Ruta de Sección: Inicio > Artículos >Extractos > Artículo

Extractos - Enrique Martínez Lozano

Vivir lo que somos

Introducción por Enrique Martínez Lozano Versión PDF
Vivir lo que somos

El primer título que me surgió para este libro fue el de Aprender a vivir. Me parecía que se ajustaba bien al contenido ya que, a mi modo de ver, un tal aprendizaje requiere el cuidado de las cuatro actitudes que en él se abordan y la práctica del camino que propongo. Cuando caí en la cuenta de que existía ya un libro del profesor José A. Marina con ese mismo título, me brotó espontáneamente este otro que ha quedado como definitivo. Porque, en realidad, de eso se trata: ¿qué es lo que tenemos que aprender a vivir, sino sencillamente lo que somos? No tenemos otro quehacer ni otra exigencia añadida, no tenemos nada que "lograr": sólo vivir lo que somos.

Si no se colara nuestro orgullo neurótico ―con frecuencia, hábilmente disfrazado, buscando compensar y justificar sus necesidades pendientes―, podríamos percibir con descanso una verdad tan elemental como serena: toda nuestra tarea y nuestro único objetivo consiste en vivir lo que somos. ¿Qué nos impide verlo y, sobre todo, qué nos impide vivirlo, descansada y ajustadamente? únicamente una cosa: nuestro pequeño yo ignorante y carenciado. Hablar de ese "yo" es lo mismo que hablar de orgullo neurótico, de máscara, de imagen idealizada; todos ellos son términos equivalentes para referirnos a la misma realidad.

He caracterizado a ese yo como ignorante, donde ―sin ningún matiz peyorativo― "ignorancia" alude a desconocimiento de la verdadera naturaleza de lo real. Nuestro nivel de conciencia habitual ―nivel en el que se mueve el yo―, nos mantiene sumidos en la ignorancia, dormidos y, por tanto, confundidos. El yo es equiparable al sujeto onírico que otorga a sus sueños carácter de realidad. Tal confusión de lo aparente con lo verdadero es la fuente de todos nuestros males. Por tanto, para vivir lo que somos, necesitamos, antes que nada, despertar, caer en la cuenta, llegar a descubrir nuestra verdadera identidad.

Lo que ocurre es que nuestro pequeño yo es también un yo carenciado. En un primer nivel, se trata de carencias y vacíos psicológicos o afectivos, que lo han llevado a instalarse en mecanismos de defensa compensatorios y a funcionar desajustadamente. De ahí que, en lugar de vivir lo que somos, nos dediquemos a cuidar una imagen insaciable o a perseguir el fantasma inasible de lo que nos gustaría ser. Y ello se debe al hecho de encontrarnos presos de nuestras necesidades y de nuestros miedos, expresados en comportamientos marcados por la ansiedad y el perfeccionismo, por la competitividad y la crispación, por la ambición y la prepotencia..., en definitiva, por la compulsión de un yo constitutivamente incapaz de trascender su egocentrismo.

Porque ―y esto es decisivo― la carencia no es únicamente psicológica o afectiva, sino absolutamente más radical, porque afecta a la misma sustancia del yo. Dicho de otro modo, el yo carece de identidad real y, por lo tanto, no puede mantenerse en sí mismo. Eso hace que necesite "sostenerse" constantemente recurriendo a cosas, títulos, "logros"..., entrando así en un camino de ambición y rivalidad. Mientras no salgamos de la trampa del yo, no podremos evitar ese modo de funcionar. Porque, al carecer de sustancia propia, el yo únicamente puede sobrevivir autoafirmándose en "realizaciones", proyectándose en lo que hace. De ese modo, la carencia viene a reforzar la ignorancia. Un yo que no existe pero que busca autoafirmarse a toda costa tiene que ser, forzosa e inevitablemente, fuente de engaño, porque él mismo se asienta sobre el engaño primero: afirmar su existencia.

