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Acerca del Jñana Yoga
Por Sri Vivekananda Versión PDFConocer el Om es conocer el secreto del universo. El fin del jñana yoga es el mismo que el del bhakti yogi y el raja yoga, pero el método es diferente. Es el yoga de los fuertes, de aquellos que no son místicos, ni sentimentales, ni devocionales, sino racionales.
Así como el bhakti yogi abre el camino a la unión total con el Supremo a través del amor y la devoción, el jñana yogi abre el camino hacia la realización del Supremo con el poder de la razón pura. Debe estar preparado para rechazar todos los viejos ídolos, todas las viejas creencias y supersticiones, todo deseo por este mundo o por otro, y haber tomado la determinación de buscar solo la liberación de lo contingente y lo impermanente. Esto implica reconocer lo que somos realmente, más allá del miedo, del nacimiento, de la muerte. El bien más elevado es la realización del Sí-mismo que está más allá de los sentidos, más allá del pensamiento. El verdadero «Yo» no puede ser percibido con la mente. Es el Sujeto eterno y nunca puede convertirse en objeto de conocimiento empírico, ya que éste se refiere a lo relativo y no a lo Absoluto. Todo conocimiento que proviene de los sentidos es un límite, es una cadena interminable de causa y efecto. El mundo es relativo, es la sombra de lo Real. Sin embargo, dado que este mundo es el plano del equilibrio donde se encuentran la infelicidad y la felicidad, es entonces el plano en el que el hombre puede realizar su verdadero ser y reconocer que es Brahman.
Este mundo es el desarrollo de la naturaleza (prakriti); es nuestra interpretación de Brahman o Infinito, visto a través del velo de mâyâ o apariencia. Sin embargo, el mundo no es una nada, ya que tiene cierto grado de realidad.
¿Cómo podemos conocer al Conocedor? El Vedânta dice: «Somos el Conocedor último y este Conocedor nunca puede convertirse en un objeto de conocimiento». Ciertamente, de vez en cuando podemos tener una «manifestación» fugaz de Eso. Una vez que hayamos descubierto la ilusión o el espejismo del mundo, lo volveremos a encontrar. El objetivo de todas las filosofías tradicionales es ir más allá del espejismo. La enseñanza constante de los Vedas es que el hombre y el Ser son uno, pero pocos son capaces de traspasar el velo y realizar esta verdad.
Lo primero de lo que debe liberarse quien quiere convertirse en jñani es del miedo. El miedo es uno de nuestros peores enemigos. Es necesario repetir continuamente: «No soy el cuerpo, no soy la mente, no soy el pensamiento, ni siquiera soy la conciencia egoica». Cuando puedas eliminar todo esto, sólo quedará el verdadero Sí-mismo. La meditación del jñani tiene dos aspectos: rechazar todo lo que no somos y fundamentarse en lo que realmente somos, el âtman, el Sí-mismo único, que es Existencia, Conciencia, Bienaventuranza.
El verdadero filósofo debe persistir en su discernimiento hasta los límites extremos; no debe aceptar detenerse en ninguna etapa del camino. Tan pronto como comencemos a eliminar lo que no es, tendremos que darnos cuenta de lo que no se puede eliminar, es decir, el Sí-mismo. Este Sí-mismo es el Testigo de lo manifestado, es inmutable, eterno, infinito. Son las diversas capas de mâyâ las que lo esconden de nuestra conciencia, pero Él siempre permanece igual.
Según la Upanisad, dos pájaros se encuentran en un árbol; el pájaro inferior se mueve de una rama a otra, ora comiendo frutas dulces y sintiéndose feliz, ora frutas amargas y sintiendo pena. Un día, después de comer una fruta más amarga de lo habitual, mira la tranquila majestuosidad del pájaro de arriba y piensa: «Cómo me gustaría parecerme a él». Olvidando la idea de parecerse al pájaro de arriba, continúa como antes comiendo frutas dulces y amargas, sintiéndose ahora feliz, ahora infeliz. De nuevo mira hacia arriba y de nuevo se acerca un poco más al tranquilo y majestuoso pájaro que está arriba. Esto se repite varias veces, hasta que se acerca mucho al pájaro que está en lo alto. El esplendor de sus plumas lo deslumbra, parece que lo atraiga y, finalmente, para su gran asombro, percibe que sólo hay un pájaro, que él siempre ha sido el pájaro de arriba y, finalmente, se da cuenta.
