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Artículos - Yongey Mingyur Rinpoche

Mingyur Rinpoche

Claridad y calma - Una entrevista con Mingyur Rinpoche

Por Andrea Miller 29 de noviembre de 2023

En esta entrevista exclusiva, Mingyur Rinpoche cuenta a Andrea Miller, de Lion’s Roar, cómo aprendió a hacerse amigo de su ansiedad. Todos tenemos un bienestar innato, dice. Y todos podemos experimentarlo.

Andrea Miller: Sufrías de ansiedad cuando eras joven. ¿Cuál era la causa y cómo la superaste?

Mingyur Rinpoche: Crecí en el Himalaya, un entorno maravilloso con aire fresco y árboles, pero también un lugar con un clima extremo. La nieve no sólo viene de arriba: proviene de todas las direcciones (ríe). Los vientos pueden ser tan fuertes que sacuden toda la casa. Cuando eso sucedía, me aferraba a un pilar para mantenerme a salvo. Este clima violento era una de las fuentes de mis temores.

Otra fuente fueron los extraños. Si alguien nuevo llegaba a mi pueblo, me asustaba. Si llegaban a mi casa, entraba en pánico. Esto me sucedía cuando tenía unos siete u ocho años. En uno de mis ataques de pánico, el cuello se me tensó, no podía respirar bien y me dolía el corazón hasta el punto en que pensé que estaba teniendo un ataque cardíaco.

Los médicos dijeron que mi corazón estaba bien, así que mi madre me sugirió que aprendiera meditación con mi padre. Él me dijo que el pánico es como una tormenta en el Himalaya. La cualidad fundamental de la mente, lo que llamamos conciencia, claridad o luminosidad, es como el cielo alrededor de las montañas. No importa cuán intensa sea la tormenta, no cambia la naturaleza del cielo. Esa es la visión.

Para practicar, dijo, no trates de luchar contra las tormentas. Trata de conectar con el cielo mismo, con la conciencia misma. Para ello, empecé con la meditación de la respiración, la meditación del sonido y la recitación de mantras. Luego, comencé a abrazar a mis ataques de pánico y a aplicar la visión y la meditación.

¿Te hizo falta valor para hablar de tu lucha contra la ansiedad?

En la comunidad tibetana no fue difícil, pero sí me resultaba más difícil comunicarme en el contexto de la cultura occidental moderna. Empecé a escribir mi libro en el año 2000. En aquel entonces, en Occidente se pensaba que si tienes ataques de pánico, eres débil e inestable. Los científicos todavía estaban en las primeras etapas de la comprensión de la neuroplasticidad―entendiendo que el cerebro puede transformarse y que el pánico no es algo que siempre esté ahí. Es tan sólo un síntoma.

¿Qué te motivó a compartir públicamente tu experiencia con la ansiedad?

Pensé que mi propio ejemplo de vida podría beneficiar a personas con problemas similares.

¿Cómo surgió tu interés por la ciencia? ¿Acaso la ciencia moderna y el budismo congenian?

Desde niño he tenido mucho interés por la ciencia. Cuando tenía unos doce años, conocí a Francisco Varela, un científico cognitivo que vino a aprender meditación con mi padre. Le hice muchas preguntas sobre cosmología, las estrellas, las galaxias... Eventualmente, hablamos sobre el cerebro. Mucho más tarde, en 2002, me convertí en conejillo de indias en laboratorios donde los científicos estudiaban la meditación usando FMRI y EEG.

Una de las grandes similitudes entre el budismo y la ciencia es que el Buda no nos instruyó para que simplemente confiáramos en su palabra. Sugirió que examináramos las cosas cuidadosamente. Los científicos hacen lo mismo al tratar de explorar la naturaleza de la realidad.

En el budismo tenemos visión, meditación y aplicación. Antes, cuando comenté que mi padre me enseñaba, mencioné la visión, es decir, el punto de vista budista de la naturaleza de la realidad. La ciencia también tiene su propia visión, y parece que se está acercando más al punto de vista budista cada vez que hablo con científicos.

