Ruta de Sección: Inicio > Libros > Más allá del individualismo

Libros - Rafael Redondo

Más allá del individualismo

Más allá del individualismo

La empresa de mayor envergadura que puede acometer el ser humano consiste en que él mismo llegue algún día a saber quién es y a ejercer el oficio de ser artista de su propia vida. Su mayor acto creador es re-crear lo ya creado, des-velar lo que le estaba velado, y poder celebrar la "Noticia" de ese encuentro con su ser esencial.

Más allá del individualismo refleja en todas sus páginas la esperanza y la confianza en la vida de un hombre que ha caído en la cuenta de que es impensable cualquier transformación social sin que, simultáneamente, se produzca otra transformación en el corazón humano. Imposible cambiar sin cambiar-se, imposible "revolucionar" sin revolucionar-se. Esa es, a juicio del autor, la revolución pendiente: la revolución del individuo. Por eso este libro está dirigido a quienes, hartos de las programaciones mentales impuestas por una sociedad que no sabe a dónde va, desean soltar las ligaduras del hastío cotidiano y buscar nuevos caminos.

Rafael Redondo Barba

Rafael Redondo Barba (Bilbao, 1941) es autor de nueve libros y numerosos artículos científicos. Escritor, conferenciante y columnista de diversos periódicos, desarrolla su principal actividad en el País Vasco. Es pionero en implantar la meditación Zen dentro de un programa de Terapias Alternativas, dependiente del Servicio de Psiquiatría del Hospital Civil de Bilbao. En mayo de 2004 fue reconocido Maestro Zen por Willigis Jäger. Desde entonces, abandonada voluntariamente la docencia universitaria, su actividad se ha centrado en enseñar el camino del Zen.. / más info

Detalles del libro:
  • Nº de páginas: 240
  • Encuadernación: Rústica con solapas
  • Formato: 14 x 21
  • ISBN: 978-8433017551

Del Prólogo

Nuestra mente no es libre. En este trabajo veremos cómo son demasiadas las censuras que se interponen entre ella y la realidad: el lenguaje, con sus morfologías y sintaxis, es incapaz de aprehender en él la vida, que sólo aparentemente logra definir y comprender; la lógica, por el velo de la cultura en que se desarrolla; la conciencia, intoxicada por los tabúes sociales que nos impiden no sólo la expresión pública de ciertas cosas, sino incluso la mismísima posibilidad de pensarlas.

Padecemos un grado de enajenación mental de tal calibre, que, a causa de la socialización, confundimos el continente de la conciencia con sus contenidos; es decir, con los contenidos de esa estrecha parcela de la realidad que nos suministran unos medios de comunicación dominados por los mercaderes. Esa es la razón por la que la conciencia, siendo, en principio, algo sublime y esencial en el ser humano, en la práctica resulte ser una instancia alienada, o como dijera Marx, una falsa conciencia.

Durante décadas nos han educado ―mejor sería decir "socializado"― para comunicarnos sólo conceptualmente y seguimos abordando la realidad como si ésta fuera un hallazgo producido exclusivamente por el trabajo racional. Es curioso que nuestro lenguaje, tan hábil y eficaz para describir, por ejemplo, los procesos informáticos, resulte tan torpe para describir la naturaleza de un simple placer gustativo. Incluso cuando describimos la habitación en que vivimos, un delineante sería capaz de hacer de ella una réplica exacta. No obstante, esa nunca será nuestra habitación. A esa descripción le falta el calor, el olor, la experiencia y el significado personales de los objetos, de nuestras manías: Aquella vasija de cobre, aquella cerámica de Talavera, aquella otra de Segovia, y aquellas mazorcas de maíz regalo de aniversario de una amiga…Esa realidad escapa a la mirada del científico.

