Jordi Casals Mendoza

Despertar no basta
Por Jordi Casals Mendoza 23 de Mayo de 2025«Usted puede tener vislumbres del estado sin ego, pero una visión momentánea no es suficiente. Puede conocer ese estado, pero si no está maduro, no podrá permanecer en él. Es como un niño que puede andar, pero aún no se sostiene bien.»
— Sri Nisargadatta Maharaj, Yo soy eso
Los buscadores espirituales suelen comenzar desde la creencia de ser un cuerpo separado. Por eso, al inicio, el foco está en «mejorar como personas», cultivando la bondad, la paciencia o la compasión. Pero tarde o temprano aparece una intuición: no soy este cuerpo-mente separado. Y con eso, llega el interés por la no dualidad, lo que te ha traído hasta aquí. Sin embargo, aquí es donde muchos caen en una trampa: confundir esa visión con el final del camino… cuando en realidad, apenas es el inicio.
Mientras no veamos que no somos un cuerpo separado, solo estamos buscando el camino. Cuando lo vemos, se abre por fin la posibilidad real de transitarlo. Una de las señales del despertar es el fin de esa búsqueda. Pero ¿qué pasa cuando hemos construido nuestra identidad alrededor de ser un «buscador espiritual»? La disolución de ese constructo puede vivirse como un abismo. Y muchas veces, se vuelve a recrear: ya no como «el que busca», sino como «el que ya encontró».
Eso que afirma «yo no soy el cuerpo» puede volverse una nueva identificación con algo separado. Al principio puede funcionar como antídoto, pero si cristaliza como certeza, acaba reforzando lo mismo que pretendía deshacer. La verdadera trampa no es no haber despertado, sino creer que ya se vive despierto. El ego no se disuelve: se adapta. El sentido de separación cambia de traje. Puede disfrazarse de «ser iluminado», de «ser desapegado» o incluso de «ser testigo». Si no se detecta, quedamos atrapados en nuevas ilusiones.
Cuando aparece la sensación de haber visto algo que los demás no ven, puede surgir cierta superioridad. Desde ahí, se mira al resto con condescendencia, como si estuvieran menos evolucionados. Pero esto no es claridad, sino otra forma de separación. La verdadera espiritualidad no compara. No se siente especial. Si el despertar te hace sentir por encima, aún no vives despierto. Solo has intercambiado una identidad por otra.
En otras ocasiones, el ego no se infla, sino que se desinfla. El entusiasmo se apaga y aparece una sensación de vacío. Todo parece carecer de sentido. Surgen pensamientos como «la vida no tiene sentido», «nada importa», «no hay nada que buscar ni alcanzar». Desde ahí, cualquier esfuerzo parece inútil y se cae en una especie de indiferencia espiritual. Pero esta renuncia al mundo no nace de la sabiduría, sino de la apatía. No es desapego, es desgana. Una reacción más ante el derrumbe de una identidad separada que aún se resiste a desaparecer.
La comprensión de que no hay un propósito personal puede ser liberadora, pero si aún hay identificación con un yo separado, en lugar de libertad aparece el vacío existencial. Entonces, la ausencia de sentido se convierte en una nueva forma de sufrimiento. El problema no es que la vida no tenga sentido, sino que seguimos buscando un significado que justifique nuestra existencia. Y al no encontrarlo, el yo reacciona con frustración. Pero la vida no necesita ser explicada. Un pájaro no se pregunta por qué canta: simplemente canta. Así también, vivir sin ego es vivir sin necesidad de justificarse.
Otra trampa es la del testigo. Aparece cuando nos refugiamos en la idea de «yo no soy este cuerpo, soy el que observa». A simple vista, esto parece un estado de gran lucidez. Aquí, la identificación ya no es con el cuerpo, sino con el ser que observa. Y al no poder sobrevivir en forma de persona, el ego se refugia en la identidad ―sin forma― del testigo. Lo que parece claridad es muchas veces un modo velado de protección. No hay implicación real. Observa todo desde una distancia fría, disociada de la vida. Y así mantiene una separación entre el que ve y lo que es visto. Nisargadatta ya lo advertía: quedarse como «testigo» sin disolverse en lo observado es otra forma de dualidad. El despertar real no separa: no es mirar la existencia, es ser la existencia misma.
