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Artículos - Arnaud Desjardins

La Enseñanza Última

(Segunda Parte)
Por Arnaud Desjardins
Para morir sin miedo

Ahora, volvamos a la imagen del bailarín, tema de mi última charla. En el momento en que un hombre inmóvil se convierte en bailarín, es decir, en el momento en que comienza a bailar, el espectáculo de baile aparece. Imaginad que ese bailarín esté tan identificado con su baile, tan confundido con él ―y no "uno con" su baile― que no sea en absoluto consciente de sí mismo, consciente de que es. Naturalmente en la práctica es una situación que se da muy poco. Si el público forma una sola alma para participar en el recital, incluso si ese público esta fascinado, identificado, y que cada espectador pierda por completo la consciencia de sí viviendo ese instante, el bailarín, por su parte, en el escenario, tiene una consciencia muy pura, libre de la mente. No puede bailar de forma perfecta y al mismo tiempo rumiar problemas y preocupaciones.

Muchos artistas conocen esta experiencia sin haberla elaborado o reflexionado sobre ella.

Imaginad, por el contrario, a un bailarín que no sea verdaderamente consciente de sí mismo, que baila de una forma mecánica, pero que a continuación se volviera alerta interiormente y plenamente consciente de que está bailando. El que es intensamente consciente de que está bailando no es distinto del que baila. Se puede considerar que la consciencia de ser (o sea, la posición de testigo en el bailarín), el propio bailarín (el hombre que, poco después, en el restaurante será un consumidor y que, esta mañana en la piscina, era un nadador) y el baile, los tres son una sola realidad, que nosotros considerarnos, por necesidades de la causa, bajo tres aspectos distintos.

Ese sentimiento de sí del bailarín se manifiesta mediante el baile, lo mismo que el océano se manifiesta mediante las olas.

De igual forma que el océano se manifiesta mediante las olas, el bailarín se expresa mediante el baile. Tal vez esta imagen pueda dejaros entrever que, todas las distinciones, incluso la del Espectador y el Espectáculo o la del Testigo inmutable y las Formas de consciencia cambiantes, son también relativas. La Realidad última transciende o supera toda distinción. Es la No Dualidad perfecta. Y, si leéis algunas obras asequibles, palabras o comentarios de Sabios, por lo tanto experiencias de hombres que tienen derecho a hablar, veréis repetida, con mucha frecuencia una afirmación que, para empezar, no estará clara para vosotros. Es la superación de la tríada del que ve, de la visión y de lo que se ve. En inglés eso se dice: the seer (el que ve), the seen (lo que se ve) y seeing (el hecho de estar viendo). Si podéis, por poco que sea, entrever lo que implica esta afirmación, tendréis a vuestra disposición la totalidad de la doctrina. Después, os toca a vosotros comprobarla mediante vuestra propia realización.

Pero, si nos atenemos únicamente a la imagen de un Testigo no afectado que ve un Espectáculo cambiante ―imagen que es provisionalmente justa y os indica en qué dirección encaminar vuestros esfuerzos― nos quedamos por acá de la verdad, de lo que normalmente se denomina en la India, tanto entre los tibetanos como entre los hindúes, "the highest teaching" (la enseñanza más alta).

Volvamos a lo que puede ser hoy vuestra experiencia concreta, la vuestra, no sólo la de los Sabios que han dado las Upanishads a la humanidad. Al iniciar el Camino, estáis totalmente absorbidos por el Espectáculo, identificados con él. Los pensamientos, las formas de consciencia, los estados de ánimo se suceden y vuestra existencia se compone de eso. Lo que nosotros llamamos momentos dichosos y momentos desafortunados, los minutos divinos y las horas atroces, son siempre formas adoptadas por la pura consciencia de ser. En el sueño profundo o en la meditación (que es el estatuto del sueño profundo pero en estado plenamente despierto), no hay ni minuto divino, en el sentido corriente de la palabra, ni momento atroz, simplemente hay Consciencia.

