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Artículos - Sri Aurobindo

Transformacion

El yoga integral de Sri Aurobindo

(Primera Parte)
Por Sri M.P. Pandit

En el Hinduismo tradicional, los tres senderos o caminos que llevan a la Realización ―el del trabajo, el del amor y el de la meditación― son considerados como disciplinas independientes. Sri Aurobindo, por el contrario, los ve como los tres aspectos de un único camino integral, el sendero hacia la meta definitiva. La marcha por este sendero supone una voluntad dinámica, un corazón emocional y una mente que buscan el conocimiento de manera compenetrada y a la vez, lo cual produce un simultáneo despertar de la conciencia en esos tres niveles del ser.

A.– Trabajo

La actividad, la acción, es una ley de la naturaleza. No solamente es física sino también, psíquica, intelectual y vital. Hay una constante manifestación de energía y esta manifestación genera su propio Karma. Cada acción provoca una reacción y una serie de reacciones así producidas confirman una especie de ligadura o atadura. De esta forma, el trabajo conduce al hombre al encadenamiento y a la esclavitud. Sin embargo, como dice el Bhagavad Gita, hay una manera de transformar esta atadura en agente liberador. Es el “sendero del trabajo” que representa un papel clave en la evolución espiritual del individuo.

Normalmente, todo trabajo se lleva a cabo por un motivo, por un deseo. Este deseo propulsor puede ser personal y también tener una motivación más amplia ―por ejemplo, estar en función de la sociedad o del país. Todas estas motivaciones son realmente las causantes del Karma. Ahora bien, cuando la acción se lleva a cabo sin ninguna motivación personal o metapersonal, cuando es regida por un sentido del deber en donde cualquier tipo de deseo sea ajeno, la situación varía por completo. El “sadhaka” o aspirante a la Realización abandona toda motivación y trabaja, actúa, con el espíritu totalmente consagrado a lo Divino. El trabajo que ejecuta, todo lo que hace, lo ofrece a la Divinidad, sin mezcla de interés prevista por su parte. En estas condiciones, la acción no resulta viciada por las exigencias del ego o del deseo con lo cual no se genera ninguna clase de Karma.

La prueba para saber si verdaderamente se está ofreciendo el trabajo o la acción a la Divinidad se encuentra en relación con los resultados de esa acción o trabajo. Cuando no se espera nada del trabajo, cuando no se busca nada en él, es que los resultados se han dejado en manos de la Divina Voluntad. Se toma entonces lo que llega con la mayor unanimidad y tanto el éxito como el fracaso carecen de fuerza para producir alguna reacción. No preocupa en ese caso poder acertar o fallar. Esto no significa que uno tenga que ser indiferente, no. Hay que tomarse pleno interés en lo que se hace, pero sin fundamentar el esfuerzo en el resultado. El trabajo en sí es la propia recompensa, es el acercamiento a la Divinidad en la espera de una voluntad dinámica.

Cuando el trabajo se hace por él mismo y no para satisfacer un deseo, se está mucho menos pendiente del resultado, por lo que apenas hay tensión al llevarlo a cabo; así que su calidad mejora. Además, y puesto que se ofrece a la Divinidad, el sadhaka trata de hacerlo lo mejor posible; por consiguiente, no puede haber indiferencia o negligencia. Como trabaja para la Divinidad, tampoco hace distinciones entre un trabajo elevado o bajo, mental o manual; del mismo modo que ha renunciado a los frutos del trabajo, renuncia también a elegir el tipo de trabajo. Le gustan todos los trabajos dado que éstos son asignados por Dios.

En estas circunstancias, su dedicación y el recuerdo de que trabaja por y para Dios le van haciendo experimentar la sensación de que una fuerza superior opera en él, que hay un “sakti” (poder creador) dentro de él. Recibe una guía constante bien en su interior bien desde arriba. Hace cosas que normalmente no habría sido capaz de hacer. De ser un siervo de Dios se transforma en un instrumento de Dios. Mientras esta transición tiene lugar, mientras este estado de ser se está consolidando en él, el sadhaka ha de tener mucho cuidado de no permitir ningún comportamiento o actitud egoístas. Es muy fácil que, en tanto el Divino Poder está operando en él, la mente o el yo piensen que están consiguiendo algo por sí mismos y que crezca un sentimiento de orgullo, de vanidad o de superioridad sobre los demás. Se trata de una tentación muy peligrosa a la que muchos han sucumbido y contra la que las únicas defensas son la sinceridad y la humildad.

