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Extractos - Fray Marcos

¡Atrévete! da el salto

Sin libertad, nunca podrás ser tú

Introducción por Fray Marcos

No hay ningún anhelo más arraigado en todo ser humano que el deseo de felicidad. Sin embargo, la inmensa mayoría de nosotros la buscamos donde no está. En realidad la felicidad no se puede buscar directamente, es consecuencia de otros logros que sí podemos conseguir. Si desplegamos todas nuestras posibilidades de ser, conseguiremos armonía, paz, equilibrio interior y exterior y la felicidad aflorará sin traumas.

El único objetivo de este escrito es que despiertes y no sigas buscando fuera lo que ya tienes dentro. Ni la prisión más oscura ni el gozo sensorial más acabado son la verdadera realidad, ambos extremos son solo sueños, a los que damos demasiada importancia. Despertar es encontrarse con la Realidad. Si fuera fácil todo el mundo lo alcanzaría. La mayoría vivimos infelices, encarcelados en nuestros sueños.

El despertar del que hablamos, sería el nuevo paso de la evolución, que lleva 13.700 millones de años avanzando desde casi la nada, y no puede detenerse. Despertar sería dejar de llevar una vida puramente biológica, sicológica, racional e intentar avanzar hacia la plenitud de humanidad. La evolución sigue adelante, desde el nivel en que estamos hacia el ideal de humanidad que ya se ha manifestado en algunos.

Tomar conciencia de esa posibilidad, es el primer paso para no quedarse estancado. La punta de lanza de esa evolución, será siempre cosa de muy pocos. Nada impide que seas uno de ellos. Debes tomar conciencia de que, ni Buda ni Confucio ni Jesús ni Gandhi ni ninguno de los seres humanos que tanto admiramos, eran distintos de lo que tú eres. Lo que ellos descubrieron y desplegaron lo puedes descubrir y vivir tú.

También tú puedes desplegar tu humanidad hasta el infinito. Nada te impide superar el estancamiento en lo que crees ser. Lo que intento con este escrito es animarte a ir adelante sin complejos. Despliega todas las posibilidades que están ya a tu alcance. No sigas obsesionado y quejándote de lo que echas en falta. No caigas en la trampa de esperar nada de nadie. Ni siquiera Dios puede darte nada porque ya te lo ha dado todo.

Pero debes comprender que no se trata de ser más guapo, más listo, más religioso, más..., sino de ser simplemente más humano. Todo lo que apeteces y ansías, todo aquello por lo que luchas pero no te hace más humano, debe pasar a segundo plano. Debes valorar tus cualidades accidentales, es decir, las que puedes tener o no tener, pero no debes dejarte obsesionarte hasta el punto de hacerte olvidar lo esencial.

La salvación de la que vamos a hablar no puede ser un privilegio que se concede a unos pocos. Si no está al alcance de todos, quiere decir que es una trampa. La realidad nos dice que siempre habrá una punta de lanza de la evolución que estará sostenida por muy pocas personas, incluso puede ser desarrollada por un único ser humano. Pero eso no quiere decir que el resto no podamos alcanzarla.

Existen toneladas de libros sobre la salvación. En todas las religiones, pero sobre todo en la nuestra, era tema obligado en todas las teologías. La soteriología es la clave de toda cristología, pero como es inevitable la acción de Dios para explicar cualquier clase de salvación, todo tratado sobre Dios debe incluir la forma como Dios salva al hombre. Pero ese discurso presuponía un Dios soberano y un hombre marioneta.

En realidad, todas las religiones ofrecen como centro de su mensaje una determinada salvación. Es más, creo que lo que de verdad buscan todos los que se acercan a una religión es precisamente la seguridad de esa salvación. Naturalmente cada religión la matiza con especiales señuelos, pero el trasfondo es siempre el mismo: asegurar el no caer en la disolución absoluta de mi propio ser.

No se trata de tirar por la borda todo el ingente material que ha llegado a nosotros como si fuera una sarta de disparates. Se trata de afrontar las limitaciones que nos atenazan y avanzar en la solución de un problema que nunca estará del todo resuelto. Esto fue lo que intentaron los teólogos de todos los tiempos. Consiguieron exculpar a Dios del mal que nos envuelve pero dejaron al ser humano para el arrastre.

Nunca fue fácil definir teóricamente el concepto de salvación, pero hoy menos que nunca podemos concretar un significado que satisfaga mínimamente a todos. Las posibilidades de salvación son hoy casi infinitas y todas ellas tienen defensores acérrimos que no están dispuestos a cambiar de opinión. Si de la teoría pasamos a la práctica la cosa se complica aún más pues las maneras de vivir son tan variadas como las personas.

Tampoco las religiones se libraron de la trampa de unas ofertas de salvación descabelladas. Desde una visión mítica del hombre, del mundo y de Dios se elaboraron soteriologías alambicadas que no tenían la menor racionalidad. Metiendo a dioses y demonios en la construcción de esas salvaciones nos hemos ido por los cerros de Úbeda y hemos olvidado nuestra realidad cotidiana y la posibilidad de darle solución humana.

