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Extractos - Philip T. Mistlberger

Sócrates

Sócrates: El primer maestro zen

Por Philip T. Mistlberger

Sócrates es una figura legendaria de la filosofía occidental y, como ocurre con la mayoría de los sabios antiguos, no es un personaje histórico claramente definido. Se conocen algunos datos sobre él (1). Nació en el 469 a.C. y murió setenta años después, en el 399 a.C., ambos en Atenas. Era el buscador de la verdad por excelencia, y su vida estuvo dedicada al descubrimiento de la esencia de lo que somos. Su máxima atemporal: «La vida no examinada no merece la pena ser vivida» es el testimonio de la poderosa determinación que se hace eco del credo de los sabios despiertos de todo el mundo: que ninguno de los «tesoros» del mundo ofrece algo que tenga valor definitivo y que sólo las verdades absolutas de la Realidad y de nuestra naturaleza esencial merecen ser perseguidas. Es más, estas verdades de valor incalculable solo pueden descubrirse mediante el duro trabajo del auto-examen. Solo con esta idea, Sócrates, sienta las bases de los caminos modernos del trabajo sobre uno mismo con el fin de descubrir nuestro mayor potencial―y como ese potencial, no tiene una esperanza real de manifestarse si no lo convertimos en la principal prioridad de nuestra vida.

Sócrates vivió durante la fértil explosión de sabiduría que se produjo, especialmente en Grecia, India y China, entre los años 600 y 300 a.C. aproximadamente. En esa época aparecieron Buda y Mahavira en la India, Lao Tzu y Chuang Tzu en China, y Heráclito, Sócrates, Diógenes, Platón y Aristóteles en Grecia. (Algunos puristas de la sabiduría trascendente cuestionarían la inclusión de Platón y Aristóteles en esa lista, sobre todo este último, que no era un místico; pero su enorme influencia en la filosofía, el esoterismo y la ciencia occidental merece ser mencionada).

Sócrates no escribió nada. Lo que sabemos de él es a través de otros, sobre todo de su famoso alumno Platón. Pero lo primero que las personas reconocen de Sócrates, si reconocen alguna cosa, es la forma dramática en que murió. Aunque historiadores más recientes han argumentado que las causas de su muerte podrían ser más complejas de lo que se suele suponer, lo que se sabe es que fue condenado a muerte por «corromper a la juventud de Atenas» a través de su incesante indagación filosófica, y específicamente su constante cuestionamiento de las autoridades. Esto, junto con la calidad de su sabiduría, le convierte en el sabio despierto y valiente por excelencia.

A lo largo de la historia, los sabios radicalmente despiertos ―en las raras ocasiones en que han surgido― se han encontrado con dificultades, sobre todo si han sido influyentes. Esto se debe a que su mensaje suele ir en contra del espíritu político y religioso de su época. Los sabios profundamente realizados rara vez son buenos diplomáticos. Esto es así porque los valores del mundo se centran en la supervivencia, por encima de todo lo demás, ya sea que la supervivencia esté relacionada con la necesidad de un régimen secular gobernante de perpetuarse a sí mismo, o de una ideología o dogma religioso para mantener el control sobre las masas. En pocas palabras, el poder religioso o secular tradicional casi nunca cede voluntariamente el control, aunque se haya vuelto manifiestamente corrupto. Los sabios despiertos traen un mensaje que más que nada tiene que ver con la libertad interior del individuo, su empoderamiento como persona liberada y despierta. Por lo general, las organizaciones políticas o religiosas no están interesadas en ese tipo de personas, y de hecho tienden automáticamente a intentar controlarlas por su potencial subversivo; en particular, perturbar a los jóvenes y apartarlos del servicio al Estado gobernante o a la Iglesia.