Los “sadhakas” van concibiéndose en un más perfecto instrumento de Dios a medida que el impulso y la guía divinos sustituyen su propia mente y voluntad individual. Un lento cambio va produciéndose en su ser. El sadhaka se identifica progresivamente con la Conciencia Divina que le mueve. Ya no es consciente de su existencia separada, especialmente cuando tiene lugar ese trabajo inspirado y guiado; no sufre fatiga ni aburrimiento. Se siente hijo de Dios y a cada instante reafirma su auto ofrecimiento. La devoción con la que inició su consagración se ha hecho muy fuerte, tan fuerte que llega a ser un amor pleno, total, por el Señor de su existencia. De este modo, el trabajo alcanza su culminación en el Amor.

Su sentido de separatividad se esfuma, los deseos se desvanecen y en el sadhaka emerge un creciente sentimiento de infinitud de lo divino, la omnipotencia de ese Poder Creador. La luz del Conocimiento comienza a brillar en lo más profundo de su ser. Incluso el cuerpo participa de este conocimiento y se tiene a sí mismo por vehículo de Dios. El trabajo ejecutado bajo el espíritu de consagración conduce a un verdadero conocimiento de Aquél a quien es consagrado. Ahora bien, el papel del trabajo no es solamente el de liberar del ego y de la ignorancia. Sirve también como medio para la radiación de la Divina Conciencia que se va aposentando progresivamente en el sadhaka. El trabajo es, pues, para él un canal a través del cual se manifiesta la Divinidad en el mundo, un iluminado y siempre vivo canal.

B.– Amor

Tan importante como la consagración es la purificación. Para aquel que persigue realizar la conciencia divina es indispensable despojarse de todo lo que sea contrario a ella. El hombre es, en cierto sentido, un lugar de encuentro entre lo animal y lo divino. Cuando el sadhaka se observa a sí mismo, ve su ser emocional como un océano con olas de carácter conflictivo, como un campo de batalla entre las huestes de las tinieblas y los hijos de la Luz.

Resulta muy laborioso luchar contra los bajos impulsos de la naturaleza e irlos eliminando uno a uno. Sri Aurobindo muestra al sadhaka un método mucho más eficaz, consistente en concentrarse en los aspectos positivos de las cosas desplazando así sus aspectos negativos. El centro de esta fuerza se encuentra en el interior del sadhaka. Según esta filosofía, el hombre tiene dos almas: un alma-deseo superficial y un alma auténtica, el ser interior, concentración de la conciencia divina en lo más profundo del ser. Este ser interior ―diferente de los cuerpos físico, vital y mental― es el elemento divino del hombre. Es también la fuente de las potencialidades divinas, de cualidades y poderes tales como la armonía, la paz, la compasión, la benevolencia, el amor, la devoción y el altruismo. En la medida en que el sadhaka conecta con esta fuente y se abre a su influencia, consigue que se purifique su naturaleza. Habitualmente, este espíritu interno se encuentra más allá de los múltiples velos de la ignorancia y actúa solamente de modo indirecto en los mejores momento de cada uno. Es en estos momentos cuando uno se siente puro, generoso, amable con los demás. El primer paso a dar en el yoga integral de Sri Aurobindo es el de despertar este ser interior y facilitarle el camino para que pueda actuar directamente, purificando la naturaleza humana de sus elementos más bajos.

