Extractos - El Kybalión

El Kybalión
Un estudio sobre la filosofía hermética del antiguo Egipto y Grecia
Introducción por Tres IniciadosMucho nos complace presentar a los estudiantes e investigadores de las doctrinas secretas esta pequeña obra basada en las antiguas enseñanzas herméticas. Se ha escrito tan poco sobre este tema, a pesar de las innumerables referencias a estas enseñanzas que aparecen en las numerosas obras sobre ocultismo, que muchos buscadores serios de las verdades arcanas agradecerán sin duda la aparición del presente volumen.
El propósito de esta obra no es el de enunciar alguna filosofía o doctrina especial, sino más bien el de aportar a los estudiantes una declaración de la verdad que reconcilie los múltiples conocimientos ocultos que pueden haber adquirido y que parecen opuestos entre sí, lo que a menudo desalienta y disgusta al principiante en el estudio. Nuestra intención no es erigir un nuevo templo del conocimiento, sino poner en manos del estudiante una llave maestra con la que abrir las múltiples puertas interiores del Templo del Misterio tras haber cruzado los portales principales.
Ninguna porción de las enseñanzas ocultas poseídas por el mundo ha sido tan estrechamente guardada como los fragmentos de las enseñanzas herméticas, que han llegado hasta nosotros a lo largo de los siglos transcurridos desde la época de su gran fundador, Hermes Trismegisto, el «escriba de los dioses», que vivió en el antiguo Egipto en los días en que la actual raza humana estaba en su infancia. Contemporáneo de Abraham y, si las leyendas son ciertas, instructor de ese venerable sabio, Hermes fue y es el Gran Sol Central del ocultismo, cuyos rayos han servido para iluminar las innumerables enseñanzas que se han promulgado desde su época. Todas las enseñanzas fundamentales y básicas incluidas en las enseñanzas esotéricas de todas las razas se remontan a Hermes. Incluso las enseñanzas más antiguas de la India hunden sin duda sus raíces en las enseñanzas herméticas originales.
Muchos ocultistas avanzados viajaron desde la tierra del Ganges a la tierra de Egipto y se sentaron a los pies del Maestro. De él obtuvieron la llave maestra que explicaba y reconciliaba sus puntos de vista divergentes, y así quedó firmemente establecida la doctrina secreta. También vinieron de otras tierras los sabios, todos los cuales consideraban a Hermes como «El Maestro de maestros», y tan grande fue su influencia que, a pesar de los muchos desvíos del camino que han experimentado a lo largo de los siglos los instructores de estas diversas naciones, todavía se puede encontrar una cierta semejanza y correspondencia básica que subyace en las muchas y a menudo muy divergentes teorías sostenidas y enseñadas hoy en día por los ocultistas de estas múltiples tierras. El estudiante de religiones comparadas podrá percibir la influencia de las enseñanzas herméticas en todas las religiones dignas de ese nombre conocidas actualmente por el hombre, ya se trate de una religión muerta o de una en pleno vigor en nuestros tiempos. Siempre existe una cierta correspondencia, a pesar de los rasgos contradictorios, y las enseñanzas herméticas actúan como el Gran Reconciliador.
La obra de Hermes parece haber estado dirigida a plantar la gran simiente de la Verdad que ha crecido y florecido en múltiples y extrañas formas, más que a establecer una escuela de filosofía que dominara el pensamiento del mundo. Pero, sin embargo, las verdades originales enseñadas por él han sido conservadas intactas en su pureza original por unos pocos hombres en cada época, los cuales, rechazando grandes cantidades de estudiantes y seguidores a medio desarrollar, siguieron la costumbre hermética y reservaron su verdad para los pocos que estaban preparados para comprenderla y dominarla. De boca a oído se ha transmitido la verdad entre unos pocos. Siempre ha habido algunos iniciados en cada generación, en las diversas tierras del mundo, que mantuvieron viva la llama sagrada de las enseñanzas herméticas y que siempre estuvieron dispuestos a usar sus lámparas para volver a encender las lámparas menores del mundo exterior cuando la luz de la verdad se oscurecía y se nublaba a causa de la negligencia y cuando las mechas se obstruían con materias extrañas. Siempre había unos pocos para atender fielmente el altar de la Verdad, sobre el cual se mantenía encendida la lámpara perpetua de la Sabiduría. Estos hombres dedicaron sus vidas a la labor de amor que el poeta ha expresado tan bien en sus versos:
«¡Oh, no dejes morir la llama! Custodiada era tras era en su oscura caverna, en sus sagrados templos apreciada. Alimentada por ministros puros del amor, ¡no dejes que muera la llama!».
Estos hombres nunca han buscado la aprobación popular ni el número de seguidores. Son indiferentes a estas cosas, porque saben cuán pocos hay en cada generación que estén preparados para la Verdad, o que la reconocerían si se les presentara. Reservan la «carne para los hombres fuertes», mientras que otros proporcionan la «leche para los niños». Reservan sus perlas de sabiduría para los pocos elegidos que reconocen su valor y las llevan en sus coronas, en lugar de arrojarlas ante los vulgares cerdos materialistas que las pisotearían en el barro y las mezclarían con su repugnante alimento mental. Pero, aun así, estos hombres nunca han olvidado o pasado por alto las enseñanzas originales de Hermes acerca de cómo transmitir las palabras de la Verdad a aquellos dispuestos a recibirla, enseñanza que se expone en El Kybalión de la siguiente manera: «Doquiera que huellan los pasos del Maestro, los oídos de aquellos preparados para su enseñanza se abren de par en par». Y de nuevo: «Cuando los oídos del estudiante están listos para oír, entonces llegan los labios para llenarlos de sabiduría». Pero su actitud habitual ha estado siempre estrictamente de acuerdo con el otro aforismo hermético, también de El Kybalión: «Los labios de la sabiduría están sellados, excepto para los oídos del entendimiento».
Hay quienes han criticado esta actitud de los hermetistas y han afirmado que no manifestaron el espíritu apropiado en su política de reclusión y reticencia. Pero una mirada retrospectiva a las páginas de la historia mostrará la sabiduría de los Maestros, que conocían la locura de intentar enseñar al mundo lo que este no estaba preparado ni dispuesto a recibir. Los hermetistas nunca buscaron ser mártires y, en su lugar, se sentaron silenciosamente a un lado con una sonrisa de compasión en sus labios cerrados, mientras que los «paganos rugían ruidosamente a su alrededor» en su diversión habitual de dar muerte y torturar a los entusiastas, honestos pero equivocados, que imaginaban que podían imponer a una raza de bárbaros la verdad que solo podían entender los elegidos que habían avanzado en el Camino.
Y el espíritu de persecución aún no se ha extinguido en el mundo. Hay ciertas enseñanzas herméticas que, si se promulgaran públicamente, atraerían hacia los Maestros un gran grito de escarnio y desprecio por parte de la multitud, que volvería a lanzar el grito de «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».
En esta pequeña obra nos hemos esforzado por dar una idea de las enseñanzas fundamentales de El Kybalión, tratando de aportar los principios funcionales de la obra, pero dejando que cada cual los aplique por sí mismo, en lugar de intentar elaborar la enseñanza con todo detalle. Si el lector es un verdadero estudiante, será capaz de elaborar y aplicar estos principios; si no, debe convertirse en uno, pues de lo contrario las enseñanzas herméticas no serán más que «palabras, palabras, palabras».
Tres Iniciados