¿A dónde nos conduce todo esto? A una conclusión evidente: mientras haya yo, habrá ignorancia ―engaño― y habrá vacío, con todas sus consecuencias. Y a mayor identificación con el yo, mayor sufrimiento. Por el contrario, empezamos a salir de la ignorancia cuando descubrimos la naturaleza ilusoria del yo. Un descubrimiento que conlleva dos consecuencias decisivas: en primer lugar, podemos dejar de vivir para él, con lo que estaremos disponibles para poder vivir lo que somos; y, por otra parte, se produce la paradoja de que no necesitamos "afirmar" nada, porque todo está ya afirmado... Y así lo percibimos cuando, a través de la práctica meditativa, nos abrimos a la Realidad incondicionada y autofundamentada de Lo Que Es. Es decir, si me empeño en encontrar mi yo, hallaré únicamente vacío; sólo trascendiéndolo, podré abrirme a lo Real. Aprender a vivir lo que somos implica ―decía más arriba― despertar; además ―podemos añadir ahora―, exige trascender el yo, en cuanto sensación de identidad separada.

Pero volvamos al título: vivir lo que somos. En su simple formulación, provoca o, tal vez mejor, incluye un doble interrogante: ¿qué somos? y ¿cómo vivirlo?

Y bien: ¿Qué es lo que somos? Desde una perspectiva estrictamente psicológica, habremos de responder que somos todo aquel conjunto de rasgos que conforman lo que llamamos nuestra "personalidad", particularmente aquellos que nos caracterizan de fondo, con los que ―más allá de nuestras heridas y de nuestros disfuncionamientos― nos identificamos como personas. En este sentido, vivir lo que somos significa favorecer el crecimiento integrado y el despliegue armonioso de aquellos rasgos profundos que nos definen.

Ahora bien, desde la psicología transpersonal, así como desde la espiritualidad más genuina, Lo Que Somos es preciso escribirlo con mayúsculas, por cuanto es no-diferente de Lo Que Es. Más allá de nuestra (aparente) identidad individual, más allá de los límites de nuestro "yo" separado habitual, en cuanto trascendemos nuestra mente, apenas vamos más allá del pensamiento, emerge la Conciencia no-dual, atemporal y omniabarcante. Más allá del "yo realizado" al que conduce el trabajo psicológico convencional, integrándolo y trascendiéndolo, se abre paso una "nueva identidad" transpersonal, la Realidad de Lo Que Es/Somos.

El título, pues, hace referencia, desde el inicio y de un modo intencionado, a esos dos niveles ―con minúscula y con mayúscula― desde donde percibimos nuestra identidad, los cuales serán desarrollados a lo largo de toda la obra. Psicología y espiritualidad, en el sentido más "abierto" de cada una de ellas, serán las herramientas que nos ayuden a descubrir e integrar lo que somos, para acceder a la verdad más profunda de Lo Que Somos, en la Unidad de Lo Que Es.

¿Y cómo vivir lo que somos? Esta nueva pregunta nos coloca en la actitud humilde de estar dispuestos a aprender. De hecho, ¿no será toda nuestra vida un aprendizaje? ¿No será que todo lo que nos ocurre no es sino escuela y oportunidad de crecimiento? ¿No será que nos resistimos a verlo así porque nos cuesta cambiar y preferirnos la pseudoseguridad controlada a la novedad arriesgada, la instalación a la búsqueda, "lo malo conocido a lo bueno por conocer"?

A medida que pasan los años, hay algo que se nos hace más y más evidente: lo realmente decisivo no es lo que nos sucede, sino aquello que hacemos con lo que nos sucede. Porque un mismo hecho puede construirnos o destruirnos, según sea nuestro modo de afrontarlo y vivirlo.

Sin embargo, esto que hacemos no siempre nos es consciente. No es raro encontrarnos tan condicionados que el acontecimiento mismo nos arrastre al final por derroteros más nefastos que el hecho en sí. No es raro tampoco que nos sorprendamos a nosotros mismos en reacciones nada constructivas cuyo origen desconocemos. No es raro, por fin, que nos veamos interiormente divididos entre actitudes contrarias ante la misma situación.

Y, sin embargo, a pesar de frustraciones y de fracasos, a pesar también de satisfacciones y de comodidades, a pesar incluso de que podamos equivocarnos en la lectura de lo que interiormente nos ocurre, a pesar todavía de que lo hayamos intentado sofocar con mil compensaciones, nada calma nuestro anhelo de vivir, nuestro dinamismo interior hacia un "más y mejor": la pasión por crecer.

