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Artículos - Joan Tollifson

Conciencia

Conciencia

La totalidad omnímoda y en constante cambio

Por Joan Tollifson 9 de febrero de 2024

Cuando miramos hacia atrás (o hacia dentro) con atención abierta para encontrar a qué se refiere fundamentalmente la palabra «yo», no encontramos nada en absoluto―ningún centro, ningún sujeto, ninguna pequeña entidad, ningún pensador autor de nuestros pensamientos, ningún elector que haga nuestras elecciones, ningún hacedor detrás de la acción, ningún observador. Y, sin embargo, esta nada sin centro no es un vacío nihilista muerto, sino un vacío generativo rebosante de absolutamente todo. Este todo es infinitamente diverso y variado, a la vez que ininterrumpido e indiviso. Antes de nuestro nombre y de todo lo que hemos aprendido de segunda mano, el «yo» al que todos nos referimos resulta ser la no-cosa (o vacío) de todo, la totalidad no-dual que no tiene opuesto, la presencia despierta siendo y contemplándolo todo―la amplitud abierta e incondicionada y la libertad Aquí-Ahora que no tiene límites.

En términos relativos, tenemos la realidad cotidiana que yo llamo la película de la vida despierta. Pero podemos darnos cuenta de su no sustancialidad, de su impermanencia absoluta en la que ninguna «cosa» se forma realmente, de la naturaleza onírica de todo lo que parece estar sucediendo, de la ausencia de toda separación real, de la unicidad sin fisuras a la que todo pertenece. Podemos llegar a reconocer que nada (ninguna cosa) es todo, y que todo es nada. (La forma es vacío y el vacío es forma.) Esto no invalida la vida cotidiana―de hecho, se ve lo sagrado en toda ella. Pero no se toma las historias tan en serio ni tan personalmente. Se reconoce que lo que el «yo» es en realidad es mucho más que un personaje de una película. El «yo» no es ninguna cosa en absoluto. Pero no es nada.

Todo este espectáculo mágico es autoconsciente. La conciencia es la luz detrás de la atención, la totalidad en la multiplicidad, la presencia oyente que somos. La conciencia dice SÍ a todo. Como el amor incondicional, no se resiste a nada ni se aferra a nada. Sólo se ve a sí misma en todas partes, en todo. Es una sensación de apertura, amplitud, inmensidad, vacío, inclusividad, aceptación, plenitud, totalidad, libertad de toda limitación o restricción. No tiene fronteras ni límites y, sin embargo, también es lo más íntimo, lo más cercano. La conciencia es la luz que lo ilumina todo, la luz que todo es, el espacio que permite que todo sea como es. Es incondicional, libre de todos los patrones habituales, por lo que tiene espacio para que surja lo nuevo e inesperado. La conciencia es posibilidad y potencial infinitos. Es la tierra sin suelo, la naturaleza esencial de toda experiencia, y es lo que queda en el sueño profundo cuando todo lo perceptible, concebible y experimentable ha desaparecido. Es magia pura.

La verdad más profunda no está en ninguna de estas palabras. Está en la apertura, la libertad y el amor a los que apuntan, el silencio, la quietud, la presencia oyente que es libre de toda idea. Está aquí, en la vitalidad del ser. Esta inteligencia-energía consciente de sí misma, esta luz primordial está brillando en todas partes como todo. Y toda cosa en este espectáculo mágico se desvanece tan pronto como aparece―no tiene sustancia real ni persistencia. La única continuidad está en la no-cosidad, la presencia consciente sin fisuras, y eso no es una cosa aparte de lo que aparece. En realidad, no hay «cosas» tal y como las imaginamos.

Siente lo que aquí se está señalando, no pienses en ello. Olvídate de las palabras. Simplemente estando aquí, atento sin palabras a la realidad viviente, todo esto se vuelve claro y obvio, y todos nuestros problemas y enigmas se disuelven... hasta que empezamos a pensar en todo ello, tratando de entenderlo. Y entonces, de repente, todo parece muy confuso. Parece que nos encogemos en la sensación de ser una entidad encapsulada y separada. Parece que falta algo. Hay una sensación de malestar, de contracción, de esfuerzo por conseguir algo o por tener alguna experiencia distinta de la que estamos teniendo. Discutimos sobre las palabras y tratamos de conciliar indicaciones aparentemente contradictorias. Comparamos una enseñanza con otra. Pensamos y pensamos y pensamos, intentando resolverlo todo. Y mientras tanto, la paz, el alivio y la alegría que buscamos están aquí mismo. Nunca ha faltado. Pero la pasamos por alto. Le damos la espalda.

Despertar es siempre AHORA, y se trata simplemente de ver cómo nos alejamos, cómo nos perdemos en el pensamiento, cómo parecemos convertirnos en un alguien separado―observando todo esto mientras sucede. Y al darnos cuenta, existe la posibilidad de soltarnos, de abrirnos a la simplicidad absoluta de lo que es.

Amor para todos...