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Extractos - Juan Carlos Savater

Una puerta siempre abierta

Por Juan Carlos Savater
Juan Carlos Savater

Nuestra certeza de ser es como una puerta abierta. Hacia un lado nos remite a nuestro "yo soy tal individuo en este mundo" y, hacia el otro, tras el incierto umbral del simplemente "soy", se despliega, más allá, lo ilimitado y lo inefable. Pero la puerta siempre está totalmente abierta y, a un lado y a otro, sólo hay un único y mismo espacio continuo. Como el espacio circunscrito a la habitación se abre también ilimitado al jardín, al cielo y a las montañas; esta certeza de ser, que me modela a mí y al mundo, es también plenitud, que incluye tanto todo lo creado como lo increado.

Por tanto, el pequeño y limitado espacio convencional de este lado de la puerta y el espacio total que se abre hacia el otro, no se excluyen ni oponen. Es un solo y mismo espacio, no dos. Somos ya ese espacio ilimitado y estamos ya completos. En este sentido, puede decirse que la verdadera dimensión de esta innata certeza de ser, de esta pura consciencia, que es nuestra verdadera naturaleza, no pertenece a este mundo.

Las olas son sólo mar, aunque, el mar no es sólo olas. Lo infinito no se opone a lo finito, sino que lo incluye. Lo eterno no se opone al tiempo, sino que lo incluye.

Hacia este lado de la puerta abierta está nuestra comprensión y, hacia el otro ese puro comprender, o puro conocer, que realmente Somos y que sustenta todas nuestras otras, limitadas y condicionadas, comprensiones. Un solo espacio también, un solo Conocer o una sola certeza que, en su verdadera dimensión, ni puede ni necesita ser "traducida" o "filtrada" por el pensamiento.

Hacia este lado de la puerta, surgen todo tipo de emociones y de anhelos provocados por un incontenible amor a mí mismo y a mi dicha, en todas sus variantes y relaciones y, hacia el otro lado, continúa el espacio total que sustenta y da vida a todos esos afanes y todas esas dichas limitadas. Un solo espacio continuo, que es también amor y dicha sin causa, o paz, si preferimos llamarlo así.

En nuestra existencia como individuos, esta certeza de ser se despliega también como un sinfín de acciones que, en última instancia, surgen del puro amor por ser y de la pura dicha de ser, y por diversos caminos (incluso los quebrados caminos de los miedos y los pesares que proyectamos sobre el mundo) tienden siempre hacia la consumación de esa satisfacción y esa plenitud original e innata, de ese espacio ilimitado que es lo que Somos. Una causa última que nos atrae, tras todas las apariencias.

De igual manera que la aparente dualidad entre yo y el mundo realmente no es un obstáculo para nuestra certeza de ser, porque podemos llegar a ver con lucidez que ambos surgen y desaparecen en ella; tampoco verdaderamente la dualidad, con todos sus sueños de alienación, puede interponerse ante este amor o esta plenitud esenciales. Así como la certeza de ser es algo siempre evidente, aun a pesar de ser aparentemente nublada o distorsionada por el pensamiento, esta plenitud innata a la que me refiero, en última instancia, sólo puede ser también aparentemente ocultada. Esa plenitud, aunque no siempre seamos capaces de verlo, no es ajena a nosotros y, por tanto, nunca nos abandona. Incluso en nuestras peores adversidades, también estamos íntimamente iluminados y amparados por ella.

En los momentos felices ―o simplemente cuando no está presente ningún tipo de ansiedad, confusión o pesar― de manera natural, estamos en paz y no nos encontramos separados de la totalidad que somos. Tanto en la felicidad como en el sencillo bienestar que supone una ausencia temporal de adversidad, existe siempre una vivencia clara de unidad. Da igual que esta unidad sea con una situación, con una persona o con algo que deseábamos y finalmente hemos logrado.... en esos momentos, aunque sea por unos instantes, el pensamiento olvida los aparentes límites del yo-mundo y, como en el símil de la puerta abierta, descansamos naturalmente en este espacio ilimitado que Somos.