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Extractos - Paul Brunton

Misterio

Una visión de la Realidad Absoluta

Por Paul Brunton

En La India Secreta (A search in secret India) el autor narra sus viajes a través de la India, viviendo entre yoguis, místicos y gurús, algunos de los cuales consideró convincentes, y otros no. Finalmente, en Arunachala encuentra la paz y la tranquilidad que se obtienen con el autoconocimiento cuando conoce y estudia con el gran sabio indio Sri Ramana Maharshi [ Dos de sus diálogos pueden leerse aquí ]. A continuación el autor narra la expansión de consciencia que experimentó cuando se encontraba en presencia del Maharshi.

 

Mi pluma quisiera seguir descubriendo algo de la vida de este lugar, poner por escrito mis numerosas conversaciones con el Maharishi, pero ya es hora de terminar esta crónica.

Lo observo atentamente y poco a poco llego a ver en él al hijo de un remoto pasado, cuando el descubrimiento de la verdad espiritual no valía menos que hoy una mina de oro. Con creciente intensidad empiezo a comprender que en este tranquilo y casi desconocido rincón del sur de la península he encontrado uno de los últimos superhombres espirituales de la India. La serena figura de este sabio de la antigüedad me acerca a las personalidades legendarias de los antiguos rishis de este país. Se comprende que permanezca oculta la faceta más importante de este hombre. Se me escapa la parte profunda de su alma, cuya carga de rica sabiduría se presiente. A veces todavía permanece curiosamente lejano, otras veces la bondadosa bendición de su gracia interior me liga a él con cadenas de acero. Aprendo a someterme al enigma de su personalidad y a aceptarlo tal como lo encuentro. Pero si humanamente hablando está bien aislado contra los contactos del exterior, quienquiera sea el descubridor del necesario hilo de Ariadna puede recorrer el sendero interno que conduce al contacto espiritual con él. Aprecio muchísimo su simplicidad y su modestia, aunque existe a su alrededor una atmósfera de auténtica grandeza, perceptible casi, pues no pretende poseer poderes ocultos y conocimientos hierofánticos para impresionar a sus compatriotas, tan propensos a lo misterioso, y carece completamente de cualquier pretensión, resistiendo enérgicamente toda tentativa que trate de canonizarlo en vida.

Me parece que la existencia de hombres como el Maharishi asegura la continuidad a través de la historia de un mensaje divino que llega de regiones inaccesibles a la mayoría de nosotros. Además, según mi entender, debe aceptarse esto: ese sabio viene a revelarnos algo, no a discutir con nosotros. En todo caso, sus enseñanzas me atraen poderosamente por su actitud personal y la práctica de sus métodos que, cuando se han entendido, pueden considerarse científicos. No introduce ningún poder sobrenatural y no exige ninguna ciega fe religiosa. La sublime espiritualidad de la atmósfera del Maharishi, la auto-investigación racional de su filosofía, encuentran un débil eco en el templo de Arunachala. Raramente aparece en sus labios la voz «Dios». Evita las obscuras y debatidas aguas de la magia donde han terminado por naufragar muchos viajes plenos de promesas. Simplemente, expone un camino de auto-análisis que puede practicarse, prescindiendo de cualquier teoría o creencia antigua o moderna del que lo practica, camino que conduce finalmente al hombre a comprenderse verdaderamente a sí mismo.

Prosigo este método de auto-despojo esforzándome por llegar al ser puro total. Muchas veces me doy cuenta de que la mente del Maharishi imparte algo a la mía aunque no se crucen palabras entre nosotros. La sombra del inminente viaje pende sobre mis esfuerzos, a pesar de lo cual prolongo mi estadía hasta que el empeoramiento de mi salud introduce un nuevo elemento en la cuestión y acelera la irrevocable decisión de partir. Aquella profunda urgencia interior que me condujo hasta aquí ha producido la voluntad necesaria para superar las quejas de un cuerpo enfermo y cansado, de un cerebro agotado, y para aguantar la residencia en esta atmósfera cálida en la que no sopla una brisa. Pero a la larga no se puede derrotar a la naturaleza y antes de que transcurra algún tiempo un grave quebranto amenaza seriamente mi salud. En lo espiritual, mi vida se acerca a su más elevada cumbre, pero, ¡extraña paradoja!, en lo físico se desliza hacia el punto más bajo a que pueda haber llegado hasta ahora. Durante unas pocas horas, antes de producirse la experiencia culminante de mis entrevistas con el Maharishi, empiezo a tener violentos temblores y a sudar anormalmente, todo lo cual anuncia una fiebre.

Vuelvo velozmente de una exploración de los santuarios por lo general vedados del gran templo y entro en la sala cuando ha transcurrido más de la mitad de la meditación de la tarde. Me tiro silenciosamente al suelo e inmediatamente adopto la postura acostumbrada para la meditación. En unos pocos segundos me repongo y llevo todos mis errantes pensamientos a un fuerte centro. Al cerrar los ojos se produce una intensa interiorización de la conciencia.

Ramana Maharshi

La figura del Maharishi sentado en su diván flota ante los ojos de mi espíritu. Siguiendo las instrucciones recibidas tantas veces, trato de atravesar la imagen mental, pasando a aquello que carece de forma, su ser real, su naturaleza interior, su alma. Con gran sorpresa de mi parte, el esfuerzo tiene un éxito casi instantáneo y la imagen desaparece otra vez, dejándome solamente el sentido, percibido intensamente, de su presencia íntima.

