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Artículos - Consuelo Martín

La advaita como experiencia existencial liberadora
y Heidegger

Por Consuelo Martín

Conferencia dada en un curso en el Centro de Estudios Viveka

Consuelo Martín

¿Por qué es una experiencia liberadora nuestra vida? Porque "el juego de la Conciencia pura está siempre quemando lo ilusorio", dice el aforismo de un libro advaita. (1)

Cuando la Conciencia real toca este mundo de "representaciones", lo quema, lo aniquila. Por lo tanto, está constantemente quemando la ilusión, y eso hace que la existencia del ser humano en este mundo no pueda ser despreocupada, sino angustiosa. Vivimos en un constante fuego si nos agarramos a lo ilusorio. "Dios es un fuego abrasador", dicen las Escrituras cristianas.

Si observamos lo que sucede en nuestra conciencia superficial, vemos que todo cambia, todo se transforma y se desvanece en el tiempo. Todas las cosas, las personas, todos los contenidos de la conciencia, están cambiando, apareciendo y desapareciendo constantemente. Las cosas son los restos, las cenizas de un fuego constante.

Ver esto con la luz del discernimiento es una experiencia liberadora. Cuando se ve lo falso como falso hay liberación en nuestras vidas porque hay luz. Y la alegría que acompaña siempre a esa libertad interior es indescriptible y no se puede comparar a ninguna otra alegría.

Pero si al producirse este fuego purificador vemos lo ilusorio como real, el cambio y la disolución de las representaciones de la conciencia sin la luz del discernimiento acarrean un gran sufrimiento. Por falsa identificación de la conciencia con las apariencias, nos sentimos "lanzados a las tinieblas exteriores", como dice nuestra tradición: Allí donde se vive la tristeza, el dolor, la depresión. Esta es la angustia existencial. Heidegger lo ha descrito también, con una frase muy expresiva. Él dice que vivimos "arrojados en el mundo".

El ser humano no se siente angustiado por estar en el mundo; otros seres están en él armónicamente, se siente angustiado por estar "arrojado", "fuera de sí", identificando su conciencia con lo falso, sin ver las cosas como son, es decir, representaciones de la conciencia pura o manifestaciones del ser.

Por eso el ser humano sufre, y por eso no hay nada que le libere del sufrimiento que no sea la visión de la Verdad. Se han buscado infinitas evasiones, disfraces, para camuflar las cosas y hacer como si fuesen de verdad en el tiempo. Se ha buscado la felicidad en todos los caminos imaginables en donde no está. Y siempre la angustia ha acompañado al hombre.

Heidegger es un filósofo occidental que ha explicado esto de tal manera que es evidente que lo ha vivido. Es útil, me parece, ver su coincidencia con la filosofía advaita. La visión es idéntica, con un lenguaje, desde luego, muy diferente, sintético y simple en la filosofía hindú, analítico y complicado en la filosofía alemana.

El hombre tiene una posibilidad de elección entre "la existencia inauténtica", entre los entes, o la existencia auténtica escuchando la llamada de la conciencia, del ser.

El "Dasein" (ser humano) inauténtico vive en el tiempo, "perdido, arrojado en el mundo", no es libre. Mientras que el ser humano auténtico, el mismo constituye el tiempo a partir de la temporalidad originaria. En la aceptación de la finitud del "Dasein" está la temporalidad originaria o eternidad.

En el caso de la existencia inauténtica el hombre está fundamentado en la nada. La angustia es, pues, angustia de nada. Y esta nada es el "ser en el modo propio de la existencia inauténtica". La existencia inauténtica consiste en estar fuera de sí, agarrado a lo temporal, a lo impermanente, es vivir como si fuera un ser del tiempo, como si fuera una cosa y estuviera atado a una serie de causas y efectos en el tiempo. Cuando el ser humano vive así, su vida se transforma en lo que Heidegger llama "la cura", que él define como "un esfuerzo angustiado por vivir" (2).

Esto sucede así porque el ser humano no es del tiempo, sino de la Eternidad. Por eso tanto si lo percibe con claridad como si no sabe percibirlo claramente, existe una llamada constante de la Eternidad dentro de él.

"El Ser en el modo auténtico de ser no dice yo, sino que es en el silencio". (3)

Es también la pantalla sobre la que se proyectan las imágenes cinematográficas. El ser es aquello sobre el fondo de lo cual aparece lo proyectado (4). ¿Puede experimentarse el silencio entre dos notas o puede verse la pantalla entre dos imágenes? La misma dificultad hay para vivenciar el Ser entre dos pensamientos.

El Ser en el mundo ―dice Heidegger―, cuando está abierto para sí mismo, permite ver el trasfondo del Ser a través de las proyecciones del mundo, pensamientos, imágenes (4). Hay un trasfondo que permanece siempre. La experiencia liberadora consiste en ser ese fondo que está detrás. La advaita intenta conducirnos de la proyección con la que nos identificamos, al trasfondo que realmente somos. Es un camino de lo que no somos y con lo que nos confundimos, a lo que somos de una manera inadvertida.

¿Podría haber música sin el silencio? Somos inconscientes de lo Real, pero está ahí siempre, y no podemos ser libres y felices hagamos lo que hagamos mientras no seamos lo que realmente somos.

¿Podemos conformarnos con ser una imagen, una proyección mental, un pensamiento? ¿Aceptamos que somos un montoncito de energía que caprichosamente se ha organizado de cierta manera? ¿No serán todas estas energías físicas o mentales llamadas del Ser?

Para llegar al Ser no es camino adecuado el cortar violentamente las energías o los pensamientos. La guerra contra los pensamientos se efectúa en el mismo nivel. No posibilita lo nuevo. El proceso de pensamiento debe seguir su curso natural, pero con una salvedad, no debo seguir ese proceso, no debo identificarme.

