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Libros - Enrique Martínez Lozano

en el principio era la vida
comentario al evangelio de juan

En el principio era la vida

La atracción que desde siempre ha ejercido el evangelio de Juan se explica por la profundidad de su sabiduría y por la belleza y elegancia de su simbología. Sin embargo, y a pesar de una apariencia contraria, hay algo que lo hace único entre los escritos cristianos de primera hora: la comprensión no-dual que lo sostiene y que permite nombrarlo como el evangelio de la no-dualidad.

Esa característica lo inscribe en la corriente de la llamada sabiduría perenne, a la vez que lo conecta con la sensibilidad cultural de nuestro momento histórico, en el que se abre paso con fuerza la no-dualidad como clave de lectura y de comprensión de lo real.

El presente comentario, fruto de más de diez años de estudio, ha sido compartido y trabajado en grupos muy diferentes que lo han enriquecido, cada uno desde su particular perspectiva.

El autor, desde aquella misma clave no-dual, va comentando el texto, párrafo a párrafo, para mostrar la sabiduría que encierra. Y, en ese mismo movimiento, hace ver que todo el escrito evangélico está hablando constantemente de nosotros mismos.

Enrique Martínez Lozano

Enrique Martínez Lozano (Guadalaviar, Teruel 1950) es psicoterapeuta, sociólogo y teólogo. Desde hace unos años vive en Navarra.
Autor de varios libros, ofrece encuentros que abordan contenidos de tipo psicológico y espiritual, así como talleres para practicar la meditación y aprender de la propia experiencia, con un objetivo: crecer en comprensión.
En su trabajo, asume y desarrolla la teoría transpersonal y el modelo no-dual de cognición.

Más información

Detalles del libro:
  • Nº de páginas: 480
    Encuandernación: Rústica
  • Formato: 15 x 21
  • ISBN: 978-8433030610

De la Introducción

Como todo "libro sagrado", los evangelios encierran tesoros de sabiduría. Por eso, aunque nos separen de ellos dos mil años, sus palabras resuenan en nuestro corazón como si nos estuvieran "leyendo" por dentro e iluminan nuestra visión acerca de la realidad en su dimensión más profunda. Cuando sabemos leerlos, destilan sabiduría nueva y fresca, porque ―aunque deban expresarse a través de ellos― no transmiten conceptos anquilosados, sino la misma Vida atemporal, el presente eterno en el que vive el sabio. Ahora bien, para captar su riqueza, es imprescindible "sintonizar" con aquella misma calidad de presencia de donde surgieron.

Sin embargo, por desgracia, su potencial queda oculto cuando se hacen lecturas meramente literalistas o moralizantes, que convierten al texto en un compendio de anécdotas del pasado ―referidas, en este caso, a Jesús de Nazaret―, o en un manual de obligaciones que cumplir. De ese modo, y por una paradójica ironía, quienes defienden a toda costa la literalidad de los textos consiguen su desactivación más eficaz. Es también fácil de comprender: el talante dogmático impide incluso el mínimo de apertura que requiere la sabiduría.

La lectura literalista y moralizante, aunque sea de manera inconsciente, persigue un objetivo: afianzar, sostener y asegurar la permanencia de la institución que se ha convertido en custodia de los propios textos. Aunque para ello se pague un precio elevado: privar del tesoro que contienen.

Con frecuencia, ese tipo de lectura va de la mano de un nivel de consciencia mítico. Lo cual explicaría, tanto la "intocabilidad" del texto y la absolutización de la propia lectura ―recordemos que, en ese estadio, la creencia del grupo se considera como "la verdad" sin más―, como la no menor absolutización del propio grupo. En cualquier caso, es innegable que tales lecturas siempre se hacen desde el modelo mental (dualista), que también aparece absolutizado, por cuanto se ha reducido el conocer al pensar.

Ahora bien, si algo tienen en común todas las tradiciones de sabiduría ―o espirituales― es el hecho de que no hablan "desde la razón"; y no porque sean irracionales o propugnen cualquier tipo de irracionalidad, sino justamente por todo lo contrario: porque saben que existe otro modo de conocer, previo y superior a la razón ―transracional o transpersonal―, al que se tiene acceso de un modo experiencial, justo cuando la mente se silencia.

El sabio se expresa desde ahí, desde lo que ve y vive. Lo cual explica que su palabra resuene con frescor y novedad, apenas nos situamos próximos a ese "lugar"; en cuanto, sin querer atraparla y "controlarla" con la mente, le permitimos que nos "toque" y deje evocar en nosotros lo mismo que hace vibrar al sabio que la pronuncia.

Dicho de otro modo: el sabio no vive en la mente, aunque la utilice de un modo admirable cuando necesita de ella, sino en la comprensión no-dual. De ahí que se reconozca como no-separado de nada ni de nadie. Al expresarse desde ese lugar, se produce un efecto admirable: todos podemos vernos concernidos directa e inmediatamente por sus palabras, porque se refieren siempre a ese mismo "territorio" que todos compartimos, a nuestro "hogar" común, a nuestra identidad compartida...

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