En los últimos tiempos se ha iniciado la desaparición de las cuestiones mentales que caracterizaron la mayor parte de mis primeras meditaciones. He interrogado repetidamente mi conciencia, pasando revista a las sensaciones físicas, emocionales y mentales, pero las abandoné eventualmente, descontento en mi búsqueda del yo. Apliqué entonces la atención de la conciencia a su propio centro, tratando de darme cuenta de su lugar de origen. Llega entonces el momento supremo. En aquella concentración de paz, retirada la mente en sí misma, el mundo familiar de cada uno empieza a desaparecer en la vaguedad de sombras. Por un tiempo, uno está rodeado al parecer por la pura nada, habiendo llegado a una especie de muro mental sin puertas. La atención ha de mantenerse fija tan intensamente como sea posible. Pero, ¡qué difícil es abandonar la descansada satisfacción de nuestra vida superficial y dirigir la mente hacia dentro, concentrándola sobre un punto del tamaño de un alfiler!

Esta noche llego como un relámpago hasta allí, combatiendo apenas una escaramuza con la continua secuencia de ideas que generalmente anuncian su llegada. Alguna fuerza nueva y poderosa entra en acción dinámica dentro de mi mundo interior y me conduce hacia dentro con velocidad irresistible. Ha pasado la primera batalla importante, casi sin un golpe, y a su alta tensión sucede un sentimiento placentero, feliz y tranquilizador.

En la próxima etapa me encuentro separado del intelecto, teniendo conciencia de su actividad, aunque una voz interior me advierte que es sólo un instrumento. Observo esas ideas con una prescindencia sobrenatural. El poder de pensar, que hasta ahora fue una cuestión de simple y vulgar orgullo, se convierte en una cosa de la que debo escapar, pues percibo con asombrosa claridad que he sido su inconsciente esclavo. Sigue el repentino deseo de colocarse fuera del intelecto y ser simplemente. Me interesa buscar en un lugar más profundo que el pensamiento. Quiero saber lo que sentiría si me librara de la constante esclavitud del cerebro, pero deseo hacer eso en estado de vigilia, con toda mi atención despierta.

Es bastante extraño poder ser capaz de echarse a un lado y observar el trabajo del propio cerebro como si fuera de otro, ver cómo se producen y mueren las ideas, pero es aún más extraño comprender instintivamente que se está a punto de penetrar en los más recónditos recesos del alma del hombre. Me siento como un nuevo Colón a punto de desembarcar en una tierra desconocida, no registrada en los mapas. Un sentimiento de expectativa perfectamente dominado y subyugado me procura una tranquila e intensa emoción.

Pero, ¿cómo podrá divorciarse el hombre de la antiquísima tiranía del pensamiento? Recuerdo que el Maharishi nunca sugirió que intentara detener forzadamente la actividad pensante. «Descubra el origen del pensamiento», es su repetido consejo, «vigile la manifestación del verdadero yo, pues entonces sus ideas morirán por sí mismas». Siento haberme remontado al origen de las ideas, abandono entonces la actitud poderosamente positiva que ha conducido mi atención hasta este punto y me entrego a una pasividad completa, manteniendo, sin embargo, una actitud resuelta de vigilancia como la de una serpiente sobre su presa.

Esta equilibrada condición reina hasta que descubro cuán correcto es el consejo del sabio. Las ondas del pensamiento empiezan a disminuir naturalmente. El funcionamiento del sentido lógico-racional desciende hasta el punto cero. Se apodera de mí la más extraña sensación que jamás haya experimentado. El tiempo parece vacilar vertiginosamente, mientras las antenas de mi intuición, rápidamente desarrolladas, empiezan a extenderse hacia lo desconocido. Ya no oigo, siento o recuerdo las percepciones de mis sentidos corporales. Sé que en cualquier momento estaré fuera de las cosas, en el mismo borde del secreto del mundo…

Finalmente eso ocurre. Las ideas se apagan como una vela cuya luz se extingue de un soplo. El intelecto se retira a su verdadero lugar, es decir, la conciencia funciona sin que la molesten los pensamientos. Comprendo lo que he sospechado durante mucho tiempo, y la confiada afirmación del Maharishi: el alma se origina en una fuente trascendental. El cerebro se encuentra en un estado de suspensión completa, como ocurre en el sueño profundo, sin la pérdida de la conciencia. Permanezco perfectamente calmo y me doy completa cuenta de quién soy y de mi actuación. Pero mi percepción sobrepasa los estrechos límites de la personalidad única: se ha convertido en algo que de sublime manera lo abraza todo. El yo todavía existe pero ha cambiado, trocándose en algo radiante, inmediatamente superior a la personalidad carente de importancia que era yo; algún ser más profundo, más divino, adquiere conciencia y se convierte en mí. Llega con él un notable y nuevo sentido de libertad absoluta, pues el pensamiento es como una lanzadera que va de acá para allá, y liberarse de sus tiránicos movimientos equivale a escapar de una prisión y salir al aire libre.

Me encuentro fuera del límite de la conciencia del mundo. Desaparece el planeta cuya hospitalidad he gozado hasta ahora. Me encuentro en el centro de un océano de deslumbradora luz. Siento, no se puede llamar pensar a eso, que ella es la materia original de la que se crearon los mundos, el estado primitivo de la materia. Se extiende a lo lejos hacia el indescriptible espacio infinito y posee una increíble vitalidad.

Como un rayo, percibo el sentido de este misterioso drama universal que tiene por escenario el espacio, volviendo después al punto primitivo de mi ser. Yo, el nuevo, descanso en el seno de una santa bendición. He bebido la copa platónica de Lete, y han desaparecido completamente las amargas memorias del ayer y las ansiosas preocupaciones del mañana. He alcanzado una libertad divina y una felicidad casi indescriptible. Mis brazos encierran toda la creación con intensa simpatía, pues entiendo de la manera más profunda posible que comprender no sólo significa perdonarlo todo, sino amarlo todo. Mi corazón se remodela en puro arrobamiento.