Ruta de Sección: Inicio > Artículos >Extractos > Artículo

Extractos - Denkô Mesa

Despertar a lo que somos

Por Denkô Mesa
Denko Mesa

¿Quiénes somos? Esta ha sido una de las grandes preguntas en la historia de la humanidad y que sigue presente en todas las culturas y vías de conocimiento. Ya sea de forma espontánea o razonada, solemos responder con el lenguaje del ego, al que denomino «el personaje», una entidad ficticia a la que le hemos dado categoría de real, caracterizada por un conjunto de actitudes, rasgos, motivaciones, creencias individuales y patrones comúnmente aceptados. He aquí la ofuscación del perceptor (avidyâ en sánscrito). Nunca seremos definidos por la entelequia en la que nos hemos instalado.

La vida es variación, el ego, una resistencia ilusoria. Somos una existencia en constante cambio que se materializa en un cuerpo físico, vibra a través de un rico universo de emociones y que oscila entre los reinos de la avidez, la antipatía y la indiferencia. Para despertar a esta verdad, todo pasa por aprender a estabilizarnos, dejarnos respirar, ralentizar la mirada, liberar cualquier pretensión y soltar toda compulsión. Observarnos, indagar serenamente y descubrir quiénes somos, cómo actuamos y de qué forma lo estamos haciendo es un gran regalo que acontece siempre en el presente.

La raíz de todos nuestros males reside en los engaños. Los engaños son las percepciones distorsionadas que mantenemos de nosotros mismos, las que proyectamos sobre los demás y acerca del mundo que nos envuelve. En este sentido, somos como un espejo defectuoso que no refleja la realidad con nitidez. La confusión y el apego constituyen las bases sobre las que se asientan otros muchos engaños, como los celos, la envidia, la codicia, la desconfianza, etcétera. Por ejemplo, en un estado mental de nerviosismo, cansancio o preocupación, cualquier pequeña contrariedad nos parece desproporcionada y la convertimos en argumento de nuestra mala suerte, mala racha, o bien la justificamos, diciendo que son los planetas mal alineados y que además todo actúa en nuestra contra. El victimismo es un recurso del ego para defenderse en su ilusión. Así pues, siempre encontramos justificaciones al discurso. Sin embargo, cuando nos hallamos en calma, todo se relativiza y nuestras palabras, acciones y pensamientos siempre fluyen a través de la claridad mental y la mantienen. Al igual que un atleta tiene que entrenar, y nos preparamos y estudiamos para desarrollar una profesión, el budismo considera que la paz interna se favorece paulatinamente con la práctica de la meditación, pues ayuda a la comprensión de la mente, que es donde residen todos nuestros estados, engañosos o no.

Dicho esto, las circunstancias externas en sí mismas no son la causa de nuestra felicidad o nuestro sufrimiento. La felicidad solo puede surgir de la paz interior y, sin ella, ninguna situación externa puede hacernos felices. El Buddha fue un hábil investigador de la percepción y del sufrimiento:

La paz viene de dentro, no la busques fuera.

Mediante su propia experiencia, y a través de la meditación, reveló cuáles son las principales aflicciones de la mente, esto es, la ignorancia, el apego y la aversión. Insistió, además, en la cultura del corazón. Acentuó el desarrollo del amor o benevolencia, la sabia compasión, el gozo o alegría altruista y la ecuanimidad. Estas cualidades serán conocidas como las Brahmâvihâra. Aparecen en el hinduismo temprano. Se recoge su existencia en las Upanishad (1) y, por lo tanto, son un concepto prebudista, al que posteriormente esta tradición dio su propia interpretación.

La palabra Brahmâ significa el conocimiento puro, evolución o desarrollo. De su sabiduría infinita surge la creación del universo, subsistencia y reabsorción. Hace referencia a ese vacío fértil del que todo nace y al que todo vuelve. Cuando el practicante estabiliza su cuerpo y su mente, contempla absorto la experiencia de lo que ante él se presenta. Se dice que estas actitudes hacen que la mente sea inconmensurable y se la asemeje a la mente del poderoso Brahmâ (en el marco del hinduismo, dios principal que dio origen al cosmos).

Por otro lado, el término vihâra nos lleva al concepto morada, un entorno sublime, es decir, un espacio interno y privado, que no secreto, donde nos hallamos básicamente bien. También encontramos en los sutras (2) el término apramâna, generalmente traducido como lo inconmensurable, que significa ilimitación, infinitud, un estado que es ilimitado. Suele repetirse que la conciencia, como veremos en capítulos posteriores, uno de los cinco agregados que constituyen la personalidad, nos faculta para ver con claridad. Caracterizar este potencial no es tarea fácil porque trasciende el concepto o la idea que se tenga sobre ella. Por esta razón, se suele decir que la conciencia es abierta, luminosa e infinita, lo que nos lleva a relacionar esta experiencia con la palabra apramâna y, por lo tanto, con las emociones sublimes.

Con ellas vives en la verdad de quien tú eres. Cuando hay ausencia de estas cualidades, aparecen otras como el miedo, entendido como un desconocimiento de lo real. La persona vive vacía y despojada de su esencia. Así que, cuando trabajas sobre tus cualidades naturales, y te llenas de ellas, no hay cabida para ningún tipo de emoción aflictiva. Al estar lleno, das, estás fuerte, eres feliz, te relacionas y ofreces. Si estás decadente y sin sustancia, te aferras a lo poco que alcanzas, arañas, peleas, lloras, te quejas. Merece tener muy en cuenta estas cuatro Brahmâvihâra que representan los aspectos más hermosos y esperanzadores de la naturaleza humana. Recordemos que son el amor o bondad amorosa (mettâ), la sabia compasión (karunâ), el gozo del ser (muditâ) y la ecuanimidad (upekkhâ).