Se trata de una purificación psicológica y moral. El sadhaka debe abstenerse de todos aquellos movimientos groseros de su alma: pensamientos, emociones, impulsos y actividades que provocan vibraciones indeseables y oscuras. Tanto física como psíquicamente, debe librarse de todos esos movimientos. En sentido negativo, desistiendo de ellos y, en un sentido positivo también, cultivando hábitos y rasgos del carácter que eleven, refinen y hagan normales los movimientos de su naturaleza superior. El alma-deseo debe ser calmada. La lectura de libros espirituales y la compañía de gente buena ayudan mucho en estos primeros pasos.

Una vez que la inclinación hacia lo divino se vuelve natural, el sadhaka ha de embarcarse en su viaje interior. Su único objetivo es hacer consciente el centro divino, su ser interior. Para ello, ha de prestar atención a ese ser interior; cualquiera que sea su actividad externa ha de tener presente la existencia de ese ser interior en su corazón. No puede permitir que el alma auténtica quede arropada o tapada por reacciones tales como el egoísmo, la crueldad, el odio y demás. Por otra parte, y ya de modo activo, ha de dedicarse a la oración, a la meditación y a la devoción por lo divino. Meditando, se sumerge en lo más profundo de su ser. Mediante una práctica continuada y una voluntad perseverante logra trasladar su atención de la conciencia externa a la interna, descubre cosas sobre sí mismo y penetra cada vez con mayor fuerza en lo más íntimo de su alma. Un momento clave tiene lugar cuando no necesita ya fuerza sino que es atraído hacia lo interno como por un imán. Comienza a operar la influencia del ser interior y el “sadhaka se llena de intensa devoción, de completa pureza, de una alegría inocente y tranquila. Existe una tendencia, como es lógico, a salirse de esta situación, pero poniendo cuidado y vigilando es posible mantenerla y estabilizarse en ella más y más.

Con el recuerdo y la afirmación del ser interior, el modo y modelo de vida cambian. La devoción por lo divino, la percepción y el sentimiento de lo divino así como un anhelo espontáneo de amar empiezan a crecer. Esta acción del ser interior, primero ocasional y después intermitente, va lentamente tomando una forma permanente. El sadhaka se convierte en un “hombre justo”, paso capital en esta primera fase del yoga integral.

Esta emergencia y este afincamiento del ser interior no lo son todo. Estando directamente unido con la Divinidad, el ser interior se impone sobre las actividades de la mente, sobre sus razonamientos y limitaciones y establece un contacto directo con la fuente del conocimiento. Tiene sus propias intuiciones y vibraciones que, como es lógico llegan al sadhaka, el cual las siente con una autenticidad que no puede ser puesta en duda. Estar abierto al ser interior es estar abierto a la Verdad y el que se encuentra así guiado vive la verdad, habla la verdad y obra en la verdad. El primer fruto de esta transformación interna es el Amor, un amor total a Dios. Este amor lleva a una identidad con el Amado y la identidad a un íntimo conocimiento de su Ser. Amor y Conocimiento iluminan los actos de servicio que el sadhaka lleva a cabo por y para Él.

C.– Meditación

La meditación es el arte de sintonizar uno mismo con el estado más elevado del ser y también el de trabajar con el nivel más alto de conciencia. El sadhaka controla las fluctuaciones normales de su mente y las dirige hacia su objetivo espiritual.

Sri Aurobindo distingue varios tipos de meditación. Hay un método para meditar por el que se lleva a la mente a pensar en un solo tema, analizando sus diferentes aspectos, mirándolo desde diversos ángulos o perspectivas. El tema puede ser una Idea, una Forma o un Sonido que constituyen un objeto. La mente se mueve alrededor de él hasta que termina por colmarse de él y se vuelve uno con él. Según otro método, la mente se concentra en el objeto, sin que se le permita reflexionar sobre el mismo. Como resultado de esta intensa concentración, el objeto, por último, se rinde y proporciona el conocimiento de su contenido: a esto es a lo que se llama contemplación. Existe un tercer método que consiste en situarse uno como testigo y observar las escenas y pensamientos que cruzan por el escenario de la mente. Uno no debe participar sino simplemente ver lo que significan. Esto es la auto observación. El último método es el de tratar a los pensamientos como ajenos, negándose a dejarles entrar en la mente hasta que, al final, esta queda vacía. Con este tipo de meditación, denominada de liberación, la mente se ve libre del flujo de los pensamientos-olas.