El coraje es una cualidad esencial para el despertar profundo, porque puede resultar desalentador asomarse al rostro del ego. En cambio, al ver la verdad, poco a poco nos volvemos más intrépidos ante esa ilusión. Cuando un soñador reconoce que está soñando, y toma conciencia de ello, pierde naturalmente gran parte del miedo al sueño que habita. Eso no significa que se vuelvan imprudentes o inmaduros en sus acciones. Significa simplemente que se liberan de los terribles miedos que atenazan a quien está apegado a sus sueños y controlado por las ilusiones.

Sócrates era la encarnación del valor intelectual y espiritual, como Jesús, otro sabio que fue ejecutado por negarse a ceder en sus opiniones. En los tiempos modernos de Occidente damos por sentadas cosas como la «libertad de expresión», pero durante gran parte de la historia de la civilización no existió tal cosa (como no existe incluso ahora para gran partes de la raza humana). Siempre ha sido fácil que le maten a uno por hablar abiertamente o por negarte a retractarte de tus palabras. Esto era cierto incluso en la Atenas de la época de Sócrates, que en muchos sentidos era una cultura relativamente avanzada.

Sócrates era el arquetípico perturbador y causante de controversia. Todo su enfoque se basaba en cuestionar incansablemente el dogma, las llamadas «certezas», y el pensamiento perezoso que se basa en adoptar las opiniones de los demás sin molestarse nunca en examinarlos de cerca. Pero no lo hacía sólo por alterar el orden de las cosas. Tenía una intención específica, lo que Gurdjieff llamaba un «propósito», y era inculcar en los demás la comprensión de que el fin último de la razón y del auto-examen era descubrir lo que hay de puro, bueno y sagrado en nosotros: nuestro potencial supremo. A esto lo llamó agathon, o «Bien absoluto». El término moderno, tomado de nuestras grandes tradiciones de sabiduría oriental, es «iluminación». Para Sócrates, obtener esto, era el verdadero propósito de la vida humana.

No hay muchos datos sobre la vida de Sócrates, y la mayor parte de lo que enseñó, tal como fue transmitido por Platón, estaba influido por las perspectivas adicionales de Platón. Pero esto es un tema secundario; lo que importa son los discernimientos mismos. Hubo otros filósofos que escribieron sobre Sócrates ―Xenophon, Aristophanes y Aristóteles son tres―, pero la mayoría considera que los escritos de Platón, que han sobrevivido a la tempestad del tiempo, reflejan fielmente las enseñanzas del maestro.

Como se registra en la Apología de Platón, Sócrates durante su juicio (lo que resultó en su condena de muerte) proclamó:

Porque paso todo el tiempo tratando de persuadiros, jóvenes y mayores, de que vuestra primera y principal preocupación no sea cuidar de vuestras personas ni de vuestra propiedad, sino que sea más por la perfección de vuestras almas.

Ese nivel de compromiso es típicamente común de sabios radicales―insistir en el enfoque de «todo o nada». Encontramos este tema una y otra vez entre los más sabios. Priorizan sin miedo la búsqueda de la sabiduría y la verdad por encima de todo, incluso si esto requiere una crítica mordaz de los valores mediocres de la vida dominante e incluso si esto significa ser criticado o condenado ante los ojos del público.

Sócrates era famoso por la dialéctica (especialmente en su forma simple de preguntas y respuestas) en particular por el llamado «método Socrático». Se trata básicamente de un tipo de interrogatorio, a través de constantes preguntas, a cualquier persona que sostenga una creencia firme sobre algo, para que pueda profundizar en su comprensión de la cuestión sobre la que tiene creencias, o hasta que se le muestren las inevitables contradicciones que encierran sus puntos de vista.

