Extractos - Bede Griffiths
La doctrina de la no-dualidad
Por Bede GriffithsHabitualmente se cree que la doctrina Vedanta es «monista» o «panteísta», o «politeísta», pero ninguno de estos términos (que son de origen griego y no hindú) es adecuado. Existen sí, interpretaciones monistas, panteístas y politeístas del Veda pero la doctrina Védica en sí, la doctrina de los Vedas, del Upanishad y del Bhagavad Gita, no es ninguna de estas cosas. Es una doctrina de suprema sabiduría, que se remonta a la más remota antigüedad bajo la forma de una revelación divina, expresada originariamente por medio de mitos y símbolos, y que luego evolucionó a través de la meditación profunda, de manera de proporcionar una perspectiva única a la última realidad, es decir, la naturaleza última del hombre y del universo.
Aunque nos haya llegado a través de la tradición hindú, no pertenece solamente a la India sino a toda la raza humana. En realidad, existe evidencia de que esta tradición era ya conocida desde los tiempos antiguos. Se la encuentra en los pueblos de África, Australia, Asia y América, que a su vez la habían recibido como herencia de sus ancestros y la habían preservado en sus sus mitos y símbolos, en sus ceremonias y ritos y en sus canciones y danzas. Se la ha llamado la Revelación Cósmica, la revelación de la Última Verdad, dada a la raza humana a través del Cosmos, es decir, a través de la Creación. Sobre este tema opina San Pablo: «Desde la misma creación del mundo, se ha percibido claramente en las cosas creadas, su naturaleza invisible, particularmente su poder eterno y su divinidad.» (Romanos I, 20) En la tradición hebrea, esta naturaleza invisible se encuentra preservada en la historia del Pacto con Noé, quien se lo representa como el Padre de toda la raza humana.
Desde el principio de la historia hasta lo que podemos recordar, el hombre ha reconocido un poder oculto por detrás de todos los fenómenos de la naturaleza y de la conciencia. O más bien, el fenómeno de la naturaleza y su propia conciencia eran percibidos como «envueltos» dentro de un todo cósmico. A medida que el hombre desarrolló su poder discriminativo, le fue posible diferenciar los poderes de la naturaleza ―la tierra y el cielo, el agua y el fuego, los poderes de los dioses― de sus propios poderes de la palabra y de la acción, de sus pensamientos y sentimientos, conociéndose a sí mismo como un ser consciente. Pero el sentido de la totalidad permaneció: la conciencia de que los dioses de la tierra y del cielo estaban también en su corazón y en su mente y que, a través del mito y del ritual, de las oraciones y sacrificios, él podía experimentar su unicidad con toda la creación.
Es este sentido de unidad cósmica el que subyace por detrás de la tradición védica; en los Upanishads esta fuente de unidad cósmica tiene un nombre. Se llama Brahman y Atman, y gradualmente, a partir de la meditación profunda, se ha revelado la naturaleza de este Brahman y este Atman. Es conocida, no por argumentos o razones, ni por ninguna otra actividad de los sentidos o de la mente racional, sino por una experiencia inmediata del espíritu, del Atman, en el hombre. Es esta experiencia del espíritu la que los Upanishads desean comunicar e interpretar en palabras, en tanto y en cuanto pueda ser expresada en palabras. Se la conoce como Saccidananda – el Ser o Realidad, experimentado en la pura conciencia, comunicando perfecta beatitud. Pero semejante estado del ser consciente es un estado de conciencia personal. Es ilusorio hablar de Brahman o Atman como «impersonal». Una persona es un ser consciente, un ser que se posee a si mismo en conciencia consciente, y Brahman es por lo tanto la Suprema Persona, el Purushottaman. Cada ser humano es una persona siempre y cuando participe de esta suprema conciencia.
Cada uno de nosotros es consciente siempre y cuando compartamos esta conciencia universal. El recién nacido tiene una chispa de esta conciencia en él, que crece mientras el niño aprende a compartir a través del lenguaje, los gestos en la conciencia de su madre y padre, de su familia y su medio ambiente. El crecimiento de la conciencia es crecimiento en esta experiencia compartida de la familia, la tribu, la nación y la raza. Pero esta conciencia puede crecer más allá de los límites del tiempo y del espacio, y entrar en una conciencia trascendente, una conciencia que trasciende los límites de la materia y de la mente, las categorías del sentido y la razón, para ser consciente de la conciencia universal que abarca toda la creación. Esta es la única fuente de conciencia en el hombre y en el universo. «No existe ningún otro vidente, excepto él ―dice el Upanishad― ningún otro oyente que no sea él, ningún otro observador excepto él, ningún otro conocedor excepto él, este Ser, el gobernante interior, el inmortal.» (Brihadaranyala Upanishad 3,7,23) Toda nuestra visión, audición, percepción y conocimiento es un efecto y a la vez una participación de la conciencia de ese único Ser universal.