El individuo es como el pájaro de abajo, pero si persevera en sus esfuerzos por ascender hasta el ideal más elevado que pueda concebir, también descubrirá que siempre ha sido el Sí-mismo y que el otro es sólo una proyección. El verdadero jñani trasciende completamente lo que llamamos materia y cualquier creencia sobre su realidad. El jñani debe tener siempre presente Om Tat Sat, es decir, la única verdadera realidad es el Om. La unidad metafísica es la base del jñana yoga. Se llama advaita (sin dualidad). Es la piedra angular de la filosofía Vedânta, el alfa y el omega. «Brahman es la única realidad, todo lo demás es apariencia, y Yo soy Brahman».
Sólo reconociéndonos como tal podemos crear identidad con Eso, podemos elevarnos más allá de toda dualidad, más allá del bien y del mal, del placer y del sufrimiento, y podemos revelarnos como el Uno eterno, inmutable e infinito, el Uno sin segundo.
El jñana yogui debe ser intransigente consigo mismo, pero al mismo tiempo, debe ser grande y extenso como el cielo. Debe controlar absolutamente su mente, ser capaz de comprender a un buddhista o a un cristiano, ser capaz de participar en todos los diferentes puntos de vista y, sin embargo, permanecer estable en la Armonía eterna. Sólo la práctica constante puede permitirnos lograr este control. Todas las modificaciones están en el Uno, pero debemos aprender a no identificarnos con lo que estamos haciendo, a no sentir nada, a no ver nada y a no hablar más que del tema en cuestión. Día y noche debemos reconocernos como: «Yo soy Eso, Yo soy Eso, Yo soy Eso».
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El mayor Maestro de la filosofía Vedânta es Sankaracharya. Con un razonamiento sólido, Él extrajo de los Veda la verdad del Vedânta, construyendo sobre ellos [los Vedas] la maravillosa filosofía jñana que se enseña en sus comentarios. Él unifica todas las descripciones contradictorias de Brahman y demuestra que sólo hay una Realidad infinita. También demuestra que, dado que el hombre no puede progresar sino lentamente en el camino hacia lo alto, cada presentación diferente es necesaria sólo a causa de las diferentes capacidades. En las enseñanzas de Jesús, encontramos un pensamiento similar a este que Él adapta de modo evidente a las diversas posibilidades de las personas que le escuchan. En primer lugar, les habla de un Padre Celestial y les pide que le recen. Luego va un poco más allá y les dice: «Yo soy la vid y vosotros sois los sarmientos». Y finalmente les da la verdad más alta: «Yo y el Padre somos uno» y «El Reino de los Cielos está en vosotros». Sankara enseña que los dones de Dios son de tres tipos: un cuerpo humano, la aspiración a Dios y un Instructor que pueda mostrarnos el Camino. Cuando tenemos estos tres dones, podemos saber que la liberación está cerca. Sólo el conocimiento puede liberarnos y salvarnos, pero la virtud debe llegar con el conocimiento.
La esencia del Vedânta es que el Ser carece de segundo y nosotros, como alma, somos este Ser, no sólo una parte de este Ser. Todo el sol se refleja en una gota de rocío. Cuando este Ser aparece como tiempo, espacio y causalidad, lo conocemos como hombre u otra cosa, pero detrás de todas las «apariencias» está la Realidad única. Debemos liberarnos del sueño engañoso de ser el cuerpo u otra cosa. Es necesario desvelar la verdad: «Yo soy Él». No somos gotas que cayendo en el océano se pierden. Cada uno de nosotros es la totalidad, el océano infinito, y lo sabremos sólo cuando nos liberemos de las cadenas de la ilusión (mâyâ). Lo infinito no puede ser dividido, el «Uno sin segundo» no puede tener un segundo, todo es ese Único. Este conocimiento es para todos, pero debemos despertarnos para obtenerlo ahora, porque sin él no podremos ser de ninguna ayuda.
