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Extractos - Rupert Spira

¿Quién o qué soy yo?

Por Rupert Spira
Presencia

Todos sabemos que la mente, el cuerpo y el mundo son en realidad la experiencia que tenemos de ellos. Y la experiencia depende completamente de la presencia de nuestro yo, sea lo que sea dicho yo. Nadie ha podido experimentar nunca una mente, un cuerpo o el mundo sin que antes estuviera presente su propio yo.

Toda experiencia es conocida por nuestro yo, y por lo tanto el conocimiento que tenemos acerca de la mente, el cuerpo y el mundo está relacionado con el conocimiento que tenemos de nuestro yo; de hecho, depende de este conocimiento.

El poeta y pintor William Blake dijo: "Tal es el hombre, tal ve". Se refería a que la manera como una persona se ve o se entiende a sí misma condiciona profundamente las maneras como ve y comprende los objetos, el mundo y a los demás.

Así pues, empecemos con nuestro yo, puesto que todo depende de él. ¿Qué es lo que sabemos de nuestro propio yo a ciencia cierta?

Con el fin de averiguado, tenemos que estar dispuestos a dejar de lado todo lo que hemos aprendido sobre nuestro yo por medio de los demás y de nuestra cultura y a confiar en nuestra experiencia directa e íntima. Después de todo, la experiencia debe ser la prueba de la realidad.

Lo primero que sabemos con certeza es que "yo soy". Este sencillo conocimiento de nuestro propio yo ―tan sencillo y evidente que a menudo se pasa por alto― resulta ser el conocimiento más valioso que cualquiera puede tener.

Puedo no saber qué soy, pero sí puedo saber que soy. Nadie puede negar legítimamente su propio yo, puesto que incluso para negarse a sí mismo uno tiene que estar antes presente.

Nadie afirma "yo soy" porque se lo hayan dicho sus padres o porque lo haya aprendido en un libro. Nuestro propio ser constituye para nosotros, en todos los casos, una experiencia directa, familiar e íntima. ¡Es autoevidente y se halla más allá de cualquier duda!

En otras palabras, ser o tener presencia es una cualidad inherente a nuestro yo. ¿Qué más podemos afirmar a ciencia cierta de nuestro yo?

Sea lo que sea nuestro yo en realidad, le damos el nombre de "yo". Con el fin de poder aseverar con certeza que "yo soy" ―y esta aseveración es una de las muy pocas aserciones que podemos hacer legítimamente―, debo saber o ser consciente de que "yo soy". En otras palabras, la razón por la que estamos seguros de que somos es porque lo sabemos a través de la experiencia directa. No nos basamos en información de segunda mano ni procedente del pasado para confirmar que somos. Así pues, el hecho de que somos, o nuestra presencia, es algo obvio.

¿Qué es aquello que sabe que somos, que es consciente de ello? ¿Es el "yo" el que sabe que "yo soy", o "yo" soy conocido por alguien o algo ajeno a mí mismo? Obviamente, es el "yo" el que sabe que "yo soy". En otras palabras, el "yo" del "yo soy" es el mismísimo "yo" que sabe o es consciente de que "yo soy".

Así pues, la conciencia o el hecho de saber es una cualidad inherente a nuestro yo. Es nuestro yo el que sabe que está presente y que es consciente.

Nuestro yo no necesita saber nada en particular con el fin de saber que está presente y que es consciente. Se conoce a sí mismo por el solo hecho de ser él mismo, porque es consciente, o sabe, por naturaleza. Tampoco necesita hacer nada en particular, como pensar, para saber que está presente. El conocimiento del hecho de que es constituye su experiencia más simple y más obvia. Esta experiencia es previa a cualquier forma de pensamiento, sentimiento o percepción.

Si alguien nos preguntara: "¿Estás presente?", haríamos tal vez una pequeña pausa y responderíamos: "Sí". En esta pausa nos remitiríamos a la experiencia íntima y directa de nuestro yo, y en dicha experiencia encontraríamos la certeza de nuestra respuesta. Durante esta pausa no nos remitiríamos al pensamiento, al sentimiento o a la percepción, sino directamente a nuestro yo. El yo se remitiría a sí mismo.

En definitiva, nuestro yo sabe que está presente y que es consciente por sí mismo, y solo por medio de sí mismo. No necesita ningún elemento como podría ser una mente o un cuerpo, y no digamos ya una fuente externa, para confirmar su propia presencia consciente. Se conoce directamente a sí mismo.

Así pues, está claro, a partir de nuestra experiencia directa e íntima, que "yo" no solo estoy presente, sino que además soy consciente. Es por eso por lo que a veces nos referimos a nuestro yo como la conciencia, lo cual sencillamente denota la presencia de eso que es consciente. La palabra conciencia indica que el ser que íntimamente sabemos que nuestro yo es ―que él mismo sabe que es― es inherentemente consciente y está inherentemente presente.

En este libro me refiero a nuestro yo también como presencia consciente o a veces sencillamente como presencia. A veces lo denomino también consciencia o ser. Pero la manera más simple como es conocida esta presencia consciente es como yo.

Como quiera que decidamos llamarla, la intimidad de nuestro propio ser ―la conciencia de la conciencia de sí mismo― es el conocimiento más evidente, familiar y directo que todos tenemos.

Antes de que sepamos nada más, lo primero que conocemos es la existencia de nuestro propio ser. Él se reconoce a si mismo. Es decir, la presencia consciente que de manera íntima y directa sabemos que somos sabe que es consciente y que está presente. Yo es el nombre que le damos a este mero saber que nuestro ser está ahí.

De hecho, este reconocimiento de nuestro propio ser es tan simple y evidente y, sobre todo, tan aparentemente poco significativo que normalmente se pasa por alto. Este olvido de nuestro ser más íntimo, este pasarlo por alto, aunque parezca intrascendente, da lugar a casi todos nuestros pensamientos, sentimientos, actividades y relaciones, y se convierte en el origen de toda infelicidad.

Y ahora veamos esto: ¿qué es aquello que podría olvidar o soslayar este sencillo conocimiento de que nuestro ser existe, el reconocimiento consciente de sí mismo? Nuestro ser, por supuesto, no puede olvidarse de sí mismo o pasarse por alto a sí mismo, porque el reconocimiento de nuestro propio ser no es algo que hacemos; es lo que somos.

En verdad, es el pensamiento el que parece ocultar este simple reconocimiento de nuestro propio ser, el que hace que parezca que nuestro yo sea algo distinto de la presencia de la conciencia. Este pensamiento ocultador se justifica después por medio de las sensaciones, y la consecuencia es que queda velado, o se pierde, el conocimiento de nuestro yo tal como realmente es ―el conocimiento de sí mismo tal como realmente es― y pasamos a creer y sentir que somos algo distinto de esta presencia consciente.

La historia de la humanidad, a escala individual y colectiva, es el drama de esta pérdida de nuestra verdadera identidad y la consiguiente búsqueda para recuperarla.