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Álvaro Chaves

Lo real en lo ilusorio

Por Álvaro Chaves 24 de diciembre de 2020
Real e ilusorio
"Esta piedra es una piedra, pero es también animal, también es Dios,
también es Buda; la amo y la respeto no porque algún día pueda
llegar a ser esto o lo otro, sino porque es y ha sido siempre todo."
― Herman Hess (1)
"Despojado de la conciencia humana, penetré cubierto con la luz
del éxtasis. ¡Qué sagrado terror y qué amoroso deleite!."
― Valle Inclán (2)
"He consumido muchos años mirando cómo todas las cosas
se mudaban y perecían, ciego para ver su eternidad."
― Valle Inclán (2)

¡Qué hermoso deshacerse violentamente, explotar desde lo más íntimo y profundo, despedazarse intempestivamente en un convulsionante proceso de sanación, en un proceso de destrucción de todo lo conocido, de todo lo dado por cierto! ¡Qué hermoso y aterrador! Y más allá de hermoso, aterrador o de cualquier calificativo o palabra, sentir, de una forma absolutamente inimaginable, ser Todo. Qué hermoso y qué difícil para el ego que se aferra a un mundo de fantasías y juzgamientos, a un mundo hecho a su medida, pero extrañamente incómodo.

Por eso, sacrificar todo aquel orbe, sacrificar toda idea, lanzar a la pira todo pensamiento, evaporar toda individualidad, es un pequeño precio que pagar por ser consciente de una extraordinaria e increíblemente deslumbrante Realidad que es tan potente, tan arrasadora que cualquier verdad antes conocida, sin excepción, palidece y desvela su inexistencia ante la plenipotencia de esta Revelación sin medidas.

Pero esa Realidad, sin embargo, es la misma realidad de todo lo existente, de todo lo experimentable en el mundo cotidiano; es la Conciencia sin ser, es decir, es absolutamente libre (incluso de objeto de consciencia), ya que es una Conciencia autosuficiente, no necesita de nada para "estar", para "ser". Lo único que se podría decir de ella es que "es lo que es", más allá de cualquier concepto de existencia. Los conceptos no pueden hablar de semejante Realidad porque pertenecen al mundo irreal del ego o individualidad, de todo aquello fragmentado y fragmentable. Esto significa que ningún concepto podría hablar de lo que propiamente "es".

Lo inefable de esta Realidad es en donde radica su hermosura, su indescriptible, apacible y sosegante eternidad, puesto que nos indica que es "algo" de una naturaleza nunca antes sospechada, de una esencia inexistente en el "mundo cotidiano". Es Lo Otro sin otro, que nunca es afectado o conmovido por "lo otro", es decir, por lo inexistente (el mundo que experimenta un individuo). Es Libertad, más allá de la libertad; es Conciencia, más allá de la conciencia; es Amor, más allá del amor.

Mirando muy bien todas las cosas y seres es posible entrever esta portentosa Realidad; se insinúa, sobretodo, en el incesante cambio, en la imparable disolución de todo lo que un día fue, en la inexorable impermanencia. Lo que existe más allá del tiempo se muestra, irónicamente, a través del tiempo, ese tiempo siempre aparente. Precisamente, en la impermanencia de todo el mundo fenoménico, en su irrealidad, está la clave de la más grande y avasalladora Realidad.

Desde la multiplicidad de puntos de vista y de su fugacidad se infiere que de existir algo (la cosa en sí) no puede ser nada que se pueda ver o experimentar (a menos que se logre dar la imposibilidad de percibir algo que nunca cambie, algo inmutable). La hermosura de una flor está en su ineluctable decadencia, puesto que en ella se asoma ―brillando como una luciérnaga diminuta― su verdadera luz inmortal. Y esta luz es inmortal no porque no muera sino porque no puede morir, ya que su ser habita más allá del tiempo y del espacio. Esta luz, además, no sólo está en la flor sino en cada cosa o ser experimentable, porque todo muere, porque todo cambia. Su cambio es su luz, su muerte es su vida eterna. Y, a la vez, esta muerte inexorable es la vida de cualquier observador o cosa observada. No hay nada que quede por fuera de esa luz, de esa gran Realidad. Pareciera que todo el Universo, cambiante, mutable e incomprensible, es la más patente muestra de que la realidad (lo verdadero) va más allá de ese mismo mundo; nada que se pueda observar, ver, medir, en fin, percibir podría ser real. Lo único real es aquello que no cambia y ese "aquello" no pertenece al mundo de lo perceptible. Lo inmutable, lo imperecedero, lo eterno, sólo eso puede ser considerado real.

¡Qué hermoso descubrir lo que es todo, descubrir que eres Todo, en un proceso de disolución de cada partícula material e inmaterial de tu individualidad, de tus creencias más primitivas e íntimas, de toda diferenciación, de todo juzgamiento! Solo eres, cualquier aditamento a esto es fantasía, pero una fantasía que siempre te insinúa esa luz para la cual no tienes ni tendrás nombres, esa luz que eres, que nunca cambia y que nunca dejarás de ser.

Después de ese espeluznante y angustioso proceso en donde, en menos de un segundo, dejas todo aquello conocido, ese proceso al que llaman muerte (o iluminación o despertar...), llega una paz indescriptible pues no hay nadie para describirla ni nada que pueda ser descrito. Es una ausencia del observador individual que revela, sin restricción alguna, la pura Conciencia. Y esta Conciencia es presencia sin movimiento alguno, es total paz pues es el Todo sin otro. Esa Realidad, esa inconmensurable tranquilidad, no puede ser o dejar de ser y, no obstante, es lo único que "es". Después de la consciencia de esta Gran Conciencia, después de la aniquilación del yo-universo, son obvios tanto la irrealidad de todo lo experimentable como su incomparable valor como conducto hacia la toma de esta Conciencia extraordinaria y única.

Ya nada será como ayer, pues ya no existe el ayer ni el mañana, nunca existieron. La Conciencia es ajena al tiempo, solo el cambio es constante, observa el cambio y observarás lo que nunca cambia, lo que es, lo que eres.

Notas:
  1. HESS, Herman. Siddharta.
  2. VALLE INCLÁN, Ramón. La lámpara maravillosa. Ejercicios espirituales. Imp. Artes de la Ilustración. Madrid, 1922.
© 2020, Álvaro Chaves