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Extractos - A. Reza Arasteh

El Sufismo - Un Camino hacia el Ser

Por A. Reza Arasteh Versión PDF
A. Reza Arasteh

Aunque su origen permanece oscuro, el sufismo probablemente surgió como una respuesta más satisfactoria a la situación humana en la insegura sociedad de Persia. En un principio se halló estrechamente vinculado con las virtudes religiosas, pero gradualmente se fue transformando en instrumento de crítica de la religión y de la conducta humana a fin de trascenderla. En el siglo VIII de la era cristiana los sufíes eligieron su objeto de identificación de entre los atributos de los santos, de los profetas y de Dios. En cuanto a los miembros de la comunidad, participaban en la vida social y vivían de una manera sencilla, algunos practicaban el ascetismo.

En el siglo IX los sufíes hicieron de Bagdad su centro de reunión. Gradualmente llegaron a creer que el mismo Dios era la manifestación de la verdad y el objeto de su deseo. El proceso del Sufismo no sólo se transformó en una forma de cambio de personalidad sino que también creció como institución social, cuyos numerosos adherentes buscaron temas universales en la religión. La teoría del Sufismo se desarrolló de una manera notable. En su apogeo, Al-Hallaj, el hijo de Mansur, declaró: Yo soy la Verdad (Dios). Fue acusado de herejía y crucificado en el año 922. Hacia el siglo X la teoría Sufí se había visto muy refinada. Entre los numerosos sufíes prominentes de aquella época se encontraba el notable árabe lbn-al-Arabi (muerto en 952). Entre los siglos XI y XIII gran cantidad de persas desarrollaron la teoría Sufí. Entre ellos encontramos a Farid al-Din ‘Attar, y finalmente al más grande de todos los místicos, Jalal al-Din M. Rumi (1207-1273), quien incluso trascendió el concepto de unión con Dios. Abogaba por la unión de todo y declaraba al amor como la fuerza creativa en la naturaleza.

Esencialmente, el Sufismo desarrolla en el individuo un proceso de nacimiento continuo hasta que alcanza la realización de su ser: el estado de integración final. Según el Sufismo, el verdadero ser no es aquello que el medio y la cultura desarrollan en nosotros, sino que es básicamente el producto del universo en evolución. Es lo que se denomina el ser cósmico o ser universal en contraste con el ser fenoménico o social, producto de la cultura y el ambiente. El ser cósmico puede ser considerado como la imagen del universo que debe ser develada. Se encuentra envuelta en nuestro inconsciente ―si no es el inconsciente mismo― mientras que el ser fenoménico implica la consciencia. En el Sufismo, el inconsciente recibe más atención que la consciencia; posee infinitas posibilidades, mientras, que la consciencia es algo limitado; y sólo el inconsciente provee los medios para lograr el verdadero ser.

El ser cósmico nos abarca totalmente, mientras que el ser fenoménico designa sólo a una parte de nuestra existencia. El ser fenoménico nos ha separado de nuestro origen, el de la unión con la vida. Habiendo tomado consciencia de esta separación, sólo podemos vivir plenamente si vaciamos nuestra consciencia, trayendo a la luz el inconsciente, y logrando una percepción de nuestra existencia como un todo. Este estado de plena consciencia se denomina existencia cósmica o consciencia trascendental.

El verdadero ser puede considerarse como la corona de la inconsciencia, que en potencia es la existencia consciente, la meta sufí. Identificar este estado psicológico no constituye una tarea sencilla, pues su misma naturaleza es de devenir, y cuando se logra, helo aquí. Los sufíes lo consideran como que se explica a sí mismo y que es evidente de por sí. Al igual que el Sol es una prueba de su propia existencia, así también lo es el verdadero ser. Cada uno de nosotros lo hemos experimentado en alguna ocasión, al menos una vez hemos escuchado su voz, su llamado y su invitación, a menudo sin habernos dado cuenta. Quizás las palabras mí mismo, él o ello puedan identificar mejor al ser verdadero que las palabras yo o nosotros. En este sentido, el Sufismo consiste en dos etapas:

1.- La muerte del yo
2.- La adquisición de la completa consciencia del mí mismo.