El jivanmukta (alma liberada o aquel que conoce) es el único capaz de dar el Amor verdadero, la Caridad verdadera, la Verdad real, y «es la Verdad la que te hace libre». El deseo nos hace esclavos de nosotros mismos, es el tirano insaciable que no concede descanso a sus víctimas. Pero el jivanmukta ha conquistado todos los deseos elevándose al conocimiento de ser el Uno y de no tener nada que desear.
La mente nos presenta todas nuestras ilusiones: el cuerpo, las creencias, la casta, la servidumbre, por eso debemos presentar incesantemente la verdad a la conciencia hasta que llegue a realizarla. Nuestra verdadera naturaleza es la Beatitud y todo el placer que conocemos no es más que un mero reflejo de ella. La Bienaventuranza está más allá del placer y el sufrimiento, es el Testigo de lo manifiesto, es el lector inmutable frente a quien pasamos las páginas del libro de la vida.
De la práctica obtenemos el yoga; del yoga, el Conocimiento; del Conocimiento, el Amor; y del Amor, la Beatitud.
Decir «yo» y «mío» es una ilusión. Hemos vivido en ella durante tanto tiempo que es tarea ardua liberarse de ella. Sin embargo, es necesario hacerlo si queremos llegar más alto. Debemos ser alegres, los rostros tristes no dan la espiritualidad. Esta tiene que ser la cosa más alegre del mundo. El ascetismo forzado no puede hacernos santos. Un hombre que ama a Dios y que es puro, ¿por qué debería estar triste? Debería ser feliz como un niño, ser verdaderamente un hijo de Dios. Lo esencial para cualquier religión es purificar el corazón. El Reino de los Cielos está en nosotros, pero sólo aquel cuyo corazón es puro puede ver al Rey.
Cuando pensamos en el mundo, para nosotros sólo será el mundo, pero si pensamos en él con el sentimiento de que el mundo es un reflejo de Dios, entonces tendremos a Dios. Este es un reconocimiento hacia todo el mundo y todas las cosas: padres, hijos, esposo, esposa, amigos y enemigos. Pensad en el cambio que supondría que pudiéramos llenar conscientemente el mundo del Ser, sin ver nada más que el Ser. Cada preocupación, cada lucha, cada dolor desaparecería para siempre.
Jñana es la ausencia de creencia, lo que no significa desprecio por las creencias. Sólo significa que se ha llegado a un estado más allá de la creencia u opinión. El jñani no busca destruir, sino ayudar a todos. Así como todos los ríos hacen que sus aguas fluyan hacia el mar y se conviertan en uno, todas las opiniones no pueden dejar de conducir a jñana.
La realidad de todas las cosas reside en Brahman, pero somos la Realidad sólo cuando comprendemos esta verdad. Cuando nos elevamos por encima de todas las diferencias, sabemos que «el Padre y yo somos uno».
Jñana también es enseñado claramente por Krishna en la Bhagavad Gita. Este gran poema se considera la joya de toda la literatura india. Es una especie de comentario a los Vedas. Nos enseña que la batalla por la espiritualidad debe tener lugar en esta vida, por lo que no debemos tratar de evitarla, sino más bien forzarla para que nos proporcione todo lo que hay en ella.
Resulta muy poético representar la escena sobre un campo de batalla, dado que la Gita simboliza la lucha por las cosas más elevadas. Krishna nos aparece como el auriga del carro de Arjuna, el cabeza de uno de los ejércitos presentes en la batalla; Él le pide que no esté triste, que no tenga miedo a la muerte porque es inmortal, ya que nada que cambie puede ser parte de la verdadera naturaleza real del hombre. En los distintos capítulos, Krishna le revela a Arjuna las verdades más elevadas de la filosofía y la religión. Estas enseñanzas elevadas hacen que el poema sea extraordinario. Se puede decir que contiene toda la filosofía Vedânta.