El que tuviera el poder de entrar en samadhi a su antojo, podría situarse a su antojo en la Beatitud suprema, aunque se encontrara existencialmente en las peores condiciones. Y, en realidad, esto es lo que ocurre con cierto número de sabios o de santos cuya irradiación era manifiesta cuando se les conducía a la tortura o a la muerte.

Volvamos a ese punto esencial. Lo que vosotros llamáis una vida fallida, una vida triunfal, una vida desdichada, una vida feliz, ¿qué es? Es una sucesión de momentos de consciencia unidos entre sí por cierta capacidad de memoria, de recuerdo, de capacidad relativa puesto que se olvida mucho.

Todos esos momentos, felices o desdichados, que corresponden a las situaciones en las que os halláis, los vivís interiormente. La situación exterior está ahí, pero sólo tiene importancia para vosotros porque sois conscientes de ella. Por lo tanto, vuestra vida no está compuesta de circunstancias exteriores, sino de modificaciones de vuestra consciencia que adopta la forma de un acontecimiento feliz o de un acontecimiento desdichado. Lo repito porque es la base del Vedanta: si estuvierais en condiciones de entrar en samadhi a vuestro antojo, en estado de supraconsciencia, incluso en medio de las situaciones más atroces, estaríais inmersos en la paz suprema, puesto que tendríais consciencia solamente de vuestro Ser esencial, pues él sí que está siempre radiante de plenitud, de lo que en inglés se ha denominado "bliss" y en francés beatitud.

Insisto tanto sobre este punto porque es al mismo tiempo inhabitual, simple y esencial: lo importante no son las situaciones en las que os halléis, es la consciencia que de ellas tengáis.

Por lo tanto, esta posición de testigo, esta disociación del Testigo y de las Formas de consciencia, del Espectador y del Espectáculo, se produce en vuestro interior. El espectáculo se desarrolla en vuestro interior, en la pantalla de vuestra consciencia: "En este momento estoy confundido, identificado con una percepción, con una concepción, con una apreciación de cierta situación en la que me encuentro sumido, por consiguiente, con una forma determinada de mi consciencia que considero dolorosa. Y soy desdichado. Es en mi interior donde ocurre todo, en el interior de mi cerebro, en el interior de mi cuerpo, en el interior de mi corazón, con el sentido de lugar de las emociones, por el momento". Y en vuestro interior efectuáis una disociación: "Yo no estoy ya totalmente identificado, yo me distingo, pero sin dualidad, en el sentido de que no soy distinto a lo que veo, estoy de acuerdo con lo que veo, no juzgo, no amo, no rechazo, soy perfectamente neutro, soy pura visión".

Esta posibilidad de pura visión existe siempre realmente. Es cosa vuestra renunciar a ella, como renunciaríais a una herencia fabulosa o, por el contrario, es cosa vuestra tomarla y darle cada vez más lugar en vuestras vidas.

El Testigo, por su parte, nunca esta afectado. Él ve la alegría dependiente, ve el sufrimiento dependiente, ve el miedo, el deseo, lo que se desarrolla en la pantalla de vuestra consciencia, pero si realmente es Testigo, permanece inmutable. Se le ha comparado ―y es una imagen que he utilizado también con frecuencia― con un espejo capaz de ver todo lo que se le presente, sin que deje huellas. Si presento a una película fotográfica sensible un objeto cualquiera, ese objeto se inscribe en la película. Pero si presento un objeto cualquiera a un espejo, ese objeto no se inscribe en el espejo. El espejo lo ve, lo refleja, pero no queda ninguna huella. Si después de haber colocado un espejo delante de este micro, coloco el espejo delante de mi cara, yo no veo en el espejo el micrófono anterior en sobreimpresión con mi cara. El espejo ha sido utilizado también desde siempre para apuntar en la dirección del Testigo neutro y no afectado. El Testigo no esta afectado por una gran alegría dependiente relativa a una noticia muy buena, ni tampoco le afecta una gran desesperación, también dependiente, relativa a una noticia muy trágica.

