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Artículos - Victorino Pérez Prieto

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Jan Faukner | Shutterstock

Ecologismo y espiritualidad

Dos perspectivas íntimamente unidas

Por Victorino Pérez Prieto

En el principio
―antes del espacio tiempo―
era la Palabra... (Palabra amorosa)...
Todas las cosas aman y El es el amor con que aman...
Son los coros que se alternan cantando ...
La Creación es poema ...
Las cosas no creadas por cálculo
sino por la poesía.
Por el Poeta (Creador = Poietes) ...
El Cosmos se conoce a si mismo por nosotros ...
Conciencia de uno mismo, uno también lo es del todo.

Ernesto Cardenal fue un profeta y un poeta. Dos realidades íntimamente unidas: un profeta es un poeta, y un poeta debe ser profeta si no quiere convertir su profecía en palabra inútil. El profeta es capaz de imaginar un futuro nuevo y apostar comprometidamente por él; es capaz de apostar activamente por una humanidad y un mundo más justo, armónico y hermoso. Y el poeta es el creador, capaz de idear y expresar mundos nuevos. Por eso, Dios es el «poeta del mundo», el creador (poietes) de lo que es; y «la creación es poema», como expresan magníficamente estos versos del Cántico cósmico.

Arte, ciencia y mística están íntimamente unidos, ayer y hoy; como expresa también Ernesto Cardenal en otros versos del Cántico, citando a uno de los más grandes físicos del siglo XX: Niels Bhor, físico cuántico y Nobel de Física (1922).

El secreto de la ciencia rebasa lo científico
Ahora los físicos hablan como los místicos
La confusión ahora de física y espíritu
Solo las teorías fantásticas tienen posibilidad
de ser verdaderas.
«No es suficientemente loca»,
así Bhor criticó una teoría.

Un texto de las Upanishad decía hace más de dos mil años: «De lo irreal, llévame a lo real! De la oscuridad, llévame a la luz!». El conocimiento en profundidad de la Realidad nunca podrá ser adecuadamente descrito en palabras, porque está más allá del reino de los sentidos y del intelecto, del que se derivan todas nuestras palabras y conceptos. Por eso dicen de nuevo las Upanishad: «Allí no llega el ojo. No va la palabra, ni la mente».

El Cántico cósmico de Ernesto Cardenal y el Cántico de las criaturas de Francisco de Asís son herederos de otros hermoso cánticos bíblicos profundamente ecológicos; como el hermoso canto de alabanza de Daniel y sus jóvenes compañeros, arrojados al fuego por el tirano (Daniel 3,56-88).

Obras todas del Señor, bendecid al Señor...
Sol y luna, bendecid al Señor...
Frío y calor, bendecid al Señor...
Que la tierra bendiga al Señor.

Ciencia, espiritualidad y mística, lejos de ser cosas distintas, están íntimamente unidas sobre todo en la ecología. Lo he intentado expresar en muchas de mis publicaciones (1). Particularmente, lo he hecho en uno de mis últimos libros: Hacia una ecoteología (2). Tomo de él, ligeramente reelaboradas, las siguientes líneas.

La mística

En primer lugar quiero decir unas breves palabras sobre lo que entiendo por mística a partir de un texto de Raimon Panikkar, que fue uno de mis grandes maestros, y además amigo:

La historia de la espiritualidad coincide con la historia misma del ser humano. En el fondo, es la dimensión más real y efectiva de la historia humana, puesto que el verdadero quehacer humano no es tanto hacer guerras, naciones o culturas, como hacerse a sí mismo y llevar a cabo su «salvación»... La sed de «más allá» ha sido en última instancia la mayor fuerza que ha impelido en todo momento a la humanidad a caminar por este mundo. (3)

La mística busca una experiencia integral de la Realidad, una vida en plenitud: la consciencia de comunión profunda con toda la Realidad. Raimon Panikkar la define como «experiencia plena de la vida», a la que está llamado todo ser humano. Es la experiencia del ser humano que es «espíritu místico, tanto como animal racional y ser corporal»; no una «especialización», sino la visión integral del ser humano; «experiencia integral de la vida» o de la Realidad, más que experiencias extáticas o elucubraciones conceptuales. (4)

