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Extractos - Ken Wilber

Ken Wilber

El Ser Trascendente

(Primera Parte)
Por Ken Wilber

¿Cómo ser consciente del ser trascendente?

Lo primero a observar son las señales que, en términos generales, distinguen al ser trascendente: es un centro y una expansión de conciencia que se separa creativamente de la mente, el cuerpo, las emociones, pensamientos y sentimientos de la persona. De modo que, quien quiera empezar a intuir ese ser trascendente que todos llevamos dentro, pero que nos excede ―del nosotros que no es nosotros―, puede proceder de la siguiente manera:

Empezar lentamente a recitar en silencio, para uno mismo, lo que sigue, procurando darse cuenta lo más vívidamente posible de la importancia de cada uno de los siguientes enunciados:

Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo. Puedo ver y sentir mi cuerpo, y lo que se puede ver y sentir no es el auténtico Ser que ve. Mi cuerpo puede estar cansado o excitado, enfermo o sano, sentirse ligero o pesado, pero nada de eso tiene que ver con mi yo interior. Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo.

Tengo deseos, pero no soy mis deseos. Puedo conocer mis deseos, pero lo que se puede conocer no es el auténtico Conocedor. Los deseos van y vienen, flotan en mi conciencia, pero no afectan a mi yo interior. Tengo deseos, pero no soy mis deseos.

Tengo emociones, pero no soy mis emociones. Puedo percibir y sentir mis emociones, y lo que se puede percibir y sentir no es el auténtico Perceptor. Las emociones pasan a través de mí, pero no afectan a mi yo interior. Tengo emociones, pero no soy mis emociones.

Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos. Puedo conocer e intuir mis pensamientos y lo que puede ser conocido no es el auténtico Conocedor. Los pensamientos vienen a mí y luego me abandonan, pero no afectan a mi yo interior. Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos.

Hecho esto ―que puede repetir cuantas veces quiera―, uno afirma lo más concretamente posible: Soy lo que permanece, un puro centro de percepción consciente, un testigo inmóvil de todos estos pensamientos, emociones, sentimientos y deseos.

Si se persiste en este tipo de ejercicio, el entendimiento que lleva implícito se agudizará, y uno empezará a advertir cambios fundamentales en su sensación de sí mismo. Es posible, por ejemplo, que empiece entonces a intuir una profunda sensación interior de libertad, ligereza, soltura y estabilidad. Esa fuente, ese "centro del ciclón", mantendrá su serena lucidez aun en medio de los furiosos vientos de la angustia y del sufrimiento que suelen desatarse a su alrededor. El descubrimiento de este testigo central se asemeja a alejarse de las olas que barren la superficie del océano para sumirse en sus tranquilas y seguras profundidades. Al principio, quizá no se llegue a descender muy por debajo de las agitadas aguas de la emoción, pero con persistencia es posible obtener la capacidad de sumergirse en las profundidades del alma hasta que, tendido en el fondo, mirar atentamente y con tranquilo desapego el torbellino en el que antes nos tenía inmovilizados.

El testigo transpersonal

No estoy hablando aquí de la pura conciencia de unidad, sino tan sólo del ser o testigo transpersonal. En la conciencia de unidad, hasta el mismo testigo transpersonal acaba disolviéndose en lo atestiguado. Pero antes de que tal cosa pueda ocurrir es necesario descubrir el testigo transpersonal, que entonces actúa como una especie de "trampolín" que facilita el salto a la conciencia de unidad. Y sólo es posible acceder a ese testigo transpersonal desidentificándonos y, de ese modo, trascendiendo todos los objetos concretos, ya sean mentales, emocionales o físicos.

En la medida en que, efectivamente, se dé cuenta de que no es, por ejemplo, sus angustias, éstas dejarán de ser una amenaza para usted. Aun cuando la angustia se haga presente, ya no le abrumará, porque ya no estará exclusivamente atado a ella, ya no la corteja, ni la combate, ni le opone resistencia, ni escapa de ella. De la manera más radical, la angustia se acepta totalmente, dejándola hacer lo que quiera. Usted no tiene nada que perder, ni nada que ganar, con su presencia o ausencia, puesto que se limita a contemplar su paso.

Así pues, cualquier emoción, sensación, idea, recuerdo o vivencia que le perturbe a uno es, simplemente, algo con lo que se ha identificado de manera exclusiva, y para poner fin a la perturbación es necesario des-identificarse de ese algo. En una palabra, deje que todo eso se desprenda de usted al darse cuenta de que nada de eso es usted: puesto que puede verlas, esas cosas no pueden ser el auténtico Ser que ve, el Sujeto. Y como no son su verdadero ser, no hay razón para que se identifique con ellas, se aferre a ellas o se deje esclavizar por ellas.

Lentamente, con suavidad, a medida que prosiga con esta terapia de des-identificación, quizá descubra que la totalidad de su ser individual (persona, ego, centauro (1)), que hasta ahora se había esforzado por entender y proteger, empieza a volverse transparente y a desprenderse. No es que suceda exactamente así y se encuentre flotando, desencarnado, por el espacio. Más bien empieza a sentir que lo que acontece a su ser personal ―sus deseos, esperanzas, preferencias, rechazos― no llega a ser cuestión de vida o muerte, porque dentro de usted hay un ser más profundo y más básico, a quien no afectan estas fluctuaciones periféricas, estas oleadas superficiales, que provocan gran conmoción, pero son poco consistentes.