Los Vedas enseñan que âtman es infinito y que de ninguna manera puede ser tocado por la muerte del cuerpo. El âtman es un círculo cuya circunferencia no está en ninguna parte, pero cuyo centro, al mismo tiempo, está en un cuerpo. Lo que llamamos muerte no es más que un cambio de estado existencial. El ser es un círculo, cuya circunferencia no está en ninguna parte y cuyo centro está en todas partes y, cuando podemos escapar del restringido centro del cuerpo, nosotros realizamos el Ser, la totalidad, nuestra verdadera esencia.
El presente es sólo una línea divisoria entre el pasado y el futuro y, por lo tanto, no podemos decir racionalmente que sólo nos interese el presente. Toda la existencia es pasado, presente y futuro: es la totalidad, ya que la idea del paso del tiempo es sólo un simple concepto representativo de nuestra mente.
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Jñana enseña que es necesario desprenderse del mundo, pero no abandonarlo; es decir, estar en el mundo pero sin pertenecer al mundo, éste es el verdadero principio del samyâsin. Esta idea de desapego es común a casi todas las religiones. Jñana nos pide que siempre veamos el mundo con el ojo de la ecuanimidad. Alabanza e incriminación, bien y mal, incluso el calor y el frío deben ser lo mismo para nosotros. En India encontramos hombres para quienes todo esto es literalmente cierto. Viajan tanto por las altitudes nevadas del Himalaya como por los desiertos de arena ardiente, completamente desnudos y aparentemente sin darse cuenta de cualquier diferencia de temperatura.
En primer lugar, debemos abandonar la idea del cuerpo; nosotros, como esencia, no somos el cuerpo; del mismo modo, tampoco somos la mente. La simple palabra cuerpo se aplica a casi todo, abarca todo lo que es común a todos los cuerpos: es la existencia formal. Nuestros cuerpos son los símbolos del pensamiento que está detrás de ellos; y los pensamientos, a su vez, son los símbolos de algo que está detrás de ellos y que es la única Existencia real, el Alma de nuestra alma, el Sí-mismo, la Vida de nuestra vida, nuestro verdadero ser. Mientras creamos que somos incluso un poco diferentes del Ser, el miedo permanecerá en nosotros. Pero cuando sepamos que somos el Único, el miedo desaparecerá. ¿De qué podríamos tener miedo? El jñani se eleva por encima del cuerpo con la única fuerza de su voluntad, se eleva por encima de la mente haciendo que lo manifestado se desvanezca. Así él destruye la avidyâ y llega a conocer su verdadero ser, el âtman.
La felicidad y la infelicidad se encuentran sólo en los sentidos, no pueden tocar nuestro verdadero Ser. El âtman está más allá del tiempo, del espacio y de la causalidad, es ilimitado, omnipresente.
El jñani debe liberarse de cualquier aspecto formal, debe ir más allá de cualquier regla empírica y de cualquier libro, él mismo debe ser el libro viviente. Cuando estamos atados a las formas, nos cristalizamos y morimos. Sin embargo, el jñani nunca debe condenar a aquellos que no pueden elevarse por encima de las formas. Nunca debe pensar de otro: «soy más santo que tú».
Estas son las características de un verdadero jñani:
- No desea nada más que el Conocimiento.
- Todos sus sentidos están bajo perfecto control. Todo lo soporta sin quejarse, está satisfecho si duerme en el suelo desnudo o duerme en el palacio de un rey. No busca evitar el sufrimiento, lo soporta porque ha abandonado todo, a excepción del Sí-mismo.
- Sabe que todo es un fenómeno evanescente excepto el Único.
- Tiene una intensa sed de liberación. Se fija en los aspectos superiores con determinación y alcanza la paz. Actúa sólo para los demás, para el Señor, abandonando los frutos de la acción, y no espera ningún resultado, tanto aquí como en el otro mundo.