Con respecto a la meditación, la ciencia no la tiene incorporada, y la aplicación en la vida es un poco diferente. En el budismo, nuestra aplicación de la visión y la meditación implica que desarrollemos intenciones como la bondad amorosa y la compasión, practicando para el beneficio de todos los seres. Eso no se hace explícitamente en la ciencia.

Del 2011 al 2015, hiciste un retiro de yogui errante. ¿Qué te inspiró a hacer eso?

Cuando era joven, por las noches nos reuníamos alrededor del fuego y escuchábamos historias, incluidas historias de grandes maestros de meditación tibetanos, como Milarepa y Rechungpa, que eran yoguis errantes. Estas historias a veces hacían llorar a mi abuela, porque estaba conmovida por las dificultades que soportaban, y yo lloraba con ella. Así que, desde el principio, me inspiró la idea del retiro errante.

A medida que mi libro tuvo éxito, y yo me encontré enseñando mucho, parecía que se ayudaba a mucha gente, pero también sentí un sutil orgullo emanando de todo ello: “Soy un maestro famoso, autor de un best-seller, abad de un monasterio”. Por lo tanto, pensé que tal vez debería hacer algo diferente.

¿Cómo hiciste para dejar todo atrás y cómo fue eso?

Uno de los monasterios que dirijo está en Bodhgaya, India, donde el Buda alcanzó la iluminación. Una noche, mientras estaba allí, me escabullí. Una vez que pasé la entrada principal, fue como si estuviera en un bardo, un estado intermedio, no conceptual, en una especie de shock.

A lo largo de mi vida he llevado el título de «rinpoche», por lo que la gente me trata como un príncipe del dharma. Me hacen reverencias, me dan buena comida y buenos lugares para quedarme. De repente, estaba completamente fuera de eso. Al mismo tiempo, estaba feliz porque tenía muchas ganas de hacer el retiro errante.

Poco después de haber comenzado el retiro, casi mueres. ¿Cómo sucedió eso?

Solo tenía unas pocas miles de rupias, así que después de un viaje nocturno en tren, ya tenía poco dinero. Dando vueltas por la estación de tren, encontré un mapa de la India y vi que podía tomar fácilmente un tren a Kushinagar, donde el Buda alcanzó el paranirvana, el nirvana después de la muerte.

Cuando llegué, me registré en una casa de huéspedes barata y en ruinas. Esto gastó lo último de mi dinero. Ahora, tendría que quedarme en la calle. En el lugar donde el Buda fue incinerado, hay una estupa. Cerca de allí, hay un pequeño templo hindú con un gran árbol. Aquí es donde me quedé. Al aire libre.

Y no tenía comida. Unos días antes, cuando todavía tenía un poco de dinero, había comido en un restaurante. Así que fui allí, pidiendo comida. Me dijeron que volviera por la noche. Después de cerrar, me dieron sobras, que me provocaron una intoxicación alimentaria. Vomité y tuve diarrea. Durante los siguientes cinco días, sólo bebí agua de una bomba. Entonces, mi cuerpo no podía moverse. Poco a poco, empecé a sentir que me estaba muriendo. El pánico se apoderó de mí y duró unas horas: «¿Qué debería hacer? Tal vez debería llamar a mi monasterio y volver». Al final, lo dejé pasar.

Aquella noche, sentí que me estaba paralizando. No podía ver. No podía oír. Así que empecé a practicar el bardo, meditación sobre la muerte y el morir. Experimenté la disolución de los elementos del cuerpo, la disolución de los sentidos, pero seguía permaneciendo en la conciencia. A pesar de que mis sentidos no estaban presentes, la conciencia se hizo más clara. Incluso los pensamientos, ―las palabras e imágenes mentales― comenzaron a disolverse. Entonces, de repente, experimenté un estado mental pacífico, más allá del pensamiento. Sin delante ni detrás, sin tiempo, sólo realmente presente.

