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Libros - Wei Wu Wei

el décimo hombre

El décimo hombre

"En su conjunto, éste es un libro que merece la atención de los lectores más decididos y inteligentes, destinado tan sólo a los pocos que sean capaces de deshacerse de sus prejuicios intelectuales y de seguir al autor a través de sus sorprendentes diálogos, exposiciones y reflexiones. En suma, es un libro que hay que leer con suma atención, comprensión y apertura.
Celebramos este gran logro del autor."
B.V. Narayana Reddy, The Aryan Path (Bombay), octubre 1967

"La belleza de su prosa es irrefutable... Todos sus párrafos destilan fascinación debido al extraordinario dominio del inglés de que hace gala su autor y de los muchos temas que aborda."
South China Morning Post, 22 febrero 1968

"El autor de esta recomendable colección de aforismos y diálogos fuerza nuestra mente hasta que comienza a hacerse añicos y estamos preparados para la sumarnos a la cruzada de Wei Wu Wei consistente en asistir a nuestro propio funeral."
M.P. Pandit, en Vedanta Kerari

"Wei Wu Wei escribe: Todo ser sintiente que hable desde la posición del Yo puede decir a su personalidad fenoménica: permanece quieto y sabe que yo soy Dios. Porque, cuando permanecemos verdaderamente quietos, no sólo sabemos quiénes somos sino que lo vemos con mucha más claridad que nada de lo que hayamos visto hasta entonces."
D.E. Harding, en The Middle Way

Swami Satyananda

Terence Gray, que firmaba sus obras con el pseudónimo de Wei Wu Wei, estudió en la Universidad de Oxford. Durante la década de los años 20, se dedicó a la producción artística. Cuando se cansó del teatro vanguardista, giró su interés hacia la filosofía y la metafísica. Eso le llevó a un periodo de muchos viajes a través e Asia que incluyen estancias en el Ashram de Ramana Maharsi situado a los pies del monte sagrado Arunachala, en Tiruvannamalai, India.
A los 63 años publica su primer libro con el sobrenombre de Wei Wu Wei. Sólo después de su muerte se desveló su verdadera identidad en los círculos espirituales.
Sus escritos demuestran que estudió con profundidad tanto la filosofía y Metafísica de oriente como las de occidente. / más info

Detalles del libro:
  • Título: EL DÉCIMO HOMBRE
  • Título Original: The Tenth Man
  • Autor: Wei Wu Wei
  • Traducción de: Fernando Mora Zahonero y David González Raga
  • Editorial: Ediciones La Llave, D.H.
  • Año de edición: 2006
  • Nº de páginas: 230
  • Encuadernación: Rústica
  • Formato: 14 x 20.7
  • ISBN: 978-8495496550

Prefacio (a cualquier libro sobre Metanoesis)

Los lectores que crean a pies juntillas que un yo que haya sido condicionado a considerarse un individuo autónomo puede lograr una comprensión cabal tanto de sí mismo como de su relación con el mundo que aparentemente le rodea, desperdiciarán su tiempo tratando de leer este libro. Lo primero que deberían hacer es renunciar a semejante opinión y constatar que, como 'hecho' y como 'yo', su existencia sensorial aparente carece de todo significado último.

De los incontables seres humanos que han llegado a comprender que, más allá de nuestra insignificante 'apariencia' (como fenómeno), somos una inconcebible inmensidad, sólo tenemos registro histórico de unos pocos miles y de, entre ellos, sólo unos pocos centenares nos han legado algún registro de su despertar.

El único tema de este libro es la comprensión inmensa y plena de lo que somos todos los seres ―vegetales, animales y humanos―, una comprensión que se basa en el relato de quienes han llegado a comprender lo que realmente son, en lo que nos han contado sobre su descubrimiento y en el modo en que lo descubrieron para que nosotros también podamos llegar a descubrirlo. Pero a eso sólo se llega comprendiendo que lo que parecemos ser no es más que una sombra fugaz, un reflejo distorsionado y fragmentario de lo que somos cuando dejamos de creer en nuestra mera apariencia fenoménica.

¿Por qué digo que es una broma? Porque, en el fondo, jamás hemos sido la sombra fugaz y atormentada y no hay un solo instante en que dejemos de ser la esencia. Es una broma porque, si bien se trata de algo esencialmente simple y obvio, erigimos colosales estructuras religiosas y filosóficas para tratar de explicarlo. Los seres humanos nos pasamos la vida adulta elaborando personalidades sentimentales, devocionales e intelectuales que no favorecen sino, por el contrario, impiden el logro de la comprensión última que, en sí misma, no es sentimental, devocional ni intelectual sino que, precisamente, las rechaza y trasciende a todas.

