Extractos - Fray Marcos

Eres Ungido como Jesús
Introducción por Fray MarcosMe gustaría dejar claro el objetivo de este trabajo para que nadie busque en él lo que no he pretendido. Me limitaré a explicar con la mayor sencillez posible lo que significó el paso del Jesús de Nazaret al Cristo divinizado por parte de sus seguidores después de su muerte. Es un tema que no se planteó durante siglos, pues se daba por supuesto que fue una lógica continuidad. La verdad es que ese paso supuso un cambio abismal en la percepción de Jesús.
También intentaré dar cuenta de los esfuerzos que se han realizado durante los últimos siglos por volver a conectar con Jesús de Nazaret, interpretando los textos desde una perspectiva más de acuerdo con los conocimientos, exegéticos y de otras disciplinas de todo tipo, de los que hoy disponemos. La segunda parte intentará aclarar la imperiosa necesidad de conectar nosotros mismos con Jesús para poder desplegar su misma Vida y llegar a ser Cristo.
Desde hace varias décadas se está planteando en toda su crudeza el problema de la divinización de Jesús. Es un tema de vital importancia para nuestro propósito. La primera pregunta es si se dio el paso rápidamente o fue un proceso lento y discontinuo. La segunda es delimitar qué factores influyeron en ese proceso y qué peso tuvo cada uno de ellos. La tercera será dilucidar qué querían decir con las expresiones utilizadas en los relatos que nos han llegado.
Es muy importante también justificar la preocupación que, desde el comienzo del siglo pasado, se ha despertado por el Jesús histórico. Lo habíamos subido a lo más alto del cielo, creyendo que allí encontraríamos más luz y calor, pero resultó que, como pasa en el ámbito astronómico, allí hace un frío que pela y ni rastro de luz. Estamos retornando a casa para encontrarnos con Jesús concreto y humano, que es el único que puede iluminarnos.
No voy a intentar aquí una biografía de Jesús ni un estudio del primer cristianismo. Se trata de constatar el salto que se produjo después de la experiencia pascual y cómo se puede explicar desde los conocimientos que hoy tenemos de Jesús histórico. Con enorme ingenuidad hemos creído que fue una lógica continuación, pero los datos actuales nos hacen sospechar que no tuvo nada de lógica ni espontánea. Fue un salto traumático y muy complicado.
Durante los tres últimos siglos se han llevado a cabo profundos estudios sobre el tema. Los logros de la exégesis han sido espectaculares, pero es una pena que los sorprendentes resultados no han llegado a la inmensa mayoría de los cristianos. Lo grave es que nadie los echa en falta ni descubre su ausencia como una carencia. Distinguir lo que ha llegado a nosotros del Jesús real, y lo que se añadió por los seguidores, es crucial para nosotros hoy.
Hasta hace poco, en la jerarquía de la Iglesia se menospreció la exégesis y no se tenían en cuenta sus logros. Un ejemplo: a los pocos días de haber sido elegido Papa, Juan Pablo II tuvo una reunión en el Instituto Bíblico de Roma y en la charla que les dirigió dijo: «Gracias a Dios yo no he tenido que estudiar exégesis». No necesita ningún comentario. En aquel momento muchos jerarcas se sentían muy a gusto con la interpretación tradicional de la Biblia.
Hace ya algunos años, un gran amigo, con una inteligencia privilegiada, me pasó un trabajo sobre el estado de la Teología actual. Tenía la intención de leerlo completo, pero estaba leyendo el prólogo y me encontré con esta frase: «Vamos a dejarnos de exégesis y tomar la palabra de Dios al pie de la letra», Ahí terminó mi lectura. Todo lo que pueda decir sin contar con los logros de la exégesis será una visión fundamentalista de la palabra de Dios.
La exégesis moderna lleva más de trescientos años de rodaje. Miles de personas con una capacidad intelectual envidiable han trabajado hasta quemarse las cejas para arrancar sus secretos a lo que llamamos «palabra de Dios». Entenderla literalmente es olvidarnos de que Dios no dictó la Biblia. Fueron los distintos autores los que expresaron en su lengua y cultura su experiencia de Dios.
