posible que le prestásemos atención a sus enseñanzas, pero acabaríamos adorándolo como alguien separado de nosotros. La mejor forma para que el Espíritu traiga paz a la tierra es que un mensajero nazca entre nosotros, viva como cualquier ser humano, alcance su autorrealización, y que sea un ejemplo para los demás. Por eso te tenemos a ti. Ése es tu objetivo espiritual.

Está claro que tienes raíces humildes. ¿De qué otra forma podrías tener algo en común con los demás? Tu pasado, lleno de errores, no niega tu divinidad, sino que te permite comprender mejor a los demás y sentir una mayor compasión por ellos. También te hace más accesible. Así que no seas duro contigo mismo por ser humano.

La identificación con el ego te aparta de Dios. El sabio Sai Baba dijo una vez: "Dios es igual a hombre menos ego". El que tiene menos ego tiene más Espíritu. Aun si aceptas esto, lo más probable es que tengas miedo de renunciar a tu ego. Ves la disolución del ego como tu propia muerte porque has vivido con la creencia de que el falso ego eres tú. Puedes estar tranquilo. La muerte de tu verdadero yo es imposible. Esa muerte no puede ocurrir. No puedes perder tu verdadero Yo: sólo volver a recordarlo. Entonces descubrirás que aquello que considerabas tu identidad no es más que una minúscula parte de tu magnificencia.

 

El ego anhela la seguridad. El corazón insiste en que avanzar es el único camino hacia la verdadera libertad. Es irónico que afirmemos desear la iluminación espiritual, pero que no estemos dispuestos a desprendernos de nuestra identificación con el ego. Es justamente nuestra insistencia en aferrarnos al ego lo que nos impide experimentar a Dios. Esto es lo que las tragedias dramáticas intentan enseñarnos: después de que el ego se sale con la suya ―después del orgullo― viene la caída. Para evitar la tragedia, abandona al ego. Entrégate a la benevolencia del Único Ser. Deja caer el orgullo, para que no caigas tú. Este es el fin del drama humano, todas esas "historias" ficticias que han sido creadas por nuestra percepción de la separación.

Ha sido divertido interpretar nuestros heroicos papeles, aunque hoy en día muchos de nosotros ya estemos cansados de hacerlo. Podemos elegir dejar de fingir. Dejar de fingir que no somos la presencia encarnada del único Ser. Es nuestra elección ―acerca de nuestra verdadera identidad.

Fin de la historia.

Comienzo de la paz.