La mística es la mirada profunda y atenta a la Realidad. Vivir con plenitud es vivir de modo consciente, con atención plena. Es abrir los ojos y despertar a la Realidad, más allá de toda visión reduccionista de esta. Es atreverse a ver la Realidad incluso más allá de nuestras ideas y creencias, temores y deseos; más allá de la razón, pues el ámbito de lo real desborda lo inteligible, ya que la razón es limitada y la Realidad es más grande que nuestra razón. Esto me parece muy claro, a pesar de que Hegel haya llegado a decir que «todo lo real es racional y todo lo racional es real» (Elementos de Filosofía del Derecho). No se trata de renunciar a la razón, sino de relativizarla, para llegar a lo transracional. Por eso, la experiencia mística supone tener muy despiertos no solo los ojos de la cara, sino los «tres ojos del conocimiento»: el ojo sensible/empírico/científico (primer ojo), el ojo racional/filosófico (segundo ojo) y el ojo espiritual/ contemplativo (tercer ojo), para poder gozar plenamente de la vida. (5)

Ecologismo, teología, espiritualidad y mística: una ecoteología y una ecoespiritualidad

Vengo pensando y diciendo desde hace años que los cristianos y cristianas del siglo XXI o son ecologistas y ecopacifistas, o buscan una ecoteología y una ecoespiritualidad, o no podrán ser buenos cristianos, discípulos de Jesús de Nazaret. Deben buscar la justicia, la paz y la comunión con toda la creación, estableciendo relaciones justas con sus hermanos, con la Tierra y con el cosmos, sintiendo profundamente que «somos parte de la tierra y ella es parte nuestra», como decía el jefe Seattle al gobernador de Washington. Más aún: o buscan denodadamente la sabiduría-espiritualidad de la Tierra (ecosofía), con sensibilidad holística, reconociendo la interdependencia de todo con todo, sabiendo que «lo que cuenta es la Realidad entera, la materia tanto como el espíritu» ―como dice Raimon Panikkar―, o no tendrán futuro. Porque la vida y el cosmos viven y mueren con nosotros: somos la consciencia del universo, pero sin él no somos.

Por eso, pienso y creo que en el quehacer filosófico-teológico del siglo XXI la ecoteología deberá ocupar un lugar primordial en la teología y el pensamiento. Más aún, la ecología no puede ser simplemente un elemento más de esta teología, sino un elemento vertebrador de toda ella, como dimensión constitutiva de la fe y la vida. Debe ser una perspectiva que acabe con siglos de visión antropocéntrica y eurocéntrica, despectiva de «los otros» y de la vida no humana, para alumbrar una nueva imagen de Dios y la Realidad. Una imagen de la Divinidad marcada por la relacionalidad radical de todo lo que es.

Acercarse a esta perspectiva ecologista supone para la fe y la reflexión cristiana hacer un proceso semejante al que el sacramento de la reconciliación propone a los católicos.

En primer lugar, una labor deconstructiva («examen de conciencia»): descubrir los conflictos con la ciencia y la crisis ecológica, en la que tenemos culpa cristianos y no cristianos, y borrar una concepción dualista, antropológica y teológicamente antropocéntrica, dominadora y depredadora de la naturaleza que tanto daño ha hecho a la naturaleza y a nosotros mismos. Y junto con esto, salir de la ignorancia con respecto a lo que la Realidad es, tal y como nos enseñan la nueva física y la nueva biología. Para ello, es imprescindible un dialogo intercultural y multidisciplinar, a la vez que interreligioso, teniendo muy en cuenta lo que nos dicen la ciencia actual, la antropología y la fenomenología de la religión.

En segundo lugar, una labor de reconciliación con la naturaleza y el cosmos («dolor de los pecados y propósito de la enmienda»): ponernos ante el Dios del perdón que siempre espera pacientemente la vuelta a casa (oikos) de sus hijos e hijas perdidos, la vuelta al equilibrio total en el amor.

Por último, un quehacer constructivo («propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor, recibir la absolución y cumplir la penitencia»): cumplir con lo que se ha descubierto, rehacer nuestra vida, recomponer la armonía rota; elaborar una nueva teología, una eco-teología que descubra y manifieste un Dios en intima conexión con el ser humano ―hombre y mujer―, con el cosmos y con todo lo que es. Conexión no-dual; que no caiga ni en un dualismo destructor, ni en un monismo que niega la Realidad tal y como es: la identidad y la diversidad coexisten y ambas son reales; buscar la síntesis armoniosa. Una conexión que nos ayude a ser uno, a vivir unificados, a andar por los caminos que parten de un corazón no-dual que permite ser todo en todos. Se trata, en fin, de elaborar una ecoteología y una ecoespiritualidad ecosófica que sepa que decir «Dios es amor» ―como enseñó Jesús de Nazaret― es manifestar que Dios es comunión, íntima relación trinitaria. Una ecoteología ecosófica que sepa manifestar que el ser humano y toda la creación están llamados a la plenitud de la vida en el Amor; indisolublemente unidos.

