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Artículos - Sri Aurobindo

Sri Aurobindo

La enseñanza de Sri Aurobindo

Por Nolini Kanta Gupta Editions Auropress, Enero de 1976

El yoga de Sri Aurobindo procede directamente del yoga de la Naturaleza. En efecto, hay un yoga de la Naturaleza que ésta sigue sin error ni omisión pues es la norma más profunda de su ser. Básicamente, yoga significa transformación o cambio de la conciencia por unión o identificación con una conciencia más elevada y más vasta.

Este desarrollo de la conciencia en la Naturaleza es lo que llamamos Evolución, un despliegue dinámico de la conciencia en el mundo manifestado. Así, el primer estadio de la evolución es la Materia inconsciente, la de los elementos físicos inanimados. El segundo estadio es el de la vida semiconsciente de las plantas; el tercero, el de la vida consciente de los animales; y finalmente, el cuarto, el que nosotros representamos ahora, es el de la vida consciente encarnada en el ser humano.

El curso de la evolución no termina en el hombre y el estadio siguiente que la Naturaleza prevé y que tiende a establecer, dice Sri Aurobindo, es el de la vida, para nosotros supraconsciente, encarnada en un tipo superior de criatura, el super-hombre o el hombre-dios. El principio de conciencia que ha de configurar este nuevo ser es un principio situado más allá del principio mental que rige al hombre de nuestros días. Se le podría denominar lo Supramental.

Lo Mental ha representado, hasta el presente, el término último de la conciencia evolutiva. Tal como ha sido desarrollado en el hombre, lo Mental es el instrumento más elevado que haya concebido y forjado la Naturaleza, gracias al cual puede expresarse el ser consciente de sí mismo. Por esta razón, Buda afirmaba: “En todas las cosas, el elemento primordial es lo Mental. Todo proviene de lo Mental”. La conciencia perteneciente a lo que está más allá de lo mental no ha llegado todavía a ser un elemento manifiesto y dinámico de la vida en la tierra, los santos y los profetas han podido entreverla y penetran en ella en distintos grados y formas. En las actividades creadoras de poetas y artistas, en las más nobles y bellas aspiraciones de los grandes hombres puede reconocerse una proyección de esa conciencia. Pero, para llegar a ella, hay que retirarse del ciclo evolutivo y sumergirse en un estado que lo trascienda por completo, llamémosle el Espíritu o el Atman, el Nirvana o el Sat-Chit-Ananda (1).

El contacto con esta supra-realidad tiene lugar primeramente en los planos superiores del mental. A continuación se opera una comunicación más íntima y directa, que se efectúa en un nivel justo por encima de lo mental y al que Sri Aurobindo denomina lo Sobremental. En este nivel, el sentido del ego ―limitado en su formación individual por la triple cobertura de lo mental, la vida y el cuerpo― se disuelve y es trascendido. Lo Sobremental revela el Yo universal, que es el Espíritu universal con sus miríadas de fuerzas proyectadas en miríadas de formas. Ahí, la existencia del mundo aparece como un juego de velos, siempre diferentes, que se mueven por delante de la faz de la única e inefable realidad en un misterioso ciclo de creación y de destrucción ― la impresionante visión que Krishna concede a Arjuna en el Bhagavad Gita. Sin embargo, la primera experiencia, y la más intensa, que esta conciencia cósmica procura es la de la extremada relatividad y fugacidad de todo ese fluir, de todo ese juego, lo cual produce ―tanto lógica como psicológicamente― la necesidad de escapar de esa ilusión para buscar lo que es permanente: su sustrato, lo Absoluto.

