Juan Ignacio Gilligan
Liberando al Prisionero de Azkaban
Por Juan Ignacio Gilligan 9 de septiembre de 2024Cuando nos sentamos con la intención de silenciar nuestra mente, pronto descubrimos que la tarea es todo menos sencilla. Aunque los centros de meditación estén en boga, llenos de velas, sahumerios y música suave, rara vez logramos meditar realmente. A medida que intentamos acallar nuestra mente, los pensamientos irrumpen sin previo aviso, y cuanto más intentamos controlarlos, más turbulentos se vuelven. Aquí, lo paradójico.
Es evidente que, aunque nos referimos a ella como «mi mente», parece tener voluntad propia, independiente de nosotros. Sin embargo, a veces, la meditación sucede sin que lo intentemos. Son esos momentos en los que conectamos plenamente con el presente, los mejores momentos del día. Por eso amamos el deporte, el arte o el cine, sencillamente nos alejan del pensamiento recurrente y nos sumergen en el flujo natural de la existencia, donde la presunta autonomía del «yo» se desvanece.
Pero entonces, ¿por qué nos aferramos tanto al pensamiento?
Cualquiera que lo considere se dará cuenta de que los pensamientos irrumpen en la mente sin previo aviso. Lejos de cumplir su función operativa, la mente a menudo se comporta como un conjunto de pensamientos parasitarios que nos roban espontaneidad y alegría, sumergiéndonos en un bucle de ideas repetitivas y, en muchos casos, negativas.
J.K. Rowling incorpora en su obra la figura de los «Dementores», seres que se alimentan de la felicidad y las emociones positivas de las personas, dejando tras de sí sentimientos de desesperanza, tristeza y depresión. Siguiendo esta analogía, podemos decir que estos pensamientos negativos actúan como Dementores, no solo robándonos la felicidad, sino también sumergiéndonos en un Azkaban mental, una prisión interna en la que nos convertimos en prisioneros de nuestros propios miedos y preocupaciones. Nos obsesionamos con el pasado, lamentando errores o pérdidas, o nos angustiamos por el futuro, anticipando posibles desastres. En ambos casos, nos alejamos del único momento en el que realmente podemos vivir: el presente.
Un psicólogo amigo me comentaba que el ochenta por ciento de sus pacientes sufren de ataques de pánico. Esta patología podría resumirse, de manera simple, como la incapacidad de controlar el pensamiento obsesivo de que algo grave puede suceder. De ahí surge la necesidad de aislarnos, de autoacuartelarnos.
Entonces, surge una pregunta inevitable: ¿cómo podemos liberar al prisionero, entendiendo que ese prisionero somos cada uno de nosotros?
Tal vez, comprendiendo que el mundo de Azkaban solo existe en nuestra mente, sostenido por nuestros propios pensamientos. J.K. Rowling profundiza en su metáfora: «No necesitan muros y agua para mantener a los prisioneros adentro, no cuando están atrapados dentro de sus propias mentes, incapaces de tener un único pensamiento feliz.»
Los Dementores son proyecciones de nuestra mente, nacidos de la creencia en un mundo hostil que debemos enfrentar. Si la humanidad desapareciera, los problemas también lo harían, pues solo existen en nuestra mente. Comprender que nuestro «Azkaban» mental es una creación interna y que los Dementores se desvanecen cuando dejamos de alimentar nuestros miedos es clave. En Harry Potter, el Patronus de Harry repele a estas criaturas, iluminando su camino en la oscuridad. Como dice la profesora McGonagall: «El Patronus no es solo un hechizo, es una manifestación del poder del amor, la esperanza y la confianza, revelando la verdad y disipando las sombras.»
El Patronus de Harry es un ciervo; el nuestro podría ser un pájaro, o cualquier otra criatura que nos recuerde que estamos unidos a la vida y que podemos confiar en ella porque es lo que en esencia somos.
La completa comprensión de esta verdad bien vale un millón de meditaciones. Además, es una clara invitación a entregarnos a la propia existencia, lo que supone el fin de todas las prisiones.