Poco a poco, vais a hacer funcionar, afirmar, hacer crecer dentro de vosotros esa discriminación del Espectador inmutable y del Espectáculo siempre cambiante ―o del Testigo y de las formas de consciencia. Pero, si empezáis a intentarlo, en primer lugar aparecerá que el Testigo, por una parte, y esas formas de consciencia cambiantes, por otra, son dos realidades un tanto distintas, del mismo modo que la pantalla es una cosa y la película otra.

La película no es la emanación de la pantalla al igual que las olas son las emanaciones del océano o que el baile es la expresión del bailarín. Por eso, la imagen de la película y de la pantalla, aun teniendo su valor, no es suficiente en sí misma para haceros entrever la finalidad última.

Por tanto, en vuestro deseo de Liberación y, digamos, en vuestro deseo de escapar a los sufrimientos y de hallar la paz inmutable, vais a hacer crecer ese Testigo. Vais a recordar que no existe más que la emoción y el pensamiento del momento, que cabe la posibilidad de situarse como espectador y "diferenciar al Espectador del Espectáculo". Pero vuestras primeras consecuciones en esta línea os darán la impresión de que el Espectáculo es una cosa, una serie de formas de consciencia que obedecen a las leyes diversas dentro del mundo relativo, y que el Espectador es otra. Al principio es así como lo sentiréis.

Y si lleváis más lejos la gestión fundamental que hoy describo, y con relación a la cual todas las técnicas, desde el "lying" de Swamiji, hasta el mandala tibetano, son técnicas anexas, técnicas de apoyo, descubriréis que en realidad aquello con lo que os confundíais en principio en el estado de sueño o de identificación, aquello de lo que os habéis convertido un espectador, es únicamente la expresión de la propia Consciencia, dicho de otro modo, la expresión del Testigo, y que no existe más que UNO, irreductiblemente Uno, Uno en el sentido supremo. Incluso la distinción entre el Espectador y el Espectáculo se supera dentro de la plenitud del despertar o dentro de la plenitud de la consciencia.

Todos vosotros sois el bailarín consciente de que está bailando. Todos vosotros sois expresiones del Bailarín único, el Bailarín cósmico, "Shivanatarajan", Shiva, el rey del baile.

Voy a utilizar una imagen sencilla: visualizad a un ser humano que baila, y que lo hace como se baila en la India o en los países de cultura hindú, es decir, el movimiento de cada dedo, de las cejas, de los ojos, de la cabeza, forma parte del baile. Cada parte del cuerpo está afectada. Por lo tanto, el dedo baila, la ceja baila, cada parte de su cuerpo baila; y, sin embargo, no hay más que un único bailarín. Esta imagen puede haceros entrever que existe un Único Bailarín universal del que todos somos miembros. Nuestra existencia es un aspecto de ese baile de Shiva, como si fuerais el pequeño dedo izquierdo o el meñique derecho, vosotros el índice izquierdo, vosotros el corazón derecho, vosotros la ceja izquierda, vosotros la derecha, etc.

Pero el estado de consciencia corriente, ese "sueño" del que se puede despertar, os priva de esa comprensión y os mantiene dentro de la ilusión de una consciencia individual, autónoma, separada, cortada del resto de la Manifestación ―como si el meñique y la ceja izquierda hubieran olvidado que son una parte del bailarín único. Esa Consciencia suprema está presente en cada uno de nosotros como nuestra propia consciencia. Y todo aquello de lo que nos damos cuenta no es nunca nada más que una expresión fugitiva evanescente, pasajera, de dicha Consciencia. La distinción, fundamental en principio, entre el espectáculo y el Espectador, entre lo que se ve y el Testigo que ve, está trascendida.

 

Al principio del Camino, estáis confundidos con el Espectáculo. No sois más que el Espectáculo. Pero, ¿se le puede llamar Espectáculo si no hay Espectador que sea testigo? Estáis confundidos con vuestros miedos, vuestros deseos, vuestros momentos felices, vuestros momentos desgraciados, todo lo que ocurre durante el día, que está en suspense mientras dormís profundamente o que estaría en suspense si estuvierais en meditación profunda. Confundidos, absortos, identificados. Y principalmente sometidos a todos los miedos, a todos los deseos y a todas las emociones que forman parte del patrimonio de la humanidad.

