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Artículos - Elias Amidon

Ver el mundo único con dos ojos

Por Elias Amidon Noviembre de 2013
El mundo uno con dos ojos

Aunque los humanos vivimos en la no dualidad, experimentamos el mundo con los dos ojos de la dualidad. Esto se debe a que tenemos la capacidad de conceptualizar. Incluso decir la palabra «no dualidad» es concebir de manera dualista. Cuando decimos «no dualidad», nuestra mente ya está trabajando, estableciendo la no dualidad aquí y la dualidad allá.

Es útil recordar que percibir de manera dualista no es un defecto: es la forma en que fuimos creados. Si digo la palabra «yo» significa que me he concebido a mí mismo como un sujeto, y esto es bastante natural, ¿no? «Yo» me despierto por la mañana, «yo» me lavo los dientes, «yo» te amo, etc. Es una manera conveniente de pensar, incluso si no es exactamente así como funcionan las cosas. Los fenómenos surgen no como sujetos y objetos, sino como un todo, todos a la vez.

Sin embargo, no nos resulta fácil ver la totalidad de las cosas porque vemos ―por buenas razones― con los dos ojos de la dualidad. Hacer distinciones entre «esto» y «aquello» permite navegar en el mundo. Pero si no podemos ver a través de la conveniencia del pensamiento dualista la naturaleza no dual del ser que está siempre presente y omnipenetrante, nos atamos a una vida de sufrimiento.

Un maestro zen comentó una vez: «Debemos aprender a realizar la no dualidad a través de la dualidad". ¿Es posible? ¿Pueden los dos ojos de la dualidad ver el mundo único de la no dualidad?

Es decir, ¿podemos realizar la verdad sin abandonar este mundo? O, en términos budistas, ¿podemos realizar la naturaleza de la vacuidad sin traicionar la naturaleza de la forma? ¿Podemos darnos cuenta, como dicen los sufíes, de que nada importa y que todo importa? ¿Podemos lamentar la pérdida de un ser querido incluso cuando sabemos que nada se pierde?

En las enseñanzas no duales encontramos frecuentemente frases como: «todo es perfecto tal como es», o «nunca pasó nada», o «todo esto es un espectáculo mágico». Declaraciones como estas, si bien son ciertas, parecen negar lo que también sabemos que es cierto: que no todo es perfecto tal como es, que algo está sucediendo y que, mágico o no, este mundo es hermoso y desgarradoramente real.

Una vez agarré la mano de una mujer joven mientras moría. Estaba completamente despierta cuando llegó el momento. Podría decir que en realidad no pasó nada en ese momento; fue como si el espacio dentro de un frasco «se encontrara» con el espacio exterior cuando el frasco se rompe; en realidad no pasó nada, y sin embargo...

No hay forma de pensar en esto. Sólo el corazón puede abarcarlo y el corazón no piensa. Para ver el mundo con dos ojos (frase de Rumi), tenemos que permitir que el corazón vea a través de esos ojos. El corazón que ve es como un instrumento musical que deja tocar la canción pero no se aferra a ninguna melodía. La belleza de nuestras vidas, el amor, las pérdidas, la injusticia y la crueldad de las que somos testigos — la única manera de poder soportar todo esto sin apartarnos de ello, ni endurecernos, ni abrumarnos, es soportarlo en la abierta ternura de nuestro corazón.

¿Y qué es eso? ¿Qué es el corazón? Aquí tenemos que dejar de conceptualizar. El corazón que llamamos nuestro no es nuestro. Podríamos decir que es el corazón de Dios, o el corazón del Supremo Bien, o del Uno. Es el corazón dentro de las cosas. A través de él fluyen todas las experiencias de belleza y toda la desesperación que alguna vez ha existido y existirá. El corazón al que intento señalar no es algo privado. Es vasto, ilimitado. Lo soporta todo. Ve el mundo uno porque es el mundo uno. No limita ni excluye nada. Como nos recuerda Jack Kerouac,

No en los pensamientos de tu mente
sino en la dulzura creyente de tu corazón,
rompes la cadena y abres la puerta dorada
y desapareces en la habitación luminosa, el éxtasis
eterno, el Ahora eterno.