Extractos - Francis Bennett
Yo Soy El Que Soy
Dios está en todo y todo está en Dios
Por Francis Dale BennettToda la verdad se puede resumir en un versículo de las Escrituras judía y cristiana, "Yo soy el que soy".
~ Sri Ramana Maharshi
Y el método completo para la realización de esta verdad se encuentra en otra de esas escrituras, "Quedaos quietos, y sabed que yo soy Dios."
Este libro trata sobre el descubrimiento más grande y más importante que jamás se haya hecho. Se trata del descubrimiento de la clave para la felicidad y la satisfacción. Yo mismo hice este descubrimiento y me alegré de haberlo hecho, pero la clave de la felicidad no es un nuevo descubrimiento y ciertamente no soy el primero en haberlo hecho ni seré el último. A través de los siglos muchas personas de todas las culturas, religiones y escenarios históricos han hecho este descubrimiento maravilloso, y, a diferencia de la mayoría de los descubrimientos de la ciencia, las matemáticas u otros campos del conocimiento, cada uno de nosotros tiene que descubrir esto por sí mismo. Nadie más puede hacerlo por ti. Escuchar sobre el viaje de otra persona puede ayudarte a hacer el tuyo propio, pero lo único que te va a valer es andar el camino por ti mismo. Hay algo irónico en descubrir esta clave para la felicidad: a pesar de que podemos pasar toda una vida buscándola en todas partes que podamos pensar, siempre ha estado dentro de nosotros todo el tiempo. Es precisamente por eso que cada uno debe descubrir esto por sí mismo.
Así que prescindamos de toda esta incertidumbre. En este momento, puede que hagas la pregunta: ¿Cuál es esta clave para la felicidad y la satisfacción? Bueno, la clave para la felicidad y la satisfacción está contenida en la realización de la siguiente simple verdad:
Lo que realmente eres, en el nivel más básico, en tu propia experiencia directa, es simple conciencia del momento presente. Y la verdadera naturaleza esencial de esta conciencia es en sí misma la felicidad, la paz y la pura dicha.
Así que, cuando descubro quién soy realmente, inmediatamente descubro que yo soy dichosamente feliz, porque lo que soy es felicidad y dicha. Estas pueden parecer unas afirmaciones iniciales grandilocuentes. Pero no te fíes para nada de mis palabras. Puedes experimentar esto por tu cuenta y descubrir por ti mismo si estas afirmaciones son verdaderas o no. Este pequeño libro puede ayudarte a llevar a cabo tal experimento en tu propia vida. Ésa es ciertamente mi esperanza en escribirlo.
La "historia de Francis"
Me gustaría comenzar compartiendo con ustedes un poco del viaje que me llevó a mi propio descubrimiento. Espero que mi historia les ayude a lo largo de la trayectoria hacia el suyo. Desde que hice el descubrimiento de que lo que realmente soy es conciencia del momento presente, ya no pienso mucho en mi supuesta historia "personal". Recientemente, tuve que preparar un currículum, así que tuve que pensar en dónde había estado, qué había hecho, dónde fui a la escuela, qué formación profesional había completado. Después de terminar el currículum y leerlo para comprobar posibles errores de formato y de ortografía, sentí como que estaba leyendo una descripción de la vida de otra persona o como mirar una especie de bosquejo simplificado de un personaje en el resumen de una novela. Así que voy a contar la "historia de Francis". Por supuesto, ninguno de nosotros somos nuestras historias en ningún sentido absoluto. Nuestra historia es un relato de la función que hemos desempeñado en el escenario humano que llamamos vida. Sin embargo, un personaje interesante en una historia a veces puede apuntar a algo más allá de la historia. Todas las historias que escuchamos en las obras, en el cine o en los libros infantiles, tienen algo que decirnos indirectamente. Actúan como simples indicadores. Cada historia tiene una moral. Tenemos que mirar hacia donde señala la historia y no centrarse demasiado en la propia historia.
Comparto con ustedes esta "historia de Francis" porque puede ayudarte, lector, si pongo el escenario del libro en su conjunto. Pero lo comparto con la advertencia de que no te centres demasiado en la historia en sí, sino simplemente deja que apunte a aquello para lo que está destinado.
Cuando sucede el despertar, de lo que despertamos es de una creencia absoluta en la historia. Contrariamente a la creencia popular, la historia continúa después del despertar. La diferencia es que entonces la vemos como lo que es: una simple historia. Ya no la tomamos como realidad.
Cuando era un joven idealista, una búsqueda personal para experimentar un mayor sentido de lo que yo pensaba que era la presencia de Dios me llevó a la decisión algo radical de convertirme en monje trapense en la Abadía de Getsemaní, una semana después de mi veintitrés cumpleaños.