¿Qué puede darnos el universo más que nuestro Sí-mismo? Cuando lo tenemos, tenemos todo. Los Vedas enseñan que el âtman ―o el Yo― es la única existencia. Está más allá de la mente, de la memoria, del pensamiento e incluso de la conciencia empírica. Es Eso por medio del cual, o a causa del cual, vemos, sentimos, pensamos. El propósito del universo es realizar su identidad con el Om o la existencia Una. El jñani debe liberarse de todo condicionamiento formal, no es hindú, ni budista, ni cristiano, pero es las tres cosas juntas. Es necesario renunciar a todos los frutos de la acción para que ninguna acción tenga el poder de atar. El jñani es un pensador especial, niega todo lo que no es constante. Día y noche se dice a sí mismo: «No hay opinión, ni palabra sagrada, ni cielo, ni infierno, ni dogmas, ni iglesia, sólo existe el âtman». Cuando todo lo que no es ha sido rechazado y se ha alcanzado lo que no puede ser refutado, entonces, se descubre el Sí-mismo.
El jñani, huelga decirlo, discrimina a través de la razón pura y la determinación hasta que realiza el nirvâna, que es la extinción de toda relatividad. Es imposible describir e incluso concebir este estado.
El Vedânta enseña que el nirvâna se puede lograr aquí y ahora, que no es necesario esperar a la muerte para alcanzarlo. El nirvâna es la realización del Sí-mismo, y si lo habéis conocido, aunque sea por un instante, ya no os sentiréis encantados por el espejismo de la individualidad. Con los sentidos podemos percibir la apariencia, pero al mismo tiempo sabemos lo que es, ya que hemos reencontrado nuestra verdadera naturaleza. La apariencia es la pantalla que enmascara el Sí-mismo, que es inmutable. Si la pantalla se resuelve, encontramos el Sí-mismo; el cambio está en la pantalla.
En los Santos, la pantalla se ha vuelto transparente para que la realidad pueda brillar allí. En el ignorante es más espesa y más opaca, de modo que no permite «ver» el âtman.
Todo razonamiento termina en cuanto se encuentra la Unidad; por esta razón debemos comenzar con el discernimiento y después hacer la síntesis. El mundo de la ciencia generalmente se limita a la búsqueda de una fuerza material subyacente a los fenómenos. Cuando la ciencia física capte perfectamente la unidad material habrá logrado su propósito.
El jñana yoga va más allá de la ciencia porque ha descubierto la Unidad final no-material. En el universo sólo existe el Sí-mismo, los diversos yoes empíricos no son más que sus reflejos. Todo es el Sí-mismo o Brahman. El Santo, el pecador, el cordero, el tigre e incluso el asesino son iguales en esencia, porque no hay nada más que la Unidad. «Lo que existe es Uno, sin embargo se le dan diferentes nombres». Nada es más grande que el conocimiento, que viene del âtman como un rayo para aquellos que son purificados por el yoga. Cuanto más seamos purificados y preparados por el yoga y la meditación, más luminosos serán los rayos de la realización. Esto es lo que se descubrió hace cuatro mil años.
La «comodidad» no constituye una prueba de la verdad, al contrario, la verdad muchas veces está lejos de ser cómoda. El que verdaderamente busca la verdad no debe atarse a ninguna comodidad. Es difícil dejarlo todo, pero el jñani lo hace. Debe volverse puro, resolver todos los deseos y dejar de identificarse con el cuerpo. Sólo entonces puede brillar en su alma la más alta verdad. El sacrificio es necesario y la inmolación del yo inferior representa el verdadero sacrificio. Todas las ofrendas propiciatorias hechas a los dioses no son más que formas vagamente entendidas del único sacrificio que tiene un valor real: el abandono del yo aparente, gracias al cual podemos realizar el Sí-mismo, el âtman. El jñani no debe tener ningún deseo de preservar su cuerpo; debe ser fuerte y encarnar la verdad, incluso si el universo tuviese que destruirse. Es el trabajo de toda una vida, incluso de cien vidas. Son raros los que se esfuerzan por realizar al Dios interior, por renunciar al cielo, al Dios personal y a cualquier esperanza de recompensa. Para esto se necesita una voluntad fuerte, incluso la vacilación es un indicio de una debilidad grave.