Sócrates es famoso por haber sido declarado en una ocasión, por el Oráculo de Delfos, el «hombre más sabio de Atenas». Sócrates se opuso a esta afirmación, creyendo que no tenía ninguna sabiduría. Para demostrarlo, se puso a interrogar a varios supuestos sabios de Atenas para averiguar si sabían más que él. Lo que descubrió en cada caso, sin embargo, fue que las personas a las que interrogaba creían que eran sabias, cuando él podía ver que no lo eran. Al final, Sócrates llegó a la conclusión de que el Oráculo de Delfos había estado en lo cierto todo el tiempo y que, de hecho, él era la persona más sabia de Atenas, pero sólo por la razón de que sólo él se dio cuenta de que no era realmente sabio en absoluto. Es decir, tuvo la sabiduría de reconocer su propia ignorancia. En otras palabras, no pretendía ser nada, que es posiblemente el mayor defecto de los «buscadores de la verdad» y de las «personas espirituales».

La «ignorancia» a la que se refiere Sócrates no es la ignorancia de estar mal educado, sino más bien la ignorancia más profunda que nace de la constatación de que el conocimiento convencional no puede penetrar verdaderamente en el corazón de las cosas. Por ejemplo, podemos hacernos una sencilla pregunta «¿qué es el color verde?». Incluso con los conocimientos modernos sobre longitudes de onda y luz reflejada, etc., nos damos cuenta de que todo lo que sabemos no son más que etiquetas que ponemos a lo que llamamos «verde». No captan realmente la cosa en sí, por la sencilla razón de que el pensamiento convencional nos separa de lo que observa. Esta separación básica nos permite hacer observaciones detalladas sobre la apariencia de una cosa, pero no conocerla directamente. Peor aún, mantiene la ilusión de que realmente hay «cosas ahí fuera» que están verdaderamente aisladas y desconectadas de la totalidad de todo lo que es, y de nuestra propia conciencia. En resumen, Sócrates declara su ignorancia no para denunciar el conocimiento, sino para señalar el camino hacia una forma de conocimiento más nueva y profunda. Esto es coherente con lo que enseñan todos los sabios despiertos: para realizar lo verdadero, primero debemos reconocer y renunciar a lo falso

La sabiduría del «no saber» es un tema muy presente en la tradición Zen. En muchos sentidos, Sócrates fue el primer maestro zen (el primer maestro zen tradicionalmente aceptado, Bodhidharma, vivió mil años después que Sócrates). En consonancia con la tradición zen, Sócrates criticó abiertamente las pretensiones en todas sus formas, y quizás nunca tanto como en el ámbito de las pretensiones espirituales. Era implacable a la hora de denunciar la falsedad, y esto por supuesto le granjeó enemigos, como suele ocurrir con un sabio que es a la vez sabio e influyente. Criticaba en particular a los «sofistas» de su época, filósofos a los que veía hacerse pasar por sabios (y a veces ganando dinero por ello), pero que de hecho carecían de verdadera sabiduría―del mismo modo que Jesús criticó con dureza a algunos sacerdotes de su tiempo.

Uno de los principales objetivos de las críticas de Sócrates a los sofistas eran los juegos lingüísticos en los que los veía enfrascados. Lo cual resulta un tanto irónico, ya que el propio Sócrates tenía fama de ser un maestro del lenguaje―capaz, como dijo un comentarista, de argumentar cualquier punto de vista y hacerlo parecer bueno. Sin embargo, utilizó su habilidad con el lenguaje para hacer que quienes se escondían tras las palabras fueran conscientes de sus debilidades. Como todos los sabios realizados, vio a través de la espesura del lenguaje y penetró más allá del pensamiento aburrido que categoriza a tantos que se limitan a repetir como loros lo que les han dicho que es verdad. En resumen, el gran objetivo de Sócrates era capacitar a las personas para pensar verdaderamente por sí mismas.

Según algunos de los contemporáneos de Sócrates, de joven el filósofo se interesó por las ciencias naturales ―por las cosas del mundo― pero esto se desvaneció cuando se dio cuenta de la importancia primordial de descubrir la verdad y la naturaleza de la conciencia, de nuestro propio ser. Un historiador moderno, al referirse a Sócrates, sugirió que en algún momento debió de pronunciar la famosa frase de San Agustín: «Ya no sueño con las estrellas».