El verdadero ser no existe en sitio alguno, su misma naturaleza es intensiva antes que extensiva, y puede hallarse muy cerca de nosotros o muy lejano, dependiendo de la experiencia del individuo. Ordinariamente, un destello de sabiduría ilumina la consciencia ―un pequeño círculo de nuestra psique― pero, cuando logramos alcanzar el verdadero ser, un fuerte resplandor ilumina constantemente toda su estructura. Algunos sufíes ubican a este ser en el corazón, pero uno puede preguntarse: ¿Cómo puede el corazón, significando realmente una habilidad para la experiencia intuitiva, tener una ubicación definida? En un poema, Rumi cuenta que lo buscó a través de diversas religiones y de las enseñanzas de grandes sabios, sin encontrarlo, hasta que al final:

Escruté mi propio corazón;
en ese lugar Lo vi.
No estaba en ningún otro sitio.

¿Puede uno alcanzar el estado del ser cósmico, aprendiendo sus principios? No, de ninguna manera en el sentido de la instrucción convencional. ¿Ayuda el hecho de conocer su existencia? Aquí, tampoco el conocimiento convencional puede transformar al ser interior. Es así que la experiencia ofrece el único camino. Los sufíes sin duda confían profundamente en la experiencia interior como directriz de su conducta, mientras que desconfían del aprendizaje académico y de las prácticas religiosas establecidas.

Quien busca transformar su ser fenoménico debe experimentar una vez al menos aquello que está buscando. Debe tomar consciencia de los problemas de la existencia humana: ¿Qué somos? ¿Cuál es nuestro destino y por qué? Debe percibir su origen y comprender el hecho de que con todos nuestros esfuerzos no sabemos por qué, al igual que peces, hemos sido arrojados dentro de una red que nos permite una infinidad de visiones del mundo. En este punto el individuo percibe que en una época anterior vivió en una mayor armonía con la naturaleza. La consciencia de esta percepción puede ser que se produzca de repente, a veces como resultado de una experiencia sencilla. La literatura sufí abunda en ejemplos de individuos que de pronto percibieron el camino que debían seguir.

El Sufismo afirma que esta experiencia repentina de consciencia puede ayudar a cualquiera que se analice desde la perspectiva de la evolución. Entonces el individuo comprende que el mismo proceso que lo condujo a su presente estado en esta vida se encuentra continuamente en operación. Esto puede desarrollar aún más su mente y transformarlo en un individuo religioso o intelectual. En la siguiente etapa se familiariza con los ídolos que existen en su mente e intenta destruirlos a fin de alcanzar su meta. En este punto el sufí alcanza un nivel de existencia tan por encima del hombre ordinario como lo está éste respecto de su existencia anterior. Habiendo logrado una imagen de una vida tan superior, la persona se transforma en buscadora y valoriza esta imagen por sobre todas las cosas. Motivado por ella, la anhela, se interesa por ella y dirige sus esfuerzos hacia su logro a fin de volverse uno con ella. Se vuelve competitivo, pero sólo consigo mismo, pues la competencia con nuestro propio ser constituye la perfección.

La naturaleza del hombre, sin embargo, no se inclina fácilmente hacia la perfección. Aun cuando su percepción lo haga consciente de una vida mejor, sus instintos, impulsos y móviles egoístas, o nafs según la terminología sufí, se transforman en difíciles obstáculos a salvar. Rodeado por las fuerzas contradictorias de su naturaleza, se vuelve ansioso. Si es afortunado, se halla en el umbral de dos mundos: su yo se yergue frente a su ser potencial o real; el hombre universal frente al social. En épocas modernas la gente generalmente no reconoce esta desarmonía dentro de sí . Cuando se sienten inquietos, toman una píldora, o beben o se escapan a una forma de vida ilusoria. Logran tranquilidad en tanto puedan ignorar su situación. Sin embargo, si un individuo, tal como un novicio sufí, analiza su situación y se vuelve crítico de ella, no puede cambiar su certeza última por una satisfacción temporaria. Se interesa aún más por su problema existencial. Como buscador de la verdad reconoce que sólo posee un corazón y que potencialmente es una entidad; no puede dividirse en varias partes. Reconociendo que sólo la verdad puede salvarlo, se concentra en la unión, que significa la identificación con el objeto deseado. En cambio, la desunión es el apego del corazón a diversos objetos. El objetivo de esta búsqueda consiste en la realización del verdadero ser, el estado del hombre perfecto (universal), la unidad con todo, ser sólo la verdad; amar para salvar, no para ser salvado.

