Extractos - Fray Marcos

¿Qué nos queda de Dios?
“Pido a Dios que me libre de dios” (Eckhart)
Introducción por Fray MarcosNo es necesario ponderar la importancia que la idea de Dios ha tenido para el ser humano desde la prehistoria. Durante miles de años lo divino y lo humano han estado muy mezclados. Solo en los últimos siglos se ha separado, incluso enfrentado, lo divino y lo humano. Esa oposición frontal la han provocado las personas mejor preparadas intelectualmente y esto nos debe hacer pensar a todos.
Lo que a mí me gustaría dilucidar es si se niega o se afirma la Realidad de Dios o únicamente estamos tratando de las ideas (ídolos) sobre Él, que manejamos. La diferencia es abismal a la hora de hablar del tema. Ni los que afirman la existencia de Dios ni los que la niegan suelen tener esto en cuenta. Tendemos a confundir nuestra idea de Dios con lo que Dios es.
Es ridículo pensar que Dios existe para los que creen y desaparece del mapa para los que dicen no creer. Ni unos ni otros podemos saber lo que es Dios. Si no tenemos idea de lo que es, no tendrá mucho sentido discutir sobre Él. Que Dios no coincida con la idea que tengo de Él debía tranquilizarme, de la misma manera que la idea de dios rechazada por el ateo, no debía preocuparnos.
La mayoría de los filósofos y científicos, y algunos teólogos de un tiempo a esta parte, se han preguntado de dónde ha surgido la idea de Dios. Será el tema a tratar en este pequeño libro, pero lo que más me interesa es dilucidar si esa idea de Dios es causada por Él, es decir, si Dios es el origen de esa idea o nos la hemos fabricado nosotros sin ninguna dependencia de Él y entonces sería Dios el que depende de nuestras elucubraciones.
Dicho de otra manera. No cabe duda de que Dios existe como idea en la mente de casi todos los seres humanos, incluso en la de aquellos que niegan su existencia real. Lo que me interesa es saber qué relación puede haber entre la Realidad de Dios y la idea que de él tenemos los mortales. Esa diferencia radical entre la realidad de Dios y la idea que tenemos de Él será nuestro tema.
Es completamente lógico que exista una Realidad que nos trasciende. Aunque solo estamos relativamente preparados para conocer superficialmente la realidad material, nada impide que haya algo más allá de lo que entra por nuestros sentidos o puede elaborar nuestra mente; otra cosa será cómo tratamos de definirla. Nada cambia de esa Realidad el hecho de que yo crea en su existencia o deje de creer. Las dos posturas tienen su lógica.
Lo que voy a intentar a continuación es precisamente aclarar esta cuestión y ver qué podemos decir hoy tanto a los que creen como a los que no. Nunca he tenido problemas en hablar de este tema con los que se declaran ateos si son sinceros, pero he encontrado enorme dificultad con los que se declaran fervientes creyentes. Las verdades absolutas a las que nos aferramos con relación a Dios nos convierten en pequeños monstruos fanáticos e intransigentes.
Lo que pretendo en este pequeño escrito es hacer pensar sobre un tema candente. Para la mayoría de los seres humanos, Dios no está muerto, pero el ídolo que hemos adorado durante tanto tiempo sí está agrietado. Se trata de buscar una nueva base más sólida para seguir hablando de Dios o por lo menos, tomar conciencia de que, tanto lo que hemos dicho como lo que digamos será siempre provisional. Esa limitación no debe paralizarnos en la búsqueda.
Lo primero que necesitamos para entrar en esa dinámica es tomar conciencia de que la base en la que nos hemos apoyado para desplegar nuestro lenguaje sobre Dios es hoy un terreno endeble, que no aguanta el peso del edificio que hemos construido. Tenemos que reconocer que, si ha aguantado el edificio teológico levantado hasta la fecha, es porque se trataba de un castillo de naipes. Hoy no nos conformamos con artificios e intentamos algo más sólido.
Si damos con ese nuevo fundamento, el lenguaje sobre Dios debe cambiar drásticamente. Las maneras de hablar de Dios que se han desarrollado desde el Paleolítico se han quedado obsoletas. La manera de ver la realidad ha cambiado de una manera drástica. La visión mágica o mítica de la realidad está llegando a su fin. El paso del mito al logos de los primeros siglos del cristianismo lo hemos dado en falso. Una nueva manera de mirar está surgiendo.
El problema no es nuevo, pero la urgencia de solución es más apremiante que nunca. Aún no hemos llegado a aclararnos del todo. Estamos buscando, pero no está resuelto ni mucho menos el problema. Esto me permite escudriñar los nuevos horizontes sin complejo ninguno ni miedo a que me critiquen. En realidad, apenas encontraremos dos teólogos, filósofos o científicos que coincidan en sus propuestas de solución a este grave problema.
Esta dificultad, en vez de ser una rémora, es un acicate para seguir buscando. Vamos a aprovechar al máximo todo lo dicho por los genios más grandes de la historia humana, tanto en filosofía como en religión. Tener en cuenta también los descubrimientos de la ciencia que últimamente han sido espectaculares. Disponemos de un cúmulo ingente de conocimiento que vamos a tratar de utilizar sin miedo. Esto no quiere decir que el resultado esté asegurado.