Desde una perspectiva relativa, al menos, no es tan infrecuente ni tan complicado lograr una comprensión intelectual de esta cuestión, pero lo cierto es que sólo una pequeña parte de quienes albergan tal comprensión intelectual llegan a comprender en profundidad lo que realmente somos. Y la razón de ello se asienta en nuestra incapacidad para aceptar la aniquilación absoluta de lo que se nos ha enseñado que es nuestra identidad pero que, en el fondo, no es más que un fenómeno despojado de toda substancia y de toda autonomía, una apariencia onírica semejante a un sueño, una sombra, un reflejo despojado de toda entidad. Hay quienes se esfuerzan en seguir técnicas y métodos, tanto religiosos como profanos, a los que dedican toda su vida o buena parte de ella pero, mientras sigan aferrados a la ilusión de que son entidades que tratan de alcanzar un objetivo, todo será en vano. Por más que, de ese modo, lleguen a comprender la vacuidad ―la vacuidad de las cosas objetivas― y cumplan cabalmente los requisitos impuestos por las distintas escuelas y maestros, mientras sigan esforzándose deliberadamente en hacer o en no hacer para llegar a ser 'ellos mismos', poco importa lo que puedan hacer ni que parezcan más altruistas o más 'santos', porque jamás alcanzarán algo real hasta que no comprendan que 'ellos mismos' están vacios y que su existencia es tan aparente como la de sus objetos.

Toda la angustia y desesperación que experimentan es inevitable y estéril porque, con independencia de lo que hagan o dejen de hacer, nunca conseguirán nada mientras sigan siendo 'ellos mismos' los que voluntariamente traten de hacer o dejar de hacer algo. Salvo en contadas excepciones ―tan escasas que apenas si podemos considerarlas tales― nos limitamos a operar con objetos, con fenómenos o con otras sombras, en lugar de darnos cuenta de nuestra inexistencia absoluta como entidades autónomas, una comprensión que, al romper abruptamente la interminable cadena fenoménica de la conceptualización, acabaría revelándonos al noúmeno cuya inmensidad es todo lo que somos.

Pero esto es algo que las palabras ―que son el producto de la dimensión fenoménica y que están limitadas por las fronteras de lo fenoménico― no pueden transmitir ni definir. Las palabras sólo pueden señalarlo, despejar los obstáculos generados por las interpretaciones erróneas más superficiales y apuntar a lo que siempre se encuentra más allá de su ámbito de aplicación. Esa aclaración inicial, esa comprensión general, esa indicación última, resulta absolutamente imprescindible y también es todo lo que nosotros, occidentales que carecemos de maestros cualificados, podemos ofrecernos mutuamente para despertar de la ilusión generada por todo lo que estamos condicionados a creer que somos.

Por más cuidadosamente que las elijamos, discriminemos o tamicemos, las palabras no pueden ―por su propia naturaleza― cumplir cabalmente con su cometido limitado mientras el lector se apropie de ellas y las utilice inadecuadamente, dándose cuenta del carácter ilusorio de todo el universo excepto del suyo propio. Las palabras serán inútiles mientras el lector no advierta su insubstancialidad, la absoluta ausencia de lo que está condicionado a creer que es, tanto lo que le parece a sí mismo como a otras figuras oníricas, un fundamento que se encuentra más allá de toda comprensión verbal. Ésa es, en mi opinión, la condición sine qua non, una comprensión profunda y absoluta, una apercepción luminosa, clara y evidente en ausencia de la cual las palabras, aunque puedan ayudarnos a alcanzar una profunda visión interior de nuestra ausencia como 'algo' más que una mera apariencia, jamás podrán llegar a transmitir.

En cierto sentido, también debemos hacerlo a pesar de las palabras, porque las palabras no pueden apuntar directamente al noúmeno sin transmitir, al mismo tiempo, un significado irrelevante e inútil cuando se interpreta en un contexto fenoménico.

Es por ello que uno de los objetivos de un libro como el presente es el de proporcionar un material psicológico y, en ese mismo sentido, intelectual que no resulta demasiado accesible al lenguaje actual y que lleve al lector a alcanzar una comprensión clara de la enseñanza de los grandes maestros despiertos cuyas palabras, pronunciadas en un contexto y en un lenguaje ya desaparecido, suelen resultar oscuras debido a los accidentes de la transmisión y a la falta de comprensión metafísica aun de los más sesudos y eruditos traductores.

Este libro está concebido para que todos y cada uno de sus lectores lo utilicen de la mejor manera posible, es decir, sin olvidar jamás que cualquier referencia a 'uno mismo', cada nombre y cada pronombre ―inevitable, por otra parte, si queremos que las palabras transmitan algún significado― no se refieren, en realidad, a un individuo supuestamente autónomo, a menos que se indique lo contrario, sino a un fenómeno cuya apariencia objetiva puede ser nombrada y descrita, pero cuya esencia nouménica es todo lo que es.

P.S. Repitámoslo. Los lectores interesados en el 'auto-perfeccionamiento', la 'auto-abnegación', la 'mejora de sí mismos' y, en suma, en el trabajo con lo que ellos creen que es la entidad que subjetiva u objetivamente son, perderán el tiempo tratando de leer este libro y yo habré malgastado el 'mío' escribiéndolo. A menos claro está que, al leerlo, se den cuenta de que lo que lo está leyendo no es, de hecho, ninguna entidad, sino que el lector, la lectura y lo leído son, AQUÍ y AHORA, ÉSTE que no es una entidad ni una no-entidad, que lo buscado es el buscador y que el buscador es lo buscado.

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