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Extractos - Keith Dowman

Los Bardos desde el Dzogchen

Introducción

Por Keith Dowman
Los Bardos desde el Dzogchen

Este comentario sobre los bardos está hecho desde la perspectiva del yogui dzogchen que ha realizado la naturaleza de la mente y experimenta los bardos como variaciones sobre el tema de estar aquí-y-ahora. En la visión dzogchen, necesitamos mantener una integridad completa y total en lo que experimentamos en el momento ― la integridad completa y total es una traducción alternativa de Dzokpa Chembo (Dzogchen), la “Gran Perfección”. En esta condición no hay nada que hacer ni ningún lugar al que ir. No hay una escalera de logros que subir. Ya estamos allí y parece que siempre fue así; la diferencia es que se conoce por la conciencia básica no dual que no permite “mejor” o “peor”, ni “superior” o “inferior”, sino simplemente la apreciación plena de lo que es. Conoce el momento como perfecto en sí mismo y las distinciones de color y forma como meros reflejos o manifestaciones de esa perfección. Los “bardos” son variaciones de ese tema de la perfección y su descripción aquí es una celebración poética de esas variantes.

El dzogchen en sí mismo no es un bardo. El dzogchen es el aquí-y-ahora absoluto e inmutable. Pero los bardos pueden surgir dentro de él, al aparecer no como fracciones del tiempo lineal, sino como dimensiones de atemporalidad. De este modo, toda experiencia se clasifica en términos de “bardo” y siempre experimentamos uno u otro de los cuatro bardos: no existe nada más que el bardo. El bardo es, por lo tanto, un espacio intermedio, estrictamente temporal. El dzogchen no es un bardo y, sin embargo, todo lo que conocemos es el bardo: ¿cómo resolver esta paradoja de la dualidad en la unidad? La vida es una paradoja: se vive como el absoluto no dual en el aquí-y-ahora y, sin embargo, la conocemos intelectualmente como experiencia relativa dualista.

Ahora podemos examinar estos bardos de forma secuencial, a lo largo del tiempo, tal como se presentan en el manuscrito original del ritual tibetano, pero este método pervierte la manera en que se conocen de manera experiencial. En la medida en que todos son acontecimientos momentáneos dentro del aquí-y-ahora atemporal, se conciben mejor como niveles de experiencia, cada uno oculto dentro del anterior, como las muñecas matryoshkas rusas. Esta metáfora, sin embargo, debe indicar un reconocimiento interno como una totalidad de cada experiencia, como un momento completo y perfecto de la realidad no dual, como “el universo en un grano de arena”. De hecho, los bardos no son tanto experiencias separadas como diferentes experiencias internas de la misma realidad no dual.

En el orden convencional de los cuatro bardos, la descripción de nuestra experiencia cotidiana en el mundo viene en primer lugar. De este modo, la fantasía dualista e ilusoria samsárica en la que experimentamos las formas de los seis tipos de existencia en la rueda de la vida es la base, el primer bardo. Al separarnos de éste, dejando atrás las limitaciones de la corporeidad -y quizás alcanzando la visión desapegada de ser-en-el-mundo de la que hablan algunas personas en la experiencia de después de la muerte y la unificación de los polos de la dualidad- es el segundo bardo. El tercer bardo es la experiencia de la luz clara en la que la información sensorial se conoce en términos de visión búdica, que es unitaria, no objetivable, El cuarto bardo es un retorno a la visión dualista del mundo, pero que conserva la intuición no dual, también conocida como “tierra pura”.

El orden de los bardos, desde el bardo natural al bardo del morir, al bardo de la realidad y, finalmente, al bardo del devenir, puede alterarse si se entienden como un proceso causal, temporal, o como las muñecas rusas. Cuando se toma la experiencia de la trascendencia, el bardo del morir, como una metáfora de la experiencia iniciática primaria, entonces la conciencia iluminada del bardo natural es el fruto, el cuarto bardo, donde la actividad del bodhisattva es la expresión natural.

Si utilizamos el orden estándar con la experiencia en el mundo como primer bardo, es posible una correlación aproximada de estos cuatro bardos con las cuatro visiones togal. El primer bardo conlleva la realización de la naturaleza de la mente y la iluminación literal en la que las esferas sensoriales, en particular la esfera visual, se impregnan de luz; en el segundo, el bardo del morir, las huellas kármicas se integran y se disuelven; en el tercero, se conoce la incipiente experiencia no dual del bardo, experiencia que se expresa o comunica sólo en términos de las 100 deidades pacíficas y airadas; y en el cuarto, al resistir el renacimiento mientras se trabaja por el bien de todos los seres, estamos de vuelta en el mundo en la realidad búdica.