Ese foco de conciencia que puedo llamar "mi identidad" debe estar libre de cosas e imágenes y abierto a lo Real. La filosofía advaita explica que hay una conciencia testigo de lo Real. Y es fácil darse cuenta de que es así. Si la Conciencia fuera movimiento "conciencia de algo", simple relación o representación, como dicen tantos filósofos orientales y occidentales, ¿en ese caso quién podría ser consciencia de la conciencia? Sin un testigo permanente que se diera cuenta del proceso no podría decirse siquiera "la conciencia es cambiante". Para ver el cambio hace falta la quietud como contraste. No podría llamar cambiante a la conciencia si no hubiera algo permanente que la ve moverse. El movimiento no sabe que se mueve.

Cuando veo mis pensamientos moverse, cuando siento que nací y moriré, y seguramente ningún ser de la naturaleza puede sentirlo sino el hombre, cuando tengo esa angustia existencial que me produce el cambio y la aniquilación, es porque hay un trasfondo eterno con el que veo, una luz con la que ilumino el espectáculo.

Si me duele este cambio, esta impermanencia de las cosas, si me duele que la vida sea cambiante y efímera, si me duele estar en el tiempo "arrojado en el mundo", si me duele que las cosas y las personas desaparezcan ante mí, y que incluso yo mismo, lo que creo que soy desaparezca, es precisamente porque de alguna manera intuyo que soy eterno.

Podemos observar cualquier actividad, y sobre todo la actividad del pensamiento con la que tanto nos identificamos. Podemos verlo, mirarlo y descubrir qué hay detrás. Y si estoy constantemente identificado con la acción, cuando no me muevo, cuando no estoy actuando, ¿qué hay detrás? Sí, sigue el pensamiento, sigue el movimiento. Pero más allá del pensamiento, ¿qué hay? ¿Puedo aceptar ese silencio inmóvil que hay detrás?

Si lo hago así, empezaré a distinguir la zona donde están los pensamientos, de un estado de conciencia real, permanente y sereno, en el que el tiempo ha perdido su dominio, un estado de conciencia a partir del cual el tiempo puede ser proyectado o creado. El tiempo sigue su proceso cambiante, el tiempo es pensamiento. Por eso los pensamientos nunca pueden salir del tiempo. Pero la conciencia originaria de donde surge todo aquel movimiento permaneciendo ella inmóvil, está ahí y soy consciente de ella. Esto es una liberación, esta es la única liberación.

El momento de vivir la Verdad es una vivencia directa. Es necesario soltar las identificaciones con todos los momentos intermedios antes de la vivencia de lo Real: las sensaciones, producidas a través de los sentidos corporales, provocan pensamientos, y estos a través de imágenes mentales, despiertan emociones. El conjunto de representaciones en la conciencia es un mundo añadido que oculta lo Real.

Si fuéramos tan audaces de tomar la decisión de vivir la Verdad sin ningún intermediario, es decir, de convencernos de que somos ese trasfondo del Ser, no nos parecería tan difícil ni lejano.

Es cierto que muchos agregados se han ido añadiendo como explica la advaita, en el tiempo; pero puedo vivir lo Real directamente, a pesar de todo. Puedo vivir la Verdad a pesar del pensamiento. Puedo vivirla a pesar de las sensaciones e imágenes que los sentidos crean en la mente.

Todas las tradiciones religiosas y filosóficas han dicho siempre que si el ser humano quiere descubrir lo Real, si quiere comenzar el camino de vuelta hacia la Verdad, tiene que des-identificarse del mundo de representaciones e imágenes que crea el conjunto mente-sentidos corporales.

En la vía mística de San Juan de la Cruz está explicado en tres etapas: 1) "Olvido de lo creado". Es decir, de lo que el pensamiento crea en el tiempo, a través de las imágenes de los sentidos. 2) "Recuerdo del Creador". Tomar conciencia de lo Eterno, del trasfondo de la conciencia. 3) "Atención a lo interior". Lo que indica claramente un dar la vuelta a la conciencia y volverla al origen.

Por último, expresa San Juan la vivencia de la contemplación con una sencilla y evocadora frase, aunque un poco ajena a la advaita por su carga afectiva. Dice así: "Y estarse amando al Amado".

Con ese estado contemplativo termina el movimiento de la mente. Quedarse ahí, simplemente amando o contemplando, es vivir la Verdad, y no es algo estático o pasivo, como parece, visto desde la mente condicionada, es el comienzo de lo sin comienzo ni fin.

No interfiere esta contemplación ni en las actividades ni en ninguna cosa externa, ya que actúa cada una en su plano de funcionamiento, como una máquina bien dirigida y libre de obstrucciones. Nada cambia exteriormente. Sólo el apego o identificación se desvanece suave pero irremisiblemente, sin hacer ruido, transformándolo todo en luz y en libertad.

Concluiremos diciendo que si me aferro a lo limitado, sea lo que fuere, estoy perdiendo por distracción la Verdad ilimitada.

Descubrir la Verdad me libera de las limitaciones de la conciencia superficial, pero sobre todo me libera de la angustia existencial que produce el vivir lo falso. Conforme lo falso va perdiendo fuerza en mí, la libertad crece desde dentro.

Notas:
  1. El secreto de la realización directa. Pratyabhijna Hridayan.
  2. Ser y tiempo, 42, pág. 218. Trad. de Gaos Ed. Fondo Cultura Económico, México.
  3. O. C., 64, pág. 350.
  4. O. C., 64, pág. 352.
Fuente: Revista Viveka (Dirigida por Consuelo Martín), 1986, Nº 24