En esto reside la realización más elevada, el fin supremo que la experiencia más pura y la aspiración más profunda hayan jamás pretendido alcanzar. Para una línea de pensamiento como ésta, el mundo ―o la creación o la Naturaleza― es un producto de la ignorancia, de la cual se derivan el sufrimiento, la incapacidad y la muerte. Para evadirlos hay que vivir en la Luz, más aún, ser la Luz que está más allá de la ignorancia. Esta conciencia que lo Sobremental procura no tiene por qué desembocar en la conciencia de Brahman o Vacío. Indudablemente existe en este proceso evolutivo de la conciencia un abismo entre Maya o la Ilusión y Brahman o lo Absoluto, pero en el yoga de Aurobindo este abismo es colmado por el principio de lo Supramental cuyo conocimiento no es sintético-analítico como el de lo Sobremental (2), sino irrecusablemente unitario. Lo Supramental es la Conciencia de la Verdad, estática y dinámica al mismo tiempo, creadora y existente por sí. En lo Supramental, la conciencia de Brahman o Sat-Chit-Ananda es siempre consciente de sí misma, siempre manifestada y encarnada en los poderes-formas verdaderos en los que se basa el juego de la Creación. Es el plano en el que el Uno se fragmenta en lo Múltiple y donde, sin embargo, lo Multiple sigue siendo uno y sabe que no es otra cosa que una expresión plural del Uno. Desarrolla los arquetipos espirituales, los nombres y formas divinos de todas las individualidades de una existencia evolutiva.

Los Upanisads hablan de una vía solar y de una vía lunar en la conciencia espiritual. Es posible que se refieran a estas dos actitudes: una, la conciencia (mágica o ilusoria) de lo sobremental por la que se penetra en una Beatitud estática y extática; la otra más elevada todavía, un océano infinito de luz y de éxtasis que, aún siendo la creadora Conciencia de la Verdad, puede expresarse y tomar forma simultáneamente.

En lo Supramental, las cosas existen en su perfecta realidad espiritual. Cada una es conscientemente la realidad divina en su esencia trascendente, su concreción cósmica, su individualidad espiritual. La diversidad de una existencia está ya ahí, pero la exclusiva y mutua separatividad no ha sido todavía declarada. Siendo como es el meollo de la separatividad, el ego aparece más tarde y más abajo en la involución. Lo que impera aquí es la inasible red de centros de individualización de lo eterno y única verdad de ser. Allí donde lo supramental y lo sobremental se encuentran es posible ser la multitud de dioses, cada uno distinto a los demás en verdad, belleza y poder, formando la reunión de todos ellos la conciencia una y suprema, infinitamente diversa e inalienablemente integral.

Ahora bien, fijándose con gran atención en lo Supramental se puede ver algo más, la Unicidad que integra en ella toda pluralidad no destruyéndola sino anulándola y suprimiendo la conciencia separativa que es el origen de la ignorancia. La primera oportunidad para esta Conciencia de Ilusión, la Ignorancia, de manifestarse se presenta en el momento en el que la luz Supramental penetra en el claro-oscuro de la esfera mental. La característica de lo Supramental es la de una luz sin sombra ni obstáculo, constante, inalterable, absoluta. Aquí, la Fuerza lleva en sí misma y contiene en la unidad de su realidad las múltiples líneas, aún indivisas, de la verdad esencial y sin mezcla: su curso es la inevitable progresión de cada verdad que penetra en las demás y las sostiene, de modo que su creación ―o su juego o su acción― se encuentra al abrigo de toda discusión, de todo paso en falso, de todo titubeo o desviación. Porque cada verdad descansa en las demás y en la que las armoniza a todas. En lo Sobremental comienza el juego de posibilidades divergentes. Las certezas simples, directas, unidas, absolutas, de la conciencia supramental retroceden un paso, por así decirlo, y comienzan a desarrollarse a través de la interacción de fuerzas que primeramente son individuales y separadas, y después contrarias y contradictorias.

En lo Sobremental existe una Unidad subyacente, que tiene conciencia de sí misma, pero los Poderes, Verdades y Aspectos de esta Unidad se ven impulsados a desarrollar sus potencialidades, como si pudieran bastarse a sí mismos, y cada uno se sirve de los demás para alcanzar su propia exaltación hasta el momento en que, en las regiones más oscuras y más densas que se extienden por debajo de lo Sobremental, las cosas toman el cariz de un conflicto ciego, de una ciega batalla que aparentemente persigue una azarosa supervivencia. En el origen, la creación ―o manifestación o concreción― supone el reparto de los poderes del Ser consciente en un juego de diversidades unificadas. Pero en la línea que termina en la Materia, penetra en un número siempre creciente de formas y de fuerzas oscuras que conducen a un eclipse virtual de la luz suprema de la Conciencia Divina. A medida que desciende hacia la ignorancia, la creación se convierte en una involución del Espíritu en la Materia por la intermediación del Mental y de la Vida. La evolución es el movimiento inverso, el viaje de retorno desde la Materia hasta el Espíritu. De despertar en despertar, viene a ser la revelación gradual, la liberación gradual del Espíritu, la ascensión y la puesta a descubierto de la conciencia involucionada ― la materia despertándose a la vida, la vida al mental y buscando hoy el mental despertarse a algo que se encuentra más allá del mental, a un poder del Espíritu Consciente.