La remoción del ser social, en realidad, significa la aniquilación de aquellas experiencias que limitan la revelación del verdadero ser. Los sufíes denominan fana a la experiencia de la eliminación del yo, la que finaliza en un estado de éxtasis, de sentimiento de unión. Es el comienzo de baqa, estado de existencia consciente.

La meta del sufí resulta ahora clara, pero ¿cómo logra alcanzarla? En primer lugar debe comprender las limitaciones de su consciencia, específicamente en el sentido de que contiene material innecesario y que en su desarrollo se han formado numerosos velos alrededor del ser real, impidiendo que éste pueda manifestar su verdadera naturaleza. Una vez que reconoce este hecho, el sufí puede eliminar el yo de la consciencia: un estado que es idéntico al de cambiar y expandir la consciencia para que funcione en armonía con el Inconsciente.

Como un primer paso en esta dirección, el sufí debe inactivar los nafs ―la fuente de los impulsos― o, más precisamente, emplear la razón para controlar sus pasiones. El Sufismo reconoce, como también lo hace la psicología moderna, que esta parte del individuo no puede ser eliminada o suprimida por completo. Los nafs también poseen un gran poder negativo, una fuerza similar a la de la ira o a la del amor apasionado que ciega al intelecto. Por lo tanto, el sufí busca satisfacer los nafs antes de traerlos bajo el control del intelecto. Aun entonces, persistirán como las brasas que brillan bajo las cenizas. El buscador no debe ignorarlos, pues en toda oportunidad en que las brasas se transformen en llamas, deberán ser apagadas nuevamente. Algunos sufíes consideran que una vez que el individuo haya satisfechos los nafs tanto en función de impulsos sexuales como de aquellos relacionados con el éxito y la voracidad, debe irlos restringiendo gradualmente hasta lograr ubicarlos bajo el control de la razón.

Debido a este factor natural en la naturaleza humana, el Sufismo atrae a individuos maduros antes que a los jóvenes. La naturaleza violenta de los nafs también explica por qué los sufíes consideran que los hombres ordinarios necesitan de la experiencia religiosa, aun si sólo es comprendida parcialmente. En un sentido positivo, los sufíes controlan los nafs a través de un comportamiento virtuoso y acciones plenas de probidad. Por ejemplo, cuando un buscador se presenta a un guía con el propósito de ingresar a las filas de los sufíes, se lo pone a prueba durante tres años: el primer año para servir a la gente, el segundo para servir a Dios y el tercero para observar el surgimiento y la desaparición de sus propios deseos. El buscador despoja a los nafs de su poder, dirigiendo entonces hacia arriba su tendencia declinante, ejercitando la paciencia ―considerada como la llave de la alegría― y desarrollando confianza en la persecución de su meta, En este proceso se vuelve indiferente hacia la posesión material y elimina los deseos que provocan pasiones. Unido ahora en pensamiento, acción y sentimiento se prepara para librar a su mente de todo el contenido de la consciencia.

El sufí adopta a propósito un período de aislamiento a fin de eliminar la consciencia ilusoria. Para él, este aislamiento temporal es el método más eficaz de auto análisis. Considera que la sociedad y la cultura actúan como un obstáculo para la adquisición del verdadero ser. Va eliminando el material ilusorio de la consciencia mediante el análisis de cada experiencia en su mente, comprendiendo sus imperfecciones y, al mismo tiempo, desarrollando una percepción nueva y más profunda de los orígenes de esa experiencia de manera de poder ver su relación con ella.

En este análisis, el sufí se desprende de la sociedad, pero también desarrolla una receptividad y una apreciación de cada elemento del mundo relacionándolo con su existencia original. Devalúa aquello que en alguna ocasión fue de valor para él, pero paralelamente sus experiencias inmediatas enriquecen su ser activando su percepción, fomentando el amor y desarrollando el discernimiento en él. El amor a su verdadero ser se transforma en el vehículo que lo lleva hacia adelante. El amor es la droga de las drogas: fortalece su fe, elimina la ansiedad y lo alienta a que pase a través de los numerosos estados de la mente.