¿Cómo un joven corriente, bastante sociable, llegó a tomar esta decisión que le cambiaría la vida? Las semillas fueron sembradas cuando era un estudiante de secundaria. Había estado escribiendo poesía y canciones religiosas. Mi profesor favorito de inglés en secundaria había leído algo de mi poesía y me dijo que le recordaba a la obra de Thomas Merton, que había sido monje trapense en un monasterio de Kentucky llamado Gethsemani. El profesor me dio un libro de Merton llamado The Seven Storey Mountain. Era una autobiografía que contaba su conversión espiritual después de vivir una vida salvaje y de fiestas durante sus años de colegio en la ciudad de Nueva York y su posterior entrada en este monasterio trapense. La vida de Merton había sido muy distinta de la que yo había llevado hasta ese punto, pero era un tipo intelectual y literario y yo pensaba en mí como un intelectual en ciernes en ese momento y admiraba su escritura y sus antecedentes académicos. También me fascinaron sus descripciones de la vida monástica y cómo los monjes vivían en silencio, dedicando toda su vida a buscar una experiencia mística de la presencia de Dios. Al escuchar acerca de todo esto me fascinó y me aterrorizó al mismo tiempo. Yo era un joven muy social y hablador que tenía muchos amigos y estaba muy implicado en un montón de actividades, pasatiempos, música y diversión. A pesar de ser espiritualmente intenso y serio en mi búsqueda de experimentar la presencia de Dios más profundamente en mi vida, la idea de convertirme en un silencioso monje trapense con la cabeza afeitada ―tenía el cabello largo y rubio del que estaba muy orgulloso― me parecía un poco extremo, incluso para mí.
Pero después de secundaria, mientras asistía a un seminario universitario, empecé a visitar la abadía de Gethsemani, donde Merton había vivido y escrito tantos de los libros que ahora leía con tanta avidez. Durante muchos fines de semana, iba conduciendo hasta el monasterio en Kentucky de Columbus Ohio. Me llevaba alrededor de cuatro horas. Me convertí en un habitante de la casa de huéspedes de la Abadía y durante el transcurso de varios años, llegué a conocer a algunos de los monjes y al director vocacional, el hermano Giles. Todos conocían a Merton personalmente y tenían historias interesantes y humorísticas acerca de él que me fascinaban. Merton se había convertido en mi héroe espiritual. Cuando tenía veintidós años, había leído todos sus libros y sentía una abrumadora atracción por la idea de convertirme en monje trapense. Después de haber conocido a algunos de los monjes bastante bien durante varios años visitando el monasterio, la perspectiva de entrar en la Abadía de Gethsemani era mucho menos aterradora e intimidante. Así que, en el otoño de 1981, entré en la Abadía con el noble objetivo de convertirme en un santo gozoso como San Francisco de Asís o al menos un místico moderno como mi héroe, Thomas Merton. Era una idea muy idealista y romántica, pero creo que estaba experimentando un auténtico y serio anhelo de Dios que esperaba que fuera satisfecho entrando en el monasterio.
Thomas Merton, el Zen y la presencia de Dios
Como estaba familiarizado con todo el cuerpo de escritos que Thomas Merton había producido durante sus veinticinco años como monje trapense, fui expuesto a su interés de largos años en la espiritualidad y el misticismo oriental. Merton había investigado profundamente el budismo zen, el Vedanta Advaita hindú y el sufismo, la rama mística de la tradición islámica. La última parte de los escritos que Merton produjo en la década antes de su muerte se centraron a menudo en estos diversos caminos espirituales, y su interés en ellos había dejado un efecto marcado en Gethsemani que era todavía evidente en mi tiempo allí, trece años después de la muerte de Thomas Merton
Cuando era un joven monje profeso en Gethsemani en los primeros votos temporales, tuvimos un maestro Zen coreano que venía al monasterio ocasionalmente y daba Zen seshins a cualquiera de los monjes que estaban interesados en venir. Asistí a todos estos pequeños retiros de Soen Sa Nim, el fundador del Providence Zen Center. Tenía un grupo de estudiantes en esa época, cerca de Lexington, Kentucky, y así, cada vez que venía a Kentucky para visitar a sus estudiantes allí, él venía a nosotros los Trapenses y nos ofrecería un pequeño retiro y nos enseñaba sobre la meditación Zen. También comencé a tener correspondencia con este Maestro Zen y traté de ver si tal vez podría obtener la iluminación como los monjes budistas Zen que había leído en el libro de Merton, Mystics and Zen Masters.
Varias veces, cuando estaba practicando Zen y trabajando con este maestro, tuve pequeños vislumbres inspiradores o lo que el maestro llamaba satori, cuando de repente me encontré completamente en el momento presente. Recuerdo específicamente el primero, mientras caminaba por el estrecho pasillo del claustro en Gethsemani justo después de un retiro Zen con Soen Sa Nim. Escribí el siguiente pequeño poema sobre este satori.
Yo soy Eso
Simplemente, el Sol está brillando, inclinándose a través de las largas ventanas, claras y estrechas, mientras que las partículas de polvo bailan en los rayos de sol blancos y brillantes y todo lo que hay, en esta luz hermosa y clara es, ESO.