El resultado aparente o real del movimiento involucionista ha sido una separación creciente del Espíritu, pero su objetivo secreto es, en definitiva, el de dar cuerpo al Espíritu en la Materia, al de expresar aquí abajo, en el Espacio-Tiempo cósmico, los esplendores de la Realidad intemporal. Accediendo a la existencia, parece que el cuerpo material no ha podido evitar la escolta de la muerte. La Inmortalidad ―la Conciencia del Espíritu eterna, que es la verdad secreta, la realidad secreta en el corazón del Tiempo y también más allá del Tiempo― debe poder lograrse y la Divinidad ser poseída O, mejor dicho, poseerse a sí misma, no en el modo único e invariable de la conciencia estática, como lo hace actualmente detrás del juego cósmico, sino en el juego mismo y en el modo múltiple de la existencia terrestre.

El secreto de la evolución ―he dicho alguna vez― reside en un empujón hacia la liberación y en un despliegue de la conciencia por fuera de una aparente inconsciencia. En los primeros tiempos, el movimiento es gradual y muy lento. Es el avance inconsciente original de la Naturaleza. En el hombre ese avance se hace consciente y también más rápido y concentrado. Esa es, de hecho, la función del yoga: ayudar a la evolución de la conciencia, acelerando los procesos de la Naturaleza por medio de la voluntad del hombre y su conciencia de sí.

Se ha desarrollado en el hombre un órgano especializado que actúa con eficacia según este modo yóquico de aceleración. La conciencia de sí, acabada de mencionar, es una función de ese órgano, que no es otro que el alma o “ser psíquico”. En el principio, era una chispa de la Conciencia Divina que había descendido e involucionado en la Materia para después seguir la marcha ascendente de la evolución. Es ese Órgano el que ejerce una presión continua sobre el movimiento evolutivo y así mismo el que lo inspira. El alma ha adquirido, en el hombre, un poder y una madurez suficientes. Es “una entidad, pequeña como la punta de una aguja, que reside eternamente en el corazón” de la que hablan los Upanisads. Es también la base de la verdadera individualidad y de la identidad personal ― el reflejo o la expresión, en la Naturaleza evolutiva, del Yo esencial de cada uno, eterna parcela de lo Divino, que es una con lo Divino sin disolverse ni perderse no obstante en él. Así es como el ser psíquico está en contacto directo con lo Divino y la conciencia superior, al mismo tiempo que sostiene y controla en secreto la conciencia inferior, siendo el núcleo escondido alrededor del cual se forman el cuerpo, la vida y el mental del individuo.

El primer paso decisivo se da, en yoga, cuando uno se hace consciente de su ser psíquico. Si se miran las cosas desde la perspectiva opuesta, cuando el ser psíquico surge y toma posesión del ser exterior comienza a influir en el mental, la vida y el cuerpo del individuo y, poco a poco, los pone a salvo del circuito habitual de la naturaleza ignorante. El despertar del ser psíquico no implica solamente una profundización y una elevación de la conciencia, superando las tinieblas y limitaciones de la Naturaleza inferior (que circunscribe la mencionada triple resultante cuerpo-vida-mental), sino que también significa que la conciencia más profunda y más elevada se vuelve hacia el hemisferio inferior para purificarlo, iluminarlo y regenerarlo. Cuando se encuentra en el cénit de su poder, el ser psíquico puede guiar sin intermediario a la conciencia supramental la cual, a su vez, puede de este modo trabajar libre y absolutamente en la transformación integral de la naturaleza exterior, su transfiguración en un cuerpo perfecto de la Conciencia de Verdad; en una palabra, en su divinización.

Tal es el secreto supremo, no la renuncia ni la eliminación sino la transformación de la naturaleza humana ordinaria, transformación que equivale en primer término a su “psiquización”. Con otras palabras, debe moverse, vivir e identificarse con la luz del ser psíquico. Después, una vez psiquicizada, la naturaleza humana debe, por medio del alma y del mental así como por medio de la vida y del cuerpo que se hallan situados bajo la influencia del alma, abrirse a la conciencia supramental y hacerla descender aquí abajo para trabajar y realizarse.