En el transcurso del Camino, el Espectáculo pierde su omnipotencia y aparece el Espectador, que aumenta, adquiere cada vez más consistencia e importancia en vuestras vidas. Lo que domina paulatinamente no es ya el Espectáculo, las alegrías, las penas, los momentos sucesivos que estáis viviendo. Es la estabilidad, la inmutabilidad, la invulnerabilidad del Testigo, que reconocéis como vuestra Realidad esencial ―justa Consciencia, con relación a la cual, alegre, triste, feliz, desdichado, impaciente, tranquilo, ocupado, todo lo que podáis nombrar, calificar, se vuelve secundario.

Al iniciar el Camino, el Testigo no existe, excepto en circunstancias muy raras en las que sentís que esos momentos tienen una realidad especial, pero no sabéis qué hacer con ellos, ni cómo encontrar esa cualidad. Por aquí, por allá, ocurre que os despertáis, estáis presentes en vosotros mismos. Pero eso no se afincará permanentemente a no ser como fruto de un esfuerzo de vigilancia continuo. El Testigo crece. Poco a poco, el Espectador se convierte en lo esencial de vuestra vida consciente, de vuestra vida interior y domina vuestros días. Y cuando vais más lejos todavía, descubrís que eso de lo que habéis sido Espectador, la expresión de ese Testigo, es al mismo tiempo con forma o sin forma. Corno el océano que fundamentalmente es sin forma, pero que, aparte de los momentos de calma lisa, no deja de producir olas, espumas y remolinos diversos en la superficie.

Y la distinción del que conoce, de lo conocido y del conocimiento está trascendida. Lo que se ve, el hecho de ver y el que ve son en realidad Uno de igual forma que no podéis disociar la consciencia de ser del bailarín, el propio bailarín y el baile. Los tres son Uno. La Realidad, en el sentido oriental de la palabra Realidad, es verdaderamente una.

Volvamos a la comparación del bailarín y del hombre inmóvil, en función de lo que quiero hablar hoy principalmente, de la superación de la distinción entre el testigo y lo que se ve, o entre el Espectador y el Espectáculo interior. El bailarín comienza con el baile, persiste durante el baile entero y termina con él. ¿Qué hay antes y después del baile? Está el Hombre.

Acordaos de la charla sobre el baile de Shiva. Un hombre está inmóvil, en meditación. Inmóvil en meditación, no es ni un nadador, ni un padre, ni un cliente, ni un consumidor, ni un bailarín, es simplemente un Hombre. En cuanto comienza a moverse, a ponerse en movimiento, se convierte en bailarín. El baile empieza con el bailarín y termina con él. Pero antes de que nazcan simultáneamente el bailarín y el baile, y después de que hayan desaparecido ambos, el Hombre subsiste, sólo el Hombre, sentado, inmóvil, antes y después del baile, como lo vi en la India, y como lo vi en Japón.

De igual forma, la Realidad suprema puede ser considerada bajo tres aspectos. En primer lugar, la Realidad última, esencial, el Brahman no manifestado, "nirguna brahman" (Brahman sin ningún atributo). Está representado en nuestra comparación por el Hombre inmóvil y en meditación previa al baile, subyacente a él y que subsistirá después de él. En el bailarín está el hombre. En la manifestación, está el Brahman, la Realidad Suprema, Ser-Consciencia-Beatitud, "sat-chit-ananda". Es el aspecto estático, sin atributo, del Brahman.

A continuación está el aspecto comparado con el bailarín: es lo que se denomina Brahman con atributos, "saguna brahman", y con otras muchas palabras.

