Artículos - Steve Taylor

El genio de William James
El clarividente psicólogo americano
Por Steve Taylor 3 de febrero de 2020En todos los años que llevo escribiendo y dando conferencias sobre psicología, hay un fenómeno al que me he acostumbrado: Cada vez que se me ocurre una idea o teoría «nueva», al final descubro que hay un psicólogo que ha tratado el tema antes que yo: William James.
Aunque se le reconoce como uno de los padres fundadores de la psicología, el alcance y la relevancia atemporal de los escritos y teorías de William James no dejan de sorprenderme.
Uno de los primeros libros que escribí versaba sobre la percepción del tiempo.
En Making Time (Creando el Tiempo), propuse una teoría del tiempo basada en el «procesamiento de la información», según la cual cuanta más información procesa nuestra mente (es decir, cuantas más percepciones, sensaciones, pensamientos, etc.), más lento parece transcurrir el tiempo. Argumenté que el tiempo parece transcurrir más despacio para los niños porque el mundo es muy nuevo para ellos y, por tanto, procesan mucha más información perceptiva. Sugerí que una de las razones por las que el tiempo parece acelerarse a medida que nos hacemos mayores es que el mundo se nos hace cada vez más familiar y, por tanto, procesamos menos impresiones nuevas. Pensé que había descubierto algo nuevo, pero pronto descubrí que William James había propuesto una teoría similar.
En Principios de la psicología, describió cómo el lento sentido del tiempo de los niños se debía al hecho de que, «en la juventud, tenemos una experiencia absolutamente nueva, subjetiva u objetiva, cada hora del día... pero como cada año que pasa convierte parte de esta experiencia en rutina automática que apenas notamos, los días se suavizan en el recuerdo hasta convertirse en unidades sin contenido, y los años se ahuecan y se deslizan».
Otro tema que siempre me ha interesado es la psicología de la guerra.
Mi interés por este tema surgió de mi lectura de textos antropológicos y arqueológicos que sugerían que la guerra sólo se hizo endémica en épocas bastante recientes (es decir, hace unos 6.000 años) y que en la prehistoria los conflictos entre grupos eran sorprendentemente infrecuentes. Esto me llevó a creer que la guerra era principalmente un fenómeno psicológico, más que uno arraigado en la biología o la evolución humanas. Y de nuevo, rápidamente descubrí que William James ya había llegado a una conclusión similar. En su ensayo fundamental «El equivalente moral de la guerra» (1910), James sugería que la guerra era tan frecuente por sus efectos psicológicos positivos, tanto en el individuo como en la sociedad en su conjunto.
A nivel social, la guerra aporta un sentimiento de unidad frente a una amenaza colectiva. Une a las personas, animándolas a comportarse desinteresadamente por el bien común. A nivel individual, la guerra hace que la gente se sienta viva, más alerta y despierta, dándole un sentido y un propósito más allá de la monotonía de la vida cotidiana. Como dice James, «la vida parece fundida en un plano superior de poder». Con el término «equivalente moral de la guerra», James quería decir que las sociedades humanas necesitan encontrar una actividad equivalente que aporte los mismos beneficios colectivos e individuales de la guerra, sin causar muerte ni devastación.
La hipótesis de la transmisión
William James no era sólo un psicólogo, sino también un filósofo. Y la conocida sensación de que «William James llegó antes que yo» me ocurrió hace poco, cuando también empecé a escribir sobre temas filosóficos.
En Spiritual Science (Por una ciencia espiritual), sugerí que la mejor forma de entender la consciencia humana es pensar en términos de una consciencia general que todo lo impregna y que es una cualidad fundamental del universo (de forma similar a otros fundamentos universales como la gravedad o la masa). He sugerido que la consciencia fundamental se manifiesta en las formas de vida individuales como nuestra propia consciencia personal, a través del cerebro humano. El cerebro desempeña el papel de recibir y transmitir la consciencia fundamental a nuestro ser individual.
No tardé en descubrir que William James propuso una teoría muy similar. En un ensayo titulado «Sobre la inmortalidad humana», escrito en 1898, sugirió que la mente, la cognición o la conciencia mental son el resultado de la transmisión de la realidad esencial del universo a través de la «estación receptora» del cerebro. James no intenta describir la naturaleza de esta realidad esencial, salvo a través de metáforas como el aire que pasa por los tubos de un órgano, o como luz invisible o «resplandor blanco». Pero deja claro que la consciencia humana es un influjo de esta realidad esencial. Dice que nuestra propia «esfera del ser» es de la misma naturaleza que «ese mundo más real».
William James y la ciencia postmaterialista
En los últimos tiempos, muchos psicólogos han adoptado una perspectiva materialista que ve la mente humana (incluida la consciencia) como una sombra del cerebro, un epifenómeno resultante de las interacciones de las partículas materiales. Esta perspectiva materialista se muestra escéptica ante estados de consciencia inusuales, como las experiencias místicas, que suelen considerarse estados delirantes producidos por una actividad cerebral aberrante. También hay escepticismo ante fenómenos «psi» como la telepatía y la precognición, que se consideran imposibles porque supuestamente infringen las leyes de la ciencia.
Y parte de la razón por la que William James es tan importante es que, incluso antes de que el materialismo se convirtiera en dominante como paradigma intelectual, fue capaz de ver sus limitaciones. Estaba abierto a la existencia de fenómenos psi y a la posibilidad de alguna forma de vida después de la muerte. Como muestra su gran obra Las variedades de la experiencia religiosa, veía las experiencias místicas ―en las que la conciencia de una persona se expande e intensifica― como una «ventana a través de la cual la mente se asoma a un mundo más extenso e inclusivo». Intuía que la conciencia humana normal está restringida y que nuestra visión normal de la realidad es, por tanto, poco fiable, del mismo modo que las fotos tomadas por una cámara defectuosa son defectuosas. Como afirmaba James, no deberíamos «cerrar nuestra cuenta» con la realidad (que es lo que intentan hacer los materialistas) hasta que hayamos investigado estos diferentes estados de consciencia y reconocido las percepciones sobre la naturaleza de la realidad que nos proporcionan.
Quizá por eso James parece una figura tan contemporánea. Uno de los desarrollos más interesantes de los últimos años ha sido el movimiento de la ciencia postmaterialista, fundado por un grupo de científicos (entre ellos Mario Beauregard, Lisa Miller y Gary Schwartz), que creen que los supuestos de la ciencia materialista convencional ya no son viables. Los postmaterialistas plantean una perspectiva alternativa, sugiriendo que la mente o la consciencia no se deriva de la materia, sino que son un aspecto fundamental del universo, y que «existe una profunda interconexión entre la mente y el mundo físico».
En este sentido, William James podría considerarse fácilmente el santo patrón de la ciencia postmaterialista.
La obra de James fue tan amplia que aquí sólo he abordado un pequeño fragmento de sus teorías.
Estoy seguro de que hay muchos otros psicólogos y filósofos que han descubierto que sus ideas y teorías fueron anticipadas por él. En algún momento, todos los que seguimos sus pasos nos encontraremos explorando áreas que él delimitó hace más de un siglo.
Es esta asombrosa clarividencia, junto con su apertura mental a perspectivas no materialistas, lo que representa el verdadero genio de William James.