Sin embargo, en Occidente, asistimos actualmente al re-descubrimiento del ser humano como sujeto; un sujeto para el que la realidad es la realidad vivida más que la realidad conceptuada. Fue K.G. Dürckheim quien dijo que "la realidad del sujeto es el resultado de un encuentro". Mas no deja de ser una desgracia que todo lo que es resultado de un encuentro, se considere "fuente de error" para las ciencias. Hemos confundido a la vida con un laboratorio. Pero vivimos en lo subjetivo. Lo experimental no puede ser comprendido sin lo experiencial. Se asoma una época que ve cómo se pulverizan las fronteras entre la mente y el cuerpo, la inteligencia y las emociones, los sentidos y el espíritu. La era del ser entero, que empieza a considerar con seriedad lo que vive y siente en cada instante. Todo una cambio de rumbo.

Por todo ello, aunque lentamente, algunos psicólogos hemos de rescatar y vigorizar el espíritu, de una Psicología, que, ha perdido sus propias raíces griegas ―psijé―, que, de modo literal, significan aire, alma, espíritu. Espíritu. Una palabra que no es imparcial, que será preciso re-instaurar en este aburrido páramo del silencio cómplice, del encefalograma plano que impera en la vida cotidiana de los amurallados departamentos universitarios y del nihilismo que habita en los hábitos mentales de una comunidad científica dogmática y descaradamente servil de un determinado pensamiento económico unilateral, que, por unilateral, ni siquiera es pensamiento.

La empresa de mayor envergadura que puede acometer el ser humano consiste en que él mismo llegue algún día a saber quién es, y su mayor acto creativo, el de re-crear lo ya creado; o, dicho de otro modo: des-cubrir lo que estaba cubierto: la "Noticia" que cada uno lleva en el fondo de su ser: des-velar lo velado por las programaciones sociales que diariamente asedian su mente para domesticarla en aras de "la Fe en el Futuro", "el Sentido de la Historia", "la Lógica Empresarial", "la Razón de la Rentabilidad", "la Apuesta Productiva"... Un programa de domesticación colectiva obsesivamente atento desde las primeras horas del día, cuando enchufamos la televisión y la radio en nuestro cerebro; un filtro mental que dosifica selectivamente una sola parte ―y no precisamente la más importante― de la realidad, vendiéndonosla como si fuera "la" realidad entera. Lo dramático es que hemos caído en la trampa de "necesitar" la dosis diaria de culebrón que la clase política en el poder y sus medios de comunicación ofrecen para consolidar esa visión esclerotizada de lo Real, que nos ha llevado a ser la sociedad más atontada de este milenio. No es bueno para la salud iniciar el nuevo día ya descentrados, tolerando mansamente el asalto diario de los cada vez más atosigantes discursos. Lo saludablemente bueno sería comenzar la jornada haciendo frente a los problemas diarios instalados en nuestro propio centro, no des-centrados ni programados; es decir, partiendo del descubrimiento de la conciencia de la noticia que cada uno es. Para ello es imprescindible el silencio, escucharse en silencio. Tiempo hay para asomarse al periódico o la radio al mediodía.

Podría objetarse que todo eso no es acción, sino pasividad. Pero des-cubrir nuestro verdadero origen requiere un ejercicio sistemático liberador, la acción, que nos despoja de los falsos ropajes que nos cubren; exige la acción liberadora que nos permita llegar a "caer en la cuenta" de hasta qué punto cada uno ha colaborado en las esclavizantes programaciones mentales que nos alienan; un cotidiano ejercicio que ―desde Platón hasta Marx― promueve el desmontaje de las ficciones que nos han hecho creer que nuestro auténtico yo se reduce al personaje adaptable y funcional impuesto, y nuestra falsa conciencia cotidiana la verdadera conciencia. Un ejercicio de desmitificación, de-construcción y desmantelamiento, por tanto, de la mentira social, de la falsa conciencia de un orgulloso ego incrustada por vía mental. Esa acción es el principio de la revolución pendiente, que pueda transformar al individuo en sujeto, nuestro derecho de nacimiento.