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Artículos - Joan Tollifson

Mente creativa

La naturaleza de la experiencia

Realidad, irrealidad, bien y mal, yo y no-yo

Por Joan Tollifson 31 de octubre de 2024
¿Qué significa calificar como onírico, ilusorio o indivisible a lo que aparece?

Observa tu campo experiencial en este momento. Supongo que ves una multitud de colores y formas diferentes que el pensamiento ha aprendido a etiquetar e identificar como cosas diferentes: sillas, mesas, lámparas, etc. ¿Sí? Pero al mismo tiempo, ¿puedes ver que todo aparece como una imagen completa, un campo completo? Es como un cuadro que contiene diferentes colores y formas, pero es una pintura sin fisuras. O una película que contiene todo tipo de personas, objetos, paisajes y acontecimientos, pero es una imagen en movimiento sin fisuras. Multiplicidad/unicidad no es una cosa o la otra, es ambas cosas a la vez. Nuestro campo experiencial revela infinita variación y diversidad, pero al mismo tiempo, ninguna separación real. No se puede separar. Es un todo infinitamente variado, siempre cambiante, indiviso y sin fisuras.

En cuanto a la naturaleza ilusoria de todo, fíjate en que lo que haya ocurrido hace una hora ha desaparecido por completo. Puede haber un recuerdo (que surge ahora), pero ese recuerdo es notoriamente poco fiable e incompleto. No tiene sustancia. El acontecimiento en sí ha desaparecido por completo. Tu infancia ha desaparecido por completo. El último año ha desaparecido por completo. De hecho, el último segundo ha desaparecido por completo. Todo se desvanece en el instante en que aparece. La sensación ilusoria que tenemos de continuidad y de formas estables y persistentes es muy parecida a lo que ocurre con las páginas de un libro abatible. De hecho, cada instante es totalmente nuevo. Y, sin embargo, este flujo siempre cambiante de experiencias nunca se aparta del Aquí-Ahora, esta presencia intemporal, eterna, infinita, sin fondo.

La mesa de tu cocina parece sólida. Da sensación de solidez. Pero, según tengo entendido, la física te dirá que no es sólida en modo alguno. La razón por la que no puedes atravesarla con la mano tiene algo que ver con las fuerzas electromagnéticas. Y cuanto más profundiza la física en cualquier cosa aparentemente sólida, más espacio vacío parece encontrar.

Creemos que la mesa está «ahí fuera», al otro lado de la habitación, separada de «mí», que estoy aquí. Necesitamos esa ilusión para funcionar. A menos que tengas una lesión cerebral grave, no desaparecerá por completo, ni tampoco querríamos que lo hiciera. Pero también puedes darte cuenta de que la mesa (y tu cuerpo, y todo el universo) aparece aquí mismo, a distancia cero, en esta experiencia presente, en la que no hay ningún límite encontrable entre el interior y el exterior. En la experiencia directa, tú eres este campo de presencia consciente, sin ataduras ni encapsulamiento, en el que todo aparece y desaparece. Entonces, ¿está la mesa (o todo el universo) aquí mismo, a ninguna distancia, o está ahí fuera? Una vez más, no se trata de una cosa o la otra, sino de ambas. Ambas perspectivas son reales.

(Como apunte, recomiendo encarecidamente el excelente libro del maestro zen y antiguo escritor científico Steve Hagen The Grand Delusion, así como los libros de Rupert Spira The Transparency of Things y The Nature of Consciousness: Essays on the Unity of mind and Matter; y el trabajo de dos científicos, Bernardo Kastrup y Donald Hoffmann. Todos ellos ofrecen alternativas viables al modelo materialista-físico-sustancialista que la mayoría de nosotros hemos absorbido de la cultura en general. No estoy diciendo que los modelos de Sólo Consciencia que cada uno de ellos propone sean La Verdad, pero leerlos puede abrir la mente a nuevas formas de ver y sentir las cosas. Al igual que el trabajo de David Hinton sobre la perspectiva del taoísmo y el Chan primitivo, la versión china de lo que más tarde se convirtió en Zen en Japón. Para empezar, recomiendo el libro de Hinton China Root. Describe una perspectiva profundamente enraizada en el «tejido ontológico dinámico y generativo» del mundo natural y el «espacio abierto de la consciencia». Tiene una terrenalidad que ofrece un sabor muy diferente de la trascendencia descrita en el Advaita. Los encontrarás todos en la lista de libros recomendados de mi sitio web).