Lo que caracteriza a esta conciencia, dentro de la tradición védica, es su no-dualidad. Sobre esto se dice: «En donde existe la dualidad, uno olfatea al otro, uno ve al otro, uno habla con el otro, uno escucha al otro, uno conoce al otro, pero cuando todo se ha convertido en el Ser, ¿cómo y a quién debería uno oler, ver, escuchar y hablar, percibir y conocer? ¿De qué forma debería uno conocer a aquello gracias a lo cual todo esto es conocido? ¿Por medio de qué debería uno conocer al conocedor?» (Brihadaranyala Upanishad 2,4,13) Esta es la premisa clásica de la doctrina de la no-dualidad (advaita) que nos lleva al corazón del problema. ¿Cómo podría uno conocer al conocedor? La mente racional sólo puede funcionar a través de los sentidos descubriendo un «objeto» de pensamiento. Aún el pensamiento más abstracto está condicionado por esta diferenciación entre sujeto y objeto. Pero ¿cómo podemos conocer al sujeto, el yo, sin transformarlo en un objeto? En el momento que hablo de mí, de un yo, lo he transformado en un objeto. Esta es la limitación de la mente racional. Permanece prisionera dentro de las categorías de un mundo objetivo. ¿Cómo es posible escapar de la prisión de la mente racional?
En todas las tradiciones religiosas, Hindú, Budista, Musulmana y Cristiana, se ha reconocido la existencia de un conocimiento por encima de la razón, un conocimiento que no proviene de los sentidos y que no está determinado por las categorías del pensamiento racional. Este no es un conocimiento de un objeto sino de un sujeto, el Yo que conoce, no el Yo que es conocido. La tradición hindú siempre se ha referido a esto como la última forma de conocimiento, el conocimiento del Ser. Se debe reconocer que esta no es una teoría producto de la mente racional, sino que es una experiencia. La mente, volviéndose a sí misma, se conoce intuitivamente. Es una experiencia en la que el ser y el conocimiento son una unidad; es por eso que se llama saccidananda significando que el «ser» (sat) es experimentado en un acto puro de conocimiento (cit) en la beatitud (ananda) de la unidad, de la no-dualidad. El conocedor, lo conocido y el acto de conocer son uno. No obstante al decir esto, ya hemos comenzado a interpretar la experiencia por medio de categorías racionales, mientras que la experiencia misma se encuentra más allá de la razón. No obstante, se debería llevar a cabo el intento, porque esta experiencia ha sido a menudo mal interpretada, sosteniendo que el conocimiento derivado de los sentidos y la razón es una ilusión (maya) y que el mundo de la experiencia ordinaria es por lo tanto irreal. Pero esto no es así. El conocimiento a través de los sentidos y la razón deriva, en si mismo, de esta conciencia universal. Es el ser único el que ve, escucha y conoce en nosotros. Cada forma particular de conciencia humana es un reflejo de la conciencia única.
¿Cómo podremos, entonces, describir a este conocimiento de no-dualidad, este conocimiento del Ser? Podemos decir que el Ser único, la conciencia universal está presente en todas nuestras experiencias, pero su acción está limitada por las facultades de los sentidos y la razón. Lo que experimentamos es la realidad única, reflejada a través de los sentidos y la mente racional. Pero cuando, en la meditación, trascendemos las categorías de espacio y tiempo y la de la mente racional, experimentamos esta única realidad en sí misma. El mundo finito, temporal y cambiante de nuestra experiencia es conocido en su fundamento infinito e incambiable. Toda la multiplicidad de la creación es conocida en la simple unidad de su origen.