Supongo que permanecí en ese estado durante unas siete u ocho horas. Y al final, tuve la sensación de que no era el momento de morir. Tenía que volver para ayudar a la gente. Había un sentimiento de compasión, que se hacía cada vez más fuerte. Entonces volví a sentir mi cuerpo y poco a poco escuché sonidos. Podía ver de nuevo, y el mundo parecía totalmente diferente.

Antes, había sentido que el lugar no era seguro. Parecía sucio, con muchos perros, mosquitos y peligro. Ahora lo sentía como en casa, seguro. El árbol era ahora lo que yo llamaba «el árbol del amor». Era algo vivo y muy agradable. Sentía aprecio, gratitud. Disfruté del viento que soplaba en mi piel.

Entonces sentí sed, así que traté de levantarme y buscar algo para beber. Me desmayé y alguien me llevó al hospital. Me desperté con un tubo intravenoso conectado a mí.

¡Qué suerte! ¡Vaya comienzo! ¿Cómo fue tu retiro después de eso?

Muy bueno. Pasé los veranos en el Himalaya y los inviernos en la frontera entre India y Nepal. Aprendí dónde y cómo conseguir comida, y que cuando amas al mundo, él te ama a ti.

Mi única misión era practicar la meditación. Empecé a sentirme muy libre, como un pájaro en el cielo, volando libremente. Sin la necesidad de seguir un horario. Sin la responsabilidad de hacer esto o aquello. Lo principal era practicar.

¿Te irías a otro retiro como ese en el futuro?

No, no tengo planes de hacer eso. Quiero hacer un retiro solitario en un solo lugar, pero no un retiro errante. En mi vida, quiero hacer dos cosas: un retiro personal y la enseñanza.

¿Sientes que necesitas hacer un retiro personal para poder enseñar?

Sí, son cosas que se benefician mutuamente. Si hago un retiro, mi enseñanza se vuelve más útil para mis estudiantes, y yo mismo aprendo más, lo cual me ayuda cuando vuelvo al retiro.

¿Puedes decirnos algo más sobre cómo el retiro errante cambió tu comprensión del dharma, tu práctica o la forma en que enseñas?

El retiro errante fue muy especial. Cuando estuve a punto de morir, me ayudó a comprender de lo que hablaban mi padre y otros grandes maestros. Todo se disolvía; tan sólo la conciencia estaba presente, más allá de los conceptos. Pero al mismo tiempo, sabía lo que estaba pasando. Ese fue el gran avance de mi práctica. Durante el resto de mi retiro, por supuesto, hubo muchos desafíos―no tenía dinero ni apoyo, excepto lo que podía encontrar por mi cuenta, mejora y agravamiento. Todos estos desafíos ayudaron a mi práctica. Había salido del capullo. Sobreviviendo solo, aprendí mucho.

¿Cuál es el papel del maestro o gurú?

Es muy importante que el maestro tenga algún tipo de realización a nivel experiencial para que pueda transmitir plenamente, no sólo hablar de ello en abstracto. Por poner un ejemplo bastante malo, es como el coronavirus. No se puede contraer el coronavirus a partir de una descripción o una imagen en un libro. Sólo se contagia de alguien que tenga el virus. Algunos científicos dicen que cuando estamos aprendiendo, el 93 por ciento de lo que asimilamos se basa en señales no verbales. Es por eso que la conexión a nivel experiencial es tan importante.

Pero no es necesario que el maestro esté siempre contigo. Algunas personas hoy en día piensan que deben de tener un maestro que les proporcione todos los detalles. Eso tampoco es necesario. Los maestros son como las flores, y el dharma es el néctar. Una vez que absorbes el néctar, lo pones en práctica.

¿Qué es la naturaleza búdica?

La naturaleza búdica es la cualidad fundamental de nuestra mente. A menudo traduzco esto como bienestar innato. Cuando hablo del cielo y las nubes, el cielo es este bienestar innato que todos tenemos, todo el tiempo.

Los pensamientos, las emociones y las percepciones vienen y van, pero la cualidad fundamental del bienestar está más allá de todo esto. Es puro, y tiene la cualidad de conocer la conciencia, inseparable de la vacuidad. No necesitas deshacerte de nada. No tienes que hacer nada. Deja que todo sea como es y descubre esta maravillosa cualidad de la mente dentro de ti. Para los budistas de la tradición Vajrayana, la práctica principal es cómo descubrir la cualidad fundamental de nuestra propia mente.