La exaltación del alma o ser verdadero del hombre hasta la conciencia supramental y, simultáneamente, su preparación para poseer un mental, una vida y un cuerpo divinizados que sirvan de instrumento y de vehículo a su propia expresión y le permitan encarnar la Voluntad y el Plan Divino ―ese es el objetivo que la Naturaleza persigue actualmente en su impulso evolutivo. Esta es la tarea para la que el hombre ha sido llamado de manera que esa trascendencia y esa transformación puedan tener lugar en él.

Sin embargo, no es fácil ni tampoco indispensable, por el momento, prever en detalle el aspecto exterior de este hombre divinizado, su manera de ser y de comportarse exteriormente, las modalidades de su vida colectiva y la estructura de su sistema social, en lo que será una nueva humanidad. Porque lo que está ocurriendo en este momento es un proceso vivo, un crecimiento orgánico, conformados por acciones y reacciones de fuerzas y condiciones múltiples, tanto conocidas como desconocidas. El rostro exacto del resultado final no puede ser profetizado demasiado claramente. Pero el poder que actúa sí que es omnisciente. Este Poder selecciona, rechaza, corrige, compone, crea y coordina por y según las directrices de la ley inviolable de la Verdad y de la Armonía, que reina en la mirada misma de la Luz, lo Supramental.

Hay que hacer notar igualmente que si lo mental no es el final de la evolución tampoco se acaba ésta con la manifestación y encarnación de lo Supramental. Más allá, existen otros principios aún más elevados que también esperan para manifestarse y encarnar en la Tierra. La creación no tiene principio en el tiempo como tampoco tiene fin. Es un proceso eterno en el que laten los misterios del infinito. Lo único que cabe decir es que, con lo Supramental, la creación franquea el umbral de un nuevo orden de existencia. Antes de lo Supramental estaba el mundo de la ignorancia; después vendrá el reino de la Luz y del Conocimiento. Hasta el presente, la mortalidad ha sido el principio rector de la vida terrestre, pero será sustituida por la conciencia de inmortalidad. La evolución, hasta ahora, se ha desarrollado en medio de luchas y sufrimiento, si bien llegará un momento en que se expanda como una floración espontánea, llena de armonía y feliz.

Por lo que respecta al tiempo que ha de transcurrir para la realización de este programa, se puede augurar lo siguiente: habiéndose revelado su objetivo con suficiente precisión, de ello se sigue que es un problema de actualidad, un problema que hay que resolver ahora o nunca. Hemos dicho que, en el hombre, la evolución le ha concedido la facultad de acelerar su movimiento, facultad que denominamos yoga. El proceso se acelerará tanto más cuanto más mejore y crezca el instrumento, gane en poder y se impregne del soplo divino. De hecho, la evolución ha seguido desde el principio este ritmo de aceleración gradual. El primer estadio, el estadio de la Materia inanimada, un simple juego de fuerzas químicas, ha durado mucho tiempo. Han sido precisos cientos de millones de años antes de que le fuera posible a la vida manifestarse. El período de vida elemental, tal como se manifestó en el reino vegetal, fue más breve, aunque también durara decenas de millones de años. Ese período acabó con la llegada de la primera forma animal, la cual, a su vez, ha sido menos larga que la de la vida vegetal antes de que el hombre apareciera sobre la tierra. He aquí que el hombre lleva en ella unos cuantos millones de años. Por eso es tiempo ya de que nazca un nuevo orden de ser más elevado.

* Nolini Kanta Gupta fue uno de los primeros y más fieles seguidores de Sri Aurobindo
Notas:
  1. Ser-Conocimiento-Felicidad, expresión de lo Absoluto en la vida de la manifestación (N. del T.).
  2. “La síntesis sólo es indispensable donde opera el análisis, donde todo está descompuesto, de modo tal que es preciso reunirlo. Lo Supramental es unitario, no está dividido y no es preciso, por tanto, reunir sus partes. Mantiene la cohesión de la Multiplicidad consciente en el Uno y en su Conciencia” (Sri Aurobindo).
Traducción de José María Bengoechea

Fuente: Revista Viveka (Dirigida por Consuelo Martín), Nº 20