La exégesis es una ciencia imprescindible para poder acceder al mensaje de cualquier texto con cierta antigüedad. No es teología, aunque hoy no se puede hacer teología sin tenerla en cuenta. Es una ciencia civil y tiene sus propias leyes y objetivos. No es nada fácil desarrollarla y exige una impresionante variedad de conocimientos. Su objetivo es acercarnos lo más posible al mensaje de cada texto.
Quiero dejar claro que no soy exégeta, ni teólogo, ni historiador. La verdad es que no soy nada. Toda mi vida me he dedicado a buscar lo que me podía ayudar a vivir mejor el mensaje de Jesús. El resultado de esa búsqueda son los escritos que, sin pretensión, he elaborado. Este es uno más que solo intenta llevar a la gente que busca lo que he encontrado en mi propia búsqueda. Si alguien se siente a gusto con lo que ya tiene, este escrito no es para él.
En ningún caso voy a renunciar a la sencillez del lenguaje. Una verdad que no se pueda exponer de manera sencilla no tiene para mí mayor interés. Si de vez en cuando hago alguna pirueta es «por exigencia del guion» como dicen los actores. Alguien incluso ha calificado mis escritos de simples. Es el mayor elogio que me podían hacer. Al que con toda razón piense así le diría que mis libros no le aportarán nada. Escribo para gente sencilla que está buscando.
Repito que la clave de una nueva visión de la Escritura es la exégesis. Aprovecharé los esfuerzos de otros estudiosos más competentes que yo en la materia para poder ver con nuevos ojos los textos que considero importantes para el propósito que me propongo, pero no voy a cansaros con citas interminables y argumentos que expliquen exhaustivamente lo que expongo.
No es fácil entender por qué se tiene tanto miedo a la exégesis. El miedo a la verdad, venga de una jerarquía o de un simple fiel, no tiene explicación posible. Ningún interés, por noble y digno que sea, puede apartar a nadie de la búsqueda de la verdad. El mismo evangelio nos dice: «la verdad os hará libres». Bien entendido que la verdad que manejamos los humanos será siempre provisional. El que se crea que ha llegado a poseerla definitivamente está apañado.
La posible explicación de este miedo puede estar en el arraigo que los prejuicios religiosos tienen en todo creyente. Tenemos pánico a que nos arranquen las certezas que nos hacen sentirnos seguros ante los temas fundamentales para nuestra vida religiosa. Más que la verdad, nos interesa que no nos debiliten las seguridades que nos permiten vivir tranquilos. Pero la primera convicción a la que debíamos llegar es que en teología nunca existe la certeza.
Todos deberíamos buscar con ahínco esa verdad, aun sabiendo que nunca lograremos alcanzarla. Negarnos a esa búsqueda es nefasto para el progreso del ser humano como humano. Pero esa postura es demoledora cuando se trata de verdades espirituales en las que no cabe seguridad alguna. Después de mucho pensarlo y con miedo a no ser entendido, intento con este libro aportar mi granito de arena a esa tarea que me parece urgente y fascinante.
Mi intención no es atiborraros con discusiones interminables. Intentaré presentaros la flor y nata de esa ingente investigación para que podáis aprovecharla en vuestra vida personal. Dicho de otro modo, no es mi intención zambulliros conmigo en la caldera del alambique, donde todo se cuece sino que lleguen a vosotros las conclusiones a que han llegado los expertos. De la misma manera que la gota que sale del serpentín es elixir destilado.
Intentaré dejar claro que la idea que hemos manejado de Jesús ha sido distorsionada por parcial y limitada. Es más, ni siquiera nos ha preocupado que hayamos mantenido esa visión mítica durante dos mil años. Sirva un ejemplo: Yo mismo como escultor he tallado decenas de imágenes de Jesús, y ni me ha pasado por la cabeza una sola vez que Jesús podía tener otra fisonomía que la de un noroccidental, rubio, alto con ojos azules y un rostro de cine.