La Realidad absoluta se convierte en el Dios Creador, "Ishvara" en la India. Pero ese Dios creador, no lo olvidéis, no es exterior a su Creación, corno el escultor es exterior a su escultura. Ese Dios creador es inmanente a su Manifestación. Por otra parte, ese es el motivo por el que en la India prefieren hablar de manifestación que de creación. El Brahman absoluto se manifiesta bajo la forma del Brahman cualificado o de la shakti, la Energía Única infinita que se expresa a través de todas las formas de las que somos conscientes en el interior de nosotros mismos. Es su manifestación, su baile. Lo mismo que el hombre, el bailarín y el baile no son más que uno, la Realidad última no manifestada, la Energía Única infinita y la Manifestación, el baile de Dios, no son más que Uno. Esta Realidad Suprema es pues, al mismo tiempo, inmanente, ya que es Ella la que subyace en toda la Manifestación, y trascendente, porque Ella nunca se ve afectada por dicha Manifestación.

Esa Realidad Única, inmutable, que se expresa mediante formas cambiantes, es el tema central de las Upanishads, lo llaméis Brahman desde el punto de vista universal, o Atman desde el punto de vista personal.

 

Todo lo que es cierto del Universo, del cuerpo causal universal, del cuerpo sutil universal y del cuerpo físico universal, es cierto de cada ser humano en particular. Del mismo modo que existe una realidad primordial llamada Brahman también existe en cada hombre una realidad primordial llamada Atman. Lo mismo que existe un cuerpo causal universal, el bailarín, el Dios activo, dinámico, en cada hombre existe la manifestación de ese Dios, es decir el cuerpo causal. Por lo tanto, en cada hombre están los tres elementos de la comparación con el bailarín. Lo mismo que el Hombre subsiste bajo el bailarín durante todo el baile, la Realidad fundamental no manifestada subsiste en el hombre durante toda su vida de alegrías, penas, enfados, tristezas, miedos, deseos, venidas, idas, separaciones, uniones, etc.

También está el aspecto manifestado energético, de la realidad que pervive en nosotros, inmutable, a través de todas esas vicisitudes y todas esas formas de nuestra consciencia. Esa Consciencia-Energía subyace en todo lo que constituye nuestra vida. Y, al igual que decía anteriormente que al principio del baile el final de éste no existe y que al final del baile el principio de éste ya no existe, pero que él, el bailarín ha estado presente todo el tiempo, asimismo la energía fundamental, como la consciencia fundamental, están presentes durante toda nuestra vida. Lo que ya no está presente es el niño que hemos sido y lo que todavía no está presente, es el anciano que seremos. Lo que no está presente es nuestra alegría de ayer y nuestra tristeza de anteayer, y lo que no está presente todavía es nuestra alegría de mañana y nuestra tristeza de pasado mañana.

Pero lo que ha estado, lo que está y lo que estará inmutablemente dentro de nosotros, es lo que en mi comparación corresponde, por un lado, al Hombre y, por otro, al Bailarín. Y es dentro de vosotros donde podéis llevar a cabo la realización de esa no dualidad suprema: incluso la distinción entre el Espectáculo y el Espectador. El Espectador es el Espectáculo. El Espectador es el aspecto inmutable del Espectáculo y el Espectáculo es el aspecto cambiante del Espectador. El Testigo, el Sujeto, es el aspecto inmutable, y lo que se ve, los objetos, pensamientos, emociones, sensaciones, percepciones, concepciones, voliciones, todo cuanto compone el mundo interior, es el aspecto cambiante de esa misma Realidad. Una Realidad suprema que es al mismo tiempo inmutable y cambiante, estática y dinámica, manifestada y no manifestada.

No hay más que decir. Sólo queda realizarlo. Y si podéis poseer la totalidad de lo que yo llamo la doctrina, es preciso que, en alguna parte, en vuestros recuerdos o en vuestros apuntes, conservéis esta afirmación: la realización reúne lo conocido y el conocimiento dentro de una unidad, de una unicidad absoluta.