Todo en la experiencia humana está incluido en esta imagen cuádruple de la realidad no dual. El nivel temporal exotérico, está dividido en cuatro partes, cuatro bardos. El bardo del sueño, sin embargo, se incorpora al bardo natural y el bardo del samadhi es un nombre alternativo para el bardo del morir.

Es notable que en el bardo natural domina la conciencia dos-en-uno: lo absoluto y lo relativo están separados, pero son unitarios. En el bardo del morir, se produce la disolución de esa conciencia dual en la unidad pura. En el bardo de la realidad sólo hay una conciencia unitaria. En el bardo del devenir reaparece la conciencia dos-en-uno.

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La metáfora del bardo la creó, al menos la formuló, Karma Lingpa como revelación de un tesoro (terma) en el siglo XIV la cual no se había desarrollado como una visión integral en la India. Fue como si el Tíbet hubiera estado esperando esta revelación porque rápidamente se impuso en todo el mundo de habla tibetana modificada e incorporada como liturgia en el ritual de los muertos, y así ha permanecido. Además, al anticiparse a los tropos racionalistas de Lama Tsongkhapa en el siglo XV y posteriores, sirvió de antídoto contra ellos. Ha llegado al mundo angloparlante como el Libro tibetano de los muertos, traducido originalmente por el lama sikkimés Kazi Dawa Samdrup y el teósofo W. Y. Evans-Wentz en la década de 1930. Este notable texto con un título engañoso se presentaba literalmente como un ritual para los muertos que se recitaba durante los ritos funerarios.

El libro de texto de Timothy Leary, Ralph Metzner y Richard Alpert (Ram Dass), The Psychedelic Experience: A Manual Based on The Tibetan Book of the Dead, publicado a principios de los años 60, fue un antídoto y un correctivo a esa interpretación exotérica. La suposición de que los bardos debían ser inducidos químicamente desvirtuaba la revelación tibetana original, sin embargo, el texto aparecía como una guía en y a través de la experiencia psicodélica multidimensional e innumerables psiconautas se vieron beneficiados y su experiencia del despertar iluminada.

La traducción de Chogyam Trungpa y Francesca Freemantle finalmente estableció el texto como capaz de diferentes interpretaciones según la capacidad y predisposición del lector. Como texto del dzogchen radical, debe entenderse como una guía -como una revelación y descripción literaria- de aspectos de la experiencia no dual. Sin embargo, la traducción del Bardo Thodol realizada por el fallecido erudito yogui escocés Gyurme Dorje incluye todo el ciclo y debería considerarse la edición definitiva en inglés.

Aunque el Bardo Thodol tiene una función importante en el ritual de la muerte, acaso más para aliviar la ansiedad de los allegados en el funeral que para cumplir cualquier función positiva para el muerto, es esencialmente una obra de arte. Sin embargo, es indudable que puede funcionar como una herramienta para despejar el miasma samsárico y revelar la naturaleza esencial e intrínseca de la mente. Simplemente al escuchar una descripción existencial acertada de nuestro estado ilusorio de ansiedad y confusión podemos darnos cuenta de la perfección natural del aquí-y-ahora. Si puede refrendar la máxima primaria del dzogchen de que “no hay que hacer nada”, y certificar que en un estado de reflexión vacía cualquier cosa que ocurra es perfecta tal y como es, es un texto inestimable. O, más bien, para expresarlo de forma más tradicional, comprender y experimentar la perfección intrínseca de la rueda de la vida que conduce a la liberación de la rueda del renacimiento samsárico hacia el nirvana perfecto.

Sin embargo, todas las ediciones de la literatura del Bardo adolecen de la tendencia endémica de los comentaristas occidentales a asumir que empezamos desde fuera mirando hacia dentro, adoptando la postura del no iniciado que accede a la experiencia del bardo desde la ignorancia. Esto puede ser una expresión de aqueos que al final de un largo camino han llegado a su meta sin saber lo que les espera. El camino gradual exige, por definición, una atención plena en cualquier etapa del camino que se haya alcanzado, siendo la palabra “etapa” indicativa de una experiencia parcial y temporal. El punto de vista dzogchen requiere un reconocimiento completo e intensivo de la totalidad del potencial humano y ese potencial incluye los cuatro bardos. Aquí entonces, en el peor de los casos, miramos hacia fuera desde dentro, mientras que, en el mejor de los casos, no hay interior ni exterior, ni principio ni final, ni gradual ni inmediato, sólo una fantasmagoría cambiante de momentos completos.