Esto es lo que creo que debe suponer una verdadera ecoteología: elaborar una concepción teológica nueva y actual, a la altura del mundo presente y al nivel de evolución del pensamiento y la ciencia de hoy. Una teología acorde con los aspectos de la nueva ciencia y filosofía, que a su vez aprenda de la sabiduría de las distintas culturas y religiones. Como intentaron hacer en el pasado, debemos elaborar una nueva manera de concebir a Dios/la Divinidad y nuestra relación con Él.

Una ecoteología: De un Dios separado del mundo, al Dios Relación trinitaria / Comunión solidaria, Padre-Madre, Compañero, Amante y Amigo

En la nueva concepción teológica, se tratará de pasar del Dios separado del mundo, que gobierna desde las alturas como un monarca absoluto, al Dios Relación trinitaria / Comunión solidaria, Padre-Madre, Compañero, Amante y Amigo. Pero también pasar a un Dios cuyo sacramento es el mundo: el Mundo como Cuerpo de Dios y Dios como Espíritu del Mundo. Un Dios ligado indisolublemente a su creación, que no es algo extraño frente a él, sino que es expresión de su Ser. Todo para poder ver el tejido sin costuras que forma la Realidad entera.

1) Del ‘dominio del Señor’ al ‘cuidado del jardinero’: Somos parte de la naturaleza y del cosmos.

La imagen tradicional de Dios como Señor Todopoderoso absoluto, dominador del cielo y la tierra desde sus alturas, distante y trascendente, y el mundo como su propiedad con la que puede hacer lo que quiera, es uno de los motivos más profundos del espíritu despótico del ser humano sobre la Tierra. Mientras nuestra relación con la naturaleza se rija por la convicción de la plena sumisión de ésta al ser humano ― como querían Descartes y Bacon―, no hay esperanza ni para la naturaleza ni para el propio ser humano. No estamos solamente en una crisis ecológica, sino en la crisis de toda una concepción del mundo. Es necesaria una nueva cosmovisión, un cambio de los valores y las convicciones de sentido, para ahogar nuestra voluntad ilimitada de dominio sobre la naturaleza. Somos parte de la naturaleza; debe ir imponiéndose la convicción de la interconexión existente entre los procesos naturales y espirituales. Necesitamos una nueva conciencia ecológica, una nueva manera de pensar el mundo, viendo la realidad de forma global, holística. Y, consecuentemente, necesitamos una teología nueva. Deberemos aprender a pensar cada vez más en nosotros como jardineros, guardianes y amantes, cocreadores y amigos de un mundo que nos da la vida y que es nuestra vida.

2) Dios Padre, Madre, Compañero/a, Amante y Amigo/a

Los modelos de Dios Padre-Madre, Compañero/a, Amante, Amigo/a manifiestan amor e interdependencia frente al poder como dominio. Un Dios que se manifiesta como un en relación intrínsecamente amante con todo lo que existe, particularmente con los humanos, que representan la máxima relación de alteridad con Él. Pero también hay que tener en cuenta que muchas imágenes personalistas de Dios mantienen ideas imperialistas (rey, soberano, dueño, omnipotente...), que, además, conducen a verdaderos callejones sin salida: «¿Cómo es que Dios, siendo un padre bondadoso y omnipotente, deja que mueran de hambre niños inocentes?».

Dios Padre. La imagen de Dios como Padre es la expresión preferida de Jesús de Nazaret para hablar de Dios. El Dios de Jesús quiere ser Padre de verdad, «no de un modo superprotector que nos evite las dificultades, manteniéndonos en una dependencia». Pero si la paternidad de Dios nunca fue negada por el cristianismo, la realidad es que, como confiesa Torres Queiruga: «No somos capaces de creer en el amor de Dios [...]. Precisamos ir alcanzando un mínimo convencimiento de que, si Dios es amor, eso quiere decir que todo su ser consiste en amarnos». (6)

Dios Madre. Dios Padre es también Madre. El profeta Oseas manifiesta ya hermosamente los rasgos maternos de Dios: «Yo enseñé a andar a Efraín [...] Con cuerdas de ternura, con lazos de amor los atraía; fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas y se inclina hasta él» (Os 11,1-4). Dios Madre es la manifestación del amor gratuito (ágape), que se da sin esperar nada a cambio: la madre ama a sus hijos más allá de ser «buenos» o «malos».