¿Por qué es difícil para las personas reconocer su naturaleza búdica?

¡Porque es demasiado fácil! (Risas) Por ejemplo, alguien podría decir: «¡Oh, perdí mis gafas!». Miran a su alrededor; no pueden verlas. Y resulta que las gafas están colocadas en la parte superior de su cabeza.

Por lo general, buscamos algo especial, pero lo más especial ya está dentro de nosotros. Lo ignoramos. Está demasiado cerca. Hay líneas en mi mano, pero si acerco demasiado la mano a los ojos, no puedo verlas.

¿Qué es la iluminación?

Cuando hablamos de iluminación en las tradiciones Dzogchen y Mahamudra, nos referimos al reconocimiento pleno de nuestra verdadera naturaleza, la naturaleza búdica. Para lograrlo, pasamos por tres etapas: la comprensión, la experiencia y la realización directa.

Comprender es como aprender sobre la luna en un libro. El libro describe su color, forma, cualidades. Pero la luna pintada en el libro no es la luna real. Al comienzo del camino, cuando reflexionamos sobre nuestra verdadera naturaleza, son tan sólo palabras y algunos sentimientos, algún sabor de experiencias y realizaciones―todo mezclado. Sin embargo, la pintura de la luna nos ayuda a aprender más sobre la luna. Practicamos una y otra vez, y nuestro sentido de las cosas sube y baja. A veces tenemos muchas experiencias, a veces no pasa nada.

Gradualmente, sin embargo, en la segunda etapa, las cosas se vuelven más estables. No sólo estamos trabajando para entender conceptualmente. Tenemos experiencia real. La verdad cobra vida. Un día sales y mientras miras el agua, ves la luna reflejada en el lago. Ese reflejo es mucho mejor que la pintura de la luna. Es de mayor calidad, más viva, pero aun así no es la luna real. En esta segunda etapa, incluso cuando no estás meditando, tu mente entra automáticamente en la meditación. A pesar de que todavía hay muchos altibajos, detrás de los altibajos puedes acceder a la meditación en cualquier momento. El cielo está más despejado. Puede tener nubes, pero las nubes no pueden cambiar el cielo.

Sigues practicando. Y un día, la realización directa aparece. Las ideas, las palabras, los sabores―todo eso se ha ido. Realmente ves tu verdadera naturaleza, la cualidad fundamental de la mente que es la unión de la vacuidad y la luminosidad. Sales y miras hacia arriba, y ves la luna creciente, una luna diminuta, pero es la luna real. No la luna pintada. No la luna reflejada. Esa es la primera etapa de la iluminación, que aún no es la iluminación completa. Quedan nueve niveles más (risas). En el último nivel, la luna creciente se convierte en luna llena.

Son muchos niveles. ¿Es la iluminación, entonces, algo que realmente podríamos lograr en esta vida?

Sí, pero por supuesto es muy difícil, muy raro. Sin embargo, es muy posible un nivel de realización directa. Incluso en mi pueblo natal, mi abuelo y mi abuela, que no sabían leer ni escribir, practicaban Dzogchen, una forma de meditación profunda del budismo tibetano. Muchas personas como ellos lograron realizaciones, pero la iluminación plena es bastante difícil.

¿Es la iluminación un estado permanente?

Ni permanente, ni impermanente. Está más allá de esos conceptos, más allá de la dualidad.

Si alguien está iluminado, ¿experimenta emociones difíciles, como la tristeza o la ira?

Este tipo de energías se transforman. La ira, por ejemplo, se transforma en sabiduría. Vas más allá del sujeto y el objeto, más allá de la ignorancia, la aversión y el deseo―estás totalmente libre de todo eso. Pero al mismo tiempo, tienes amor y compasión. Con conciencia y sabiduría, ayudas a los seres. Ahora eres incesante como el cielo, totalmente más allá de las tormentas y la contaminación, más allá de cualquier tipo de nube, porque sabes que las nubes no modifican ―no pueden modificar― la naturaleza del cielo.