En cualquier caso, hay muchas teorías sobre cómo funciona todo y qué es fundamentalmente esta realidad. ¿Es la consciencia más fundamental que la materia o la consciencia evolucionó a partir de la materia? ¿Existe una consciencia universal singular que sueña múltiples sueños como cada uno de nuestros puntos de vista únicos o películas de la vida de vigilia? ¿Son la materia y la consciencia cosas diferentes? No estoy segura de que nadie pueda saber la respuesta a estas preguntas con absoluta certeza, y no siento ninguna necesidad de saberlo. Lo que experimentamos o percibimos puede decir más sobre las posibilidades de la consciencia humana que sobre la naturaleza del universo en general.

Por lo tanto, no considero que ningún modelo sea la verdad. Los modelos nunca son la realidad que modelan, y las teorías siempre son sólo teorías. Prefiero la humildad epistemológica a la certeza, y encuentro una profunda libertad en no saber y no necesitar saber―sin tener ningún punto de vista―, simplemente ser esta experiencia presente en todas sus múltiples dimensiones. Estoy totalmente de acuerdo con mi amigo Robert Saltzman cuando dice: «Este ahora mismo, libre de la necesidad de conjeturas o especulaciones, me parece totalmente suficiente».

Tal y como yo lo veo, no podemos separarnos de la realidad y verla en su totalidad; sólo podemos ser la realidad, y nunca podemos dejar de ser la realidad. La realidad es todo lo que hay, y todo lo que hay es realidad. Y, de hecho, todo lo que vemos ―las formas aparentes que aparecen en la vida cotidiana, así como lo que vemos en sueños o con 5-MeO-DMT, LSD, Psilocibina, MDMA o Ayahuasca, o cualquier cosa que pensemos o imaginemos― es todo realidad. Aparece de formas infinitamente diversas, pero siempre se muestra como una experiencia presente―simplemente esto. Todo lo que pensamos, sentimos, vemos, teorizamos y aprendemos aparece en y como experiencia. Es lo único que tenemos con seguridad.

La noción de encontrar La Verdadera Realidad, como si fuera alguna «cosa» particular que pudiera ser encontrada y captada por fin, tiene sus raíces en el engaño. El que parece estar teniendo estas experiencias diferentes, el que parece estar en este o aquel estado de consciencia, el que espera realizar la Verdad o estabilizarse en algún estado experiencial o conductual particular, el que parece ir y venir entre «conseguirlo» y «perderlo», o entre el encapsulamiento y la ilimitación, es una especie de espejismo imposible de encontrar―parece estar ahí, se siente como «yo», pero este «yo» no puede encontrarse realmente.

Sea lo que sea esto (llamémoslo realidad), es siempre cambiante, irresoluble, inasible y totalmente inabarcable, pero nunca se aparta de la actualidad y la inmediatez de este infinito y eterno Aquí-Ahora (presencia consciente). Siempre es simplemente esto, como quiera que aparezca. Nuestros peores momentos de confusión, disgusto y supuesto enredo en el engaño no son menos realidad que nuestras experiencias místicas más profundas o momentos de aparente claridad.

¿Estoy diciendo que no existe el bien y el mal, que nada importa?