Dios Compañero/a. Curiosamente, fue un matemático que devino filósofo, A. N. Whitehead, el creador de una de las más hermosas imágenes de Dios: el «gran compañero» que camina con nosotros como «camarada en el sufrimiento» y que «nos entiende» verdaderamente (7). Dios no es algo estático y fuera de la Realidad, sino profundamente «metido» en el mundo y comprometido con la marcha de la historia, en relación personal y con compromiso de amor.

Dios Amante. Dios es también Amante (eros), en osada metáfora que acerca el amor de Dios a la dimensión del erotismo: una pasión amante que parecería «contaminar» la generosidad gratuita del amor de Dios. Pero, el Dios amante está presente en la Biblia (Cantar de los Cantares); Bernardo de Claraval toma las palabras «Que me bese con un beso de su boca» (Cant 1,2) como analogía de la unión mística. La imagen amatoria manifiesta con fuerza la pasión de Dios por su mundo y su extraordinaria intimidad con él. Esta imagen expresa la realidad del amor recíproco, de amar y ser amado: la salvación es la actividad amatoria de este Dios Amante. «Dios como amante es el único que ama al mundo sin huir de mancharse las manos, sino total y apasionadamente, disfrutando de su variedad y su riqueza... es la fuerza del amor que mueve el universo, el deseo de unidad con todo lo que ama, el abrazo apasionado». (8)

Dios Amigo/a. Finalmente, podemos hablar de Dios como Amigo/a (filia); encuentro en que se alcanza una relación reciproca y libre. Atracción, alegría, libertad, confianza. La amistad tiene un cierto parecido con el encuentro erótico, pero sin el componente pasional-sexual. Por eso, también es una experiencia común para los místicos, cuya experiencia religiosa de proximidad con lo divino, con el misterio, se manifiesta en el amor de filia y de eros mezclados.

3) De una concepción monárquica a un Dios como relación trinitaria y comunión solidaria.

El reto cristiano esta hoy en superar la imagen de Dios como Señor todopoderoso, monarca y Señor absoluto de todo, que está fuera de este mundo, separado por una trascendencia inaccesible, para recuperar la sabiduría de la mejor tradición religiosa cristiana y para redescubrir lo que fue destruido en la Edad Moderna por la imagen de Dios y la concepción de la individualidad. Redescubrir a Dios como relación, como alteridad, como comunión solidaria con todos y todo desde su misma esencia. Frente a un monoteísmo absoluto y despótico de Dios como esencia e individuo, la fe cristiana proclama su fe en la Trinidad como comunión y relación. Se trata de redescubrir que Dios no es un Ser solitario, sino un Ser solidario/comunitario, rico en relaciones ad intra y ad extra; más aun, es pura relación. El mundo es la expresión de ese amor. Los seres humanos ―si queremos aspirar a ser realmente imagen de Dios― tenemos que asemejarnos a Dios no en el poder del señor sobre la naturaleza y la materia, sino en comunión con ella y en reciprocidad fomentadora de vida. El Espíritu de Dios está presente en todo lo que existe, y cada ser viviente vive de esta fuente.

4) El mundo como cuerpo de Dios: panenteísmo y realidad cosmoteándrica

Otra de las posibles metáforas sobre Dios, y que parece muy apropiada para la nueva mentalidad relacional y ecologista, es hablar del mundo como cuerpo de Dios, como autoexpresión material de Dios, como sacramento de Dios; no algo extraño frente a Él, sino expresión de El mismo. En la concepción del mundo como cuerpo de Dios el mismo Dios entra en la debilidad de la materia. La acción de Dios en el mundo procede ahora de su interior, superando dualismos que ya difícilmente se sostienen. En esta concepción, la realidad divina aparece como relacional, la cualidad que caracteriza la Realidad: todo está relacionado. Dios mismo forma parte de esa relación; existe desde siempre con Él como relación. El mismo Dios es relación en sí mismo y está en relación con toda la Realidad. La expresión no puede llevar ni a la vieja sacralización de la naturaleza, ni a una caída fácil en el panteísmo, ya que Dios no se reduce al mundo, ambos no se identifican.