En este proceso de experimentación sufre una serie de cambios interiores o, en un sentido, vive una multitud de vidas. Continuamente atento y enamorado, se cuida de no caer en una ilusión y de apegarse a su objeto de búsqueda. Según el Sufismo, aquellos que están atentos y enamorados no tienen descanso. Este desasosiego produce energía para una mayor contemplación y una búsqueda en cada uno de los rincones de la mente a fin de preparar la psique para la aparición del verdadero ser. En este estado le ayuda alentarlo a que se presente. Cuando está despierto, se concentra en el objeto de su búsqueda; cuando duerme, ruega a su verdadero ser que se le aparezca. El objeto del amor del sufí se revela en los sueños, y él debe hallarse preparado para recibir su llamado. En el Irán tradicional, las órdenes sufíes creían firmemente que muchos misterios habrían de develarse en sus sueños.

En esencia, la tarea del sufí es la de destruir el ídolo del ser fenoménico, el cual es el ídolo matriz del que se originan todos los otros falsos ídolos. Habiendo logrado este fin, su búsqueda finaliza. Con las manos vacías, con la mente vacía y falto de deseos, él es y no es. Posee y no posee el sentimiento de la existencia. Nada sabe, nada comprende. Su corazón se ve al mismo tiempo vacío y lleno de amor. En el proceso de búsqueda elimina el yo pero aún posee conocimiento de ser inconsciente de la consciencia.

El paso siguiente es la pérdida de ese conocimiento ―el conocimiento de la ausencia de consciencia― a fin de eliminar la relación sujeto-objeto y lograr así la unión. En un sentido positivo, asimila todas las partículas de amor y percepción que ha experimentado durante el proceso de vaciado de su consciencia. Trasciende el tiempo y el lugar. Este estado de unión, el climax de la aniquilación del ser parcial, es idéntico al éxtasis y da la impresión de ser una experiencia común entre los sufíes. Este trance extático e indoloro a veces dura días y semanas. Es un estado de la mente semejante al sueño y en el cual el individuo lleva a cabo perfectamente sus actividades cotidianas.

El sufí ha experimentado ahora la vida directamente. No existe ya distancia entre él y su objeto de amor. Aquellos que han completado su búsqueda generalmente desarrollan este estado de unión mediante danzas, música, poemas. Habiéndola saboreado, es posible que vuelvan a perderla. El misterio del amor profundo que fluye en sus versos como la corriente del mar, se origina en la unión y en la desunión. En las líneas que sigue, Abi Sa’id describe su estado de unión:

Soy el amor; soy el amado.
No dejo de ser el amante.
Soy el espejo y soy la belleza.
Por lo tanto, observadme en mí mismo.

Un sufí puede ser que se detenga en la etapa de fana, que puede definirse como el pasaje de la consciencia hacia el mundo del inconsciente, donde la razón permanece inactiva. Puede ser que trascienda esta etapa y que se encuentre en el estado de baqa donde alcanza la individualidad en la no-individualidad, es decir, el individuo entra en un estado de existencia consciente. Quien alcanza dicho estado deviene un hombre perfecto, que confía en la consciencia y se mueve más allá de la razón. Ayudado por la intuición, el hombre perfecto funciona como una totalidad, con espontaneidad y expresividad. En vez de estudiar la vida desde la distancia, él es la vida misma. En este estado indescriptible y caracterizado por el silencio, el individuo es ahora todo o nada: todo en el sentido en que se encuentra unido con todo; nada en el sentido de que nada existe cuya pérdida pueda constituir para él una fuente de congoja. Él abarca la vida como una totalidad; se halla más allá del bien y del mal. De una manera práctica ha experimentado cualidades que abarcan la existencia humana ordinaria y la vida intelectual; se ha sentido a sí mismo tanto un hombre famoso, un hombre ambicioso y un hombre religioso, y los ha trascendido a todos ellos, permitiendo que finalmente renazca un ser más comprehensivo. Se siente vinculado con la humanidad toda, experimenta un interés por todos los seres y trata de emplear sus experiencias previas en beneficio de ellos.

Fuente: A. Reza Arasteh. "Rumi, el Persa, el Sufí" (Paidós, 1985) / Alcione