Como muchos de ustedes saben, al hablar de la interacción entre unicidad y multiplicidad, o de las perspectivas relativa y absoluta de la realidad, suelo utilizar la metáfora de dos olas en el océano, una de las cuales consideramos engañada (o mala) y la otra despierta (o buena). Como una especie de taquigrafía, a veces he etiquetado a la que está despierta como Buda, y a la que está engañada como Hitler. Ambas son igualmente movimientos del océano, ambas son igualmente agua, pero la diferencia es que Buda lo sabe, mientras que Hitler está atrapado en la ilusión de ser una ola independiente, separada del océano, que pretende conquistar o controlar a las otras olas y de alguna manera «purificar» el océano. En consecuencia, sus experiencias y acciones serán diferentes.

Pero es importante ver que no existe un individuo permanente, inmutable, separado, autónomo y persistente que esté permanentemente despierto o engañado. La realidad, como el océano, no está dividida de esa manera, y no se queda quieta.

El pensamiento crea categorías abstractas demasiado simplificadas y divisiones rígidas ―bien y mal―, y ese tipo de conceptualización es una función útil en muchos sentidos. Necesitamos ese tipo de diferenciación y discernimiento en la vida cotidiana. Pero también puede llevarnos a muchas ideas delirantes, como las que Hitler era propenso a creer, y que dan lugar a mucho sufrimiento y confusión.

Ninguna «persona engañada» o «persona iluminada» puede ser extraída realmente del todo fluyente como una «cosa» estática, persistente, sustancial, independiente y autónoma aparte del todo. Al igual que las sillas y las mesas, los perros y los gatos, los océanos y las olas, todo esto son abstracciones conceptuales que el pensamiento ha esculpido a partir de un todo siempre cambiante. Lo que llamamos «engaño» e «iluminación» (o «bien» y «mal») son movimientos sin elección de la totalidad, inseparables el uno del otro, y ninguno de ellos deja de ser esta vivacidad indivisible que todos somos y que es todos nosotros.

En nuestra experiencia humana, sin duda podemos diferenciar entre ignorancia y sabiduría, y nuestra capacidad para discernir tales diferencias es vital para nuestra vida como humanos en la película de la vida de vigilia. No estoy sugiriendo que debamos eliminar esta capacidad. En términos humanos, es obvio que hay una diferencia significativa entre Buda y Hitler que seríamos tontos si pasáramos por alto. Pero nuestra capacidad de reconocer también la unicidad o la totalidad es una posibilidad muy liberadora, a la que apuntan el advaita, el budismo, el taoísmo y muchas otras tradiciones y personas (yo incluida).

En la realidad relativa, tenemos el mundo aparentemente formado y la capacidad de discernir las diferencias. En lo absoluto, no hay formas persistentes ni divisiones―es un todo infinitamente variado, sin fisuras ni fronteras, del que nada se separa. Lo relativo y lo absoluto no son dos. Como esos dibujos que pueden parecer una mujer joven o una anciana, o un pato o un conejo, lo relativo y lo absoluto son dos formas de ver la misma nada. La forma es vacío, el vacío es forma, y al negar o pasar por alto uno u otro, sufrimos.

Y recuerde, no se trata de convertir nada de esto en una certeza metafísica sobre la naturaleza del universo y luego considerarla como La Verdad. En mi opinión, es mucho más práctico. Se trata de la vida y de darse cuenta de lo que producen las diferentes perspectivas y actividades. Por ejemplo, me doy cuenta de que cuando estamos atrapados en la historia del yo y en el pensamiento de separación y solidez, tendemos a reaccionar y sufrir, mientras que cuando simplemente estamos en la presencia consciente y abierta y en el flujo de la experiencia presente, tendemos a sentir y manifestarnos como amor, compasión y facilidad de ser. Me doy cuenta de que el odio siempre se siente reactivo y de alguna manera ilusorio o falso, mientras que el amor se siente como la verdad más profunda. También me doy cuenta de que el pensamiento y la fuerza de voluntad no pueden hacer que deje de estar atrapado en la historia del yo, ni pueden producir amor y compasión por mandato.