Así, en un nivel personal, el conjunto de su mente y su cuerpo puede sufrir dolor, humillación o miedo; pero mientras usted se mantenga como testigo de todo ello, como si lo viera desde lo alto, nada de eso le amenaza, de modo que ya no se siente movido a manipularlo, combatirlo o someterlo. Como está dispuesto a ser testigo de lo que le ocurre, a mirarlo con imparcialidad, puede trascenderlo. Como escribió santo Tomás: Aquello que conoce ciertas cosas no puede tener en su propia naturaleza ninguna de ellas. Así, si el ojo fuese de color rojo, no sería capaz de percibir los objetos rojos. Puede ver el rojo porque es transparente o sin rojo. De la misma manera, basta con que podamos observar nuestros sufrimientos, ser testigo de ellos, para sentirnos desprendidos, libres del torbellino del cual somos testigos. Eso interior que siente dolor, no conoce, en sí mismo, el dolor; eso que siente miedo no sabe lo que es miedo; eso que percibe la tensión está libre de tensiones. Ser testigo de estos estados es trascenderlos. Ya no pueden atacarle por la espalda porque está mirándolos de frente.

Conciencia sin elección

Así, a medida que empezamos a establecer contacto con el testigo transpersonal, comenzamos a abandonar nuestros problemas, ansiedades y preocupaciones puramente personales. De hecho (y aquí se encuentra la clave de la mayoría de las terapias de la banda transpersonal), ni siquiera intentamos resolver nuestros problemas y aflicciones, tal como seguramente lo haríamos en los niveles de la persona, del ego o del centauro. Pues aquí nuestra única preocupación es observar nuestras aflicciones personales, darnos cuenta de ellas simple o inocentemente, sin juzgarlas, evitarlas, dramatizarlas, actuar sobre ellas ni justificarlas. A medida que surge un sentimiento o una tendencia, nos convertimos en sus testigos. Si surge una aversión hacia ese sentimiento, somos testigos de eso. Si la aversión nos provoca a su vez aversión somos testigos de eso mismo. Nada hay que hacer, pero si surge un hacer, lo presenciamos. Permanecemos en una conciencia sin elección en medio de todas las aflicciones. Esto sólo es posible cuando entendemos que ninguna de ellas constituye nuestro ser verdadero. En tanto sigamos apegados a ellas habrá un esfuerzo por manipularlas, por más sutil que sea. Al entender que no son el centro ni el ser, ya no insultamos a nuestras aflicciones, no clamamos contra ellas ni las tomamos a mal, no intentamos rechazarlas ni nos complacemos en ellas. Cada cosa que hacemos por resolver una aflicción no hace más que reforzar la ilusión de que somos precisamente esa aflicción. Por eso, en última instancia, el intento de escapar de nuestras aflicciones no hace más que perpetuarlas. Lo que tanto nos perturba no es lo que nos aflige, sino el apego que le tenemos. Nos identificamos con lo que nos aflige, y ahí radica la verdadera dificultad.

Sea como un espejo

En vez de luchar contra lo que nos aflige, simplemente asumimos hacia ello la inocencia de una desprendida imparcialidad. A los sabios y los místicos les gusta equiparar esta condición de testigos a la de un espejo. Reflejamos cualquier sensación o pensamiento que surja, sin adherimos ni rechazarlos, de la misma manera que un espejo refleja, perfecta e imparcialmente, cualquier cosa que pase ante él. Como dice Chuang Tse: El hombre perfecto emplea su mente como un espejo, que nada aferra ni a nada se niega; recibe, pero no conserva.

Si de alguna manera consigue alcanzar este tipo de presencia desprendida (lo cual exige tiempo), podrá considerar los sucesos que ocurren en el conjunto de su mente y su cuerpo con la misma imparcialidad con que contemplaría las nubes que pasan flotando por el cielo, el agua que se precipita en un torrente, la lluvia sobre el tejado o cualquier otro objeto que apareciese en su campo perceptual. En otras palabras, su relación con el conjunto de su mente y su cuerpo llega a ser lo mismo que su relación con todos los demás objetos. Hasta ahora, ha venido usando el conjunto de su mente y su cuerpo como algo con lo cual mira el mundo. Por eso se apegó íntimamente a ellos y se ató a su limitada perspectiva. Al identificarse en exclusiva con ellos, se encontró ligado y esclavizado a sus problemas, sus dolores y aflicciones. Pero al mirarlos con persistencia se da cuenta de que son meros objetos de la conciencia; de hecho, objetos del testigo transpersonal. Tengo mente, cuerpo y emociones, pero no soy mente, cuerpo y emociones.

Notas:
  1. Wilber denomina Centauro a la unificación o integración de la mente y el cuerpo en una unidad de orden superior simbolizando con ello la fusión ―no la identidad― entre la mente y el cuerpo.
Fuente: Ken Wilber. La conciencia sin fronterass (Kairós, 2008)