Fue un primer momento, fugaz pero maravilloso, de simplemente estar plena y conscientemente presente. Estas pequeñas realizaciones de la presencia ocurrieron muchas veces durante mi período Zen y empecé a hacer una conexión entre la experiencia de la conciencia del momento presente y la experiencia de lo que yo llamaba la presencia de Dios ― los fugaces vislumbres que había tenido cuando era joven y adolescente. Parecían ser esencialmente la misma experiencia, solo que llamada por nombres diferentes. En ambos casos experimentaba la misma sensación de amor y alegría trascendente y conciencia extática, la misma sensación de presencia. Había en ambas experiencias un éxtasis literal: una situación de estar fuera de, o libre de, el sentido habitual de un pequeño "yo". Tenía vislumbres maravillosas en las que, al experimentar la presencia de Dios, o la conciencia del momento presente, realmente no había posibilidad para una pequeña persona insignificante llamada "yo", con una historia personal, un nombre o función o identidad definible. Todo lo que había, era esto. Y lo que esto era, era la presencia del santo misterio que llamamos Dios.
Después de dejar los Trapenses en 1987 volví a la escuela, trabajé, cuidé de mi padre por un tiempo (le habían diagnosticado cáncer dos veces y finalmente murió en 1999). Pero entre 1993 y 1998 volví con los Trapenses varias veces, esta vez en una casa menor de Gethsemani en Carolina del Sur.
Durante esos años me involucré mucho en la práctica de la meditación Vipassana y llegué a conocer a mi amigo y maestro, Eric Kolvig. Eric se formó en la Insight Meditation Society en Barre, Massachusetts, con los maestros de Vipassana americanos, Joseph Goldstein y Sharon Salzberg. En mi vida cotidiana en el monasterio, hacía muchas prácticas de mindfulness (atención plena) muy simples, basadas en las técnicas de Vipassana. Cuando tenía preguntas o preocupaciones sobre mi práctica, contactaba con Eric y él siempre ofrecía sabio consejo y ayuda. Aunque realmente nunca me senté en un retiro con Eric, fue un mentor y una guía para mí durante esos años y estoy agradecido por la cálida amistad espiritual que formamos entonces, y que he mantenido hasta el día de hoy.
En 1998, dejé el monasterio Trapense de Carolina del Sur y regresé a Columbus, Ohio, para cuidar de mi padre. Durante ese tiempo conocí a Bhante Henepola Gunaratana, quien se convirtió en mi maestro y amigo espiritual. "Bhante G" es un monje budista Theravadin, el más antiguo Theravadin anciano o Mahathera de Norteamérica. Él es un maestro muy amable, humilde, sabio y compasivo y fue otro de los guías a quien tuve mucha suerte de haber conocido. Cuando mi padre murió en 1999, fui a vivir un año con Bhante G en su pequeño monasterio forestal y centro de retiro en Virginia Occidental. Durante ese año recibí una ordenación temporal en su linaje monástico Theravadin y le ayudé con algunos de los deberes administrativos en su centro.
Durante este período de intensa práctica de Vipassana hubo una conciencia más frecuente y sostenida de estar en el momento presente y una calma, claridad y capacidad de enfoque se desarrollaron más plenamente. Y sin embargo, a menudo surgía una sensación de sufrimiento e insatisfacción. Además, el momento presente, o "sagrada presencia", seguía jugando al escondite conmigo la mayor parte del tiempo. Parecía que, sin importar lo que hiciera en el camino de la práctica y por muy intensamente que la hiciera, estaba presente, luego no presente, presente de nuevo y luego de nuevo no presente. Con frecuencia tenía una experiencia de presencia, pero hacía acto de aparición y desaparición constante. ¿Qué podía hacer, qué trabajo interior podía emprender, para mantener esta experiencia de presencia?
Otra percepción que parecía surgir en este período era la realización de que todas las historias que continuamente me contaba a mí mismo sobre todo ―historias sobre mí mismo, sobre Dios, sobre otros, sobre lo que sucedió, lo que no sucedió― eran sólo eso: un montón de historias en mi cabeza. Comencé a ver que cuando podía dejar de lado las historias lo que quedaba era simplemente este momento presente, justo aquí y ahora.
Todas las percepciones profundas y la calma que había desarrollado a lo largo de los años fueron útiles en términos de navegar por los inevitables altibajos de la vida con más suavidad. Definitivamente había encontrado cierta felicidad y paz relativas. Pero todavía sentía que algo indefinible, que no lograba identificar, faltaba de alguna manera.
En el 2000, después de estudiar con Bhante G y de la ordenación temporal en Theravadin, mi anciana madre comenzó a experimentar muchos problemas graves de salud y entonces regresé a Columbus para cuidarla durante los siguientes siete años, hasta su muerte a la edad noventa y uno. Durante esos años cuidando a mi madre, terminé dos años de residencia en Educación Pastoral Clínica (CPE) y trabajé como capellán de hospital y hospicio. Me encantó este trabajo y aprendí mucho de la gente con quien tuve el privilegio de acompañar en su experiencia de enfermedad terminal. A varios de ellos los consideraría como verdaderos maestros espirituales para mí tanto como cualquier Maestro Zen o profesor de meditación con los que había trabajado.