Le aconseja al sadhaka que escoja el método que le sea más fácil y, por tanto, el que sea más natural para él. Realmente uno aprende a utilizar las diferentes formas de meditación, a medida que su condición espiritual progresa, de acuerdo con las necesidades del momento.

La práctica de la meditación no puede ser un proceso sencillo. Surgen varios obstáculos de los cuales el más corriente es la enorme cantidad de pensamientos que afluyen a la mente del que medita. Parece como si los pensamientos se multiplicaran cuando uno se pone a meditar. Sin embargo, no es así. Los pensamientos andan siempre por ahí, como flotando en el aire; lo que sucede es que, por lo general, los hombres están siempre ocupados con algo y apenas si se dan cuenta de ellos. Entonces, cuando uno se sienta tranquilamente a meditar es cuando advierte su presencia y consecuente invasión.

Hay varias maneras de hacer frente a estos pensamientos que distraen. Una es la de dejarlos flotar, adoptando la postura de testigo. Uno no los reprime, no participa en su juego. Gradualmente, el baile de pensamiento se va apaciguando y, al final, cesa. Otra es permanecer vigilante y cerrar las puertas de la mente. Después de furiosos asaltos, los invasores pierden vigor y acaban por abandonar. Esta operación es realmente difícil pero, si uno tiene la suficiente fuerza de voluntad, consigue éxito. Una manera diferente es la de ignorarlos y dejarlos vagar por la superficie de la mente. La atención principal está en el objeto de la meditación y no se permite a esos otros pensamientos que nos distraigan de nuestro objeto. Uno se da cuenta de que los pensamientos andan rondando, pero mantiene la atención en la meditación. Esto lleva a una especie de bifurcación o desdoblamiento de la conciencia, de forma tal que sus niveles exteriores se entretienen con los pensamientos superficiales y el nivel interno medita.

Aparte del flujo de pensamientos, existe algo así como un vaguear de la mente. Esta dificultad aparece sobre todo en aquellos que no están acostumbrados a someter la mente a disciplina. Hagan lo que hagan, dejan a la mente vagar a su aire. Este es un obstáculo adicional que sólo puede ser eliminado por medio de una gran fuerza de voluntad y una constante vigilancia.

Aparece también durante la meditación un involuntario deslizarse hacia el sueño. Este tipo de sueño es una reacción de la conciencia física a la presión que ejercemos sobre la mente para que profundice. Lo único que conoce el cuerpo, cuando la mente deja de funcionar del modo habitual, es el sueño. Y esto es lo que ocurre cuando se dirige aquella hacia el interior de uno. Este sueño, sin embargo, difiere del sueño normal. Se produce en la superficie de la conciencia pero, en lo profundo, el proceso de la meditación continúa. Si uno es persistente, esta aparición de sueño se hace cada vez más rara.

Otra dificultad puede surgir por la inmovilidad que requiere la meditación. Es preciso encontrar la asana o postura del cuerpo y de sus miembros que facilite el estar inmóvil durante bastante tiempo. En una palabra, hay que olvidarse completamente del cuerpo. Habiendo encontrado la postura correcta, el sadhaka mantiene su mente en calma y, por tanto, receptiva para la Divina Conciencia. Una Paz y un silencio indescriptibles le penetran por completo y la omnisciente inteligencia comienza a operar. Lentamente uno es poseído por la acción de esta Conciencia superior, habiéndose convertido la mente que medita en una especie de papel secante que absorbe todo lo que le llega y lo hace desaparecer.

Pensamientos, imágenes, fantasías de cualquier clase, todo se esfuma. Sólo queda un sólido bloque de paz, en la cabeza y por encima de la cabeza. Y algo indecible comienza a infiltrarse en el corazón. Es el siguiente paso de este yoga integral, la espiritualización.

Traducción de José María Bengoechea

Fuente: Revista Viveka (Dirigida por Consuelo Martín), Nº 20