Incluso nuestra religión, siguiendo pautas ancestrales, se adentró por espinosos caminos al proponernos la necesidad de la cruz para liberarnos del pecado. Todas las argumentaciones sobre el sacrificio vicario y la reparación de una ofensa infinita, han sido superadas, en gran parte gracias a certeras aportaciones del Vaticano II. El sofisticado argumento de S. Anselmo condicionó la soteriología del último milenio.

Durante todo ese tiempo se llegó a explicaciones peregrinas e increíblemente retorcidas que machacaron a infinidad de personas sensibles. Lo que se busca en toda religión que se precie, es precisamente que me asegure una salvación, si no es posible aquí, por lo menos para el más allá. Todas responden a exigencias muy humanas, demasiado humanas, como diría Nietzsche, pero que se quedan en lo anecdótico.

Analizar todas esas soteriologías, sería una tarea interminable. No tendría sentido volver sobre conceptos ya superados. Por mucho que nos empeñemos, la idea de redención, sacrificio, expiación, liberación, rescate, predestinación, regeneración, tan utilizados a través de los siglos para dar cuenta del valor de la persona de Jesús o del amor de Dios hacia el hombre, deben ser superadas desde una perspectiva no mítica.

Mi intención es proponer elementos de juicio para afrontar el tema desde el nuevo paradigma en el que nos encontramos hoy. Haría el ridículo quien pensara que me creo más que S. Agustín o Santo Tomás. No se trata de creernos más que nadie sino de ser veraces y no escamotear el problema que se nos plantea. La solución tenemos que intentarla desde la perspectiva de los seres humanos del siglo XXI.

Para superar perspectivas antiguas es imprescindible aceptar la nueva idea que hoy tenemos de Dios, del hombre y del mundo. El Dios soberano omnipotente y residente en lo más alto del cielo ha dado paso al Dios cercano, fundamento de cada criatura e identificado con ella. La idea del hombre miserable incapaz de nada bueno ha dado paso al ser humano autónomo y responsable absoluto de sus actos.

Queremos conducir la reflexión por el camino sencillo de la toma de conciencia actual de la realidad humana, tal como la reconocemos hoy. Intentaremos buscar la verdadera salvación del hombre en lo que tiene de humano. No partiremos de la idea del hombre y Dios como dos realidades separadas y a veces encontradas, sino como una sola realidad, que da al hombre capacidades insospechadas de plenitud.

Intentaremos acercarnos a esa posibilidad de plenitud humana como la clave de toda búsqueda de una verdadera salvación. La salvación de la que vamos a hablar, es un proceso que debe desarrollarse desde dentro del ser humano. Ninguna salvación que nos llegue de fuera, sea como un regalo sea como un logro, puede satisfacer las exigencias del hombre desarrollado y consciente de sus límites y posibilidades.

Pero debemos asumir con la misma rotundidad, que ninguna condenación que nos venga de fuera puede eliminar ni lo que somos ni lo que podemos manifestar desarrollando en profundidad nuestra humanidad. Ningún ser, ni humano ni divino, puede anular nuestra verdadera naturaleza e impedir que despleguemos todas nuestras posibilidades de plenitud.

El concepto de salvación que vamos a manejar no es el de un ser humano miserable, a quien tienen que cambiar de arriba a abajo para poder sacar de él algo de provecho. Todas las posibilidades de plenitud de las que hablaremos aquí las tiene todo hombre al alcance de la mano. Para conseguir esa plenitud no se exige ningún esfuerzo sobrehumano sino estar más atento a lo que tiene dentro que a lo que ve fuera de él.

Cada uno debe ser artífice de su salvación. El pobre debe librarse de su pobreza, el rico de su riqueza, el sabio de su sabiduría, el ignorante de su ignorancia, el enfermo de su enfermedad, el sano de su salud. Todos esos logros o carencias son engaños. El valor del todo hombre está más allá de esos vaivenes. El dar tanta importancia a lo secundario nos ha impedido descubrir lo que vale de veras, lo esencial.

No será fácil descubrir el significado que quiero dar a la “salvación”. No va a ser el sentido que le hemos dado la mayoría de los creyentes. Salvarse es la tarea más importante que debe desarrollar todo ser humano. Los creyentes deben superar la trampa de una salvación puramente espiritual para el más allá, y los no creyentes deben comprender que su tarea también consiste en desplegar al máximo su humanidad.

No puede haber una salvación espiritual que no implique la totalidad del hombre, es decir, que afecte a todas sus dimensiones. Verdadera salvación debe identificarse con plenitud de humanidad; y no puede haber una salvación humana que no sea, a la vez, divina. Este va a ser el hilo conductor de toda esta reflexión. Por no tener esto en cuenta hemos caído los unos y los otros en verdaderas aberraciones.

El principal propósito de esta introducción es ayudar al lector a colocarse en la misma perspectiva desde la que he escrito este ensayo. Ya sé que es un objetivo inalcanzable, pero si no intentamos mirar desde el mismo ángulo, será imposible que podamos vislumbrar el mismo panorama. Sé que estoy pidiendo un gran esfuerzo, pero debes considerar que mayor esfuerzo he tenido que hacer yo al escribir estas propuestas.