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Extractos - Steve Taylor

Liberación mental

Liberarse de los apegos psicológicos

Por Steve Taylor

¿Cuál es la principal fuente de la felicidad en tu vida? ¿Intentas encontrar la felicidad comprando y poseyendo bienes materiales o acumulando riqueza o estatus? ¿Obtienes la felicidad de sustancias como la comida o el alcohol o de dispositivos electrónicos que te proporcionan entretenimiento? ¿Es tu felicidad un proyecto futuro de esperanzas y ambiciones o un subproducto de tu trabajo, que te hace sentir productivo y útil? ¿O tu felicidad proviene de creencias religiosas o políticas que aportan cohesión a tu vida y te proporcionan propósito y significado?

Para la mayoría de nosotros, la felicidad es condicional. Procede de fuentes externas y depende de ellas. Está claro que no hay nada de malo en disfrutar entretenimientos y placeres ni en tener ambiciones o creencias. Pero si tu felicidad proviene únicamente de fuentes externas, siempre es frágil e inestable. Puede alterarse fácilmente cuando cambian las condiciones externas. Además, las fuentes externas de la felicidad hacen que nos desviemos de la fuente de bienestar más satisfactoria y confiable, que es interna: no una condición inestable del mundo, sino una condición natural del ser.

Las fuentes externas de la felicidad están estrechamente ligadas a la identidad. Además de brindarnos placer y satisfacción, nuestras posesiones, roles, logros y ambiciones nos dan la sensación de que somos alguien. Podemos demostrar que existimos porque tenemos una identidad como mecánico, maestro o autor, o porque nos hemos etiquetado a nosotros mismos como cristianos, musulmanes, cienciólogos o republicanos. Podemos señalar que nuestras posesiones y logros son una prueba más de nuestra importancia. De forma más continuada, el estatus y el éxito generan respeto por parte de los demás, lo que también nos recuerda que existimos.

Dependemos tanto de todos estos identificadores que cuando nos los quitan (cosa que sucederá, tarde o temprano) el efecto suele ser devastador. Cuando perdemos posesiones, éxito o belleza física, o cuando nuestras esperanzas y creencias se revelan como ilusiones, o cuando perdemos nuestros roles profesionales o familiares, sufrimos golpes traumáticos y aplastantes que nos conducen a la depresión o a crisis nerviosas. Sin estas condiciones externas, nuestra felicidad se evapora y nuestra identidad se desmorona. Nos sentimos deprimidos, vacíos y expuestos, ya no estamos seguros de quiénes somos.

Alguien despierto no extrae su identidad ni su bienestar del éxito ni de posesiones ni ambiciones. No da importancia a ser rico o admirado por sus logros. No le preocupa especialmente su apariencia física. Es posible que sea físicamente atractivo, que haya alcanzado algún grado de éxito o estatus, o que tenga roles profesionales o familiares fuertes. Sin embargo, su sentido del bienestar y la identidad no procede de estas cosas. Cuando los acontecimientos provocan cambios y estas condiciones se desvanecen, no siente ninguna sensación de pérdida.

Por eso, la gente despierta tiende a vivir una vida sencilla y tranquila en un entorno modesto, comiendo alimentos sencillos y vistiendo ropa sencilla, con un mínimo de posesiones. No necesitan las fuentes externas de la felicidad porque tienen acceso a una fuente interna de bienestar e identidad, que se sostiene a través de todas las situaciones y condiciones cambiantes de la vida.

El desapego

Una forma sencilla de expresar esto es decir que la gente despierta vive en un estado de desapego. No me refiero a desapego en el sentido de indiferencia o desconexión, sino en el sentido de estar desapegado de las fuentes externas de la felicidad o el bienestar. El desapego es un estado de satisfacción interior y autosuficiencia, sin dependencia de posesiones, logros, roles, estatus y ambiciones.

Esto no significa que la gente despierta viva como ascetas que se niegan placeres, comodidades y posesiones. No significa que sean luditas que se nieguen a utilizar teléfonos inteligentes o Internet. Simplemente significa que no dependen de estas cosas. El resultado es que son moderados en su uso y no sienten sensación de carencia o malestar cuando se los quitan.

A las personas despiertas no les importa tener éxito, pero tampoco se sienten decepcionadas cuando el éxito se desvanece. Les alegra adoptar roles profesionales o familiares, pero no les molesta cuando termina un trabajo o cuando sus hijos se van de casa para empezar la universidad. Dado que no derivan su identidad de condiciones externas, esos cambios les afectan poco (si es que les afectan). Como describe el Bhagavad Gita, el individuo despierto es «el mismo en placer y dolor, para quien el oro, las piedras o la tierra son uno, y lo que le agrada o desagrada le hace permanecer tranquilo».

Todas las tradiciones espirituales hacen hincapié en la importancia de liberarse de los apegos psicológicos. Por ejemplo, tanto el budismo como el cristianismo nos aconsejan vivir de una forma sencilla y moderada, sin tomar más de lo que necesitamos del mundo. Nos alientan a ser humildes, desapegados de las nociones de logro y éxito. Nos instan a apreciar nuestras bendiciones y a contentarnos con nuestra situación de vida actual, en lugar de apegarnos a deseos y ambiciones. Ambas tradiciones también fomentan la conciencia de la muerte como una forma de debilitar nuestro apego a las posesiones, logros y otras preocupaciones mundanas. (Veremos esto con más detalle en el siguiente capítulo).

De una manera más extrema, los adeptos de todas las tradiciones pueden seguir caminos de renunciación. Los renunciantes, que a menudo viven como monjes, practican la pobreza voluntaria, renuncian a ambiciones y logros personales, a roles profesionales y a la vida familiar, y suelen practicar el celibato. Aunque, como ya he sugerido, esta forma de vida conlleva el riesgo de desequilibrio, surge del reconocimiento de que los apegos son un obstáculo para el desarrollo espiritual y que vivir sin ellos aporta libertad interior.

Los apegos atestan nuestro ser interior y oscurecen nuestra esencia espiritual. Cuanto más derivemos nuestra identidad de ellos, más alienados nos volvemos de nuestra armonía y plenitud esenciales. Y cuanto más libres de apegos nos volvamos, más poderosamente se expresarán nuestra armonía y plenitud internas.