¿Por qué se emplea la expresión no dualidad, mejor que la expresión unidad? Porque es parte de la experiencia relativa. La experiencia relativa es, en primer lugar, la de la dualidad o dualidades: el yo y el no yo; si vamos más lejos: el testigo y las formas de consciencia, el espectador y el espectáculo interior. Y de esa dualidad, "dvaita", se os dice enseguida: no es la realidad última. Primero reconocemos la dualidad y a continuación la contradecimos, contradecimos la experiencia habitual: No dualidad, "advaita". Aunque los Sufíes emplean un vocabulario que expresa únicamente la unidad o la Unicidad.

Naturalmente, al hablar como lo he hecho hoy, estoy más cerca de Ramana Maharshi que de la psicología. Estoy más cerca del Vedanta de los ashrams hindúes o del zogtchen de los tibetanos, que de vuestros sufrimientos, de vuestras peticiones, de vuestras preocupaciones actuales.

Pero lo que se os propone en el Bost, es, a pesar de todo, una enseñanza espiritual. No es una forma más rica de psicología, no es la posibilidad de estructuraros, de estar mejor situados en el centro de vuestras emociones y de vuestros deseos, o de ver disminuir vuestras emociones, es la Realización. Y solamente esa Realización os colmará.

¿Por qué pararse en el camino? "Va mejor, va mucho mejor". Todavía es imperfecto. Cada vez hay menos hombres que aspiren verdaderamente a ese despertar, a esa Realización. Antes había más. Si no, las Upanishads no habrían alimentado la reflexión hindú durante tantos siglos. Es preciso que, de vez en cuando, un sabio que tenga más una función de testimonio, una función de presencia, que una función de enseñanza, aparezca entre nosotros para recordarnos que, si el Reino de Dios esta en este mundo, no es de este inundo, y que la Realidad a la que todos estamos convidados, supera, trasciende toda nuestra experiencia normal. De lo contrario, no merecería llamarse Liberación, ni Despertar.

Algunos sabios, como Ramana Maharshi, que siempre ha declarado que él no era un gurú, que no tenía discípulos, algunos Sabios tienen una función de testimonio o de presencia. Yo veo, a través de un hombre, la plenitud de lo que es el desapego. Ramana Maharshi actuaba poco, permanecía inmóvil, respondía brevemente y regresaba a su silencio. Uno no se imagina a Ramana Maharshi recorriendo la India como lo hizo Buda. Es otra misión, si puedo emplear esta palabra.

Y otros gurús tienen una función más técnica como instructores o guías sobre el Camino. Pero siempre habrá un malentendido entre nosotros, entre vosotros y yo, entre vosotros y el Bost, si no dais primacía a la idea de ese Despertar o de esa Realización, puesto que es lo que subtiende todo el trabajo que podemos desempeñar aquí. ¿Por qué detenerse en el camino? Aquello a lo que aspiramos es el más allá de todo, lo Absoluto. Pero a la mente no le interesa mucho. Ella vuelve indefinidamente a sus mismas cuestiones: "Sí, pero comprenda, tengo problemas sexuales con mi marido..." De acuerdo. "Si supiera, es mi mujer, ¡sin embargo yo hago todo lo que puedo!" De acuerdo. "Usted cree que es fácil trabajar en una sociedad en la que todo el mundo está intranquilo de arriba a abajo de la jerarquía, en tensión permanente, con los gritos y el nerviosismo de un director que me parece próximo al infarto o a la depresión nerviosa, pero de momento lo tengo encima". De acuerdo. Incluso las hay más desgarradoras. "Si supiera lo que es ―como me decía una mujer de cuarenta y algún años― nadie, ni siquiera sin pensarlo, ni siquiera por un instante, me ha dicho jamás "te quiero". Ciertamente en el mundo relativo, en el mundo del espectáculo, es desgarrador. Pero ¿de qué estamos hablando aquí? ¿Qué es lo que se os ofrece, qué es lo que se os propone? Es esa Enseñanza que podéis llamar espiritual, esotérica, metafísica, y que hoy yo he elegido llamar enseñanza del despertar, despertar de la forma de concebir la existencia y de concebirse a sí mismo hasta ahora y descubrir todo aquello de lo que os he hablado.

Fuente: Arnaud Desjardins. Para morir sin miedo (Ed. Sirio, 1992)