Mi Maestro Zen, Mary
A través de mis años de búsqueda trabajé con varios maestros muy buenos y articulados de quienes aprendí una gran cantidad de verdad "espiritual". Sin embargo, uno de mis principales maestros no era un maestro espiritual formal. Y sin embargo, tendría que decir que aprendí tanto de ella como de cualquiera de los maestros espirituales clásicos que tuve el privilegio de conocer a lo largo de los años.
Conocí a Mary cuando trabajaba como capellán de hospicio. Originalmente era la paciente de otro capellán con quien no había logrado congeniar. Mary no se sentía muy cómoda con este capellán, ¡ni tampoco el capellán estaba particularmente cómodo con Mary! Y así el otro capellán me había preguntado si estaría dispuesto a visitarla, sólo para ver si podríamos establecer una mejor relación. Sin embargo, hizo esta petición junto con una advertencia. Me dijo que Mary era una esposa y madre de cuarenta y tres años, con una forma invasiva de cáncer de lengua de rápido crecimiento que ahora se extendía por su cara. El capellán dijo: "Esta paciente es una mujer muy amargada que está enojada con Dios por permitir esta enfermedad en su vida, y está buscando respuestas que nadie puede realmente darle, y parece que está proyectando su ira hacia Dios en cualquiera que ella ve como representante de Dios (alias, el capellán). ¡Así que… buena suerte!"
Había comenzado con una lesión en la lengua que el dentista de Mary había detectado y tenía ciertas preocupaciones sobre ello. Recibieron una biopsia y, como había temido el dentista, era un cáncer muy raro y virulento. Cuando llegué a ver a Mary, ya tenía afectada la mitad de su cara y ella estaba en las últimas semanas de vida. Cuando entré en el salón de la casa de Mary, donde su marido le había preparado una cama de hospital, vi a una pequeña mujer vestida con un precioso chaleco de gasa con un velo de flores que cubría la mitad inferior de su rostro bajo sus ojos. Mirándome por encima del velo estaban los ojos verde-azulados más hermosos que jamás había visto, con largas pestañas oscuras y cejas cuidadosamente arqueadas. Había una foto en la pared de una encantadora joven de lo que parecía una vida diferente, con los mismos hermosos ojos, sonriendo y rodeada por su joven familia delante del Castillo Encantado de Disneylandia. Cuando entré en la habitación, Mary levantó un letrero cuidadosamente diseñado que decía ¡Hola! Puesto que ya no tenía lengua ni mandíbula inferior, sólo podía comunicarse escribiendo sobre una tableta o sosteniendo pequeños signos que mantenía al lado de su cama. Le dije que era el capellán del hospicio, me presenté y le dije que podríamos charlar un poco si ella quería. Una vez que supo que yo era el capellán, no desperdició tiempo en ninguna sutileza social. Ella tomó su tableta de escritura y escribió una pregunta desgarradora: ¿Por qué Dios permite que esto me suceda? Inmediatamente sentí una oleada de dolor y compasión a través de todo mi ser. "No lo sé", dije después de unos segundos de contacto visual. Continué, "Mary, realmente no lo sé, pero si quieres podemos explorar juntos esta cuestión más profundamente". Después de algunas preguntas más entre nosotros, terminamos nuestra primera reunión.
La mayoría de las veces, puedo visitar a los pacientes durante el día y estar muy presente con ellos durante estas visitas. A pesar de estar totalmente comprometido con la persona en el momento, cuando regresaba a casa por la noche, en general era bastante capaz de dejar ir mis pensamientos acerca de ellos y centrarme en estar presente con mi madre anciana, para quien yo era el cuidador principal. Con Mary, las cosas eran diferentes de alguna manera. Incluso después de esa primera reunión, parecía estar pensando en ella y en su pregunta muchas veces al día. Incluso para mí, esa pregunta era un poco como uno de esos koans Zen formales con los que había trabajado con mis maestros Zen. El koan es una pregunta enigmática que, en un nivel lógico/racional, realmente no tiene respuesta en absoluto. Uno se sienta con el koan hasta que haya un descubrimiento con él. Uno responde a la pregunta trascendiéndola como pregunta. La respuesta a un koan es que no hay respuesta en ningún sentido que satisfaga a la mente racional. Mi maestro zen solía decir: "Debes convertirte en la pregunta". La vida le había dado a Mary un koan muy misterioso y desafiante y ella ciertamente se había convertido en esta pregunta. Ella vivía y respiraba su koan cada momento de cada día. Estaba luchando con su koan tan intensa y apasionadamente como se podría esperar de cualquier estudiante Zen serio.