Para superar las contradicciones del panteísmo, resurgió hace años un nuevo concepto, que estaba perdido en la filosofía decimonónica y de comienzos del siglo XX y que ha comenzado a abrirse camino de nuevo a finales del XX y comienzos del XXI: el panenteísmo. Dios en todo y todo en Dios. «Todo-en-Dios»; Dios íntimamente inmerso en el proceso de cosmogénesis (Teilhard de Chardin), aunque sin perderse en él. Un concepto del alemán Karl Christian F. Krause (9). Fascinado por el fulgor divino del universo, el panenteísmo krausista busca una visión orgánica de la Realidad, ligando unidad y diversidad, yendo de Dios al ser humano y la naturaleza. Krause cree que la ciencia moderna ―que debe tener una intencionalidad religiosa― debe poder unir análisis y síntesis, conciencia originaria y absoluta de la Divinidad, y conciencia derivada y particular de sus manifestaciones. Es Dios quien unifica los diversos aspectos de la Realidad.

Pero el concepto de panenteísmo ―que encontramos muy valioso― resulta superado por la concepción de Raimon Panikkar, la más valiosa elaboración de la relación entre Dios/la Divinidad y el Mundo: la visión cosmoteándrica/teantropocósmica de la Realidad, en la que Dios-Ser Humano-Cosmos aparecen totalmente relacionados e implicados:

Lo que cuenta es la Realidad entera, la materia tanto como el espíritu, el bien tanto como el mal, la ciencia tanto como el misticismo, el alma tanto como el cuerpo. No se trata de reconquistar la inocencia primordial que hubimos de perder para poder llegar a lo que somos, sino de ganar otra nueva.[...] Sin negar las diferencias y hasta reconociendo un orden jerárquico dentro de las tres dimensiones, el principio cosmoteándrica acentúa su relación intrínseca. (10)

Dios está en íntima relación con el ser humano y el cosmos. Él es la dimensión abisal, trascendente e inmanente a un tiempo, más allá y más acá del mundo y de los seres humanos; el principio constitutivo de todos los seres. La perspectiva teándrica ya tenía una larga tradición en el pensamiento cristiano occidental para expresar la unión armónica, sin confusión, entre lo divino y lo humano. Al añadirle el tercer término (cosmos), aparece una visión que asume la Realidad entera y eterna, la materia y el espíritu, la ciencia y la mística. Aunque la experiencia de la totalidad es propiamente mística, más inefable que analítica («ahora los físicos hablan como los místicos», leíamos en E. Cardenal), Dios no es sólo el Dios del ser humano, sino también del mundo, y el ser humano lo es «con el firmamento arriba, la tierra debajo y los compañeros alrededor [...]. Aislar al hombre de Dios y del mundo es estrangularlo». (11)

Una ecoespiritualidad: comunión con Todo

Teología y espiritualidad/mística están íntimamente unidas, pero no son lo mismo, sobre todo por su metodología. Hay una conocida frase atribuida a Karl Rahner ―uno de los teólogos más importantes del siglo XX―, pero que en realidad la pronunció por primera vez mi gran maestro Raimon Panikkar: «El cristiano [y la cristiana] del siglo XXI deberá ser un místico o no será cristiano [cristiana]». La frase me parece magnifica ―con la conveniente corrección del lenguaje inclusivo―, y es necesario repetirla una y otra vez: las reflexiones filosófico-teológicas, las leyes, las normas, los ritos e incluso la misma praxis social no liberan, aunque puedan servir de ayuda en el camino de nuestra vida. Lo que libera es el Espíritu, la vida vivida intensamente, la experiencia plena de la vida en comunión con los hermanos, con el mundo y con Dios, como dijo e hizo el gran maestro Jesús de Nazaret, el Cristo Liberador. Pero, como he dicho anteriormente, me gusta añadir que los cristianos del siglo XXI o son también ecopacifistas y buscan una ecoespiritualidad, o no podrán ser buenos cristianos. Deben buscar el equilibrio pacífico con sus hermanos de raza, pero también la armonía con la naturaleza y el cosmos del que forman parte; con el hermano lobo, la hermana avestruz, el colibrí y la alondra, con el árbol y la piedra, con el agua y el viento, con todo el cosmos. Deben buscar la justicia, la paz y la integridad con toda la creación, creando ellos mismos relaciones justas con la Tierra y el cosmos. Deben buscar la sabiduría y la espiritualidad de la Tierra, con sensibilidad holística, reconociendo la interdependencia de todo con todo. De lo contrario, no serán, no tendrán futuro; porque la vida y el cosmos viven y mueren con nosotros: somos la consciencia del universo. (12)