Pues bien, si toda nuestra vida es aprendizaje; si lo realmente decisivo no es tanto lo que nos pasa, sino aquello que hacemos con lo que nos pasa; si no es extraño que nuestras reacciones sean las menos constructivas, porque estamos muy condicionados o muy alejados de nuestro mundo inconsciente; si, pese a todo, al menos en los mejores momentos, seguimos sintiendo un impulso interior a vivir con mayor plenitud..., necesitamos "bajar" de nuestro conformismo autosatisfecho, o "subir" de nuestro pesimismo autojustificado, o "salir" de nuestro vacío resignado, y aprender a vivir... lo que somos, en una tarea siempre inacabada y, por eso mismo, siempre fresca y novedosa, eternamente atrayente.

Vivir lo que somos..., en la certeza de que la vida misma va a ser nuestra primera maestra. Maestra sabia que, callada y misteriosamente, nos va a ir poniendo delante las circunstancias, personas, acontecimientos..., que necesitemos en un momento determinado para seguir aprendiendo. ¿No es cierto que, al volver nuestra vista hacia atrás, percibimos una fina coherencia en todo lo que nos ha ocurrido, como si una sabiduría misteriosa hubiera hecho posible armonizar los diferentes retazos de nuestra historia? ¿Qué nos hace suponer que no será del mismo modo en el futuro? ¿No nos hemos rendido, también, a la evidencia de que determinados hechos de nuestra vida, que nos resultaron particularmente incomprensibles o dolorosos, se han terminado revelando como los "maestros" precisos que, en ese momento, estábamos necesitando para seguir aprendiendo a vivir? No, no se trata de justificar el pasado, ni de propiciar una resignación barata, ni de juguetear con un providencialismo infantil. No. Se trata, mucho más sencillamente, de aprender a mirar, aprender a leer lo que nos ocurre y, detrás de ello, empezar a atisbar la sabia y hermosa promesa que la vida encierra.

Vivir lo que somos habla, en particular, de unificación y de armonía. La unificación es otro nombre del amor, como fuerza agregadora, aditiva, centrípeta. Vivir, como amar, es crecer y avanzar hacia una unidad creciente. El amor, por tanto, está al principio y al final, es origen y meta de la vida. Así pues, para que el proceso sea posible, tendrá que estar también en el medio, en el proceso mismo. No tiene nada de extraño que a Dios se le llame Amor, y que el amor cifre el núcleo más íntimo de toda la ética. Aprender a vivir es, ciertamente, aprender a amar.

Vivir lo que somos ―tarea compleja, delicada y apasionante― requiere el cuidado de cada una de las relaciones que nos constituyen, si bien todas ellas terminarán convergiendo y unificándose: la relación consigo mismo, con los otros y la naturaleza, con Dios. Requiere, simultáneamente, aprender a asumir constructivamente aquello que más nos puede desestabilizar o confundir: el dolor. Con ello, quedan nombradas las cuatro actitudes básicas, cuatro aprendizajes, que abordo en el texto, como vías que posibilitan una vida más plena: vivir en presente, vivir en profundidad, vivir en fraternidad-solidaridad y vivir constructivamente el dolor.

Insisto en que se trata de aprendizajes, porque estoy convencido de que es algo en lo que todos, poniendo determinados medios, podemos crecer y avanzar. Sin voluntarismos, perfeccionismos ni comparaciones. Muy al contrario, con motivación, lucidez, cariño, esfuerzo y medios ajustados.

Porque aprendizaje remite a ejercicio, a práctica. Cada día somos más conscientes de que necesitamos ejercitarnos para aprender casi cualquier cosa. Nos preparamos, casi rutinariamente, para un deporte, para una profesión, para una habilidad. ¿Cómo no prepararnos, ejercitarnos y adiestrarnos en la práctica del aprendizaje más importante: vivir lo que somos?

Para ello, quiero llamar la atención sobre un medio de probada eficacia unificadora y transformadora: la meditación. Lo presento como camino que facilita y da consistencia a aquellos aprendizajes y como puerta que nos abre, ahora sí, a la verdad más honda de Lo Que Somos, verdad que percibimos intuitivamente gracias precisamente a esa misma práctica.