Mary y yo comenzamos a formar una especie de liturgia, un ritual, en nuestras visitas. Era así: Yo entraba en la habitación; Mary sostenía su letrero ¡Hola!; yo sonreía; ella generalmente escribía en su tableta: ¿Cómo está tu madre? Le daba el último informe sobre la salud de mi madre y le preguntaba cómo estaba su familia; ella me daba los últimos informes sobre ellos y después de una breve pausa, ella comenzaba a escribir su koan. Normalmente no era la misma pregunta directa de ¿Por qué? que había escrito en el primer día. Normalmente tomaba la forma de una amarga queja contra Dios. A mí no me parecía mal. Podía entender por qué estaba amargada. Todo parecía muy injusto para ella y para los que la rodeaban. Era una persona encantadora, buena y decente que había hecho todo lo posible para ser una buena esposa y madre, buena vecina y buena cristiana. Esta cosa llamada cáncer le parecía un ladrón malicioso que había entrado por la puerta trasera de su vida y estaba empeñado en quitarle todo lo que ella amaba.
En la formación que había experimentado en mi residencia en CPE, nos recordaban una y otra vez que dar las típicas respuestas fáciles a las preguntas más espinosas de la vida raramente resultaban ser realmente provechosas. Se hacía hincapié en que la mayoría de las personas que están sufriendo parecen encontrar algún consuelo terapéutico en la simple realidad de ser escuchadas y verdaderamente oídas. Tienen una historia muy personal de sufrimiento y miseria que a menudo no tiene posibilidad de una resolución material o física. Las personas que sufren de una enfermedad terminal, como su propio nombre sugiere, son demasiado conscientes de que se dirigen inexorablemente hacia un término, un inevitable fin de juego. Por lo tanto, o bien caen en una especie de desesperación, o poco a poco aprenden a recurrir a todos los recursos espirituales, psicológicos y materiales que puedan tener a su disposición. Mary tenía los recursos de un buen intelecto y en su carácter fuertes rasgos de curiosidad, un sentido de la justicia y el amor por su familia. Todas estas características entraban en juego en su intento desesperado de darle sentido a lo que le estaba pasando a ella y a su familia en relación con esta enfermedad que parecía estar invadiendo su vida.
Un día fui a visitar a Mary como de costumbre. Esa mañana había asistido a misa y me encontré contemplando el gran crucifijo español de tamaño natural que adornaba la pared de la iglesia a la que normalmente asistía. El Cristo en la cruz estaba golpeado y sangrante. No era una de estas versiones puritanas y saneadas de Cristo en la cruz, con una mirada serena mirando plácidamente hacia el mundo. El Cristo en esta cruz expresaba claramente un gran dolor. Su rostro no estaba sereno, sino más bien torcido con una mueca. Su cuerpo estaba lastimado y roto. Mirando a este hombre en la cruz, pensé en mi amiga Mary. Casi podía oír las palabras de Jesús desde la cruz, dichas tantos siglos antes: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" En ese momento tuve la idea de que Mary había recibido el mismo koan del Padre que Jesús mismo había recibido. Y me había dado este koan a través de Mary en un linaje de dolor y sufrimiento. En ese momento, supe que ella era una maestra importante para mí.
Cuando llegué a casa de Mary más tarde esa mañana, comenzamos nuestra liturgia usual sin demora. Estaba escribiendo su habitual lamento contra Dios, como un pasaje del libro de Job. Yo estaba allí escuchando, o más bien leyendo, los comentarios escritos de Mary, como solía hacer. De repente salieron palabras de mi boca que no había planeado absolutamente decir. Normalmente yo dejaría que su lamento contra Dios siguiera su curso. Por lo general, se prolongaría durante unos veinte o treinta minutos. Su marido, entonces, entraría y le daría algún medicamento u otro, todos charlaríamos juntos por unos minutos más y me iría. Pero en este día había una energía diferente en el aire. Desde que entré en su habitación esa mañana, fue como si la imagen de Jesús en la cruz estuviera superpuesta a la propia persona de Mary. Cada vez que la miraba, veía la misma imagen del Cristo sufriente que había visto aquella mañana. El ambiente en la habitación parecía ese día cargado con una presencia sagrada. Alrededor de diez minutos de su lamento oí extrañas palabras que salían de mi boca.
Le dije: "Mary, puedo saber lo dolorosa y difícil que es tu experiencia ahora mismo. ¿Quieres liberarte de todo este dolor? "Ella dejó la tableta de escritura y me miró, sus ojos rebosantes de lágrimas mientras sacudía su cabeza arriba y abajo indicaban un sí en respuesta a mi pregunta. Sus ojos estaban llenos también de algo más que lágrimas, algo nuevo que nunca había visto antes. Había una ternura en su expresión y tal vez una especie de expectativa de algún tipo. Nunca le había hecho una pregunta como ésta antes. Normalmente sólo escuchaba. Creo que tenía curiosidad por lo que iba a decir a continuación, ¡pero no más curiosidad que yo mismo! Mi experiencia después de eso era que el tiempo parecía avanzar a cámara lenta. Las palabras salían de mi boca, pero no había pensamientos que se formaran en mi cabeza de antemano. Las palabras simplemente aparecían en la habitación y yo las escuchaba llegar como si alguien más las estuviera diciendo. Me di cuenta de que yo también tenía lágrimas en mis ojos mientras decía estas palabras y había una sensación abrumadora de amor que estaba saturando la habitación. Oí las siguientes palabras que se decían y las palabras mismas surgían de esta presencia de amor omnipresente.
