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Extractos - John Levy

La Naturaleza del Hombre según el Vedanta

por John Levy

Cuarta Parte:  Amor a Sí mismo

XXIX. Deseos, Sensaciones y el Testigo

1. Los objetos de deseo

Por un objeto de deseo, me refiero a cualquier cosa que pueda de alguna manera satisfacer la apetencia. Puede ser, por ejemplo, un objeto sensorial, una cadena o confluencia particular de eventos, la solución a un problema intelectual (1), o incluso el impulso de realizar la no-dualidad. Puede ser igualmente la evitación o prevención de algo que se teme o no gusta: entonces (el objeto) es llamado un objeto de aversión, pero eso es sólo la otra cara de la moneda. Y ambos tipos de objetos pueden ser definibles o indefinibles.

2. La Paz ― el objeto último de cada deseo

Cada vez que tenemos la noción de una existencia individual, siempre hay algo que deseamos: y el deseo es atendido con agitación. Siendo cerebral, esta agitación evita lo que se lama paz de la mente. Pero en el momento en que te encuentras con algo actualmente deseable, la agitación (o la posibilidad latente de agitación) desaparece y disfrutamos de tranquilidad. De ello se desprende que la paz es el objetivo final, aunque no siempre el objeto aparente, de cada deseo.

3. El proceso de disfrutar

Supongamos que yo experimento la mezcla de sensaciones y sentimientos asociados con la idea de hambre, supongamos también que tomo alimentos y que esta necesidad particular es satisfecha: precisamente en ese momento, estoy sin deseo. A continuación sigue una sensación de satisfacción. Y tarde o temprano, debido a la identificación con el cuerpo, atribuiré la causa de esta sensación a la comida.

Ahora bien, no se puede negar que el cuerpo y los sentidos han quedado satisfechos: pero ¿tenía yo razón en pensar que la sensación de satisfacción, a diferencia del placer sensorial, fue causada por lo que comí? Tomando la cuestión más generalmente, a veces antes y siempre después del resultado feliz o infeliz de un deseo, (2) tenemos diferentes sensaciones. ¿Cuál, en su caso, es la relación entre estas sensaciones y el objeto deseado?

4. El análisis de la sensación

En nuestro examen del sueño profundo (III, 2 a, b y c) vimos que su paz o felicidad característica no depende de ninguna manera del disfrute de los objetos, porque en el sueño profundo no hay experiencia objetiva y estamos fundidos en la no-dualidad. Siempre que nos encontramos con un objeto deseado, es lo mismo. Precisamente en el momento de su consecución, la agitación (o la agitación potencial) causada por el deseo se calma, y somos reabsorbidos en el sí mismo (self) cuya naturaleza es la felicidad o la paz, y el objeto se desvanece. Esta aprehensión inmediata de la no-dualidad se manifiesta sólo después en las sensaciones agradables que experimentamos: no pueden haber sido causadas por el objeto, pues no había ningún objeto en ese estado no-dual. Si las personas comunes no reconocen esta aprehensión inmediata de la no-dualidad, es por la misma razón que no reconocen el intervalo entre dos pensamientos (III, 7).

Cuando, por el contrario, un objeto deseado no aparece, o su aparición no ha logrado satisfacernos, tenemos sentimientos desagradables. Los tenemos porque el deseo no ha sido apaciguado según la costumbre o la promesa y la agitación continua, haciendo que la aprehensión directa de la no-dualidad sea imposible. Es esta falta de cumplimiento lo que llega a expresarse en dolor, ira, frustración y similares.

5. Las sensaciones y el Testigo

Aunque las sensaciones pueden coincidir con el resultado real o probable de un deseo, apuntan siempre al sí mismo siempre presente, sin deseo, y no a cualquier objeto. Las sensaciones son los objetos de la consciencia y yo soy su testigo. Los sentidos, de acuerdo con sus propias leyes y mi temperamento particular, seguirán buscando el placer y evitando el dolor, siempre y cuando el cuerpo continúe. Pero sabiendo que yo (mismo) soy el testigo de las sensaciones como de las percepciones, ya no tendré ningún apego al deseo y la aversión. Estaré en paz conmigo mismo.

6. Realización y Renuncia

Sólo cuando un buscador está dotado con el único y totalmente absorbente deseo de la realización de la verdad última, puede superar todos los obstáculos, sea cual sea su naturaleza. El deseo y la aversión se cree, con razón, que están en el fondo de cada obstáculo en el camino de la realización espiritual. Esto conduce a menudo a que las personas equivocadas o intelectualmente débiles quieran suprimirlos. Pero ningún intento de sofocar el deseo y la aversión restringiendo los sentidos puede, por sí mismo, conducir a la realización. La realización emerge como resultado de la sustitución de la ignorancia por el conocimiento y no mediante la sustitución de un modo de vida por otro.

Sin embargo, la mayoría de los buscadores no actúan con moderación, cada uno lo hace a su propia manera y espontáneamente: se descubrirá que el cultivo de placer sensorial e intelectual dificulta el cultivo del conocimiento metafísico. Esto responde a la posible crítica, de que lo que se ha dicho puede resultar peligroso para los aspirantes que son débiles de mente o inmaduros. El peligro consiste en la actitud: "Soy un principio consciente que no tiene nada en común con los sentidos: yo soy su testigo, así que ¡déjalos libres!" Nadie que piense así estaría en condiciones de seguir este método, que, como ya se ha observado, está destinado a aquellas almas maduras cuya única finalidad es la eliminación de la oscuridad y la incertidumbre.