Vandana Shiva ―ecofeminista india― dice también que hay una intima relación entre ecologismo, ecofeminismo y espiritualidad: la interconectividad de todo, que ya conocían nuestros ancestros, el reconocimiento de la interconexión. Para ella, la espiritualidad es el conocimiento de que todo está interconectado en materia y espíritu. «Las relaciones no pueden ser medidas en pulgadas y pies», dice, sino que «deben ser vividas» (13). Hay una interconectividad holística y de múltiples dimensiones en la espiritualidad.

Teilhard de Chardin, científico y teólogo, pero también un gran místico contemporáneo («Nuestra pobre e insignificante existencia forma un bloque con la inmensidad de todo lo que existe»), plasmo hermosamente el reto de la unión/comunión mística entre Dios y la creación, la unión con Todo, que está en la base de una ecoespiritualidad:

Poetas, filósofos, místicos, la larga comitiva de los iniciados en la visión y el culto del Todo, marcan, en el flujo de la humanidad pasada, un surco central que podemos seguir desde nuestros días hasta los confines de la Historia... El trabajo moderno de crítica filosófica y de exploración científica que se viene realizando desde hace dos o tres siglos en todos los ámbitos del mundo, se dirige directamente... a magnificar y solidificar ante nuestros ojos el bloque del Universo. […]
La cuestión vital del cristianismo hoy está en saber que actitud adoptaran los creyentes ante la preocupación por el Todo. Le abrirán su corazón o lo rechazarán como un espíritu malo? (14)

David Bohm ―uno de los mejores físicos cuánticos de todos los tiempos― dice sobre esta dimensión mística: «Podríamos imaginar el místico como alguien que está en contacto con las espantosas profundidades de la materia o de la mente sutil, no importa el nombre que le demos» (15). Esta experiencia insondable está presente en todas las grandes religiones, pues el núcleo de las tradiciones religiosas es profundamente místico. Juan de la Cruz expresó con un dibujo de una montaña y unos versos su visión de la unión mística del ser humano con Dios, en una especie de esbozo de una de sus obras más sublimes: Subida del Monte Carmelo. Los últimos versos de este texto fascinaban también a Edgard Morin. Le parecían una expresión del pensamiento complejo, como hemos visto antes. Expresan un camino constante, siempre abierto a lo que es más grande que nuestra razón y nuestro conocimiento.

Para venir a gustarlo todo
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a saberlo todo
no quieras saber algo en nada.
Para venir a poseerlo todo
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo
no quieras ser algo en nada.
Para venir a lo que gustas
has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes
has de ir por donde no sabes. (16)

El ecologismo es un nuevo humanismo; este humanismo clama por una espiritualidad nueva, ecológica, como respuesta a la crisis ecológica actual debida a la actividad humana depredadora. Para esta espiritualidad necesitamos todavía más una visión totalizante de la Realidad que vaya más allá de las exigencias ético-morales de la crisis ecológica, para llegar a una conexión empática total con una Realidad en la que nos sintamos realmente inmersos. Una espiritualidad que, con palabras de Leonardo Boff, «permita una religación singular y sorprendentemente nueva de todas nuestras dimensiones con las más diversas instancias de la realidad planetaria, cósmica, histórica, psíquica y trascendental» (17). Necesitamos abrirnos a una espiritualidad ecológica radical.

Esta espiritualidad ecosófica exige una conexión con la Realidad para llegar a una comunión con Todo, con el cosmos ―no solo con la naturaleza «viva», sino con toda la realidad de la materia― y con el Espíritu, con Dios. Al formar parte del cosmos, nos es imprescindible vivir en armonía con él para poder estar en paz con nosotros mismos. Como dice Raimon Panikkar, «el hombre, por un lado, es parte del universo y, por el otro lado, es la encrucijada de todo el cosmos»; más aún, «se vuelve tanto más humano cuanto más el destino del universo llegue a realizarse en él» (18). Una espiritualidad ecosófica supone ir más allá de la materialidad de la materia. Implica ir más allá de la perspectiva puramente empírica de la realidad material que nos sitúa ante esta como algo neutro, ajeno al espíritu, para abrirnos por fin a su dimensión espiritual; ¡la materia, incluso la inerte, está habitada por el Espíritu!