Le dije: "Mary, la única manera que conozco para superar el tipo de dolor que estás experimentando ahora mismo, es el camino de la entrega absoluta".
Tan pronto como pronuncié estas palabras, empecé a preguntarme si había cometido un grave error. En ese momento, Mary y yo habíamos establecido una especie de confianza, y sin embargo me preguntaba si podía sentirse ofendida por estas palabras y pedirme que saliera de su casa. ¿No le estaba dando una de esas respuestas estándar que mis supervisores del CPE me habían advertido? Realmente no lo sabía con seguridad. Pero una cosa sí que sabía. Las palabras ya habían sido pronunciadas. Todavía permanecían en la habitación como el agudo tono revelador del pequeño gong que mi antiguo maestro Zen golpeaba al principio y al final de una sesión de meditación. No podía recuperar estas palabras. Todo lo que podía hacer era esperar la respuesta de Mary. Sus hermosos ojos se llenaron aún más de lágrimas y las lágrimas comenzaron a rebosar y rodar por sus mejillas hasta las flores de seda pura de su velo facial. Nos miramos uno al otro probablemente durante tres minutos o así, y después ella escribió algo en su tableta de escritura y la levantó para que la viera. Decía: ¡Gracias Francis!
Mary se había entregado completa y absolutamente ese día. Parecía ser una persona diferente. Toda la amargura había desaparecido y una alegría incondicional apareció en su lugar. Su cumpleaños tuvo lugar unos días después de este evento y fue la fiesta más alegre a la que había asistido. Había una presencia de paz y alegría que rodeaba a Mary desde aquel día que era palpable. Todo el mundo a su alrededor podía sentirla. Cuando la visité después de ese día, me sentía absolutamente animado en su presencia. Ella estaba transfigurada, irradiaba una luz viva, paz y serenidad. La semana siguiente escribió en su tableta: Solía preguntar a Dios y a mí misma todos los días, ¿Por qué yo? Ahora me encuentro diciendo, ¿Por qué no yo? Esta declaración, procedente de una mujer que, una semana antes, estaba tan amargada y enojada con Dios, me pareció verdaderamente increíble, como un milagro. Definitivamente había "superado" el koan que el cáncer le había dado.
Mary sólo vivió unas dos semanas más después de esta transformación.
Poco después de su muerte estaba conduciendo en mi coche y de repente sentí una abrumadora sensación de la misma presencia que parecía rodear a Mary en sus últimas semanas. Estaba tan sobrecogido por la emoción que tuve que detener el coche y tomar control de mí mismo para continuar conduciendo. En mi mente se formó la siguiente extraña pregunta: ¿Vas a esperar hasta que estés a punto de morir para entregarte, o lo harás ahora? No respondí la pregunta con palabras, pero hubo una especie de liberación emocional y espiritual que ocurrió allí al lado de la carretera que parecía ser una especie de momento decisivo para mí. El fruto de esta experiencia fue que, desde ese día hasta hoy, he tenido una profunda sensación de que lo que yo solía pensar como "mi vida" ya no era mía y que todo se estaba desarrollando de alguna manera como estaba destinado, simplemente como tenía que hacerlo. ¿Cómo lo sabía? Porque todo lo que se estaba desarrollando era, y es, simplemente tal como es ahora. ¿Cómo podría ser de otra manera? No ha habido mucha preocupación desde entonces, incluso cuando las cosas no van como yo podría preferir. Hay una sensación abrumadora de que lo que solía pensar como mi vida realmente tiene muy poco que ver "conmigo". La vida se vive aparentemente a través de este "yo", ¡pero nada de eso es asunto mío! Esto no quiere decir que ya no haga lo que pueda para tratar de mejorar alguna situación u otra, o actuar de la mejor manera en todas las circunstancias. Paradójicamente, esta aparente intención de cambiar sigue siendo una respuesta normal a ciertas situaciones. Pero hay un tipo de trasfondo de profunda aceptación y entrega que impregna la vida y hace que incluso los momentos difíciles sean mucho más habitables. Yo atribuyo todo esto, con profundo agradecimiento y con las palmas de las manos juntas, a mi Maestro Zen, Mary, la de los hermosos ojos verde-azulados. Nunca la olvidaré.
Aprendo acerca de la auto-investigación
Después de que mi madre murió en 2007, volví a entrar en la vida monástica católica. Esta vez en una pequeña comunidad monástica que fue fundada originalmente en Francia. Ellos habían hecho una pequeña fundación en Montreal en 2004, que es donde entré. Aquí descubrí la enseñanza de Bhagavan Sri Ramana Maharshi. Había vivido y muerto en la India unos años antes de que yo naciera, pero sin duda lo consideraría uno de mis maestros más importantes, tal vez el maestro más importante que jamás haya tenido. A pesar de que era hindú, Sri Ramana me enseñó más sobre lo que, he llegado a creer, era el mensaje esencial de Jesús y la buena noticia acerca de quiénes somos realmente en nuestro corazón más profundo. Había oído hablar de Sri Ramana antes, cuando era trapense en Gethsemani, y había visto fotos de su rostro, con su extraordinaria serenidad luminosa, pero nunca había profundizado en sus enseñanzas. Ahora me encontré con un pequeño libro llamado La Enseñanza Espiritual de Ramana Maharshi y descubrí que su método simple de "auto-indagación" me tocó profundamente. Esta es una práctica espiritual muy simple que en realidad prefiero llamar auto-investigación o permanecer en el sí mismo (self-abiding) porque creo que estas palabras describen con mayor precisión lo que sucede con esta práctica. Una descripción más completa de la práctica se puede encontrar en otra parte de este libro, pero hay indicios de ella en virtualmente cualquier cosa que tenga que decir acerca de la práctica espiritual.