Se trata de un punto aparentemente sencillo, pero de crucial importancia para quien busca la verdad. «Las «cosas del mundo» ―ya sean feas, o las maravillas y bellezas de la Naturaleza― son enormemente seductoras, y todas tienen un efecto similar, que es la tendencia a sacarnos de nosotros mismos. «Soñar» es olvidarnos de nosotros mismos, perdernos en el sueño y en sus terrores y maravillas. Pero llega un momento en que nos cansamos de esto, igual que nos cansamos de ver un espectáculo de fuegos artificiales. Empezamos a anhelar las verdades más vastas y profundas del ser: el ser que somos.

Las enseñanzas de Sócrates se reducen a la famosa máxima del templo de Apolo en Delfos: Conócete a ti mismo. Este es el credo consagrado del despertar. Por supuesto, es una enseñanza de la que se puede abusar salvajemente, como atestiguan los interminables ejemplos de ensimismamiento disfrazado de «autoconocimiento» en los tiempos modernos. El «conócete a ti mismo» bien entendido no es narcisismo, ni lo invita. En espíritu, se acerca más a la máxima zen «Conocerte a ti mismo es olvidarte de ti mismo. Olvidarte de ti mismo es ser iluminado por todas las cosas». Esto significa que, al examinar, con profunda honestidad, nuestra propia mente y personalidad, entramos en un proceso de desconstrucción en el que las ilusiones más preciadas se desmontan o se derrumban (dependiendo de lo bien que cooperemos con el proceso). A medida que estas ilusiones se disuelven, empezamos literalmente a «olvidar» nuestros delirios y neurosis del pasado. Perdemos la molesta autoconciencia que surge de creernos especiales, ya sea de forma superior o inferior. Nos sentimos cómodos con lo que somos, lo que a su vez nos prepara para despertares más profundos.

Hay una interesante paradoja inherente en Sócrates, como la hay en todos los adeptos radicalmente despiertos, y es la siguiente: aunque aparentemente es oscuramente pesimista, en realidad es un optimista supremo. Por su crítica de la vida humana, por su obstinación en criticar y juzgar los valores convencionales, y el pensamiento mediocre―hasta el punto de que tal obstinación le valió una condena a muerte―es en realidad un verdadero optimista, porque sostiene que la verdad última (que, naturalmente, afirmaba que existía) es también el bien supremo; y que, además, este estado del ser es realmente alcanzable.

Un elemento famoso de la leyenda de Sócrates fue la forma de su muerte. Condenado en un juicio dudoso por «no reconocer a los dioses» («impiedad» o «irreligiosidad» eran los términos) y «corromper a la juventud de Atenas», fue condenado a ser envenenado bebiendo cicuta. Tuvo la oportunidad de huir de la ciudad, pero se negó y bebió voluntariamente la cicuta, muriendo con conciencia y dignidad.

Ha sido llamado el «primer mártir de la libertad de expresión», pero en realidad fue algo mucho más que eso. Fue un indicador tanto de lo que es posible para un ser humano, como de lo que está enfermo en el mundo humano ―la enfermedad del alma―, que ha sido la raíz del sufrimiento humano a lo largo de la historia y, sin duda, más allá de ella. Los grandes sabios se caracterizan por hacer que los demás tomen conciencia de esta enfermedad trazando un marcado contraste entre los valores de la verdad superior y las intolerancias y agendas tanto de las autoridades mundanas como de la sociedad de masas.

( Biografía extraída de mi libro: Rude Awakening: Perils, Pitfalls, and Hard Truths of the Spiritual Path. )

Notas:
  1. Para mi relato de Sócrates, me baso principalmente en Luis E. Navia, Sócrates: Una vida examinada (Prometheus books, 2007); y Platón, Los últimos días de Sócrates (London: Penguin Classics, 2003).
(Traducción de: MGCP)

Fuente: P.T. Mistlberger. Rude Awakening