El hombre siempre es perfecto, de lo contrario, no podría llegar a serlo, lo que tiene que hacer es únicamente realizarse. Si el hombre estuviera atado a causas externas, sólo podría ser mortal. La inmortalidad no puede ser tal excepto para aquel que es incondicionado. Nada puede tocar el âtman: el hombre debe reencontrarse como Eso, pero no con el cuerpo ni con la mente. Debe reconocerse como Testigo del universo y gozar de la belleza del maravilloso panorama que se le presenta. Debe reconocerse a sí mismo como el Brahman infinito. Cuando un hombre se realiza en el Uno, en el âtman, todo se vuelve posible para él y todo se ofrece a su servicio. Como Sri Ramakrishna dijo: «Una vez obtenida la mantequilla, se puede poner en agua y en leche que no se mezclará ni con una ni con la otra. Asimismo, cuando el hombre ha realizado ese Sí-mismo, ya no puede ser contaminado por el mundo».
Vistas desde lo alto, las distinciones secundarias no son visibles, del mismo modo cuando un hombre se eleve lo suficientemente alto ya no distinguirá a las personas buenas de las malas. Una vez cocido el vaso, ya no podrá tomar otra forma. Lo mismo le sucede a la mente que ha tocado al Señor y ha recibido el bautismo de fuego, entonces, ya no podrá cambiar. Filosofía en sánscrito significa «visión clara» y la religión es filosofía práctica. Una filosofía puramente teórica en la India no se considera de gran valor. No hay ni Iglesia organizada, ni hay credo, ni hay dogma.
Las dos grandes divisiones son el dvaitin y el advaitin. El primero dice: «El camino de la salvación viene de la gracia de Dios. Una vez que la ley de la causalidad se pone en marcha, nada puede detenerla. Dios es el único que no está sujeto a esta ley, Él nos ayuda a romperla con su gracia». El segundo dice: «Detrás de toda naturaleza fenoménica hay algo que está libre de movimiento; encontrando ese algo, que está más allá de toda ley fenoménica, llegamos a la liberación». El dvaita no es más que una etapa preliminar, el advaita es el objetivo final. Volverse puro y transparente es el camino más corto que conduce a la liberación. Sólo obtenemos lo que podemos lograr por nosotros mismos. Ninguna autoridad externa puede salvarnos, ningún credo. Si hay un Dios para todos, todos pueden encontrarlo. No hay necesidad de ninguna autoridad para saber que algo está caliente, cada uno puede descubrirlo por sí mismo.
Lo mismo ocurre con el Ser, cada uno de nosotros puede encontrarlo dentro de sí mismo.
Los hindúes no reconocen el pecado tal y como lo entiende el mundo occidental. Las malas acciones no son un pecado, al cometerlas no ofendemos a ningún [ser] Supremo, pero nos dañamos a nosotros mismos y debemos soportar las consecuencias. Poner el propio dedo en el fuego no es un pecado, es un error, y el que lo haga, sufrirá. Todas las acciones producen ciertos resultados y cada acción retorna a su autor. El «Trinitarismo» es una anticipación del «Unitarismo». El primer paso se da cuando nos reconocemos como hijos del Ser; El último se da cuando nos realizamos como único âtman.
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La exigencia de saber por qué los cuerpos no pueden ser eternos es ilógica en sí misma, ya que la palabra «cuerpo» se aplica a ciertas combinaciones de elementos cambiantes, cuya naturaleza es la impermanencia. Dejaremos de tener cuerpos, como solemos llamarlos, cuando no suframos modificaciones. Una materia que estuviera más allá de los límites del tiempo, del espacio y de la causalidad no sería materia en absoluto. El tiempo y el espacio existen sólo en la mente, nuestro Ser-Realidad es permanente. Todas las formas son transitorias, por eso todas las religiones dicen: «Dios no tiene forma».