El despertar no es un punto de llegada, sino el inicio de un proceso espiritual que transforma la manera en que el organismo funciona y se expresa en el mundo. Porque una cosa es entender que no somos el cuerpo, otra es sentirlo, y otra muy distinta es vivir desde ahí.
Tras el despertar, se libera una gran cantidad de energía. Toda esa fuerza que antes se invertía en sostener la identidad separada, y en reaccionar negativamente ante la vida, queda ahora disponible. El cuerpo-mente, ya no tensado por la defensa del yo, se convierte en un canal más limpio y receptivo. Al no haber una fijación que lo limite, accede a una vibración más elevada. Y desde ahí pueden expresarse nuevas capacidades: intuición más aguda, sensibilidad refinada, empatía profunda, incluso una presencia que sana o conmueve.
Estas facultades no son dones personales, sino manifestaciones naturales de un organismo más alineado con la vida. El rol que surge ―terapeuta o guía― puede ser funcional y espontáneo. El riesgo es que aparezca un sentido de separación que se aferre a ese rol, convirtiéndolo en una identidad, y apropiándose de lo que en realidad brota del vacío. Lo que nació como expresión libre del Ser, se convierte en un nuevo personaje: otra máscara del ego espiritual.
La ilusión de separación siempre encuentra nuevas formas de sobrevivir. La mente busca fijar verdades, encontrar algo a lo que aferrarse. Pero la claridad no llega acumulando conocimientos, sino por vaciamiento. Si crees que lo has entendido, que ya lo sabes, detente. Pregúntate: ¿es real o solo otra idea con la que me identifico?
Vivir despierto no es adoptar una nueva identidad, sino soltar todas. No es refugiarse en la observación distante ni acumular certezas, sino vivir sin pretensiones ni definiciones. Cada vez que te identificas con una idea ―incluso espiritual―, algo se cierra.
Por eso el proceso no termina con un vislumbre. Muchos entran en una fase de intermitencia que Adyashanti llama «lo tengo / lo he perdido». Se alternan momentos de claridad con recaídas en la confusión. Se ha desenmascarado la falsa creencia de ser un cuerpo separado, pero aún se funciona desde el sentido de separación. Han intuido la unidad, pero siguen actuando desde antiguos patrones que operan por inercia y se apropian de la visión. Esto no es un fallo. Es parte del proceso de integración. Ver que no somos un cuerpo es solo un inicio. Vivir libre de la sensación de separación es otra cosa.
Aquí radica la diferencia entre despertar y autorrealizarse. Entre ver, y vivir desde la visión. Despertar es como abrir una ventana y dejar que entre la luz en una habitación oscura. Pero abrir la ventana no basta. Hay que reorganizar la casa. Autorrealizarse es vivir desde esa visión. Es dar espacio permitiendo que pensamientos, emociones y acciones se alineen con lo visto.
Cuando ya no queda nadie aferrándose a nada, tampoco quedan obstáculos. El cuerpo-mente empieza a funcionar como un instrumento perfectamente afinado, resonando en armonía con la vida. Cada persona tiene su propio tono único. Y al desaparecer la sensación de separación que lo distorsionaba, ese tono brilla naturalmente, sin esfuerzo.
Desde ese espacio abierto y libre de identidad, el cuerpo-mente ya no vive para sí mismo: vive para la vida. Y eso es la autorrealización, no la realización de un yo que ha despertado, sino la integración de un cuerpo sin yo en el flujo natural de la existencia, como expresión viva de su naturaleza esencial.
* * *
Referencias:
- Nisargadatta Maharaj. Yo soy Eso. Editorial Sirio (2003)
- Adyashanti. El final de tu mundo. Editorial Sirio (2011)