7. Conclusión: El anhelo de felicidad

Todos quieren felicidad. La felicidad está siempre presente como el sí mismo. Ignorando esto, los hombres comunes buscan la felicidad por medio de los objetos. Cualquiera que sea la paz de la que disfrutan debe depender del azar, excepto cuando viene de forma pasiva como en un sueño. En cualquier caso, no puede perdurar.

Las personas bien intencionadas, por otra parte, que no tienen más que un indicio de la verdad, se inclinan a menudo por la renuncia al mundo con la esperanza de encontrar la felicidad incondicionada a la que aspiran ― y ellos también nunca la encontrarán de manera duradera, porque mientras no renuncien al cuerpo dejando de identificarse con él, no pueden elevarse por encima del deseo y la aversión. La paz duradera se encuentra sólo cuando el deseo y la aversión han sido adecuadamente situados, es decir, cuando se sabe que pertenecen al ego y no al sí mismo. El ego, como hemos visto, es el resultado de la identificación errónea del sí mismo y el cuerpo. Y no puede haber una paz irreversible hasta que el ego, o yo-pensamiento, sea visto como lo que es, a saber, una simple idea, un mal hábito, y el objeto de la consciencia. Por lo tanto la felicidad y el la auto-conocimiento van de la mano.

 

XXX. Amor a Sí Mismo

1. El amor a Sí mismo ― el origen de todas las acciones

El objetivo de toda actividad humana es la felicidad, y la felicidad es la naturaleza misma del sí mismo. Por lo tanto todas las acciones son la expresión del amor a sí mismo (self-love). Esto será evidente en la medida en que se refiere a nuestras actividades privadas ― puede que no sea evidente cuando actuamos para ayudar a los demás. La dificultad, en su caso, puede ser verbal o convencional: por amor a sí mismo, normalmente nos referimos al interés propio, o al egoísmo, mientras que yo utilizo la expresión para denotar nuestro deseo innato de paz y felicidad duraderas. Desde el punto de vista de la ética, el deseo de ayudar a los demás es ciertamente menos egoísta que el deseo de complacer nuestros propios pequeños yoes (sí mismos). Desde el punto de vista de la verdad, tanto el deseo de complacer a nosotros mismos como el deseo de ayudar a los demás, incluso a costa de sacrificios personales, procede de un motivo común, independientemente de la mayor o menor virtud implicada. El motivo detrás de las dos líneas de conducta es la perspectiva de la felicidad (3). De ello se desprende que el amor a sí mismo es la única fuente de toda acción, entre las que se debe contar la inacción voluntaria.

2. Sobre ayudar a los demás

Cualquier persona que tiene por objeto la realización espiritual debe estar dispuesto a renunciar a todos los intentos sistemáticos de ayudar a los demás, incluso a riesgo de ser llamado egoísta (4). Exceder voluntariamente las responsabilidades sociales y personales exigidas por las normas de comportamiento civilizadas sólo podría ser una disipación en el caso de uno cuyo objetivo es la realización de la verdad. Al alcanzar su fin, sin embargo, no puede menos que ayudar de manera espontánea a todos aquellos con los que entra en contacto, ya sea social o espiritualmente, o ambos juntos, y ya sea de forma activa o pasiva, de acuerdo con su temperamento (5). Sin embargo, "no hay una ley definitiva de cómo una persona debe actuar cuando desciende del estado de existencia trascendental, porque su conducta está dirigida por la inclinación natural de su mente y las fuerzas de su medio ambiente" (6). Es, por supuesto, sólo desde el punto de vista del espectador que tal ser "desciende": desde su propio punto de vista, no puede haber ninguna desviación de la no-dualidad.

Notas:
  1. No hay que olvidar que el dualismo de mente y materia es irreal, a excepción desde el punto de vista de alguien que se identifica con el cuerpo.
  2. A menos que, por supuesto, estemos tan extasiados, ya sea de alegría o tristeza, como para "perder la conciencia", en cuyo caso el estado sin deseo dura más de lo normal, el cerebro ha sido temporal o fatalmente entumecido.
  3. Cf. la canción popular: "Quiero ser feliz, pero no puedo ser feliz", hasta que te vea feliz también!"
  4. Véase el artículo del autor, "Dios ayuda a quien se ayuda a sí mismo", Hibbert Journal, abril de 1955.
  5. En este sentido, me tomo la libertad de citar un verso de The Pleasaunce of the Self del venerable Sri Atmananda a quien el autor de este trabajo debe todo, traducido del malayalam por el fallecido Lewis Thomson, existiendo sólo en manuscrito:
    "En mi deseo de complacer a los demás perdí mi centro. Después de encontrarlo perdiéndome a mí mismo en el néctar del océano de la gracia del Maestro, estoy establecido en complacer a los demás. Así que he obtenido la tranquilidad perfecta". (Del poema, "Recollections of the Freeman".)
  6. "Commentary of the Bhagavad-Gita", de Madusudhan Saraswati, citado en el admirable libro de Mahendranath Sircar, The System of Vedantic Thought and Culture (Universidad de Calcuta, 1925).
Fuente: John Levy. The Nature of Man according to the Vedanta