Menandro fue un rey griego de Bactriana. Se convirtió al Budismo alrededor del 150 a. C. gracias a un monje misionero budista y fue llamado Milinda. El instructor le preguntó al joven monje: «¿Puede un hombre perfecto como el Buda caer en error y cometer equivocaciones?» La respuesta del joven monje fue la siguiente: «El hombre perfecto puede permanecer ignorante de las cuestiones secundarias de las que no tiene experiencia, pero nunca puede equivocarse en la comprensión que realmente ha obtenido. Él es perfecto aquí y ahora. Conoce todo el misterio, la Esencia del universo, pero puede ignorar las variaciones externas a través de las cuales esta Esencia se manifiesta en el tiempo y el espacio. Conoce la arcilla en sí misma, pero puede que no tenga la experiencia de todas las formas en las que puede ser trabajada. El hombre perfecto conoce el Alma misma, pero puede que no conozca todas las formas y combinaciones de su manifestación». Tendría que adquirir un simple conocimiento relativo, exactamente como lo hacemos nosotros, aunque, debido a su inmenso poder, puede aprenderlo mucho más rápido. El formidable «proyector» de una mente perfectamente controlada, cuando se proyecta sobre cualquier objeto, podrá reconocerlo inmediatamente. Es muy importante comprender esto para evitarle todo tipo de fantásticas explicaciones a quien quiera saber por qué un Buda o un Jesús pudieron haber sido engañados en cuestiones de conocimiento relativo, como sabemos que realmente sucedió. No se debe culpar a los discípulos por informar incorrectamente de los hechos que han transmitido según su grado de comprensión.
Si algo sucede una vez, puede volver a producirse nuevamente. Si un solo ser humano pudo lograr la perfección, nosotros también podemos lograrla. Si no podemos llegar a ser perfectos aquí y ahora, nunca lo podremos ser, sea cual sea el estado, el cielo y la condición que imaginemos.
Si Jesucristo no fuera perfecto, la religión que lleva su nombre colapsaría. Si fue perfecto, también nosotros podemos ser perfectos. El hombre perfecto no razona ni conoce como nosotros, porque todo nuestro conocimiento es una simple comparación, porque no hay clasificación posible en el Absoluto. Es menos probable que se equivoque el instinto a que lo haga la razón consciente, pero la razón es superior y conduce a la intuición, que llega más lejos. El conocimiento es hermano de la intuición, que es infalible.
Hay tres grados de manifestación para los seres vivos:
- Subconsciente mecánico no-racional:
- Consciente, que comprende, pero que puede errar;
- Supraconsciente, intuitivo e infalible.
Se encuentran ejemplos de esto en el animal, en el hombre y en el Ser.
La ley es como una taquigrafía mental para explicar una serie de fenómenos, pero la ley como entidad, por así decirlo, no existe. Utilizamos esta palabra para explicar una sucesión regular de ciertos eventos en el mundo fenoménico. No debemos permitir que la ley se convierta en superstición, es decir, como si fuese algo inevitable a lo que debemos someternos. El error puede seguir a la razón, pero la lucha por superar el error nos convierte en dioses. Para elevarnos a la Divinidad, no debemos cometer errores.
Realizad «Yo soy Existencia absoluta, Conocimiento absoluto, Bienaventuranza absoluta; Yo soy Eso, Yo soy Eso».
Alégrate de nacer, alégrate de morir, regocíjate siempre en el amor del Ser. Libérate de la esclavitud del cuerpo; de hecho, nos hemos convertido en esclavos y hemos aprendido a atar nuestras cadenas a nuestro corazón y a amar nuestra esclavitud, hasta el punto de aspirar a perpetuarla. No te apegues a la idea del cuerpo, no pienses en una existencia futura similar a esta; no ames ni desees el cuerpo, ni siquiera el cuerpo de tus seres queridos. La vida es nuestra maestra y la muerte sólo nos deja espacio para empezar de nuevo. El cuerpo es nuestro maestro y el suicidio es una locura, sólo es asesinar a nuestro maestro. Otro ocupará su lugar. Por tanto, hasta que hayamos aprendido a trascender el cuerpo, debemos tener un cuerpo y cuando lo perdamos tomaremos otro.
Sin embargo, no debemos identificarnos con el cuerpo, debemos considerarlo sólo como una herramienta útil para alcanzar la perfección. Hanuman, el devoto de Rama, resume su filosofía así:
«Cuando me identifico con el cuerpo, oh Señor, soy Tu criatura, eternamente separada de Ti. Cuando me identifico con el alma (jiva), soy una chispa del Fuego divino que eres Tú. Pero cuando me reconozco âtman, Tú y yo somos uno».
Esta es la razón por la que el jñani se esfuerza por realizar el âtman y ninguna otra cosa.