Dios está en todo y todo está en Dios
Estaba viviendo felizmente la vida monástica otra vez y tratando de practicar la permanencia en el sí mismo que había aprendido de Sri Ramana. Fue una época serena y feliz. Varios años en todo esto, experimenté lo que sólo podía llamar un despertar profundo que cambió todo mi mundo. Este fue un gran cambio en la percepción que era incomparable a todo lo que había experimentado anteriormente en todos mis años de búsqueda y práctica. De hecho, esta llamada experiencia no era una experiencia en absoluto, sino más bien el simple descubrimiento de la conciencia pura en la que cada experiencia aparece y desaparece.
En cierto momento, justo en medio de la misa, fue como si un rayo hubiera golpeado la coronilla de mi cabeza y enviado una fuerte corriente de energía a través de todo mi cuerpo, de la cabeza a los pies. De repente vi claramente, en ese instante, que en realidad la presencia de Dios que había estado buscando toda mi vida siempre había estado dentro y alrededor de mí: Dios está en todo y todo está en Dios.
¿Por qué no había podido ver esto antes? Era tan obvio. Y esto no era simplemente una especie de concepto filosófico o teológico. Claramente vi esto y lo sentía con cada fibra de mi ser.
Había un conocimiento intuitivo profundo en ese instante de que mi propio sentido más básico de simple existencia o ser ―el Yo soy o el Sí mismo del que Sri Ramana había enseñado tanto― está, de hecho, siempre, sin esfuerzo, eternamente presente aquí y ahora. Simplemente no existe la posibilidad de que nunca esté presente. Y este simple sentido de presencia en el eterno ahora no es otra cosa que la presencia de Dios. Simultáneamente incluido en esta fracción de segundo de ver y conocer estaba la comprensión de que esta presencia eternamente brillante de Yo soy fue y es y siempre será mi propia identidad verdadera.
La "historia de mí" se disipó absoluta y completamente. Todavía podía recordar hechos de la historia personal, pero ya no había ninguna identificación personal con ninguno de ellos. Vi claramente en ese instante que cualquier "historia de mí" era simplemente un concepto en la cabeza, que no tenía ningún fundamento en la realidad viva. Todo esto sucedió en un fugaz relámpago en el tiempo, y más allá del tiempo, y sin embargo estaba indeleblemente marcado en mi consciencia más profunda. Nunca me ha dejado desde entonces. En ese instante, vi que quien Yo soy es simplemente esta presencia de conciencia, eternamente existente. Yo soy el Yo Soy; nada más y nada menos. Parece que, una vez visto claramente de esta manera, no es realmente ya posible no-ver esta Verdad.
Esta realización es, por su misma naturaleza, la realización del verdadero amor, la paz, la alegría y la vasta espaciosidad. A falta de un término mejor, a veces lo llamo la realización de nuestra verdadera naturaleza como el hijo amado de Dios. Pero todas estas palabras y metáforas sólo pueden indicar pobremente esta realidad, este silencio, que está completamente más allá de las palabras.
Espero que este breve relato de mi así llamada "vida", junto con lo que comparto en las páginas siguientes, ayude a señalar hacia el verdadero Ser que mora en el corazón de cada uno de nosotros. La escritura de este pequeño libro es un débil intento de compartir con ustedes lo que he llegado a conocer de este verdadero Ser o presencia que todos ya somos, como el hijo amado de Dios. He descubierto que el verdadero Ser es, en realidad, el descubrimiento maravilloso de todo el amor, la paz y la alegría que tanto tú como yo hemos estado buscando tan ardientemente durante toda nuestra vida. Lo realmente irónico es que nunca nos ha dejado en ningún momento de nuestra existencia. Nunca lo ha hecho y nunca lo hará porque, en el sentido más profundo, es nosotros. Es la vida o la existencia misma, que es realmente lo que somos y quiénes somos.
