Artículos - Rupert Spira

El nombre divino interior
Cómo la auto-indagación se convierte en la devoción más elevada
Por Rupert Spira10 de julio de 2025¿Y si el acto supremo de devoción no consistiera en alcanzar algo lejano, sino en reconocer lo que nunca ha estado ausente? Esta pregunta se encuentra en el centro de una de las paradojas más profundas de la espiritualidad: que buscar a Dios y buscar tu verdadero yo no son dos caminos diferentes, sino uno solo.
«Entre las cosas que conducen a la liberación, la devoción ocupa el lugar supremo. La búsqueda de la naturaleza real de uno mismo se designa como devoción».―Vivekachudamani, versículo 31. (1)
Convencionalmente, se considera que la devoción es hacia Dios, que parece estar a una distancia infinita de uno mismo. El autor del Vivekachudamani, Adi Shankara, sugiere que, de todos los caminos que conducen a la liberación, la devoción es la práctica suprema. Sin embargo, matiza esa afirmación diciendo que la verdadera devoción es la búsqueda de la naturaleza real de uno mismo a través de la práctica de la auto-indagación.
En otras palabras, estos dos caminos―uno que apela a la mente y otro al corazón―que tradicionalmente se consideran diferentes y casi opuestos son, en realidad, el mismo. Esta verdad se expresa en el antiguo dicho sufí: «Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor». (2)
La auto-indagación como devoción
Atma vichara, que suele traducirse como «auto-indagación», podría traducirse mejor como «permanencia en uno mismo». Se trata simplemente de descansar en el ser y como el ser. Entonces, ¿en qué sentido esta investigación y este descanso en tu verdadera naturaleza son sinónimos de la forma más elevada de devoción a Dios? La clave está en el nombre «yo» o «yo soy».
«Yo» o «yo soy» se refiere a ese aspecto de ti mismo que no puede ser separado de ti; a tu ser esencial e irreducible antes de que sea calificado por el contenido de la experiencia. Cuando los seres humanos se despojan de las cualidades temporales que adquieren del contenido de la experiencia, brillan tal y como son en esencia―totalmente íntimos, pero al mismo tiempo siempre presentes, ilimitados, incondicionales, inmutables. El ser infinito de Dios. Como tal, un ser humano es el ser infinito de Dios revestido de la experiencia humana.
Lo que Shankara denomina «devoción» o «búsqueda de la naturaleza real» es esta discriminación entre lo que eres esencialmente―aquello a lo que te refieres cuando dices «yo» o «yo soy»―y todas las cualidades de la experiencia que se te añaden temporalmente. «Yo soy» es, como tal, el portal que conduce desde el contenido de la experiencia a tu ser esencial―el ser de Dios. Por lo tanto, «yo soy» es el nombre divino. Es la oración definitiva, el mantra más elevado, la esencia de la meditación. Todo lo que se necesita es decir el nombre divino «yo soy» una vez y permitirse ser atraído hacia su referente. Así, la verdadera devoción a Dios es el retorno a tu ser desnudo.
La disolución de la separación
Si las palabras «yo soy» se refieren a tu ser esencial, entonces el ego o el yo separado surge cuando tu ser es calificado o condicionado por la experiencia, en cuyo caso el «yo soy» se convierte en «yo soy esto o aquello». Por lo tanto, cuando te alejas del contenido de la experiencia, renuncias al yo separado, que solo puede mantenerse identificándose con ese contenido.
A medida que tu ser pierde sus cualidades limitadas y se revela como un ser infinito, se produce el reconocimiento sentido de que tu ser no es solo la esencia de ti mismo, sino el ser del que todos y todo derivan su existencia aparentemente independiente. Habiéndote alejado inicialmente del contenido de la experiencia, ahora vuelves hacia él y ves a todos y todo como una apariencia o manifestación del mismo ser que tú eres. En relación con las personas y los animales, este reconocimiento del ser compartido se conoce como amor; y en relación con los objetos y la naturaleza, se conoce como belleza.
Aquí cesa el conflicto entre tu experiencia interior y exterior. Ya sea con los ojos cerrados en meditación o en oración, o participando en actividades y relaciones en el mundo, ves y sientes tu ser―el ser de Dios―en todas partes y en todo.
La experiencia pierde progresivamente su capacidad de ocultar tu realidad compartida. Lo que antes parecía una multiplicidad y diversidad de personas, animales y cosas, ahora se siente como un mismo ser que brilla en y como ese mismo ser. Sientes y ves la presencia de Dios en todas partes o, como dicen los sufíes, «Dondequiera que miremos, sea lo que sea lo que experimentemos, ese es el rostro de Dios». (3)
- Adi Shankaracharya, Vivekachudamani, versículo 31, trad. Swami Madhavananda (Calcuta: Advaita Ashrama, 1921), 15.
- Un dicho comúnmente atribuido a los sufíes, probablemente del místico del siglo IX Yahya ibn Mu'adh ar-Razi. Expresa un principio fundamental del misticismo islámico ampliamente aceptado por los maestros sufíes.
- Una paráfrasis moderna de la enseñanza mística islámica arraigada en el versículo 2:115 del Corán («Dondequiera que mires, allí está el rostro de Alá») y la doctrina sufí de wahdat al-wujud (Unidad del Ser).