Pero no debemos suponer que la multiplicidad y variedad del mundo se pierde en esta cosmovisión de unidad, como si no tuviera una realidad última. Por el contrario, como ya se ha dicho: «Todo lo que está aquí está allá, y todo lo que está allá, está aquí.» No existe ni una partícula de materia en el universo, ni un grano de arena, una hoja, una flor, ni un animal o ser humano, que no tenga su eterno ser contenido en ese Uno, y que no sea conocido en la visión unitiva del Uno. Lo que vemos es el reflejo de toda la belleza de la creación a través del espejo de nuestros sentidos y de nuestra imaginación, extendidos en el espacio y en el tiempo. Pero allí, en la visión del Uno, está contenida toda la multiplicidad de la creación; no en la imperfección de su devenir, sino en la unidad de su ser. El gran Sankaracharya, doctor en Vedanta Adavita dijo sobre esto: «El conocedor de Brahman disfruta todos los deseos, todas las delicias procurables por medio de los deliciosos objetos sin excepción. ¿Él disfruta de todas las cosas deseables alternadamente como lo hacemos nosotros? No, Él disfruta de todas las cosas deseables simultáneamente, como «amasadas» en un momento único, a través de una única percepción, que es eterna... que no es diferente de la esencia de Brahman, a la que hemos descripto como verdad, conocimiento, infinitud (satyam, jnanam, anantam)...» (Comenario sobre el Taittiriya Upanishad 2,1) Es un defecto de nuestras mentes el hecho de ir de un punto a otro punto, de una cosa a la otra, en un mundo siempre cambiante. Si tuviéramos perfecto conocimiento, conoceríamos el todo en todas sus partes y todos los fenómenos cambiantes de la naturaleza en una visión incambiable de perfecta unidad.
Pero la pregunta permanece. ¿Qué ocurre con el ser individual en este conocimiento del Ser único? ¿Simplemente desaparece? Aquí nuevamente es fácil malinterpretar esta experiencia de no-dualídad. No hay duda de que el individuo pierde todo sentido de separación del Uno y experimenta una total unidad, pero eso no significa que el individuo ya no exista. De la misma manera que todo elemento en la naturaleza es un único reflejo de la única Realidad, cada ser humano constituye un único centro de conciencia dentro de la conciencia universal. De la misma manera que ningún elemento de la naturaleza se pierde en la última realidad, ningún centro de conciencia individual pierde su carácter único. Participa en la conciencia universal; se conoce a sí mismo en la unidad del Ser Único; se descubre a sí mismo como persona en la Persona única. Una persona no es un centro cerrado sino más bien un centro abierto de conciencia. Es una interrelación. Cada persona crece a medida que se abre a la totalidad del ser personal, que se encuentra en la Persona Suprema, el Purushottaman. Esto lo encontramos en la doctrina cristiana cuando se habla del Cuerpo Místico de Cristo. Este cuerpo abarca a toda la humanidad en la unidad de la Persona Única de Cristo, y en el estado final, como dice San Agustín, existe «un solo Cristo, que se ama a si mismo».
Esta apertura de la conciencia individual sobre la conciencia universal es un movimiento de auto-trascendencia. Todo crecimiento en la conciencia humana es un movimiento de auto-trascendencia. El ser individual crece a través del contacto con otros seres, trascendiendo los límites de su propia conciencia, a través del contacto con otra forma de conciencia. Se ha dicho que la naturaleza humana está constituida por su capacidad para auto-trascender. El estadio final en el crecimiento humano es alcanzado cuando la conciencia humana va más allá de sus límites naturales, más allá de las categorías de tiempo y espacio, y encuentra la Suprema Conciencia, la conciencia del Uno. Esto es lo que se describe en el lenguaje religioso como «gracia». El Katha Upanishad dice: «Aquel, a quien el Atman elige, conoce al Atman.» (Katha Upanishad 2,23) El Atman es la Suprema conciencia, el Ser Único, fuente de toda conciencia, tanto en el hombre como en el animal. En la conciencia humana existe una innata capacidad para la libertad, el poder de elegir de acuerdo con los dictados de la razón. Cuando la conciencia humana, funcionando a través de los sentidos y la razón, alcanza el límite de su capacidad, es arrastrada por la «gracia», por el poder del Espíritu (la suprema conciencia que trabaja en él); a trascender sus limitaciones personales y participar en la Conciencia Divina, la conciencia del Ser Supremo. Esto es lo que en la tradición Hindú se denomina «el cuarto estado», el estado más allá de lo físico, lo vital y lo mental, pasando más allá, hacia el estado de ananda, de conciencia beatífica.»