En un momento dado, se ve desde la plenitud o el amor incondicional, mientras que en otro se queda atrapado en la ilusión de la separación. Pero todo ello es una especie de apariencia onírica inseparable en la consciencia. Cuando eso se ve, vemos todo como nuestro propio Ser. Puede que sigamos haciendo todo lo posible por detener aquellas cosas que consideramos injustas o por despertar de nuestros propios patrones de reactividad y adicción, pero lo haremos con un espíritu muy diferente al que tendríamos si viéramos todo esto como «algo ajeno» a la única realidad que somos.

¿Qué soy yo? ¿Qué es esto?

Lo único que sabemos con absoluta certeza indudable es que estamos aquí y ahora como presencia consciente y experiencia presente, sea cual sea la etiqueta que quieras ponerle. Cualquier etiqueta es siempre ligeramente engañosa porque parece distinguir algo (un objeto) de la inasible nada.

Los seres humanos parecemos confundir esa innegable sensación de presencia consciente con la imagen mental del «yo», el aparente autor de mis pensamientos y responsable de mis decisiones, el personaje de la película, la figura en el espejo, una especie de entidad similar al alma encapsulada dentro del cuerpo que observa un mundo ajeno. Pero si examinamos esta sensación del yo, podemos ver que es un espejismo creado por pensamientos, imágenes mentales, sensaciones, recuerdos, etc.

Si preguntamos ¿qué soy yo? y miramos para ver (no pensar en ello, sino mirarlo y sentirlo), ¿encontramos un pequeño yo? Si es así, ¿qué es lo que lo está contemplando? Según mi experiencia, cuando llegamos al fondo sin fondo, no encontramos nada en absoluto, o absolutamente todo. Encontramos una presencia consciente abierta y una experiencia presente sin fronteras―sin un dentro ni un fuera.

El llamado yo se parece más a una actividad que a una cosa. Algunos lo han llamado selfing *. Y algunos de sus aspectos son funcionales. Necesitamos cierto sentido de ubicación, límites e identidad con el cuerpo para funcionar. Pero esos aspectos funcionales pueden estar aquí de forma intermitente, según sea necesario, sin la autoimagen y toda la identidad como «yo» que a menudo protegemos, promovemos y defendemos.

* Selfing: En inglés este término es usado en botánica como «auto-polinización» o «auto-fertilización» pero en el contexto de este artículo no parece tener traducción en español, literalmente podría traducirse como «siendo» o «yoendo», es decir la actividad de ser o ser (un) yo.

Las diferencias pueden percibirse sin imaginar separación. Habitualmente tendemos a ver esta experiencia presente como un montón de cosas separadas en conflicto o competencia entre sí, una perspectiva que da lugar al miedo y al deseo, pero también podemos verla como un cuadro entero, una película entera, una experiencia entera indivisa con infinitas variaciones en su apariencia.

No podemos descartar del todo la sensación de separación que surge y el misterio de que amante y amado se unan en el amor o que se maten unos a otros en la guerra. Eso también parece estar incluido en esta realidad que todo lo abarca. Quizá por eso el Zen prefiere decir: «Ni uno, ni dos», en lugar de simplemente: «No dos». No podemos aferrarnos ni fijarnos en ningún punto de vista unilateral.

Pero puede observarse que las polaridades aparentemente opuestas siempre van juntas y sólo existen unas en relación con otras, y que esta manifestación no podría aparecer sin estas polaridades o diferencias. Al comprender esto, puede producirse un abrazo de toda la catástrofe, como lo llamó Zorba el Griego, una aceptación de lo que es, un amor incondicional que es profundamente liberador.

Y no necesitamos hacer esta aceptación. Todo está siempre permitido tal y como es. ¡Porque siempre es tal y como es! Podemos relajarnos porque es imposible alejarnos de esta totalidad infinita. Y si no nos sentimos relajados, si nos sentimos tensos, ¡simplemente podemos estar tensos! ¡No hay problema! ¡Qué gran alivio!

¿No hay lugar para la práctica y el esfuerzo?

¡Claro que sí! ¡En esta realidad que lo abarca todo hay sitio para absolutamente todo! Todo tiene su lugar. Y todo es un movimiento de este todo indivisible del que nada se separa.

Con amor para todos...