Con otras palabras, y con un lenguaje que hoy ya no es habitual, necesitamos abrir el tercer ojo para lograr una espiritualidad ecosófica radical. Es necesario ir más allá de la visión que nos proporciona el primero (el corporal-empírico) y el segundo (el racional) para activar la visión del tercer ojo (el ojo espiritual-contemplativo-místico, que nos permite adentrarnos en la profundidad de la Realidad). El tercer ojo es el ojo interno, el ojo de la mente, el ojo del corazón, el ojo de la fe / de la contemplación, el ojo del espíritu y de lo espiritual, el órgano del alma. Aunque muchos lo asocian solo al hinduismo y al budismo, el tercer ojo está presente en una gran cantidad de culturas, desde Egipto hasta la India, pasando por las culturas americanas precolombinas y el Occidente cristiano.

Jesús de Nazaret y los evangelios manifiestan esta sabiduría bíblica: «Dichosos los que tienen un corazón limpio porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). «El ojo es la lámpara del cuerpo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado; pero si tu ojo está enfermo, todo estará en tinieblas. Y si la luz que hay en ti es tiniebla, ¡que grande será la oscuridad!» (Mt 6,22-23). Agustín de Hipona decía que nuestra única tarea en esta vida es «curar el ojo del corazón», que nos permite ver a Dios.

Un conocido texto de Carl Jung dice: «Solo se volverá clara tu visión cuando puedas mirar en tu propio corazón. Porque quien mira hacia afuera suena, y quien mira hacia dentro despierta». Mientras que los ojos de la cara miran hacia afuera y solo ven lo material, hay un ojo interior, la percepción espiritual, que mira hacia adentro y ve la Realidad en profundidad: el tercer ojo. El secreto está en equilibrar la dualidad y la unidad de nuestro ser para despertar el tercer ojo, y así alcanzar una visión total. La experiencia mística que abre el tercer ojo es la plenitud del vivir, el vivir auténtico. Este es el camino de la visión mística, un camino al que está llamado todo ser humano, no solo seres excepcionales ―aunque haya distintos niveles.

Concluyendo, una ecoteología y una ecoespiritualidad no suponen solamente pensar el mundo y la Divinidad conjuntamente y exigir el cuidado de la creación, sino que van más allá de eso. Suponen una manera de situarse en el mundo, viendo toda la Realidad de manera compleja, interrelacionada; Realidad a la vez una y plural, armónica y lucida a la vez que imprevisible, con luz y oscuridad, en la que nos situamos confiadamente con todo. Suponen vernos como relación, como parte inseparable del Todo. Para ello necesitamos cada día madurar, aprender a abrirnos a ese Todo, a la Realidad total.

Esta visión totalizante de la Realidad nos conduce hacia una nueva teología y una nueva espiritualidad ecosófica radical, ya que su fundamento está en la comunión y la armonía total de los humanos con el cosmos y con Dios, superando todo dualismo. Formamos parte indivisible de la Realidad; como manifiesta el «efecto mariposa», todo lo bueno y todo lo malo que hagamos la afecta, así como también nos afecta a nosotros, para bien o para mal. Es más: no podemos crecer espiritualmente si no es con este cuerpo que tenemos y somos, y con esta tierra que conforma nuestro cuerpo. Esta espiritualidad se sitúa en la mejor tradición de la mística cristiana y de todas las religiones.

Podemos acabar con estas palabras de Teilhard de Chardin, quien plantea, tal y como hemos venido diciendo, el necesario acercamiento a la Realidad como un Todo integrado en el que también estamos nosotros indispensablemente integrados:

Poeta, filosofo, místico, apenas se puede ser lo uno sin lo otro. Poetas, filósofos, místicos, el largo cortejo de los iniciados en la visión y el culto del Todo, marcan, en el flujo de la humanidad pasada, un surco central que podemos seguir distintamente desde nuestros días hasta los confines de la Historia. La preocupación por el Todo es de todos los tiempos.
[...] Está claro a los ojos de todos que la cuestión vital del cristianismo hoy está en saber qué actitud adoptarán los creyentes ante la preocupación por el Todo. ¿Le abrirán su corazón o lo rechazarán como un espíritu malo? (19)