Una vez expresadas, cierto es que el propio Buddha mostró la forma de trabajar con ellas, puesto que son prácticas meditativas que protegen a la mente de caer en los patrones habituales de la reactividad, esos programas y creencias limitantes que suelen estropear nuestras mejores intenciones. Con la práctica de los cuatro inconmensurables se pasa del modo hacer al modo ser. Despiertan la inocencia del ser. Eres espontáneo y te abres a lo que sucede, no quieres controlar lo que sucede.

El autoconocimiento es la meta de todas las tradiciones contemplativas. La única forma de salir del condicionamiento, que nos mantiene en los interminables ciclos de muertes y renacimientos, es devolviendo la luz de la conciencia hacia el interior. En este sentido, al budismo se le ha catalogado de muy variadas formas y entre ellas está la de considerarlo como una artesanía de la mente, pues afronta y sana la relación con tres tipos de sufrimiento:

  • Físico: desconexión del sello de la impermanencia.
  • Emocional-mental: desconexión del sello de la interdependencia.
  • Existencial: desconexión del sello de la insustancialidad.

Nacimiento, enfermedad y expiración son vistos como sufrimiento en tanto olvidamos las verdades de la interdependencia, la insustancialidad y la impermanencia y, por lo tanto, su aceptación y comprensión. Cierto es que la vida trae consigo algunos signos de malestar y esta verdad nos resulta de especial aridez, pero la fecundación del sufrimiento (duhkha) no es identificar el dolor, sino evitarlo.

Esta certeza invita a un acercamiento intelectual, pero pocos se atreven a contemplarlo a través de un trabajo de indagación consciente. Como hemos venido indicando en estas primeras líneas del libro, con el ego hemos topado. Básicamente, dejamos de cumplir nuestra santa función para empezar a cumplir otras por sometimiento a nuestra propia imagen falsa.

¿Hay salida? Claro que sí. La respuesta es simple, consiste en liberarnos del influjo del apego y comprender la esencia de la realidad. He aquí el despertar de la ilusión. El siguiente diálogo, breve y contundente, es un clásico que desde siempre me acompaña:

—Maestro, maestro, maestro... ¿cómo puedo liberarme?
—¿Y quién te tiene atado?

Despertar es dejar de permanecer dormidos. Despertar es alcanzar un estado óptimo de conciencia. Despertar es clarificar el sentido y el propósito del para qué suceden las cosas, más bien, cómo las interpretamos de manera adecuada, esto es, sin los filtros ni programas de la mente condicionada.

Como punto de partida, observemos que lo que solemos querer y lo que realmente necesitamos rara vez son coincidentes. El querer es compulsivo y la necesidad tiene como requisito el autoconocimiento. Así pues, el proceso hacia la sanación conlleva dos cosas: en primer lugar, es un sacrificio (trascendencia del ego) y, en segundo lugar, es un esfuerzo no forzado (reencuentro alegre con nuestra auténtica naturaleza).

* * *

Meditar es contemplar a la luz de la conciencia lo que estás experimentando mientras lo estás experimentando. Esta capacidad es innata y universal, queda al alcance de todos y cada uno de nosotros.

El budismo como vía de autoconocimiento no pretende eliminar el ego, sino que fomenta un cambio en la visión del sujeto. Me siguen conmoviendo las palabras de Ramana Maharsi, un sabio maestro indio, que dice así:

La iluminación (el estado despierto)
no es imposible de alcanzar,
sino imposible de evitar.

En la mayoría de las ocasiones los seres humanos nos dejamos arrastrar y llevar de aquí para allá por un estado de ausencia. Bajo el velo del oscurantismo, entendido sencillamente como una falta de claridad a la hora de percibir, solemos actuar de manera confusa. El veneno de la necedad se traduce como una falta de sapiencia y, por lo tanto, justo discernimiento. Es un estado de ceguera mental y de autoengaño. Vivimos enmascarados tras la figura de un ente ficticio con el que nos hemos autoidentificado en exceso. Siempre que cobren fuerza los automatismos del ego y el desarrollo de los patrones inconscientes, viviremos ajenos a nuestra verdadera naturaleza.

Las falsas creencias se diferencian del desarrollo de una intuición abierta a través de la cual emerge naturalmente un estado de comprensión y sabiduría. Por todo ello, las vías contemplativas enseñan el camino que seguir, insistiendo en que nuestra felicidad reside en la desidentificación con aquello que nos creemos ser. De esta forma, en el preciso instante que disolvemos la ilusión con la identidad en el ego, brota espontáneamente la experiencia de la unidad.

Notas:
  1. Las Upanishad son un conjunto de obras que suponen la culminación del pensamiento védico. Se contabilizan más de doscientos libros sagrados hinduistas que fueron escritos en idioma sánscrito entre el 800 y el 400 a.C. El término Upanishad quiere decir «sentarse con atención», como quien se acerca a escuchar alguna enseñanza importante. Raimon Panikkar sostenía que estos textos, aunque tratan de principios que no se pueden definir, apuntan a algo que sí es posible experimentar.
  2. Los sutras o suttas son mayoritariamente los discursos impartidos por el propio Buddha, o bien por alguno de sus discípulos más próximos. Con la evolución del budismo, encontraremos varios textos en los que se exponen enseñanzas y preceptos relativos a las diferentes vías de conocimiento para alcanzar la realización espiritual. Se plasmaron por escrito una vez que transcurrieron varios siglos tras la muerte de Siddhartha Gautama, de forma que sus enseñanzas no se perdieran en la transmisión oral.