La práctica meditativa, en un primer momento, expande nuestra libertad frente a todo aquello que puede aprisionarnos ―imagen, miedos, sufrimientos― y nos hace ecuánimes. Si todo sufrimiento emocional proviene de una mente no observada, la observación de nuestros pensamientos, como primer paso de aquella práctica, es el medio privilegiado para crecer en desidentificación y libertad interior.

La meditación, además, posee la virtualidad de conducirnos a experimentar nuestra verdad, más allá de las apariencias dualistas; por eso, nos hace capaces de salir de la "ignorancia" en que solemos estar sumidos y despertar a lo Real. Y aquí no es necesario "creer" nada; quien lo experimenta, descubre que la meditación es camino de vida, de sabiduría y de autotrascendencia. Es el tiempo en el que nos encontramos con nosotros mismos en profundidad; el espacio en el que integramos y asimilamos las oportunidades que nos ofrece la escuela de la vida; la ventana que nos permite vislumbrar lo Infinito y nuestra unidad con él. En una palabra, la meditación, como veremos, es más que una técnica, más que un método, más incluso que un camino; es mucho más que el tiempo dedicado a ella. La meditación es una forma de vivir, una forma de ser.

Por decirlo escuetamente: el trabajo psicológico nos ayuda a vivir lo que somos ―como un "yo" en proceso de autorrealización―; la meditación ―la espiritualidad― nos abre a la verdad no-dual de Lo Que Somos / Lo Que Es.

He querido incluir un Epílogo que busca únicamente dirigir la mirada hacia los niños, llamar la atención sobre la tarea educativa. No se puede mirar a un niño sin desear ayudarle a vivir. Por otro lado, quien aprende a vivir puede ayudar a vivir, porque aquél que fue buen aprendiz será el mejor maestro. Teniendo, pues, como trasfondo la hermosa tarea de ayudar a vivir, de facilitar la vida, ofrezco unos breves apuntes sobre lo que considero actitudes favorecedoras de la vida, valores y espiritualidad. Aspectos que no podemos soslayar si queremos hablar de vida en profundidad.

Y termino el libro con un Anexo sobre Niveles de conciencia y percepción de la realidad. La idea me fue sugerida por alguna persona amiga que leyó el manuscrito y me hizo caer en la cuenta de la oportunidad e incluso necesidad de tal Anexo. En primer lugar, porque a lo largo del texto, es inevitable hacer referencia, tangencialmente, a toda esa cuestión. Pero, precisamente por ser tangencial, exigía una aclaración más amplia y detallada. Y, por otro lado, porque soy consciente de que se trata de una temática que resulta un tanto novedosa e incluso "extraña" para muchas personas. Pues bien, en ese Anexo, aunque sea brevemente, espero haber ofrecido al lector unas claves que puedan iluminar la lectura de la obra en su conjunto. Y le sugiero que acuda a él en aquellos tramos del texto en que, por el motivo indicado, le resulte más ardua la comprensión del mismo. Perdonadme que insista en ello, pero lo hago desde una triple certeza: 1) tanto a nivel de la ontogénesis como de la filogénesis (1), la conciencia evoluciona; no es ni ha sido una realidad estática; 2) hay indicios de que nos hallamos en un momento muy "peculiar" ―¿crítico?― dentro de esa evolución; 3) necesitamos comprenderlo para favorecer su emergencia y desarrollo, con todas las consecuencias que implica (y que se detallarán en el propio Anexo).

Deseo de corazón que estas páginas ayuden a cada cual a vivir lo que es, en el nivel en que se encuentre, y a seguir desbrozando el camino para llegar a percibir y vivir Lo Que Somos. Y quiero terminar con un recuerdo agradecido hacia todas las personas con quienes hemos trabajado, originalmente, estos materiales. Aquel trabajo, que nos ayudó a vivir, ha hecho posible este texto. Gracias.

Notas:
  1. La ontogénesis hace referencia a la evolución biológica del individuo, mientras que la filogénesis (del griego "fylon" raza, tribu) se refiere al nacimiento y desarrollo (también biológico) de la especie.
Fuente: Enrique Martínez Lozano. Vivir lo que somos (Desclée De Brouwer, 2007)