¿Cómo podemos saborear verdaderamente la verdad de la vacuidad y la ausencia del yo?

En el budismo se habla de ocho consciencias. Las primeras cinco son los cinco sentidos. La sexta es la consciencia mental, que es el habla y la imaginación, un montón de palabras e imágenes, bla, bla, bla, bla. A veces, a eso lo llamamos la mente de mono. La séptima consciencia es el yo, yo, yo: «Yo soy importante. No me importan los demás. (Yo) Tengo que ganar. ¿Y qué hay de ?» A partir de ahí, generamos karma, que reside en el alaya, la octava consciencia.

Para contrarrestar eso, podemos llevar la autoconciencia a ese sentido del yo. No tienes que hacer mucho al principio. No tienes que pedirle que se vaya. Solo siéntelo. Siéntelo, como lo harías con la respiración. Observa qué ocurre. A veces puede desaparecer y dejar atrás un vacío. A veces, puedes ver al «yo» como muchos factores o piezas diferentes: mi cuerpo, mi nombre, mi trabajo, mi título, mis amigos. Gracias a mis alumnos, soy maestro. Gracias a mi maestro, soy alumno. ¡Hay tantas piezas!

Cuando miramos todo eso, vemos que todas las piezas están conectadas, son interdependientes. También son cambiantes, impermanentes. A medida que vemos más con la conciencia, automáticamente vamos más allá de ese sentido del yo, hacia shunyata, la vacuidad. Cuando aparece la luz del sol de la conciencia, la oscuridad se elimina automáticamente.

¿Qué opinas sobre el mindfulness (atención plena) laico, que se ha vuelto tan popular en Occidente? ¿Le falta algo?

En cierto modo, el mindfulness laico está ayudando a muchas personas. Sin embargo, puede que le falten tres cosas. La primera es la intención. Cuando meditas, la meditación te ayuda. Esto es compasión hacia uno mismo, que es muy importante. Al mismo tiempo, sin embargo, podrías tener la intención de meditar para ayudar a tus amigos, familiares, a la sociedad y a todos los seres.

El segundo aspecto que podría estar faltando es la visión. Normalmente, en el mindfulness laico sólo te enseñan a relajarte, a estar con la respiración, a estar presente ahora. Pero en la práctica budista, siempre comenzamos con la visión, desde el principio, incluida la comprensión de la naturaleza búdica, cómo tu yo está hecho de tantas piezas interdependientes y siempre cambiantes, y cómo puedes ir más allá del sujeto y el objeto.

La tercera cosa que puede faltar en el mindfulness laico se encuentra en el nivel de la aplicación. En el Budadharma hay un camino continuo. Y ese camino de desarrollo espiritual ―que es el dotar de vida al dharma― no es como un spa, a donde vas para sentirte mejor. Se trata de un nivel más profundo de transformación continua.

Yongey Mingyur Rinpoche es un maestro de meditación de los linajes Kagyu y Nyingma del budismo tibetano. Es el maestro guía de la Comunidad de Meditación Tergar, una red mundial de grupos y centros de meditación. Entre sus libros se encuentran Transformar la confusión en claridad, La dicha de la sabiduría, La alegría de vivir y Enamorado del mundo: El viaje de un monje a través de los bardos de la vida y de la muerte. / Más info

Andrea Miller es editora de la revista Lion’s Roar. Es autora de Awakening My Heart: Essays, Articles, and Interviews on the Buddhist Life, así como de los libros ilustrados The Day the Buddha Woke Up y My First Book of Canadian Birds. Miller es también editora de varias antologías, entre ellas Buddha’s Daughters: Teachings from Women Who Are Shaping Buddhism in the West, y forma parte del consejo de la revista interreligiosa CrossCurrents. Tiene una maestría en escritura creativa y licenciaturas en periodismo y literatura inglesa. Antes de incorporarse a Lion’s Roar, enseñó inglés en una universidad de México.

Estefania Duque (Traductora) es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.