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Juan Ignacio Gilligan

Puertas giratorias

El legado oculto del Principito: Una mirada desde UCDM

Por Juan Ignacio Gilligan 30 de mayo de 2025

Mi taza de café, grabada con la frase de El Principito «Lo esencial es invisible a los ojos», junto al ejemplar de Un Curso de Milagros desató la idea: ¿podrían estos dos textos, tan diferentes en apariencia, compartir un mismo núcleo de sabiduría?

Cuando uno empieza a mirar de cerca El Principito y Un Curso de Milagros, empiezan a surgir unas conexiones realmente sorprendentes. Por ejemplo, esa partida del Principito de su pequeño planeta… ¿no les parece que tiene un aire a esa idea del Curso sobre cómo nos «perdimos» un poco, cómo nos aventuramos en un mundo que se siente separado, fragmentado?

Es como si el Principito, al dejar su hogar, se sumergiera de lleno en ese «sueño de la separación» del que habla el Curso, encontrándose con todos esos adultos en sus planetitas, cada uno tan encerrado en su propia versión del ego: el rey que quiere mandar, el vanidoso que necesita aplausos… reflejos perfectos de cómo funciona nuestra mente cuando creemos estar solos y desconectados.

Y aquí es donde el personaje del Zorro se vuelve tan interesante. No estoy diciendo que el Zorro sea el Espíritu Santo, ¡para nada! Sería simplificar demasiado. Pero piensen en lo que hace el Zorro: le enseña al Principito esa verdad tan profunda de que «lo esencial es invisible a los ojos», que hay que ver con el corazón. Eso es exactamente lo que el Curso expresa que hace el Espíritu Santo: nos ayuda a corregir nuestra percepción, a ver más allá de las apariencias, a encontrar el amor que todo lo trasciende. El Curso también nos enseña que esa «Voz que habla por Dios» puede usar cualquier cosa, cualquier personaje, cualquier situación en este mundo para llegar a nosotros. Y desde esa perspectiva, el Zorro, en la historia del Principito, bien podría ser uno de esos canales inesperados, esa voz amiga que te guía hacia una comprensión más profunda, ¿no creen? Es como si, a través del Zorro, se nos susurrara una verdad que va más allá de la lógica del ego.

Vale preguntarse ¿quién aprende aquí? Es curioso, porque parece que hay varios niveles. El Principito, claro, aprende del Zorro, aprende de sus propios errores con la rosa, de su viaje. Su «muerte» al final, esa forma tan poética de decir que su cuerpo era solo una «corteza vieja», ¡qué eco tan claro de la enseñanza del Curso sobre que no somos este cuerpo, que hay algo más esencial que trasciende! Pero también el Aviador, el que nos cuenta la historia, él también es un estudiante. El Principito lo saca de sus preocupaciones de adulto, le recuerda cómo ver el mundo con otros ojos. Así que tenemos al Principito aprendiendo en su propio viaje, y al Aviador aprendiendo a través de él.

Al final, lo que resuena tan fuerte es que ambos textos, cada uno a su manera ―uno con la ternura de una fábula, el otro con la profundidad de un método espiritual― nos están invitando a lo mismo: a cuestionar el mundo que vemos con los ojos, a buscar esa conexión esencial con el corazón, y a entender que quizás, solo quizás, este viaje de «separación» es en realidad una oportunidad para recordar quiénes somos de verdad y cómo volver a casa, al amor.

© Juan Ignacio Gilligan, 2025