Es inquietante que muchos se sientan perplejos al oír hablar de Dios con otro discurso. Sacan la conclusión de que hemos cambiado a Dios o que lo hemos eliminado. Esta actitud muestra con toda claridad lo que ya hemos indicado, que se ha confundido a Dios con la idea que de Él hemos desplegado durante milenios. No hay que tener ningún miedo. Dios seguirá siendo lo que ha sido siempre, aunque nosotros sigamos diciendo de Él tonterías.
La relación mente-cuerpo ha tenido en vilo a todas las culturas y a todas las religiones. La neurociencia nos obliga a superar ideas que creíamos inamovibles. No es un dios que está por ahí fuera el que nos está dictando lo que debemos saber sobre él (revelación). Ha sido nuestro cerebro el que ha creado ese dios, interpretando erróneamente los datos que le llegan del inconsciente. Estamos tan seguros de nuestra obra que hemos terminado adorándola.
Decían los escolásticos: “contra factum non valet ratio”. La realidad es como es, por mucho que nos empeñemos en hacer más caso a nuestros prejuicios. Es verdad que los sentidos y la racionalidad nos engañan, pero cada día que pasa tenemos más medios para descubrir esos engaños y acercarnos más a la verdad. Lo que ya se ha descubierto con métodos muy fiables, nos obliga a cambiar.
La ciencia nos está proporcionando datos muy precisos sobre la manera de funcionar del encéfalo. Hemos creado potentes máquinas que nos permiten conocer lo que pasa en cada neurona. Sabemos que todo lo que procesa nuestra mente tiene repercusión física constatable en el cerebro. Nuestra conciencia, nuestra mente, nuestras emociones tienen su reflejo en las neuronas del encéfalo.
No podemos seguir escondiendo la cabeza bajo la arena. Nuestro afán por mantener verdades absolutas a toda costa nos ha hecho perder la capacidad de cuestionarnos las preguntas más sencillas sobre la realidad. No podemos seguir engañándonos a nosotros mismos. Debemos aceptar la realidad material tal como es y desde ella interpretar y entender todo lo demás.
El primer paso será asumir el cambio de criterio como la cosa más natural del mundo. Debemos aceptar que las ideas que los humanos hemos formado de Dios han sido infinitas y muchas veces contradictorias. Esto no nos debe extrañar, porque la Realidad Última es por definición indefinible y nunca podremos meterla en conceptos. Lo que debía sorprendernos es que alguien se haya creído que su idea coincidía exactamente con la realidad de Dios.
Aunque será siempre inalcanzable, esto no nos exime de la obligación de intentar aproximarnos más. Lo que sí debemos aceptar con humildad es que la verdad alcanzada, en cualquier clase de conocimiento, será siempre mi verdad, nunca la verdad. Si en teología hubiéramos tenido esto en cuenta, nos hubiéramos ahorrado infinidad de sufrimiento innecesario.
De Dios no podemos saber nada, pero no tenemos más remedio que seguir hablando de Él. Las ideas que propongo en todo este escrito están encaminadas a hacer pensar sobre temas que afectan a nuestra vida espiritual y por lo tanto, a toda nuestra vida. En este escrito no encontraréis ningún dogma, ninguna verdad absoluta. Únicamente son propuestas para una reflexión continuada que nos mantenga vigilantes y abiertos a cualquier novedad.
Empezaremos por tomar conciencia de que, en el universo en que vivimos, todo está moviéndose. No es lógico que una parcela de él, que son nuestras ideas, sea inmutable y siempre estática. Es un poco ridículo mantener la idea de que lo material cambia, pero lo espiritual permanece para siempre como es. Dios no puede cambiar, pero todo conocimiento sobre Él no solo está cambiando, sino que mientras más cambie mejor será para nosotros.
A alguno le puede parecer superfluo este recorrido por la energía, la materia, la vida y la conciencia, pero intento superar el maniqueísmo que nos amenaza. La realidad es una sola y lo que nosotros percibimos como contradictorio es solo una perspectiva equivocada que debemos superar.
El aferrarse a la dualidad, e incluso al maniqueísmo, es una estrategia de la razón para poder conocer, dividiendo y separando, manteniendo el ego individual.
En segundo lugar, analizaremos los motivos que hoy tenemos para afrontar el cambio espiritual que no hemos hecho durante muchos siglos. No es fácil superar la trampa que nos ha mantenido inmóviles. La principal causa ha sido el dar valor absoluto a los mitos que creíamos revelados por el mismo Dios. Sin negar el concepto de revelación, debemos darle otro sentido.
Una parte muy importante de este estudio se centrará en el análisis del encéfalo y su relación con la mente y la consciencia de cada uno. Teniendo en cuenta las últimas teorías sobre la relación mente-cerebro, trataremos de dilucidar a dónde nos conducen esos descubrimientos. No será nada fácil abrirnos camino entre la maraña de interpretaciones, pero el esfuerzo merecerá la pena.
El siguiente paso será analizar qué tiene que ver nuestra idea de Dios con esos procesos neuronales, que culminan en la mente racional y la consciencia. Trataremos de analizar qué tiene que cambiar, y qué permanecer, de esa idea de Dios que hemos dado por absoluta. Finalmente propondremos algunas pautas para hablar de Dios sin necesidad de mantener las visiones míticas del pasado.
Una vez más quiero advertiros, de que este escrito no tiene más pretensión que la de haceros pensar y daros elementos de juicio para hacerlo. No tiene ninguna pretensión, ni teológica, ni científica. Cuando alguien me critica por lo que he escrito le contesto: pero ¿te ha hecho pensar...?, pues ha cumplido el objetivo. Nunca se me ha ocurrido escribir para que penséis como yo, sino para que penséis.