También tenemos asumido el error de perspectiva histórica de la figura de Jesús y no sentimos la necesidad de hacer nada por superarla. No se trata solo del aspecto físico sino de todo lo que Jesús vivió como judío pero que ha quedado tergiversado por el anti judaísmo. Todo el mensaje ha sido manipulado más tarde por la trituradora del racionalismo griego que lo ha descoyuntado y por el tórculo del jurisdicismo romano que lo ha distorsionado.
Toda la teología de Jesús se reduce a una sola palabra «Abbá». Toda su moral queda contenida en otra palabra «amor». Todo su culto se resume en una idea: «en espíritu y en verdad». No hemos aguantado esa simplicidad y nos hemos complicado la vida con infinidad de complejidades que expresan nuestras preocupaciones, pero que no responden a la verdadera actitud vital del Jesús real. Volver a esa simplicidad es uno de los objetivos que me propongo.
Se trata de desmontar una teología especulativa que llevamos sosteniendo artificialmente durante dos milenios. Ese montaje pudo haber sido muy útil, e incluso imprescindible, en un tiempo en que la manera de ver la realidad era distinta, sobre todo la religiosa, pero hoy no cumple el objetivo que en su día pudo haber pretendido. Debemos volver a la simplicidad de Jesús y su mensaje.
Es urgente que todos hagamos un esfuerzo para que los cristianos dejemos de sostener una ideología fruto de nuestra racionalidad, y nos atrevamos a seguir a Jesús de Nazaret. Durante mucho tiempo nos hemos conformado con lo que nos han dicho. Es hora de ponernos a trabajar. No podemos aceptar interpretaciones hechas desde una visión distinta de Dios, del mundo y del hombre.
Consciente de la dificultad que tiene el tema, me ha parecido oportuno desplegar una imagen que puede ayudarnos a entender el problema. Bien sabéis que una imagen vale más que mil palabras, en cualquier aspecto del discurso, pero se hace mucho más evidente cuando hablamos de Dios. Los evangelios son muy conscientes de eso y nos hablan siempre en imágenes que todos pueden entender.
Tomamos la imagen de la física. Hoy sabemos que la luz y el calor no están en los fotones que salen de la combustión a velocidades endiabladas sino que son el resultado del choque de esas partículas-ondas con la materia. Los espacios interestelares son de una absoluta obscuridad y de temperatura rayana al cero absoluto. Si no hay objeto contra el que chocar, no hay ni luz ni calor. Así Dios solo se hace visible cuando choca con la realidad existente.
Sería lógico que acercarse a la fuente de fotones nos proporcionaría más calor y más luz. En realidad esa lógica falla. Prácticamente todo el espacio interestelar es una absoluta obscuridad y de una frialdad espeluznante. La luz no viaja a ninguna velocidad. Lo que viajan son los fotones que al chocar con la materia producen la luz y el calor. La luz se produce allí donde el ojo la ve. Una vez más el lenguaje común nos juega una mala pasada, al tomar lo aparente por real.
En el caso de la relación de Jesús y Cristo pasa algo muy parecido. En el ser humano de carne y hueso, Jesús de Nazaret, estalló lo divino convirtiéndose en luz y calor. Los primeros cristianos lo descubrieron pronto, pero en seguida creyeron que tenían que alejarse de Jesús de Nazaret para estar más cerca de Cristo y el resultado fue que nos hemos quedado fríos y a oscuras.
Mi tesis es muy simple: para descubrir lo divino, tenemos que volver al Jesús humano, solo allí podemos encontrar al verdadero Dios. También a cada uno de nosotros nos alcanza lo divino y puede convertirse en radiante luz y plácido calor. ¿Qué es lo que nos diferencia de Jesús? Muy sencillo: Jesús descubrió y vivió la Realidad Última, nosotros seguimos buscándola donde no está.
Sin embargo emprendo la tarea con la ilusión de que alguno pueda encontrar luz en las explicaciones que intentaré dar. Os recuerdo una vez más que lo que escribo nunca es con la pretensión de que penséis como yo, sino para que os atreváis a pensar.