Los frutos del despertar
El despertar es un despertar a la realidad de lo absoluto, y aun así hay ciertos resultados del despertar en el nivel relativo de la vida. Es muy natural que queramos ser felices, libres de la preocupación y la ansiedad. Buscamos y buscamos para encontrar estas bendiciones y continuamente pensamos que las encontraremos en alguna persona, lugar o cosa. Pero cuando despertamos al nivel absoluto de la realidad y lo vemos con gran claridad, no sólo vemos claramente lo absoluto, sino que vemos claramente lo relativo. En realidad no hay ningún problema con lo relativo. El único "problema" que tenemos con lo relativo es cuando deseamos que lo relativo sea absoluto. Una vez que vemos con claridad la naturaleza relativa de todas las formas que aparecen y desaparecen en este mundo físico en el que vivimos, ya no sentimos la necesidad de insistir en que sean de ninguna manera diferentes de lo que son. Ahora aprendemos a aceptar la naturaleza temporal y efímera del mundo relativo y no vemos ningún problema con él.
Es como cuando recibimos una rosa de alguien en una ocasión especial. Nos encanta recibir la rosa y disfrutamos de su belleza. Pero nunca esperamos que viva unos veinte años a partir de ahora, ¿verdad? No, sabemos muy bien que la rosa es temporal y fugaz. Su naturaleza evanescente es en realidad parte de su belleza.
Así, un despertar al nivel absoluto de la realidad es también un despertar al nivel relativo. Toda ansiedad es básicamente causada por nuestro deseo de que la realidad sea diferente de lo que es. Lo que vemos es que lo relativo no está separado de lo absoluto. Lo relativo es simplemente una manifestación temporal que ocurre dentro del espacio de consciencia/conciencia absoluta. Todas las formas relativas que existen en nuestra experiencia deben surgir y cesar en la espaciosidad de la conciencia absoluta. Así que todas las formas, todas las manifestaciones físicas son, en realidad, y paradójicamente, parte de lo sin-forma.
El despertar trae consigo la realización de que mientras, relativamente hablando, muchas cosas importan en la vida y tienen cierta pesadez o urgencia emocional, absolutamente hablando, no importan de la misma manera. Esto nos ayuda a mantener todas las formas que surgen en nuestra experiencia de una manera mucho más ligera. Las cosas, personas y eventos que solían molestarnos no parecen tener casi el impacto sobre nosotros que una vez tuvieron. Hay mucha menos ansiedad y navegamos por la vida con más facilidad.
La mayoría de nosotros buscamos la estabilidad y la paz. Una vez que nos damos cuenta del nivel absoluto de la realidad, estamos conectados a la fuente y la cumbre de la estabilidad y la paz. La conciencia espaciosa es la única realidad estable e inmutable. Cuando nuestro enfoque está arraigado en la simple conciencia y no en todas las apariencias que surgen y cesan en esa conciencia, nos damos cuenta de que la estabilidad está siempre presente. Nos damos cuenta de que nosotros mismos somos la propia estabilidad.
Cuando aprendemos a vivir en la espaciosa quietud y el silencio de lo absoluto, comenzamos a aprender a escuchar, porque nos damos cuenta de que el silencio que somos en el nivel absoluto está siempre escuchando. Esta es una gran ayuda para el cultivo de las relaciones humanas sanas. Muchas personas pasan por la vida sintiéndose no escuchados. Muchas personas realmente no escuchan a los demás demasiado bien. Están tan ocupados componiendo algún tipo de respuesta a lo que creen que la otra persona está diciendo que no tienen mucha energía para escuchar a otro.
La otra forma en que el despertar nos ayuda en el ámbito de las relaciones es que nos damos cuenta de que ninguna persona en el planeta es capaz de satisfacernos realmente o de hacernos felices en un sentido último. Esto quita una gran cantidad de presión a una relación. Si ya no miramos a la otra persona para que nos satisfaga o complete, podemos comenzar a relajarnos y disfrutar de ella tal como es.
Cuando sabes con profunda certeza que tu ser esencial de conciencia espaciosa no está realmente separado de la realidad de Dios, la fuente de la felicidad y la paz definitivas, te das cuenta, en tu experiencia directa, de la felicidad y la paz absolutas que has estado buscando en todo el mundo.
En este momento, sin absolutamente ningún esfuerzo de tu parte, una alegría y felicidad pacífica ya está presente en el núcleo mismo de tu ser. Esta alegría y felicidad pacífica es la esencia de quien eres en el nivel más profundo y absoluto de tu ser. Esta alegría y felicidad es totalmente incondicional. Es decir, no tiene ninguna dependencia de las condiciones en absoluto. El fruto final del despertar es esta permanente alegría y felicidad incondicional. Esta alegría y felicidad es en realidad tu herencia innegable como el hijo amado de Dios. Tú mismo eres, en realidad, infinito amor, alegría y felicidad. Realizar esta verdad es quizás el resultado más maravilloso y práctico del despertar. Después de todo, ¿no está todo ser humano en la faz del planeta buscando la felicidad y la paz? Algunos incluso dirían que esta búsqueda de la felicidad es en primer lugar la única razón por la cual estamos aquí.
Mi intención más profunda es dedicar lo que queda de esta vida a compartir contigo la verdad liberadora de quién eres realmente. Todo lo que estás buscando ya está plenamente dentro de ti. Mi deseo más profundo para ti es que, al leer este pequeño libro, puedas despertar y darte cuenta de quién y lo qué ya eres, y quién has sido siempre.