Notas:
  1. Cf. Do teu verdor cinguido. Ecoloxismo e cristianismo, Espiral Maior, La Coruña, 1997; Ecologismo y cristianismo, Sal Terrae, Santander, 1999; «Ser cristiano en el siglo XXI: un corazón fraterno y lleno de piedad hacia toda naturaleza creada», Iglesia viva, 216 (2003), p. 89-100. «Por una espiritualidad ecológica», Confer, 178 (2007), p. 405-426; «Ecoloxismo, feminismo e cristianismo. Unha relación indispensable», Encrucillada, 163 (2009), p. 302-312; «La ecoteología en el quehacer teológico del siglo XXI», en el décimo aniversario del Equipo de Investigación de Ecoteología de la Facultad de Teología Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, 4 de octubre del 2012, disponible en línea: Mensaje de Victorino Pérez Prieto; «Os cans tenen alma?», Luzes, 3 (2014c); Espiritualidad ecológica. Una nueva manera de concebir a Dios y nuestra relación con El y con el mundo, Credo, Saarbrucken, 2014; «Laudato si’. A primeira encíclica ecoloxista», Tempos novos, 221, 20-25 (2015); «Cuidado de la casa común. Una ciudad que cuida de la creación», Faro, 1 (2017), p. 30-37.
  2. Victorino Pérez, Hacia una ecoteología, Fragmenta, Barcelona 2023.
  3. Raimon Panikkar, Espiritualidad hindu. Sanātana dharma, Kairos, Barcelona, 2004, p. 57.
  4. Raimon Panikkar, De la mística. Experiencia plena de la vida, Herder, Barcelona, 2005, p. 20-23.
  5. Cf. Victorino Pérez, «Los Tres Ojos del Conocimiento en san Buenaventura. De la reductio Bonaventuriana al pensamiento complejo de Edgar Morin y la perspectiva cosmoteándrica de Raimon Panikkar», Julio Cesar Barrera / Fray Luis Fernando Benítez / Andrés Felipe López, Perspectivas sobre el pensamiento de san Buenaventura de Bagnoregio y otros estudios, Universidad de San Buenaventura, Bogotá, 2018.
  6. Andrés Torres Queiruga, El Dios de Jesús. Aproximación en cuatro metáforas, Sal Terrae, Santander, 1991, p. 34.
  7. Alfred North Whitehead, Proceso y Realidad, Losada, Buenos Aires, 1956, p. 471.
  8. Sallie McFague, Modelos de Dios. Teología para una era ecológica y nuclear, Sal Terrae, Santander, 1987, p. 217.
  9. K. Ch. F. Krause (1781-1832), expresa este concepto sobre todo en su obra Ideal de la Humanidad para la vida, Folio, Barcelona, 2002.
  10. Raimon Panikkar, La nueva inocencia, Verbo Divino, Estella, 1993, p. 53-54. Y citas siguientes.
  11. Raimon Panikkar, La nueva inocencia, p. 59-60. Para comprender este y otros conceptos de Panikkar cf. Diccionario panikkariano, Herder, Barcelona, 2016.
  12. Cf. Victorino Pérez, «La ecoteología en el quehacer teológico del siglo XXI».
  13. Cf. Vandana Shiva, «Ecofeminismo, derechos de la naturaleza, suma kawsay. Dialogo con mujeres ecuatorianas y conferencia» (2010), en Seminario de Feminismo Nuestroamericano, 2013.
  14. Teilhard de Chardin, «Panteísmo y Cristianismo», Como yo creo, Taurus, Madrid, 1970, p. 69-70.
  15. En una entrevista en Renee Weber, Diálogos con científicos y sabios. La búsqueda de la unidad, La Liebre de Marzo, Barcelona, 1990. También en el magnífico libro ya citado de Ken Wilber, Cuestiones cuánticas. Escritos místicos de los físicos más famosos del mundo, Kairos, Barcelona, 1987.
  16. San Juan de la Cruz, «El monte de perfección» en san Juan de la Cruz, Vida y obras completas, BAC, Madrid, 1973, p. 435.
  17. Leonardo Boff, Ecologia. Grito de la tierra, grito de los pobres, Trotta, Madrid, 1996, p. 99.
  18. Raimon Panikkar, La nueva inocencia, p. 121.
  19. Teilhard de Chardin, Como yo creo, p. 69 y 72.